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El tercer jugador por Hoenir Sarthou

El tercer jugador por Hoenir Sarthou
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Con el anuncio de la próxima disolución del GACH, a consecuencias de su ya obvio desacuerdo con las decisiones del Gobierno, el País comienza a polarizarse en dos actitudes frente al tema “pandemia”, actitudes que, además de lo sanitario, involucran aspectos económicos, laborales, políticos, educativos y de libertades públicas.

De un lado, en abierta oposición al gobierno e intentando capitalizar el supuesto prestigio de las políticas recomendadas por el GACH, se va configurando un polo integrado por la dirección del Frente Amplio, la cúpula del PIT CNT y parte de su militancia, autoridades universitarias y corporaciones político-técnicas como el Sindicato Médico, entre otras organizaciones sociales.

Ese polo ha adoptado una estrategia muy clara, que puede resumirse en tres puntos: 1) retornar a las primeras y fracasadas recomendaciones de la OMS,  de “reducción de la movilidad” (que puede leerse como virtual  encierro de la población y paralización de las actividades económicas, laborales, culturales y sociales); 2) exigirle al gobierno más apoyo económico para la población, para posibilitar el encierro, obviamente a costa de mayor endeudamiento externo; 3) acusar al gobierno por absolutamente todos los perjuicios, sanitarios o no, que causen la pandemia y las politicas pandémicas.

Con sensatez, el gobierno se ha resistido a esa receta, que sería una especie de suicido político. Como puede y hasta donde ha podido, porque no está libre de contradicciones internas y de pulseadas entre los socios de la Coalición, el oficialismo intenta reactivar la economía, reabrir la enseñanza y no limitar las libertades de sus gobernados más de lo que ya lo están.

De modo que el otro polo está conformado básicamente por la coalición de gobierno. A la que se suman sectores empresariales y de asalariados que no pueden soportar por más tiempo el frenazo de la economía y reclaman volver a sus actividades con cierta normalidad. Según las encuestas, un 60% de la opinión pública, sin dejar de sentir temor por la epidemia, está cansada de restricciones y quiere medidas razonables, más compatibles con la normalidad que añora.

La lucha los dos polos se presenta feroz, casi sin encubrir que es el prolegómeno a las elecciones de 2024. Sin embargo, sería un poco ingenuo creer que el único factor en juego es la ambición electoral. Básicamente porque en el esquema que planteé hay un tercer jugador, que no se postula –no lo necesita- para las elecciones de 2024. Y ese tercer jugador determina límites al desacuerdo entre gobierno y oposición.

Como cualquiera puede ver, no hay en el escenario político un sector significativo que cuestione a la vacunación como medida sanitaria. Gobierno y oposicion podrán acusarse de las cosas más viles, pero ninguno de los dos manifiesta la menor duda o discrepancia sobre que hay que vacunar. Discuten si se vacuna con eficiencia o no, o si las vacunas se compraron en plazo. Y el Frente Amplio propone sumar, a las vacunas, los encierros y cierres de actividades. Pero el dogma vacunatorio no sólo está fuera de cuestión, sino que está fuera de análisis.

Sin embargo, los resultados de tres meses y medio de vacunación no parecen ajustarse a lo prometido por los laboratorios ni por las autoridades científicas nacionales e internacionales que las recomendaron. De hecho, se empezó a vacunar el 27 de febrero de este año, y ese día hubo dos fallecidos “con diagnóstico covid” y había 71 personas en CTI con el mismo diagnóstico. Un mes después de comenzar la vacunación, las cifras treparon a decenas de muertes “con diagnóstico covid” y cientos de internados en CTI. Y así estamos hasta el momento, dado que ayer –martes 15/6- se reportaron 53 muertes y 431 personas en CTI “con diagnóstico covid”.

La información oficial asegura que más de dos millones de uruguayos recibieron la primera dosis de alguna de las vacunas y  más de un millón están completamente vacunados.

¿Cómo explicarse que ninguna voz académica, ningún medio de comunicación de los “grandes” ni ningún partido político se pregunte al menos qué está pasando con las vacunas, si son eficientes, si se acertó al elegirlas y si no producen efectos negativos no previstos por quienes las compraron y las aplicaron? Pero, nada. Ninguna duda en las estructuras formales de la ciencia, la comunicación o la política.

Ojalá la situación se revierta y, con o sin vacunas, dejemos de sufrir las muertes y pérdidas que estamos sufriendo, pero, por ahora, así están las cosas, y no hay ninguna voz política, oficialista u opositora, que lo diga.

Ese silencio puede explicarse por la existencia de un tercer jugador en el escenario político del Uruguay y de todos los países.

No me refiero a la presión de Estados o gobiernos, sino a una más oculta y discreta: la presión global. La que se ejerce a través de los organismos internacionales técnicos y financieros (la OMS, el FMI, el Banco Mundial), la que chantajea a los gobiernos y a los gobernantes con el tratamiento que pueden recibir de las grandes cadenas de comunicación, que puede exponerlos al ridículo y al desprecio público mundial con toda facilidad.

Es notorio –la investigación a Anthony Fauci en los EEUU lo puso de manifiesto- que esa presión ya no proviene tanto de los Estados como de intereses económicos que tienen influencia determinante en el mundo político, académico y comunicacional.

En el tema de la pandemia, esa presión global está dirigida por la industria farmacéutica y actúa como una gran boca, que grita: “VACUNACIÓN”. Esa es la consigna. Todo lo demás puede ser denunciado y discutido, incluso la creación deliberada del virus en Wuhan y la financiación aportada por Fauci a los laboratorios que lo crearon. Facebook ya no censura a quienes se ríen de la historia del murciélago o acusan a los chinos y a Fauci. El único dogma incuestionable es la vacunación.

¿Por qué la vacunación es la consigna?

No voy a hacer misterios. La causa última no la conozco. Pero hay razones poderosas que, sin ser únicas, bastarían para explicar el interés en el tema.

Para empezar, piensen en casi ocho mil millones de personas casi obligadas a recibir las vacunas. Y en cientos de gobiernos desesperados por comprarlas. ¿Se imaginan lo que eso significa en dinero para los cinco o seis laboratorios que las fabrican?

Pero hay más. Está también la inédita situación de que un grupo de interés haya logrado imponer sus tratamientos y sus medicamentos a la población de todo el mundo. Como experiencia de control de un mercado global, es el sueño de cualquier empresario. Y, como experiencia de control global (a secas) es el sueño de cualquier dictador megalomaníaco. Es imposible prever las posibilidades económicas y políticas que ese mecanismo ofrece para el futuro a quienes lo controlen. Aunque, reitero, no conozco –no conocemos- los objetivos últimos del fenómeno pandemia-vacunación global.

Que nuestro gobierno, como casi todos los gobiernos, esté condicionado por las presiones globales no puede sorprender a nadie. Al contrario, resulta meritorio que se resista a acompañar la vacunación con medidas más cruentas en el plano económico y social.

Pero, ¿qué lleva al Frente Amplio, como fuerza política originalmente “de izquierda”, a promover medidas como la reducción de movilidad y el cierre de actividades, que serían fatales para los sectores más pobres de la sociedad, en el sentido de que las privarían de trabajo, de medios de subsistencia, de educación, y las someterían a dádivas gubernamentales provenientes en definitiva del sistema financiero internacional?

Hay una respuesta corta y rápida: el Frente quiere volver a ser gobierno, y para eso cree necesario destruir a Lacalle y a la coalición, exigiéndoles cosas que ellos no pueden ni deben cumplir.

Hay otra respuesta más larga y compleja. Tiene que ver con los esquemas de poder global, con los que todo partido que aspire a gobernar parece tener que hacer buena letra y con los que el Frente ha hecho buenos vinculos durante sus quince años de gobierno.

En estos momentos, la traducción de “hacer buena letra”, para la direccion del FA, parece ser reclamar encierro y vacunas.

Quizá esté haciendo buena letra. Pero no la está haciendo por ni para el pueblo uruguayo.

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