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El Tesoro de la Juventud Por Luis Nieto

El Tesoro de la Juventud Por Luis Nieto
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La enciclopedia para niños “El Tesoro de la Juventud” estaba dirigida a escolares avanzados y la primera juventud fue publicada en español a partir de 1920, cuyo origen está en la The children’s encyclopaedia, publicada en 1915. En la primera mitad del siglo XX los viajeros recorrían el país vendiendo libros, en este caso una enciclopedia de la mayor calidad, en veinte tomos impresos en papel satinado y encuadernados en tela. Cada colección se entregaba con un mueble de buena madera, en cuotas. El contenido de la colección abarcaba un amplio espectro de temas, desde la poesía a una amplia sección titulada: “El libro de los por qué” en los que la información cubría en las preguntas más frecuentes que se podía hacer un niño en una pequeña ciudad del interior, como Treinta y Tres, por ejemplo. “¿Cómo se sostiene un tren en sus raíles?, o “¿Es perjudicial para la salud la leche agria?”. La colección incluía amplias versiones de la historia, como: la “Historia maravillosa de Egipto”, en la que la enciclopedia recorría temas generales, como “Hoy día podemos ver los juguetes con que se recreaban los niños egipcios hace tres mil años”, o “José, sus hermanos y el faraón que detuvo a los israelitas”.
“El Tesoro de la Juventud“contaba con un respaldo intelectual de primera línea, como nuestro José Enrique Rodo; Adolfo Holmberg, de Argentina, un naturalista argentino, integrante del Ministerio de Agricultura, que vivía en medio del zoológico de Buenos Aires, su casa estaba allí, en medio de los animales exóticos; o la pedagoga puertorriqueña Carmen Gómez Tejera, la primera mujer en obtener un doctorado en educación en Puerto Rico. Esa fue la Wikipedia con la que crecimos en la mayor parte de los países latinoamericanos, dato que destacó Julio Cortázar en algún reportaje.
La lectura fue una de las actividades que engrosó el conocimiento y el carácter de la educación en el siglo XX, sobre todo en la primera mitad, en América Latina. Hasta principios de la década del sesenta la televisión no se hizo presente en el interior de nuestro país. En los departamentos fronterizos con Argentina se veía la televisión argentina mediante altísimas antenas y muy frecuentes interferencias que, a veces, interrumpían los altos picos de teleaudiencia, como en “Titanes en el ring”, o los “Sábados circulares”, de Pipo Mancera, un día que paralizaba al litoral, con sus famosos reportajes a estrellas como Joan Manuel Serrat, Sofía Loren, Pelé, y, además, tuvo la virtud de dar un escenario mayor a figuras como Libertad Lamarque, Aníbal Troilo, Yupanqui, Gila o Luis Sandrini. Nuestra televisión también tuvo un papel de “minero”, sacando de nuestra tierra a figuras que perduraron como Cristina Morán, el Sabalero, Los Olimareños, y aquel primer Telecataplum, que de aquí se fue a Buenos Aires a llevar otra versión del humorismo.
Ni la “industria” editorial uruguaya, ni la radio, ni la prensa, y tampoco la televisión rompieron algo para descubrir y proyectar todo lo que hicieron. El ritmo de crecimiento hacía posible una asimilación progresiva de los conocimientos acumulados en todo el mundo. Taco Larreta no necesitó haber terminado secundaria para ser uno de los personajes de mayor solvencia cultural, que le posibilitó engañar al jurado del premio Planeta en el 1980, que pensó estar frente a un tapado Jesús Aguirre, el marido de la duquesa de Alba, una de las personas que podía haber escrito “Volaverunt”, cuyo personaje principal era Francisco de Goya y Lucientes, pintor del rey, y conocedor de la mayor parte de los secretos de la corona. “Volaverunt” es una novela en la que el escritor, escondido tras un seudónimo, narra las circunstancias en que aparece muerta la duquesa Cayetana de Alba, con tanta precisión histórica y circunstancial que solo alguien con mucho conocimientos podría haber escrito. Taco fue hijo de esa cultura de la lentitud, de las muchas lecturas, del optimismo creativo que vivió nuestro país.
El mundo cambia a una velocidad insoportable. Es muy difícil aprender cosas nuevas. Los celulares y las computadoras presentan, inevitablemente, una serie de cambios año tras año, que vuelve ignorante a millones de personas al mismo tiempo. Lo que Vargas Llosa llamó “la civilización del espectáculo”, a algo que resume muy bien Twitter, ahora rebautizada como “X” por Elon Musk, ese sudafricano virtuoso que fabrica coches eléctricos, satélites de comunicaciones, cohetes, y opina de lo que venga. Últimamente se las agarró con Zelensky, a quien acusa ser un pedigüeño compulsivo, cuando su país ha sido invadido por la segunda potencia militar del mundo. El mercado, el ritmo endemoniado de su crecimiento, el alza y baja constante de las bolsas, requiere de personajes como Elon Musk, audaces e indiferentes ante el daño colateral de este ritmo imparable en que está sumergido el mundo, desde hace sesenta años.
Hace muchos años estaba trabajando en los viñedos de un castillo, en la región donde Francia produce el mejor vino beaujolais, propiedad de descendientes (lejanos, por supuesto) de Luis XIV. Al mediodía todos los vendimiadores y la familia del propietario (Henry de Longevialle), que exigía a sus hijos que fueran buenos en la universidad y buenos conduciendo el castillo. Pero Hervé, el hijo que ese año dirigía la vendimia, tenía una moto muy potente, y todas las tardes, después del trabajo, salía del castillo como impulsado por un resorte para ir a lo de su novia, a unos cinco kilómetros. En el almuerzo se producían discusiones muy interesantes. Un día hablábamos de la locura, sin ponernos de acuerdo. Yo le dije a Hervé, que para muchas personas, verlo ir en su moto, levantando polvo, a una velocidad bestial, era la locura. Los viejos lo verían competir con el viento pensando que ese muchacho estaba loco. Quiso la vida, que el día de su casamiento, Hervé y su novia se fueran del castillo en la moto. El vestido de la novia se enredó en la rueda trasera y los dos murieron el mismo día de la boda. Nunca olvidaré aquella conversación ni la metáfora que encerró mi explicación sin más ambición que materializar mi visión de los tiempos que corrían.

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