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El viaje a la nostalgia por Luis Nieto

El viaje a la nostalgia por Luis Nieto
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Cuesta creer que los dos eventos más importantes de Montevideo sean La Noche de la Nostalgia y La Expo Prado. Son dos eventos masivos, el primero se explica solo, el segundo vendría a ser la fiesta de la oligarquía criolla, ¿o es que esos términos desaparecieron del nomenclátor de la izquierda uruguaya?

Para la Noche de la Nostalgia se organizan más de cien fiestas en todo el Uruguay. El origen de esos bailes fue recordar la música y las canciones que se oían algunos años atrás. Pablo Lecueder, entonces director de CX-32, Radiomundo, tuvo la ocurrencia y la idea prendió con fuerzas. Era la noche previa al 25 de Agosto, Declaratoria de la Independencia Nacional. ¿Cuántos son los que hoy recuerdan qué se celebra el 25 de agosto? Seguramente muy pocos. Se terminaron las carreras de embolsados, la subida al palo enjabonado, el desfile mañanero de las escuelas. La banda municipal y la del cuartel alternándose en la plaza del pueblo. Todo el mundo sabía que se celebraba el día de la Declaratoria de la Independencia, y no porque fuese feriado a mitad de semana o cuando cayese. Eso se perdió, nos quedaron algunas cifras desgarradoras, como que sólo el 40% de los jóvenes que inician Secundaria la terminan, y que sólo acaban los estudios universitarios 3 de cada 10 estudiantes que comienzan la Universidad. Se perdieron muchas otras cosas, como el hábito de dar el asiento a una mujer cuando sube al ómnibus, y no hacía falta que estuviese embarazada.

La Ley 17.825, desde el año 2004, declara a la fiesta de La Noche de la Nostalgia, de Interés Turístico, y la promociona a través de las distintas sedes diplomáticas por todo el mundo. Podría ser un evento comercial más, como el Día de Amigo, el de la Secretaria, o del Medio Ambiente, pero no, este es el que se le dedica a una pérdida del alma: “Pesar que causa el recuerdo de algún bien perdido”. “Sentimiento de tristeza por la ausencia o la pérdida de alguien o algo querido; nostalgia de la patria”. Acabó siendo un sentimiento que eclipsó al recuerdo de la independencia como nación, la ruptura de los vínculos coloniales. Un sentimiento compartido que superó la visión histórica que nos enseñó la escuela y las tradicionales fiestas del 25 de Agosto.

¿Por qué si los uruguayos somos tan progresistas nos dejamos arrastrar por esa fuerza que nos lleva a reconciliarnos con el pasado? ¿Entonces no estaba todo tan mal?

En el gobierno anterior de Tabaré Vázquez, con su afán refundador, intentó encontrar un día que fuese igualmente sentido por todos los uruguayos, pero entre la urdimbre de fechas no encontró una que representase el día en que todos coincidiéramos. Pensó que debía ser el 19 de junio, la fecha del natalicio de Artigas, y hasta propuso que en el Palacio Estévez, vieja sede del gobierno, se estableciese un gran museo dedicado a Artigas. Por más que Vázquez le haya puesto pasión a su propuesta, el Uruguay siguió sin tener un día consensuado como el más importante, como el día en que fuese la gran fiesta nacional.

Los uruguayos, con nuestros temas pendientes, y arrastrando la incertidumbre de no tener una fecha culminante, como la tiene cualquier país, nos encontramos, casi que de casualidad, con la noche del 24 de agosto, a pocas horas de una fecha patria. A todas las otras las cambian de lugar, y eso contribuye a la gran ensalada patriótica que tenemos. Pudo haber sido el 5 de abril de 1813, con la inauguración del Congreso de Abril, el día más importante para la joven nación, cuando Artigas dijo ante los delegados electos por los pueblos de la Banda Oriental: “Mi autoridad emana de vosotros, y cesa ante vuestra presencia soberana”. ¿Por qué nuestros profesores, y quienes debieron decidir cuál había sido el momento culminante en que se fundaba la nación no eligieron aquel, en que el conductor en el conflicto expresaba con tan claras palabras la relación subordinada y democrática que establecía frente a los diputados electos por los pueblos libres? Quizás esa pérdida del día clave nos hace más indecisos frente a la pertenencia o no a una comunidad que sabemos existe pero no se define claramente.

El sentimiento de no haber encontrado lo que buscábamos acaba siendo muy parecido a una pérdida. Ya ni siquiera festejamos los acontecimientos patrióticos. Nuestros hijos universitarios no saben de fechas patrias. ¿Dejó de ser importante, no curte, un sentimiento similar al que tenemos hacia la Selección de Tabárez? Es parte del gran trauma que arrastramos los uruguayos. Nos cuesta desprendernos hasta de la fuerte pasión que desata la dictadura militar para mirar un futuro más celeste que negro, ¿o acabarán siendo los hijos de los venezolanos, cubanos o bolivianos que lleguen a Uruguay los que desentierren un sentimiento de amor por lo que es, en términos humanos, la construcción de la nación?

Batalla tenía frases que nos interpelaban, a las que se las tragó la lucha partidaria: “Siempre es bueno un viaje a la nostalgia mientras no nos quedemos a vivir en ella”. ¿No es ese viaje al pasado a condición de volver al aquí y ahora lo que nos permitiría ser justos con nuestros antepasados y justos con nuestros contemporáneos? Batalla era un hombre equilibrado, valiente, pero nunca hizo ostentación pública de esa condición. Habría que preguntar a sus antiguos compañeros qué compromiso les generó su amistad política. Cuando el reloj del país vuelve a dar una hora que suena parecido a la de 1983, cuando damos vueltas en círculos, sin vencedores ni vencidos, y después que todos hubiésemos demostrado que podemos meter la pata, y también la mano en la lata, ¿no habrá llegado el momento de volver de ese viaje a la nostalgia para coser los trapos rotos en tanto enfrentamiento estéril?

Tuvimos un país que funcionaba mejor que este, lo prendimos fuego. No nos quedemos a vivir entre los rencores y las frases hechas porque corremos el riesgo de perder también este.

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