Emilia Díaz, actriz y escritora: Me da gracia y tristeza la estupidez humana
Advertencia a los lectores. Fuimos a la búsqueda de la comediante y murguista para pasar un rato divertido y nos encontramos con una mujer con pensamiento muy profundo y sobre todo cuestionadora. Una vez más comprobamos que los estereotipos no sirven. Y otra vez de nuevo, el periodista propone y el entrevistado dispone.
Por Alfredo García / Fotos: Rodrigo López
Tenés cuarenta y seis años. Naciste en Maldonado.
Nací en Montevideo, en la época en que se venía a parir a Montevideo, pero volví a Maldonado a los dos o tres días.
¿En la ciudad misma?
Vivíamos en la parada 13, pero mi padre tenía su trabajo en Maldonado. Una relación fuerte con Maldonado. También con Piriápolis y Pan de Azúcar. Mi padre era de Pan de Azúcar. Mi mamá de Villa Carmen, en Durazno.
Toda tu infancia pasó ahí.
Sí, hasta los diecisiete, cuando me vine para Montevideo.
Después de falsificar la cédula.
Sí, falsifiqué la cédula (risas).
Fue una falsificación piadosa. No era para comprar alcohol, estabas exigiendo cultura.
Sí, el acceso a la cultura de los menores de edad. No lo había pensado así, debería reconfigurar mi culpa.
Era un grito por más cultura. ¿Cuántos jóvenes harían eso hoy?
Me faltaban un par de años, tampoco era tanta cosa.
Eras bastante madura para tu edad.
Sí. Mis padres dicen que siempre lo fui. Hay un nodo espiritual donde uno no tiene una edad cronológica sino emocional. Hay gente grande que es reinmadura y gente chiquita que está despegada.
Vos estabas en el medio.
Estaba en el medio. Me gustaba pensar sobre la vida, sobre la justicia. Hace poco leí mi diario de cuando tenía nueve años.
¿Escribías un diario?
Ahora no, pero a cada uno de mis hijos les escribo un diario, donde voy poniendo cosas desde que estaban en la panza. Es un diario que llevo yo, cuando decida se los voy a dar.
Escribís sobre ellos, sobre las cosas que sentís.
Sí, sobre las cosas que les pasan. Chistes, momentos de desarrollo, momentos críticos. Momentos lindos y de los otros. Guardo las entradas de la primera vez que fueron al teatro. Cositas así. Detalles. La primera pijamada, la primera ida a dormir a la casa de un amigo. Invitaciones de cumpleaños.
Pero desde chica escribías tu diario.
Y leyéndolo me di cuenta de las preguntas que me hacía. Lo que me preocupaba de la vida eran las injusticias, a nivel de la escuelita, en las relaciones con mis amigas. “¿Por qué yo sí y los otros no?”, “¿por qué yo no y los otros sí?”. Las diferencias. Desde la plata a la libertad para hacer cosas. Por qué en algunas familias sí y en otras no. Cuál era el criterio para definir qué podía hacer un niño o no. A los diez años empecé a preguntarme por qué mi hermano, que era varón y un año menor que yo, podía hacer cosas que yo no podía. La respuesta era que porque yo era nena. Esas preguntas ya estaban. Por qué ser nena era sinónimo de límite para la autonomía y el pensamiento. Nada que ver con el feminismo, no le ponía nombre. Me parecía injusto.
Te estaban limitando como persona.
Esas eran mis preguntas. Era muy enamoradiza, también. En el primer diario creo que me enamoré de tres compañeros en un año, todo idílico. Y Fernando Álvez, el arquero, en México 86. Me enamoré de él, tenía un póster. Después tenía otro de Tom Cruise, en la época de Cocktail y Top Gun. En esa época era perfil fan, enamoradiza. Me gastaban mucho en casa por eso. “Se enamoró Emilia otra vez”.
¿Y novios reales tenías?
Tuve más adelante. No me dejaban tener novio.
¿Tu familia era muy autoritaria, te controlaban mucho?
No, no. Era bastante libre. En los últimos años podía ir a la escuela en bici. Cosas que en Montevideo es difícil, darle esa autonomía a los chiquilines. Sobre todo a las chiquilinas. Con todo lo que está pasando ahora, además. Y sobre todo la libertad de pensamiento.
¿Se discutía mucho en tu casa?
Sí, sí. A la hora de comer. A papá no le gustaba, decía que le quedaba la panza dura. Eran discusiones políticas, o domésticas. Lo que puedo, lo que no puedo. Si ordené o no el cuarto. Los amigos.
En la dictadura eras una chiquilina.
Claro, nací en el 75. Hice un ejercicio de recuerdo que me pareció muy interesante. Participé en uno de los textos de memorias para armar, en el primero o en el segundo, no me acuerdo. A principios de los 2000. La dimensión de la dictadura en mi casa era muy distinta a la que vivieron otras infancias. No tenía familiares comprometidos políticamente, ni personas cercanas comprometidas con la represión de la dictadura. Tampoco consumíamos productos culturales que hubiéramos tenido que dejar de consumir en esa época. Pero sí, creí en aquello de que nos parábamos cuando escuchábamos el himno. Papá siempre dejaba el SODRE prendido para dormir, y yo escuchaba el himno medio entredormida. Me paraba de la cama y le decía a mi hermana que se parara. Me crié en un sistema escolar que permeaba estas cuestiones.
Son tres hermanos.
Somos tres de la segunda tanda de mi viejo, como decía él.
“De las segundas náuseas”.
¿De dónde sale la vocación teatrera?
Por impulso de profesoras del liceo, que armaron un taller y vieron que yo podía interpretar cosas, y me empezaron a dar cada vez más papeles. Interpretábamos adaptaciones de clásicos. Florencio Sánchez, Oscar Wilde. Mi pasión vino por ahí, gracias a estas dos profesoras: Mirella Izquierdo y Cristina Pons. Después me cambié de institución escolar, entonces pasé a manos de otros talleres de teatro. Después me vinculé con el teatro independiente de Maldonado, con otros referentes. Mi querida directora Emma. Después pensé que era lo que quería estudiar. “Qué desperdicio”, decía mi profesora de Historia. “Vas a ser actriz, qué desperdicio.” Cómo uno guarda esos detalles, ¿no?
A Laura Canoura le dijeron que no cantara, que era un desastre.
¿Viste? Yo no lo interpreté como que no podía actuar bien, sino como que era una profesión inferior a lo esperado.
De qué ibas a vivir.
Esa pregunta estuvo hasta que me vieron en la tele, en Plop. Cobré mi primer sueldo, estaba en caja, aportaba al BPS, chiquita, con dieciocho años. Ahí mi padre soltó. Sobre todo él, que era el que me tenía que bancar. Mamá colaboró siempre con papá, pero no tenía una relación de dependencia laboral. En Maldonado era una privilegiada, frente a otras realidades que conocía, más adelante, cuando salí de la burbuja de la educación privada y pude conectarme con la educación pública, con la falta de vidrios en los salones, con profesores que hacían mil horas en mil lugares. Me acuerdo que me sentí reestafada. Toda esa realidad, y yo había estado en una burbuja. Les pregunté a mis padres qué me habían vendido. Mis mejores amigas también salieron del privado y fueron a hacer el preparatorio en la pública. Yo me vine un año antes a Montevideo a hacer sexto año de liceo, y quería vivir con mis primas. Viví en una pensión en la calle Canelones. Iba al Elbio, y ese contraste entre el Elbio y la pensión fue heavy, fue detonante. Volví con la cola entre las patas. Me habían hecho una despedida. “Qué grande Emilia, se va a hacer sexto año de liceo.” Y me la recreí. Volví a Maldonado con la cola entre las patas.
¿No bancaste?
No banqué esa cultura de liceo privado montevideano, en aquella época de principios de los noventa. No entendía los códigos de mis pares. Y ellas, sobre todo ellas, me hacían ver que era la canaria. “Vamos a lo de Emilia”. Y lo de Emilia era una pensión donde había cuatro heladeras con candado.
El choque era para ellas, me parece.
Había un choque de culturas, de sentido del mundo. No lo toleré. Perdí confianza en mí, por no poder sostenerme en mi proyecto, que era hacer sexto e independizarme. De hecho, me quedaron tres materias. Una la di en los noventa y las otras, hace cuatro años. Entré a facultad porque soy bachiller desde 2019, gracias a Uruguay Estudia. Retomé con mis hijos ya grandes, diciéndoles: “Vamo’ arriba, hay que terminar el liceo, en cualquier década, pero me lo terminan”.
¿Y cuándo enganchaste en el teatro?
Fue en la escuela Alambique, de Mary da Cuña, y la EMAD de Maldonado. En los años, 91, 92 y 93. Cuando entré a trabajar en Canal 12 paulatinamente fui dejando la formación como actriz.
Te descubrió Denevi, cuando te fue a ver a una obra.
Cuando vine a Montevideo le pedí a Roberto Jones que me sugiriera dónde estudiar. Justo él estaba haciendo una obra divina con Mary da Cuña, y él me recomendó. Así eran las cosas antes. Ahora para los chiquilines es más complejo por un lado. O no sé cómo será ahora, pero tengo una idea. Una vez que me recomiendan entré a la escuela a estudiar, en la generación de Virginia Rodríguez y Gabriel Hermano. Nacho Cardozo fue mi docente, y también Mary, en arte escénico. En una muestra final nos fue a ver Denevi, que era expareja y amigo de Mary. Y ahí entramos al canal, Vicky, Gabriel y yo, al elenco de Plop.
¿Cómo era trabajar en Plop?
Para mí fue tocar el cielo con las manos y lo sigue siendo. Un privilegio enorme. Estábamos llegando a la meca, a lo que quedaba de aquel Telecataplum que marcó una era en el humor del Río de la Plata. De una forma de entender la función del humor para comprender la realidad, la política, la sociedad, nuestras complejas relaciones. A los dieciocho años no pensaba esto. Quería ser actriz, que me conocieran, saber si tenía talento, si podía rendir. Aprenderme la letra, estar en hora. Fue una real escuela para mí. Siempre digo que tengo más horas de oficio que de formación teórica. Más que nada tengo oficio.
¿Quién marcaba ahí en el elenco?
El director era Jorge, el Flaco. Y lo hacía en forma muy democrática, respetando mucho el trabajo del actor, los tiempos de las actrices, las dificultades o lo que pudiera surgir en torno al texto, a la escena. Pero también con mucha disciplina, riguroso, con una cosa como de Xirgu. Solo se faltaba con carne de defunción. La misma lógica teatral, pero en la televisión. Y con todas las garantías de una trabajadora. Ahora quedó la lógica, pero quedó la precarización. Estábamos en caja. Oficiaban de docentes Roberto Jones, Ángel Armagno, Laura Sánchez. Silvia Novarese, que era un poco más cercana a mi edad. Imilce Viñas, Pepe Vázquez. Eran grossos. Dieguito Delgrossi había entrado uno o dos años antes que nosotros. Aprendí mucho de Diego. Pero formábamos parte del pelotón que iba después de los personajes principales.
Eran suplentes.
Éramos el banco de suplentes, y cuando aparecíamos teníamos que detonarla. Fue un trabajo que no me requirió dolores, ni de cuerpo, ni de alma ni de espíritu. Disfrutaba cada día de grabación. No había internet. Nos avisaban por teléfono de línea que los libretos estaban prontos y nos tomábamos un ómnibus hasta el canal para ir a buscarlos tres días antes. Hoy todo es instantáneo. En aquel tiempo tenías tiempo de ensayar la letra en el ómnibus. Vivía con amigas. A la hora de preparar la cena las ponía a tomarme letra. Llegabas con la letra sabida, y saberse la letra era fundamental. No podías llegar sin saber la letra. Con el pasar del tiempo trabajé con distintos climas y compañeros que con más rapidez se la aprendían en el momento, pero yo necesitaba tiempo. A veces teníamos que estar a las ocho de la mañana, maquillados, vestidos y haciendo reír. Y nos acostábamos tarde, porque las grabaciones de los lunes eran terribles. Había un equipo de libretistas, con Bimbo Depauli, Helen Velando, los hermanos Tulipano. Ahora ves las sitcom y en la parte de los libretos aparecen un montón, y hace treinta años era así. Probábamos cosas, a ver cómo funcionaban. Se confiaba mucho en la creación espontánea del actor, del clima de humor que se generaba, y se dejaba correr la cámara. El director de piso era salado. Veías la luz roja y era temeroso.
El humor te marcó.
Me formó, me hizo ver el mundo de otra manera completamente distinta. Me formó la mirada, el cuerpo. Después entendí que había algo llamado stop, algo llamado pausa. El humor de Ionesco, el grotesco. Después le puse nombre a un montón de cosas que aprendí ahí.
Se ha dejado de hacer humor. ¿Por qué?
Se ha dejado de hacer humor sobre la realidad nacional. No tengo la respuesta de por qué.
Eran buenos los programas.
Creo que son políticas culturales y decisiones de gerencia de los medios privados, y también públicos. En TV Ciudad había espacio para el humor. Me acuerdo de muchos y muy buenos. Hoy no hay. No sé por qué. Porque hay gente que puede escribir e interpretar muy bien. Creo que hay una hegemonía de productos culturales y comercio de formatos. No hago los números, pero seguramente debe ser más redituable. Sinceramente, no lo sé.
La producción nacional marginada a nivel televisivo es una queja.
Hay países que lo regulan. Nosotros tenemos regulaciones, pero no sé quién está fiscalizando la cuota pantalla para lo nacional. Y hay trampas, también. Si lo que ampara la ley de producción nacional se llama “producción”, los productos adaptados son producción nacional. Y ahí ya estaría la cuota. Viene de atrás. Creo que las regulaciones vienen más lento que la realidad con la que se están dando los intercambios de productos culturales.
¿Qué te hace reír a vos?
Todo. Si quiero, todo. Hay días en que quiero que me haga reír todo, y hay veces que no. Prefiero poder reírme siempre.
Me estás evadiendo la pregunta.
Desde que no estoy en la tele miro menos tele.
Resentimiento.
No va por ahí.
Mirás más Netflix.
Tampoco. Consumo bastantes informativos. No tenés cómo no. Me informo bastante por ahí, y por algunos portales. Miro algunos programas de resúmenes semanales de cosas que pasan en la tele, que me dan gracia. La realidad supera la ficción. Me da gracia y tristeza la estupidez humana, también.
Que parece que pulula.
Pero ya no nos reímos de la estupidez humana, ese es el problema. Nos estamos tomando muy en serio la estupidez humana, y eso está haciendo estragos a la humanidad, al planeta. A la naturaleza, a los animales. La estupidez humana está llegando a grados altísimos. Para mí reírse es un grado de conciencia. Es como una alarma de humanización, en el sentido estricto de humanización. De justicia. El humor es una herramienta valiosísima, preciosísima. Y democrática, porque cualquiera puede acceder gratis a la risa. Y también es cultural. Uno aprende a reírse, porque tiene recursos para hacer lecturas que te dan gracia. Y los uruguayos y los rioplatenses, los criollos, me parece que tenemos esta cosa. Yo tenía un amigo italiano que me decía que cuando venía acá siempre sentía que lo gastaban, hasta que un día dejó de enojarse y dijo que entendía, que lo estaban gastando porque lo estaban educando en la cultura nuestra, que es reírse de todo. No sé si es producto de algo que heredamos.
Es una práctica.
Es una práctica. Yo te gasto y te mido.
Ahora le llaman bullying, como si fuera una enfermedad grave. Siempre existió. Siempre hicimos eso.
Bueno, hay un límite.
Una cosa es la agresión y otra cosa es el gastar.
Creo que el bullying es agresión, y hay dolo, hay intención de daño. En gastar al otro no querés hacerle daño, sino saber si compartís la misma cultura del humor. Saber si podemos entrar en la misma sintonía de visión de la realidad, de sarcasmo, de un humor que interpela, que no se queda con el destino inexorable que nos quieren hacer creer en que estamos. Que las redes son inexorables, que la soledad y la tristeza son inexorables, que tenemos que remarla solos y que si no llegás, es porque no hiciste lo suficiente. Ese es el discurso que hay que empezar a bajar, y decir que el rey está desnudo.
Hay un culto a la ironía en el Río de la Plata, como símbolo de inteligencia. El que es rápido.
Pero si te bullyneo porque no sos rápido, ahí hay dolo. Hay lentitudes que son más inteligentes y vienen después. Eso es más charrúa, más indígena. Esa cosa lenta de medir al otro. Eso también lo tenemos. “Los uruguayos son tranquilos, macanudos”. Pero en todo ese “divino” te remedí. Vos creés que soy un divino, pero sabés cómo… No te dije todo lo que vengo pensando de vos. Y no llega a ser hipócrita.
Es calculador. Te mido el aceite a ver a dónde vas. Hay un grado de confianza, a ver si sos fiable o no. Si te puedo sacar la ficha.
Viví un tiempo en España, y los catalanes son muy parecidos.
Te fue horrible, ya sé. Lavando pisos.
Sí. Y me echaron de todos los lugares, soy horrible lavando pisos, sobre todo limpiando espejos. Bueno, no quería verme. Fue por eso. Pero los catalanes también son de medir. No se entregan de entrada. Pero una vez que los conquistaste son familia, y son capaces de dar la vida por vos. No quiero generalizar, pero tengo amigos catalanes.
Estuviste nada más que un año.
Pero a los veinte años un año es una vida.
Es muy cerrado el catalán, también.
Pero hay que saber esperar.
Vos no tuviste paciencia y te volviste.
Fui en pareja y me pelée, extrañé mucho y me volví. Yo pego la vuelta. Soy volvedora.
Dijiste que si salís de este repollo sentís que estás al aire libre. ¿Es tan así? ¿Te sentís tan uruguaya?
¡Qué sé yo! Me siento muy cerca de la gente de acá. No es un tema de nacionalidad, es un tema de cultura, si me ponés con gente parecida a la de acá, creo que me sentiría bien en un lugar donde pudiera circular como acá. Hay un tronco de simpleza que tiene el uruguayo y que me enamora. Creo que, aunque cada vez nos olvidamos de eso, honramos cosas muy simples y fundamentales para la vida. Honrar el compartir una comida, un asado, un té, un encuentro. Y el trabajar juntos para algo. Somos de valorar la familia y el grupo de referencia. Somos de tribu. No nos podemos olvidar de eso. Claro, hay gente a nivel político que trabajó mucho para esto. Pero también, antes que viniera toda la colonización, ya había un saber volando entre nosotros, y que lamentablemente fue silenciado, masacrado. Pero todavía persiste.
¿Sos indigenista?
No sé qué soy. Soy de las que de repente interpelan o intentan abrir un signo de interrogación sobre lo que está dado como inexorable. No creo que todos hayamos bajado de los barcos y que ahí se termine el relato de nuestro pasado. Y ahora hay estudios que lo están confirmando. No creo que los cuatrocientos que sobrevivieron a Salsipuedes y vinieron caminando hasta Montevideo no hayan dejado otras huellas, culturales, de grupo, en relación con la naturaleza, en las costumbres. Para quienes nacemos y nos desarrollamos en una ciudad es más difícil de ver, pero alguien que se crió en el campo de repente lo tiene asumido como una importación europea, cuando en realidad, si escarbás un poquito, ves que vienen de otras transmisiones, de otras culturas. Creo que estamos buscando una forma mejor de estar en el mundo, y la forma moderna no está dando respuestas, las respuestas que necesitamos.
Se habla del buen vivir.
Sí. Ahora se dice también “vivir sabroso”.
Me suena a Caribe.
No he leído tanto sobre vivir sabroso, pero algo que es sabroso es algo que probaste. Es vivir en conjunción con la naturaleza, con lo humano, lo no humano y lo espiritual. Animales, flora. Y si lo humano tiene relaciones extractivistas, tanto en lo no humano como en lo humano, nos estamos quedando sin la base de nuestra vida, sin ver la interdependencia fundacional y fundamental que existe entre todo lo vivo, y hasta en lo muerto. Hay dinámicas y políticas de muerte que ya son insostenibles. Creo que estamos buscando vivir mejor. Hay algunas culturas que no tienen que buscarlo porque nacen en esa cosmovisión, en grupos donde eso está dado. Claro, viene alguien de afuera y le pone un nombre. Pero es algo mucho más simple.
Te sale rápidamente el modo guardiana, según tus hijos.
Soy muy racional para mi gusto, pienso demasiado.
¿Ves esa búsqueda en las nuevas generaciones? ¿No hay una inmediatez que nos está persiguiendo? ¿Las nuevas generaciones no viven en el “lo quiero ya”?
No es un problema de las nuevas generaciones, sino de las viejas generaciones que estamos educando a las nuevas. ¿Por qué existe el bullying? Porque ningún adulto se paró a decir que eso no se hace. Existe porque hay adultos que están ausentes en su rol de marcar la cancha. Es lo que nos corresponde, y tenemos que asumir la responsabilidad como adultos. Nos corresponde marcar la cancha. Y no la estamos marcando. Las nuevas generaciones no pueden comer envasados todos los días. No pueden dormirse a las cuatro de la mañana a los siete años, con el celular en la cama. ¿Quién está decidiendo sobre eso? Somos las viejas generaciones. Las nuevas generaciones están en un mundo que estamos construyendo entre todos. Y las viejas generaciones estamos haciendo las cosas mal.
Nos fuimos para el lado de que no hay límites, de la libertad absoluta.
Eso no es libertad, es otro paradigma. El creer que el no límite es libertad. El no límite está siendo un avasallamiento de la supervivencia humana. El no límite para extraer de una montaña, para contaminar el agua, de fumigar con lo que se te cante, a metros de las escuelas, contaminando las napas. Hacer pasar por cinco personas al cajón de manzana, para que la gente se siga muriendo de hambre. En un país que tiene dos mil millones de dólares de exportación. En un país que puede autosustentarse hay gente que está muriéndose de hambre. Hay gente que tiene hambre en un país que tiene comida. Ese es el no límite. Eso no es libertad. La libertad de mercado no es la libertad, es hambre, es creer que el mercado va a ser justo y va a regular como un dios justo. Está bastante a la vista. Y los proyectos políticos de izquierda…
Fracasaron con total éxito.
Creo que fracasaron porque no llegaron a comprender que la lógica que hay que cambiar es la lógica que está imperando.
Se vio el mercado como inexorable, como algo que existe y no se puede cambiar. Se modificó muy poca cosa.
Un país chiquito no puede cambiar el mundo.
Pero puede cambiar la realidad de su país.
Somos un país donde nos hicieron creer que nos sostenemos por un modelo agroexportador. Todavía no ensayamos otros modelos, y estamos vendiendo todo el país. Hay gente de otros lugares del mundo que siembra y fumiga apretando el enter de una computadora. Es mentira que la inversión siempre trae trabajo. Y lo que no estamos vendiendo lo estamos alquilando, alquilando la casa para que nos rompan las cañerías, para que nos contaminen el agua. Cuando terminen de romper la casa, se van a ir. El costo lo van a pagar las generaciones que quedan acá. Y la naturaleza, que no va a poder sostener el nacimiento de nuevas generaciones. No lo estoy llevando a un lado trágico. Hay números y hay estudios. Eduardo Gudynas es una eminencia en toda Latinoamérica, y nadie le da bola. Es un pensador muy ajustado en todo lo que dice.
¿Por qué hay tan poca conciencia ecológica acá?
Forma parte de la cultura y de la educación, y del concepto de desarrollo que manejamos. Es un problema. Hay quienes se están interrogando sobre la sustentabilidad. El desarrollo sustentable no existe. Lo que hay que hacer es no desarrollo (risas). También nos hicieron creer que somos subdesarrollo. Es otra pastilla que nos comimos. Y creemos que nosotros somos más vivos que los que cambiaron piedritas de colores por oro. Y estamos haciendo lo mismo.
El desarrollo como paradigma a seguir, que dice que eso va a dar la felicidad y el bienestar.
¿Qué tipo de bienestar es no saber lo que estás comiendo, el aire que estás respirando, usando diez litros de agua cada vez que tirás la cisterna para no ver más tu caca? ¿Ese es el desarrollo? ¿El desarrollo de quién? Todos los números indican que hay cada vez más población pobre, sin alimentarse. En el mundo. Cada vez se produce más comida y cada vez se tira más comida, comida que llega a menos bocas. Y más personas que se reproducen sin saber de dónde viene. Un niño de once años en Uruguay no puede preguntar si la lenteja es lenteja o es arveja. Y yo vi eso. Creo que es un tema educacional. Creo que deberíamos dejarnos de hablar de competencias tecnológicas y empezar a educarnos para el sostenimiento de la vida, y empezar a comprender que todos somos dependientes de todos, desde que nacemos hasta que morimos. Que todos somos responsables. Los varones también son responsables de los cuidados. Siempre necesitaron una teta que tomar, alguien que les cambiara el pañal. Siempre hubo una mujer haciendo eso. Y cuando son viejos también, porque seguramente haya una mujer, tu esposa o tu hermana, porque sobrevivimos más que los varones. Es hora de empezar a ver eso, que hay una cadena de cuidados. No lo digo yo, lo dice Yayo Herrero, Amalia Pérez Orozco. Ecofeministas que dicen que el neoliberalismo a este extremo del capitalismo es ecocida, y que no va a poder sostenerse. Tenemos que cambiar nuestros modelos de vida. Seguramente nos va a doler y vamos a perder muchos privilegios, pero vamos a ganar un montón. Vamos a darnos cuenta que lo que llamamos privilegios en realidad es una quimera.
¿Cuánto pesa el rol de la mujer en este cambio? El sistema patriarcal está muy cuestionado. ¿El cambio viene por ese lado?
No soy muy optimista acerca de que el cambio venga por un mayor protagonismo de las mujeres. No creo eso. Algunos le llaman feminismo liberal, el empoderamiento de la mujer. No alcanza con eso. Es necesario que tengamos las mismas oportunidades, ¿pero para qué? ¿Para reproducir un sistema que sigue siendo desigual? Si hay más mujeres que pueden salir es porque hay más mujeres que pueden cuidar. El sistema patriarcal no se detona tan fácilmente. Las mujeres pudieron salir, pero los hombres no se quedaron a cuidar.
Se ha avanzado en eso.
Si sigo sosteniendo el sistema bajo la precarización del trabajo de la mujer, de las personas que trabajan con la tierra, que, por lo general, no tanto en Uruguay, pero sí en otras partes de Latinoamérica, son las que sostienen esto de llevar el agua a la casa, las que sostienen la huerta, la plantación, la cosecha. No es un tema de género solamente, el cambio de sistema. Yo pensaba, como vos, que llegado el momento en que la mujer se empoderara todo se iba a equilibrar un poquito. Pero todo se nos está yendo de las manos. Yo, mujer, me realizo, salgo a trabajar, trabajo diez horas, soy exitosa, pero si quiero reproducirme meto a mis hijos en una institución, o en dos, o en tres, y contrato una camioneta y los veo una hora y media por día. Para mí ese no es un proyecto viable. No lo es para el mundo. El desentendernos de nuestra prole, de tener un momento para cocinar nuestra propia comida, de un momento de autocuidado y de cuidado de los seres que cohabitan conmigo. Desentenderme porque no tengo otra, porque tengo que irme, porque hay que sostener la vida, y en este sistema capitalista la vida se sostiene con un sueldo, con una remuneración. El empoderamiento, la emancipación, la salida de la cocina, ¿para qué? Tendríamos que preguntarnos para qué, qué es lo que ha producido. Estoy más cerca de pensar que lo que realmente tenemos que cambiar es el sistema de creencias. Cada uno en la medida que pueda. Empezar a leer cosas distintas.
En las nuevas generaciones de hombres jóvenes veo un rol muchísimo más activo en el cuidado de la casa.
Sí, pero si te vas alejando del centro y acercado a la periferia, ves que en mayor medida los cuidados están en manos de las mujeres. Es una cuestión de clase, de género.
Hay feminismos que lo niegan. Hablan de igual salario, del techo de cristal. Y se olvidan de que para ser exitosa tenés que tener la sirvienta que te limpie la casa.
Es un trabajo digno y está bien que se tenga. No estoy criticando eso. Lo que digo es que existe este sistema en el cual todavía no podemos hacer convivir las emancipaciones en colectivo. Tú, varón, también te podés emancipar sosteniendo a tu cría. No solamente como proveedor, sino acompañando al pediatra.
Yendo a la reunión de padres.
También. La emancipación es un concepto sobre el que deberíamos interrogarnos. Pero yo lo alcancé porque tengo cuarenta y seis años. A los veinte pensaba otra cosa. Tener hijos me cambió la perspectiva y el orden de prioridades en la vida. Incluso la concepción del mundo. Estoy trayendo gente a este mundo y me gustaría un mundo distinto. Yo no voy a cambiar el mundo sola, pero si vos lo cambiás e invitás a otros a cambiarlo, y los otros piensan contigo cuáles son los cambios posibles, podemos construir otras lógicas y el futuro no es inexorable como nos están presentado. No lo es. Pasa que nos faltan ejercicios de mirada, de acompañamiento, de besos, de abrazos, de compañía. Y creo que la pandemia nos sacó de la calle, nos desempoderó en ese sentido colectivo. Todo este relato de volver al pan casero, a la masa madre, de curarse con yuyos en casa, es un relato idílico. No estamos escuchando a los que no sobrevivieron, y no por Covid, sino porque no pudieron parar la olla. Porque se mudaron siete veces en un mes y terminaron en la calle. O porque enfermaron psicológicamente, o porque con hambre se volvieron más violentos. Porque nunca más volvieron a la escuela. Y seguramente no van a volver más. El relato idílico de la pandemia es medio loco. Me da vergüenza.
Creo que se está volviendo a la necesidad de contacto humano. Juntarse.
Sí. Alguna gente. A otros les encantó el Zoom, que es más rápido, más efectivo, que les permite estar en casa y hacer varias cosas, gastando menos en transporte público o en nafta, que subió siete veces en un año.
Tu feminismo es medio subversivo.
Me han dicho tantas cosas ya. No sé qué feminismo tengo. Lo lindo de los feminismos es que son como la masa madre, se van transformando y siempre traen sorpresa.
No hice masa madre en la pandemia.
Yo tampoco. Pero últimamente hay algunos feminismos que están interpelando el sistema desde otros saberes, con propuestas que me parecen muy interesantes, muy acertadas y pertinentes. Las celebro. Porque no está tan lejos. ¿Quién de nosotros no fue a una playa y no se pudo bañar por las cianobacterias? ¿Creen que es un tema de temporadas? No, es algo que está invadiendo nuestros sistemas con una política necrofílica. Es muerte. Muerte del bicho y de toda la vida que hay alrededor del bicho. Y hay una industria gigante atrás. ¿Cómo parás eso? Con políticas de protección, con leyes. Con cultura, con educación ambiental, con inversión en investigación. ¿Pero qué investigación? Una investigación sustentable, que sostenga la vida. También la investigación está siendo cooptada por intereses económicos. Entiendo que los investigadores tienen que sobrevivir, pero hay políticas de Estado que invierten recursos en destinar dinero público a investigar una línea productiva que no tiene relación con la sostenibilidad de la vida. No estoy hablando solamente de las ciencias duras, sino también de las ciencias sociales, de la investigación económica. ¿Por qué no sabemos más de la economía solidaria, de la economía circular, colaborativa, que existe?
Porque va contra el sistema imperante, contra el consumo.
Pero también nos hicieron creer que si no estás conmigo, estás contra mí. Esa es una lógica. No por no estar contigo estoy en contra. La economía solidaria no está en contra de, está paralela. Sobrevive. Y si hay un colapso mundial de la economía que conocemos, vamos a terminar todos en la masa madre de la economía solidaria. Acordate de lo que te digo. Cuidemos lo alternativo y lo diverso, los ecosistemas de las culturas diversas, que aportan saberes diversos, muchas veces no académicos. Pero no por no ser académicos deberíamos deslegitimizarlos. Yo no me recibí de nada en la Udelar, pero tengo una cabeza cientificista. Uno no necesita ser un científico para deslegitimar lo no científico. Tenemos una cultura cientificista que deslegitima…
El saber popular.
Que lo pone a un lado y que paga altos costos ambientales y económicos para sostener el saber científico y académico. No está mal apoyar la causa científica, pero lo que está mal es desarticular la red de saberes no avalados por la academia, que existen en todos los territorios. Y Latinoamérica en el mundo está siendo una región muy valorada, por todo lo que se está produciendo a nivel académico y no académico, y a nivel de las luchas que se están dando en los territorios para defender los bienes que son comunes a la humanidad. Esas luchas, en calidad y cantidad, no se están dando en el mundo como en Latinoamérica. Se dan puntualmente en algún lugar, en África, en Asia, en Norteamérica, pero no con la misma calidad y cantidad. Y la cantidad de asesinatos de líderes que están defiendo estas causas, que por eso mismo son más.
Vine a buscar humor y me estoy llevando un bajón de la gran flauta. ¿Es tan negro el futuro? ¿No era que te reías de todo?
No, es muy rico. Me río, sí, hasta de mí misma. Suelo dar la impresión de que soy recomediante…
Y sos una amargada.
No soy amargada, pero soy dura.
¿Qué les decís a tus hijos?
Que levanten la ropa que dejan tirada. Trato de reírme de todo con ellos, pero pongo mis luces rojas. Y cuando pongo las luces rojas… “Ya sé, mamá, ya está”.
¿Tenés una relación igualitaria de pareja?
Hemos crecido en estos casi diecisiete años. Hacemos recorridos cada vez más igualitarios, adentro de la casa incluso. Ha tenido costos. Pero sobre todo alegrías. Tengo dos varones y él una nena de veinte. Criar varones con un modelo diferente, donde puedan ver que se naturalice y no sea raro que papá cuide, lleve, traiga, vaya al pediatra y a la reunión de padres. Intento. Es difícil. Es difícil para mí soltar, también.
Son durísimas las mujeres para soltar, sobre todo cuando los niños son chiquitos. Es un aprendizaje mutuo.
Totalmente. Confiar, soltar.
Se habla de la deconstrucción del hombre pero también está la de la mujer.
Totalmente, la de la mujer patriarcal, cuidadora, controladora. Esa te la interpreto de punta a punta (risas). Y también te actúo la que no controla, y te la recreés.
Los procesos de cambio son lentos y son para ambos lados.
Yo pongo cámaras trampa en casa. Las que ponés en el monte y sacan una foto cuando pasa un bicho. Y cada mes y medio hago el visionado de los tapes (risas).
¿Es posible en esta sociedad criar varones con otra visión?
Sí, claro.
El hogar es fundamental, pero hay un montón de influencias externas que dan contravalores. ¿Cómo manejás ese conflicto?
Soy muy democrática. En casa es lo que digo yo (risas). Después, afuera… No me vengas a repetir lo que dicen afuera porque en casa es lo que digo yo. Sí, es un desafío. Todos estamos criándonos con esta lógica. Yo les digo que estoy aprendiendo a ser mamá con ellos. No fui mamá el día que nací. No es lo mismo ser mamá de un niño de dos que de uno de siete. No es lo mismo ser mamá de un niño de siete llamado Vicente que de otro llamado Felipe. Son niños distintos. Con los dos estoy aprendiendo, y cuando me equivoco digo: “Mamá se equivocó”. Estoy aprendiendo. Estamos creciendo juntos. Pero sí, acá somos Fernando y yo los referentes.
¿Qué te dejó el Carnaval? ¿Dónde habías estado antes?
En Curtidores de Hongos, en 2021 y 2022. ¿Qué me dejó? El cuerpo encendido, destrozado de cansancio. Me despertó el cuerpo, el volver a escena con cuatro o cinco funciones por noche. Y voy con la misma intensidad a cantar el coro que a hacer el cuplé. No soy de medias tintas. Me devolvió una relación con una nueva generación. Estaba acostumbrada a las veteranas que miraban Consentidas, y ahora hay una nueva generación de gurises y gurisas, linda, agradecidos, contentos con la murga Doña Bastarda. Todos tienen entre veinte y treinta años, somos tres o cuatro los que tenemos cuarenta y pico. Cómo crear con ellos el código. Yo nunca había participado en la cocina. En Curtidores no había hecho cocina de texto. Participé en la cocina de decisiones más artísticas. Me encantó cómo me recibieron, y cómo recibieron a mi familia también. Me dejó un aprendizaje divino, una oportunidad preciosa de laburar con Pinocho.
Son esos milagros carnavaleros que surgen cada tanto. Él es uno de ellos.
Es un sueño para mí estar en escena con él. La idea es que cupleteemos con el Pino y con Imanol.
¿Reincidís al año que viene?
En 2023, sí. Como viene la mano, sí. En agosto salgo a correr. Primero voy a caminar, en julio. Después empiezo a correr. Si no, no llego.
No te da el estado físico.
Había noches que era difícil. No hago deportes.
Pero te mantenés flaca.
Soy nerviosa por antonomasia.
¿Y qué hacés ahora, estás escribiendo?
Estoy cursando la licenciatura en Educación, en Facultad de Humanidades. Ahora tengo dos parciales que me están destrozando el cerebro. Trabajo haciendo locuciones, también. A veces las hago desde casa y otras voy al estudio. Estoy conduciendo algunos eventos, y me estoy dando cuenta que doy con el perfil de conductora de determinados eventos, más sociales, o de género. Me doy cuenta de eso. El año pasado gané un fondo de incentivo cultural para un nuevo libro.
¿Guardianas 2?
Sí. No se va a llamar Guardianas. Va a tener otro nombre. Incluye varones y mujeres. Estoy en eso. Pensaba hacer durante todo el año el viaje por Uruguay, pero tuve que adelantar algunos viajes en junio, porque voy a trabajar en la Comedia Nacional. Me invitaron y estoy recontenta. En junio empezamos a ensayar, en setiembre estrenamos en el interior del país y en octubre venimos a Montevideo. Estoy recontenta. Entre ensayos de carnaval, que ya tendría que escribir el libro para entregarlo a principios de 2023, porque la edición lleva tiempo, al ser libros accesibles. Se editan los tapes y se hace la tapa en Braille. Lleva más tiempo que un libro común. Lengua de Señas Uruguaya, audiodescripción, todo eso.
¿Te definís como actriz? Es lo tuyo, lo que te marca profesionalmente es eso. Lo otro son agregados.
Sí. Actriz. Comunicadora, escritora. Esas tres pasiones. No sé si soy mis pasiones, pero me representan un poco. Cuando me dicen “actriz comediante”, ahí me entra un chucho, porque tenés el imperativo de hacer reír y está la posibilidad de que el periodista te diga que sos un embole, una amarga. ¿Quién dijo que yo era actriz comediante? Si me hacés preguntas, te voy a decir lo que pienso sobre eso. Soy consciente de los roles que ocupo, dónde estoy y para qué me llaman. Y sé quién me está mirando en la tele, sé las edades, el perfil. Intento siempre ponerme en el lugar del que va a leer, ver o escuchar lo que hago, para poder hacer de la comunicación un encuentro.
Se llama demagogia, también. Decir lo que los otros quieren escuchar.
No, no. Se llama trasposición didáctica, que es trasponer y traducir tu pensamiento. No dejás de decir lo que querés, sino que utilizás un lenguaje que sea accesible para el público que te está escuchando. Para mí eso es fundamental. Acorta distancias, hace de la comunicación un ida y vuelta. Si te hablo difícil, te dejo afuera del juego y no te queda otra que estar en el banco de suplentes o aplaudirme. Y esa no es la idea. Sos peleador, ¿eh?
Muy espiritual lo tuyo. Te me caíste dos estantes de la biblioteca cuando dijiste que vas a Iemanjá y hacés ofrendas. Te consideraba una persona racional. ¿De dónde viene eso?
Lo de Yemanyá no lo sé. Yo creo. Creo en el aire que inspiro. Creo en el fuego que se prende, en el agua que tomo. Creo profundamente en eso. Creo que existen energías que no podemos traducir con nuestra precaria inteligencia racional. Nos han hecho creer que nuestros sentidos y nuestra inteligencia lo son todo. Nos están mandando a la guerra con un pancho, con esta racionalidad. Y no me importa que quede amargo. Si querés, después le ponemos stevia. Me parece muy antropocéntrico, y además androcéntrico, creer que el mundo que vivimos solamente se puede comprender a través de la razón. No creo en el dios de ninguna religión, pero sí creo en las energías sutiles. No son divinas, para mí. No están en un plano más arriba, ni más abajo ni al costado. Son sutiles, no las vemos. Pero creo en ese fuego que está prendido, en este cafecito que hicimos con agua. Creo en la velita que prendo, creo en la intención de las cosas que uno hace con amor y cariño, sacando amor de donde se puede. El amor no se puede tocar, pero todos lo sentimos. ¿Cómo es posible? Cuando hay una banda de gente que va a un lugar, que hace su pedido, que pone su propósito y sigue su camino espiritual, hay que respetarlo mucho. Cuando eso se torna en la única explicación del mundo, ahí es complejo. O cuando me querés invadir con ese libro.
Evangelizar.
Violar mis derechos con ese libro. Ahí se entiende que no. Pero sí creo que hay otras racionalidades interesantes. Y creo porque lo he visto, no es que solo lo sueño.
¿Qué viste?
Transformaciones, cosas que yo he pedido y se han dado. Lo rezo y lo pido. No lo rezo con un rezo que sepamos, sino con mis palabras. Me concentro, le doy un espacio. Lloro, hago una pausa. Me sano, me calmo. Prendo una velita por una amiga que está mal, por un niñito que está enfermo. Rezo a distancia. Mando mi energía. Creo en los propósitos de las personas, en la energía del pensamiento, en el poder de la palabra en el rezo. ¿Cómo te cambia que tu amado o tu amada te diga “te amo”? Te cambia el día. La palabra es muy poderosa. Lo mismo que el “te odio”, expresiones de odio que destruyen y enferman a las personas. O palabras que nos decimos a nosotros mismos, como “sos inútil”, “estúpido”, “lo podrías hacer mejor”. No sé cuántos estantes más bajaré después de esto, pero lo siento. Es experiencia de vida, he pasado por momentos muy críticos. El sostenerme en otros brazos, el sentirme cuidada por mis amigas, abrazada. La mirada con mis amigas me devuelve la confianza en la vida y en mí misma. Eso es mágico para mí, y es superespiritual. Algo tan material como una amistad de barrio es espiritual para mí.
Los afectos los entiendo perfectamente. El resto es difícil de entender para mi racionalidad.
Te entiendo. Para mí todos los templos son sagrados y me encanta entrar a todas las iglesias.
Eso es curiosidad. A la persona curiosa la considero inteligente. Vos de corrección política no tenés un carajo.
No sé qué es. Definímela y te digo si tengo o no.
Hablar de “todes”, por ejemplo.
Eso no es corrección política, perdoname que te corrija. Es posición política.
El lenguaje inclusivo.
Es una elección y una posición política. Políticamente elijo visibilizar aquellas identidades de género que están invisibilizadas. Las visibilizo a través del lenguaje. Personas no binarias, personas que no se identifican con “hombre” o “mujer”. Tomo la posición en mi lenguaje. Y no siempre es con todo el mundo. No siempre utilizo el lenguaje inclusivo. Voy viendo cómo me siento. A veces el lenguaje inclusivo es contraproducente, porque uno pretende abrir un mundo, esclarecer la mirada, y en realidad genera más ruido y la gente se enoja más. Utilizás el “señoras y señores”, “uruguayos y uruguayas”, y ta. El “uruguayos y uruguayas” cada vez molesta menos.
Nos paspó Tabaré con eso.
Es interesante lo que se está dando. “Los niños ya pueden salir al recreo”, dijo una maestra, y un niño le preguntó si solo los niños podían, que por qué no las niñas. Hay cambios que vienen de abajo, que están buenos. Yo también estoy podrida de estar incluida en un masculino genérico. Pero bueno, a veces para entenderlo hay que ser mujer.
Tampoco es creer que eso cambia la realidad.
Las palabras cambian la realidad. Las palabras hacen la realidad, la construyen.
A veces.
Yo creo en eso. Hacen una realidad más democrática e inclusiva, o menos democrática, más excluyente y mas discriminatoria. Para mí no es corrección política, es posición política. Por eso me importaba que me definieras la corrección política, porque se habla mucho de corrección política, y en realidad lo que estamos obviando es un debate ideológico. Hay un debate de ideologías acá. Es una ideología que te invita a tener una posición política, como hay muchas otras.
Tampoco mueve las raíces.
Para una persona que no se identifica con el género con el que nació, sí le cambia la vida. Cambia la vida tener un documento de identidad.
Muchas veces se cree que con determinadas expresiones cambiamos algo fundamental. Movés la superestructura y no se mueve lo de abajo.
Depende la corriente marxiana en la que te pares. También te podés parar en la de Gramsci y pensar que lo que tenemos que interpelar es la hegemonía cultural. Y que siempre debería haber algo que interpele eso, y la forma de hacerlo es cambiando el código. No se cambia siguiendo el mismo código. Hay personas que acceden a la tierra por un cambio en el Instituto de Colonización y una ley que cambió “cónyuges” por “propietario o propietaria”. Es un cambio cultural, obviamente. A los varones que acceden en pareja seguramente no les dieron esa información por ahora. Pero si hay un divorcio y esas dos personas se separan, ella tiene tanto derecho como él a esa tierra que les fue adjudicada. Y si va a un banco y pide un crédito, tiene tanto derecho como él a acceder a ese crédito. Pero antes no, porque la ley no hacía la discriminación en el lenguaje. El lenguaje produce determinadas realidades de derechos y obligaciones, y no nos podemos hacer los ciegos. Es estructural para una persona poder acceder a la tierra y a un crédito. Haciendo una lectura solamente de la letra de la ley, con perspectiva de género, cambian muchas realidades de acceso a la tierra.
Antes estaba planteado que el hombre era el dueño. No se planteaba que la mujer tuviera derecho a la tierra. La mujer tiene muy pocos derechos con respecto al hombre, y no es por el cambio a “propietarios y propietarias”.
Me aburre un poco el tema de e, a o, i.
Creo que no aporta nada.
Está bien, es tu creencia. Yo creo que todo aporta. Ahí sos más amargo que yo, viste. Tengo casos muy cercanos de amigas con “hijes” en transición de género. ¿Cómo es? Hay que aprender de lo que está circulando para ver si lo podemos interpretar o no, si lo podemos interpelar, o si cambia algo. No lo uso siempre, el e y el i, y hay lugares donde no lo puedo usar, y si lo uso es un error hacerlo, completamente. Me gano un montón de goles en contra. Y en otros lugares pasa al revés. Como comunicadora de un evento tenés que junar y manejar bien. Pero para mí es un esfuerzo el masculino genérico. “Buenas noches para todos” ya para mí es un esfuerzo.
Decí: “Buenas noches” y ya está.
En algún momento lo tenés que decir.
¿Extrañás la tele?
Sí, es mi casa. Extraño pila la tele.
No extrañarás las pavadas que hacían en Consentidas.
Sí, las extraño. Extraño a las compañeras, a los compañeros. Extraño las reuniones de producción, los líos que armábamos. Sobre todo yo.
Vos eras un poco la oveja negra ahí, la transgresora.
Estaba todo guionado.
Me decepcionás, pensé que era todo espontáneo.
Hay mucho que es espontáneo, pero las preguntas y los espacios estaban guionados. ¿Cómo hacés, si no? No es Esta Boca es Mía.
Voy a terminar con la pregunta más ridícula que hacías en Consentidas. Cada vez que lo vi pensaba: “Qué taradez esto”.
¡Qué buena gente que sos!… (risas).
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