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Entrevista con el vampiro. ¿Hay que limitar la tolerancia?

Entrevista con el vampiro.  ¿Hay que limitar la tolerancia?
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El libro de Anne Rice llevado al cine por Neil Jordan ya podría dejar planteada la interrogante que presentamos hoy. ¿Es preferible ignorar la existencia de Lestat de Lioncourt  (interpretado por Tom Cruise) mientras se permanece bajo su acecho nocturno, o prender la luz y estar preparados con agua bendita y crucifijos?

A raíz de la entrevista que le realizamos la semana pasada a Alberto Sonsol se desató una tormenta de críticas y protestas contra el entrevistado y nuestro semanario.

¿Hay que limitar las opiniones polémicas? ¿La mejor forma de combatir posturas incomodas es ocultarlas? ¿Se debe tolerar a los intolerantes? ¿Somos rehenes de la corrección política? ¿Hay que censurar a misóginos, xenófobos, antisemitas, antivacunas, homofóbicos o neonazis? ¿Cómo se defiende la libertad de expresión en estos casos? ¿Vale todo o algunas corrientes de pensamiento deben ser limitadas? ¿Ha dado resultado la censura y la prohibición en otros lugares? ¿Debatir estas ideas no puede resultar más eficaz para quienes reniegan de ellas?

 

La delgada línea entre el discurso incendiario y la incitación al odio por discriminación por Edison Lanza

Voces me invita a reflexionar y arrojar luz sobre el creciente asunto de los discursos intolerantes o de odio. La pregunta es si todas las expresiones están protegidas por la libertad de expresión, incluso aquellas que son ofensivas o tienen visos de incitación o discriminación a un grupo de personas por su condición, orientación sexual, género, raza o nacionalidad. Se trata de un asunto complejo y relevante en la sociedad actual, donde la velocidad, masividad y viralidad de las redes sociales incorporan otro ingrediente sustantivo al debate. No es un tema fácil trazar la línea entre lo incendiario y la incitación que puede desatar violencia contra un grupo por razones discriminatorias.

De conformidad con nuestra Constitución y los instrumentos de derechos humanos ratificados por el país, todos los seres humanos pueden disfrutar y ejercer de sus derechos en igualdad, sin discriminación alguna por los motivos mencionados. Por otra parte, en principio, todas las formas de discurso están protegidas por el derecho a la libertad de expresión, independiente del grado de aceptación por parte del gobierno y de la sociedad. La Corte Interamericana, por ejemplo, ha establecido que el Estado debe garantizar que ninguna persona, grupo, idea o forma de expresión sea excluida a priori del debate público, o quedar sujeta a censura previa.

Desde una visión garantista, la libertad de expresión debe garantizarse no sólo en cuanto a la difusión de ideas e informaciones recibidas favorablemente, sino también en cuanto a las que ofenden, chocan, inquietan o resultan ingratas a los funcionarios públicos o a un sector de la población. Pero también es evidente que la libertad de expresión garantiza que grupos históricamente excluídos o discriminados por razones diversas se expresen sin temor a ser hostigados. Este segundo punto suele ser olvidados por los denominados libertarios.

Aún desde la visión garantista, el derecho a la libertad de expresión no es un derecho absoluto y está sujeto a limitaciones, específicamente establecidas en la Convención Americana y otros instrumentos. De una parte, puede ser limitada cuando es imperioso y necesario garantizar ciertos intereses públicos o los derechos de otras personas (artículo 13.2). Además, el artículo 13.5 de la Convención Americana establece que “estará prohibida por la ley toda propaganda en favor de la guerra y toda apología del odio nacional, racial o religioso que constituyan incitaciones a la violencia o cualquier otra acción ilegal similar contra cualquier persona o grupo de personas, por ningún motivo, inclusive los de raza, color, religión, idioma u origen nacional”.

Desde el punto de vista de los derechos humanos, a mi juico el más importante consenso o piso de protección que ha construido la humanidad, las respuestas a las interrogantes planteadas no son sencillas. En estas pocas líneas, apenas podré esbozar algunas respuestas, que no agotarán el presente debate.

Una interpretación atendible me parece la de la Relatora Especial de la ONU sobre asuntos de las minorías, Rita Izsák, que expresó que “a fin de elaborar legislación y medidas coherentes y eficaces para prohibir y castigar la incitación al odio, hay que evitar confundir el discurso de odio con otros tipos de discurso incendiario, hostil u ofensivo. Como han señalado los expertos, los efectos perseguidos o reales del discurso podrían ser un indicador útil para distinguir la incitación al odio de otras categorías de discurso de odio efectivamente penalizables. Esto es, una forma de restricción a la expresión sería posible si la expresión en cuestión –más allá de que sea deplorable— puede generar un daño probable en los destinatarios por fuerza de quién lo expresa o del contexto existente en el caso concreto.

 

Libertad en tiempos de cristal por Andres Scavarelli

Hay un formidable monologo del comunicador Jonathan Pie subido a su canal de Youtube el 10 de noviembre de 2016[i] en el que analiza la situación de aquel momento. La victoria de Trump, el Brexit y el auge inicial de movimientos que se alimentaron de la reciproca intolerancia social para crecer en las sombras y hacer su repentino resurgimiento.

En ese video al que sugiero ver, el periodista analiza bajo el formato de un “off the record” el ¿Cómo es posible que haya ganado Trump? Llegando a una conclusión que al final resulta absolutamente obvia. La culpa es de la falta de contraposición, de debate, de discusión de ciertos temas.

Lo que él mismo señala y podríamos nosotros llamar como “el fracaso del éxito de la hegemonía cultural de izquierda”, porque cuando una sociedad estigmatiza ciertos temas o peor aún, cuando se penaliza el debate de ciertas ideas, no está condenando a la inexistencia o a la extinción esas ideas, las está forzando a la clandestinidad.

El mecanismo es simple y quienes tengan cañas de tacuara les será familiar. Uno puede ir cortando los brotes, pero la planta se extiende por debajo de la superficie y rápidamente aparece donde menos uno la espera y con una fuerza impresionante. Las ideas funcionan igual cuando uno las prohíbe, las censura o las pretende acallar.

Como señala la propia Opinión Consultiva 5 de la Corte Interamericana de Derechos Humanos en su punto 70, “la libertad de expresión es una piedra angular en la existencia misma de una sociedad democrática. Es indispensable para la formación de la opinión pública”, para agregar al final del mismo “…es posible afirmar que una sociedad que no está bien informada no es plenamente libre”.

En este tema entran cuestiones sumamente sensibles, pero también complejas que no da el espacio para tratar en este momento como la propia “paradoja de la tolerancia” de Karl Popper y el grado de intolerancia necesaria para que un discurso destructivo prevalezca.

Al mismo tiempo se debe tener en cuenta algo que suele ser un pilar en materia de libertad de expresión y es que ella no se reconoce para las opiniones que puedan ser agradables o complacientes sino en especial para las que puedan resultar ofensivas y molestas, porque la molestia y la ofensa no puede ser un obstáculo a la hora de la discusión pública porque si censuramos o penalizamos los discursos molestos estos no dejan de existir, simplemente se replicaran fuera del ojo público y sin que tengamos la oportunidad de prestarles contienda hasta cuando es demasiado tarde.

La mentira, la desinformación, el odio son virus sociales que se propagan, muchas veces, asintomáticamente, la única forma de lograr combatirlos es mediante la detección, como sucede con el coronavirus hoy día, sin detección no hay posibilidad de cortar la transmisión. Pero ¿Cuál es la vacuna o como evitamos esa transmisión? Con el debate, con la discusión sin estigmatizaciones que generen martirologios, confrontando idea contra idea, para lo cual es fundamental la visibilización del problema.

En definitiva, la única forma de cambiar la realidad es siendo conscientes de ella, aunque duela, moleste u ofenda. Pero la realidad no cambia prohibiéndola o callándola, sino justamente confrontándola con argumentos.

[i] Ultima consulta 28/02/2021. Esta es la versión subtitulada por Roberto Jiménez del original. https://www.youtube.com/watch?v=RZwF2mzDAA8

 

La barbarie y el rol de los medios por Jana  Rodríguez Hertz

“Todo es igual, nada es mejor
¡Lo mismo un burro que un gran profesor!
No hay aplazaos ni escalafón
Los inmorales nos han igualao”

La letra del tango Cambalache de Discépolo es aún más vigente hoy que en el problemático y febril siglo XX. A raíz de una tapa en una edición pasada, donde se amplifica el discurso de odio de un energúmeno con una dosis de ignorancia importante, me invitaron a opinar, con un cuestionario un tanto tendencioso, sobre si hay que limitar las opiniones polémicas, sobre si la mejor forma de combatir posturas incómodas es ocultarlas. Se me pregunta si el hecho de que existan no justifica que se le dé amplificación.

Creo que en el meollo de esta cuestión está el rol de los medios. Ante el maremagnum de información que pulula en las redes, el rol del periodismo está más que nunca cuestionado. Tenemos acceso casi ilimitado a imágenes, opiniones, noticias. El rol de los medios ahora no es tanto “conseguir” sino “ser curadores” de información. Elegir, jerarquizar, filtrar. Diría que un medio se define hoy mucho más por lo que no publica que por lo que publica. Los medios de menores recursos apelan al clickbait. Y en el clickbait entra la cloaca de la información. Entonces, ¿en qué quedamos? ¿hay que limitar las opiniones polémicas? De ningún modo. Pero hay un océano entre limitar las opiniones polémicas y amplificarlas, jerarquizarlas, darles status de opinión válida. Entonces yo pregunto, ¿Hay que amplificar al político de poca monta que dice que un científico es llamado por el gobierno gracias al lobby judío? ¿Hay que amplificar a la actriz en decadencia que dice que la ciencia y las vacunas no sirven para nada en medio de una pandemia que se ha cobrado millones de vidas? ¿Hay que amplificar a los pedófilos que manifiestan su deseo sexual por niños? ¿Hay que amplificar a los racistas? Porque todas esas cosas existen en la sociedad. Y vaya si existen.

Queremos a los medios para que hagan lo que mejor saben: clasificar información, conseguir información de calidad, ponerle el sello de credibilidad a lo que leemos. No vale todo, no cualquier cosa -por más que exista- tiene la misma validez que otra. Hay cosas que son basura. Y si los medios no saben distinguirla, entonces su rol tal vez deje de ser importante para los lectores.

 

 Mucho miedo por José Luis Perera

No tengo televisión. Escucho algo de radio, no precisamente programas de deportes, por tal razón no conozco casi nada a Sonsol. Digo esto porque lo primero que hice apenas recibí la invitación de Voces, fue ir a leer la entrevista a este hombre. Y es que lo más interesante es que el mismo acto de censura (o las ganas de) hace del discurso el centro de la realidad misma, valida al producto censurado. La intención de negar o reprimir una cosa (una opinión, una obra de arte, una entrevista) la hace a ésta más deseable. La idea de reprimir la opinión ajena no solo es abyecta, sino que además es inútil.

La censura ha sido aplicada por los Estados, las religiones, los sistemas educativos, las familias, los grupos de presión, hacia las artes, la pintura, la escultura y la música, para la expresión periodística y casi para cualquier tipo de expresión, en un lugar o en otro del mundo, siempre. A veces solapada, otras no tanto. La viví en carne propia.

Tal vez no sea casualidad que los primeros casos de censura en la historia hayan coincidido con el nacimiento de la democracia, ni que las víctimas hayan sido un pensador y un poeta: Sócrates y Arquíloco.

Cuenta el filólogo español Luis Gil, en su libro “Censura en el mundo antiguo”, que el poeta fue el primer caso de censura oficial en Grecia. Intentó entrar a Esparta, pero fue expulsado junto con sus textos porque cuestionaba los valores belicistas de la época y negaba los códigos del heroísmo:

“No me gusta el general corpulento o que a zancadas camina / o que presume de rizos o cuida su afeitado. / El mío ha de ser menudo, que en sus canillas se aprecie que es zambo, / plantado firmemente sobre sus pies, lleno de valor”.

El pecado de Sócrates, criticar públicamente el sistema político de Atenas; la tergiversación que se hacía de la democracia. Eso lo llevó a la ruptura con la polis. Fue declarado enemigo del pueblo; jueces sumisos a los gobernantes lo condenaron a muerte y en Atenas se instauró la censura.

Y es que detrás de la necesidad del poder, de acallar ciertas voces, está el miedo. Dentro de este concepto de la censura, Foucault incluye la división entre locura y razón. Aquél que se ubica en el espacio del «coherente», proyecta socialmente la herramienta de la censura para con el «loco», el que amenaza esta coherencia subjetiva. La censura de esta locura vendrá también complementada por lo sobrenatural del discurso del loco y me animaría a afirmar, por el miedo que el discurso del loco (del diferente, del políticamente incorrecto) produce. Es así que si el censurador produce miedo al censurado, reprimiendo y amenazándolo, lo que refleja es un intento de equilibrio con el miedo que él mismo carga.

 

Sin censura por Sergio Silvestri

Cuando elegimos entrevistar a alguien, no hay lugar para censurar, ni para coartar lo que nuestro convocado dice.

El razonamiento es simple, si queremos entrevistarlo, es porque lo que nos puede llegar a decir nos resulta interesante, y también estimamos que será interesante para quienes lo lean o escuchen. Si partimos de ahí, es difícil pensar que aunque no estemos de acuerdo con sus opiniones, no nos gusten o lo que diga sea inconveniente, lo limitemos.

Esta lógica que se aplica por estos tiempos, fundamentalmente a través de las redes sociales, apuntando al “mensajero” y cuestionando la publicación de la postura u opiniones de los entrevistados, me genera rebeldía, molestia, no lo voy a negar.

Entonces les hago una pregunta a todos los “criticones seriales”, tan sencillo como obvio, ¿pretenden que los medios difundan solo lo que quieren escuchar, solo lo que coincide con sus convicciones y opiniones? Lamentablemente les tengo una “mala” noticia (y eso que las noticias no son ni buenas ni malas…), es imposible.

Habitualmente escuchamos el comentario, “para que le dan micrófono es tal persona…”, y ahí muchas veces me pregunto, quién tiene la vara para medir a esa persona o lo que ella defiende.

En política y en el deporte, es muy común que surjan el tipo de comentarios sobre que los periodistas o el medio son “zurdos o “fachos”, o son “bolsos” o “manyas”, por lo que dicen los entrevistados, y a veces porque le hacen notas a tal o a cuál.  Está complicado eso. Tolerancia cero.

Porque al mismo tiempo que llueven las críticas en ese sentido, las mismas voces reclaman un periodismo independiente, “me gusta aquel porque no se casa con nadie…”, la libertad de expresión, pero ojo siempre y cuando esa independencia y esa libertad de expresión, diga lo que quiero escuchar, porque si no estoy de acuerdo; aparece el infalible “ahí está todo flechado…”.

Hablemos de los temas que estamos de acuerdo, que hay consenso, pero no pretendamos silenciar los que son complicados, los que generan debate, los que son incómodos. No nos acostumbremos a lo políticamente correcto, porque además no todo es blanco y negro.

A lo largo de la historia, las dictaduras militares o regímenes totalitarios, de izquierda y de derecha, nos han puesto de cara a la censura, a limitarnos el ejercicio de la profesión, y el daño principal es a la gente que no se puede informar. Pero la memoria del ser humano es muy frágil.

Por eso cuando aparecen estas polémicas, y se pone más el acento en por qué se hizo la entrevista, en lugar de disentir o no con lo que expresa el entrevistado de turno, siempre voy a defender la libertad de expresión. El poder de elección siempre está en manos de la gente, para decidir que leer, que escuchar o que mirar.

Las acciones de limitar o censurar a misóginos, xenófobos, antisemitas, antivacunas, homofóbicos o neonazis, puede resultar más fácil, más cómodo, no tengo dudas. La tribuna y el poder contentos, es más nos hasta nos evitamos conflictos. Pero si abrimos la puerta y nos dejamos llevar por la masividad, que hacemos cuando los reclamos de limitar opiniones vienen de otro lado.

Puedo estar completamente de acuerdo, puedo disentir, hasta me puede molestar mucho lo que diga un entrevistado, pero si tomo la decisión de hacerle una nota, no soy yo el que tengo que censurarlo.

 

Puritanismo y democracia por Juan Pablo Grandal

Una idea que está muy en boga, particularmente entre las élites, es aquella presentada por el filósofo Karl Popper de la “paradoja de la tolerancia”. Básicamente, postula que para que una sociedad abierta y tolerante perdure en el tiempo, debe tener mecanismos para censurar a aquellos elementos “intolerantes” de la sociedad que utilizarían la tolerancia y las libertades de las “sociedades abiertas” para destruirlas.

Aquí entramos al tema de hoy: la entrevista realizada por este semanario en la anterior edición a Alberto Sonsol, o más bien, la portada que hacía referencia a ésta. El titular, “no estoy de acuerdo con que las mujeres se victimicen” puede sonar chocante y “políticamente incorrecto”, pero si uno lee la entrevista, a lo que se refiere esa frase no es para nada chocante ni “violenta” absolutamente a nadie. Quien quiera ver en profundidad los comentarios del comunicador pueden leer la entrevista, y seguramente llegue a la misma conclusión.

Y lo mejor de todo, es que este caso, es un claro ejemplo de un “consenso hegemónico”, impuesto desde las élites, con el que las mayorías no están de acuerdo, pero es cada vez más difícil de discutir en público sin causar algún tipo de exaltación moralista por parte de ciertos elementos de la opinión pública. No sé en qué sociedad vive toda esta gente, pero yo vivo en la uruguaya. Y por lo menos desde mi experiencia, no existe una opinión abrumadora en la sociedad a favor de las cuotas de género, a las que se refiere Sonsol. Más aún, no existe una opinión abrumadora a favor del propio feminismo, a pesar de lo que te harían creer los medios hegemónicos.

Es cada día más difícil encontrar voces disidentes en las cuestiones relacionadas al género, raza, etc., y eso que nuestro país por suerte aún es bastante tolerante con opiniones disidentes, comparado por ejemplo con el mundo anglosajón. Ya ni siquiera opiniones disidentes, solamente formas de expresión que sean consideradas “inadecuadas” por el puritanismo imperante pueden conllevar sanción. “Gracias negrito”, ¿se acuerdan?

Estas agendas de “transformación profunda de la sociedad” tienen mucha relación también con el pensamiento Mitrista, muy embebido también del protestantismo anglosajón, que buscaba a toda costa “civilizar al bárbaro” imponiéndole a las mayorías los valores culturales de los centros de poder globales, generalmente mediante la violencia. Quien quiera buscar referencias a esta dicotomía entre “civilización y barbarie” entre los principales defensores del feminismo, antirracismo, teoría queer, etc., las encontrará muy fácilmente, con su acompañante desprecio por la forma de vida de las mayorías, consideradas “atrasadas y retrógradas”.

Volviendo a Popper. Uno de los principales reivindicadores y defensores de las ideas de Popper hoy es George Soros. Su “Open Society Foundation”, fundación mediante la cual financia “movimientos sociales” y partidos políticos a lo largo del mundo, toma su nombre de una de las obras más famosas de Popper, “La Sociedad Abierta y sus Enemigos”. Curiosamente, esta “fundación”, tiende a financiar grupos afines al progresismo occidental: entre ellos, obviamente, el feminismo. Terriblemente curioso que se utilice la excusa del “discurso de odio” para censurar voces contrarias a esta agenda.

Y que quede claro: defiendo a muerte la libertad plena de las mujeres, como de los hombres, para hacer de sus vidas lo que les parezca y de vivir su sexualidad como quieran. Pero hay algo que no podemos ignorar: las tendencias liberticidas en el feminismo no son nuevas. Quiero recordar que el movimiento feminista estadounidense, en alianza con el protestantismo puritano, fue uno de los principales impulsores de la prohibición del consumo y venta de alcohol. Las consecuencias de esa política las sabe todo aquel que haya visto una película de mafiosos.

Y ya que tanto el propio Popper, como la Open Society, y la multitud de movimientos que entran dentro de su paraguas financiero y/o ideológico, actúan en nombre de una supuesta defensa de la democracia liberal frente al “autoritarismo, fascismo, nazismo, etc”, debemos pensar qué buscamos de la democracia. En mi opinión, la posibilidad de decir y hacer lo que a uno le plazca, mientras no atente contra la vida o propiedad de ajenos, es aquello que más debemos defender de este sistema. Y está en grave peligro. Por agendas financiadas por grupos de poder global, defendidas por grupos minoritarios en número de adherentes, pero con gran capacidad de movilización y presencia en la sociedad civil.

Personalmente, si tu “defensa de la democracia” me quita la posibilidad de expresarme como me dé la gana o consumir los productos culturales que me dé la gana, tu democracia no la quiero. Y lo peor, es que jamás van a poder eliminar todo resto de “machismo, racismo u homofobia” de la sociedad. Ni siquiera sería una limitación actual de las libertades que será recompensada en un futuro…algún día aprenderemos que las “sociedades perfectas” son una fábula. Prefiero que, a nuestras sociedades imperfectas, no las vuelvan peores.

 

Defensor acérrimo de la libertad por Max Sapolinski

No puedo evitar que se me generen algunos sentimientos contradictorios en el planteamiento de este tema por parte de Voces.

Por un lado, el planteamiento de la temática en forma abstracta. Por otro el reportaje que ocasiona el análisis en cuestión.

Como premisa básica para el tratamiento conceptual: he sido y seguiré siendo siempre un defensor acérrimo de la libertad tanto en su alcance físico como de pensamiento y de expresión del mismo.

Eso no significa que esa libertad de expresión permita sembrar con ánimo destructivo y delictivo la convivencia de la sociedad. El derecho inalienable de expresión de un individuo no permite violar otro derecho inalienable: el derecho a no ser discriminado. No es válido incitar a la violencia, la discriminación o el crimen.

De más está decir que sabiamente nuestra legislación criminaliza toda forma de discriminación. Vale citar al artículo 2º de la ley 17.817: “A los efectos de la presente ley se entenderá por discriminación toda distinción, exclusión, restricción, preferencia o ejercicio de violencia física y moral, basada en motivos de raza, color de piel, religión, origen nacional o étnico, discapacidad, aspecto estético, género, orientación e identidad sexual, que tenga por objeto o por resultado anular o menoscabar el reconocimiento, goce o ejercicio, en condiciones de igualdad, de los derechos humanos y libertades fundamentales en las esferas política, económica, social, cultural o en cualquier otra esfera de la vida pública”.

Hechas estas puntualizaciones, me quiero referir al reportaje al comunicador Alberto Sonsol y sus repercusiones que motivan estas líneas.

Su afirmación sobre su disgusto por la victimización de las mujeres que fue amplificada por ser el título principal de la edición, implica un concepto que analizado con serenidad no puede ser discutido ni siquiera por el más férreo defensor de la igualdad de derechos entre los géneros. Nadie debería tolerar que para acceder a determinadas posiciones un individuo, cualquiera sea su género, se victimice para obtener su beneficio. Eso es muy distinto que mantener una actitud activa en procura de una igualdad de derechos que aún está lejos de alcanzarse.

Hay oportunidades en que militantes de determinada causa legítima pasan a desarrollar una prédica que contradice el espíritu que busca lograr los derechos procurados para ser portador de un discurso de odio e intolerancia que perjudica más de lo que beneficia la causa pretendida.

Si a esta patología le sumamos esta tendencia que capea en nuestros tiempos de hacer lineales todos los pensamientos, de aplicar el estereotipo para juzgar individuos y actitudes que ha sido profundizada en el reino de las redes sociales, nos encontramos con eventuales linchamientos y prejuicios que en nada ayudan al diálogo, la convivencia y terminan perjudicando las casusas justas que se proclaman.

Es bueno aplicar el consejo del destacado filósofo y escritor Erich Fromm: “El hombre no es libre de elegir entre tener o no tener ideales, pero lo es para elegir entre diferentes clases de ideales, entre consagrarse al culto del poder y la destrucción o al de la razón y el amor”. Si fuera unánime el consenso sobre este pensamiento estaríamos avanzando en el largo y nunca alcanzable camino de búsqueda de una sociedad mejor.

 

Todas las Voces por Cristina De Armas

Me cuesta unir en la imaginación a Lestat con el Sr. Sonsol. Me cuesta porque Lestat era un libertino, un ser despojado de inhibiciones, dominado por sus deseos…” Entrevista con el Vampiro” de Anne Rice (1976) no tiene como protagonista a Lestat sino a Louis dePointe du Lac.  Bellísimo y seductor como se suele presentar al vampiro en la literatura, como se presenta a lo prohibido; un vampiro con conciencia, moral, en lucha interna entre el instinto y el sentimiento. Un depresivo casi suicida que no encuentra su lugar en ninguna época…

Cada sociedad a lo largo de la historia del hombre ha creado sus propios dioses y demonios de acuerdo a su necesidad y conveniencia. A veces los ha creado el folclore popular, otras veces los grupos de poder para el folclore popular. Lo que han sido siempre, unos y otros, es el reflejo de la sociedad que les ha creado, para bien o para mal.

En el tiempo que nos toca vivir los medios de comunicación tienen el poder y la libertad, micrófono mediante, entrevista mediante, de dar espacio de difusión, de hacer llegar la imagen y la palabra de aquellos a quienes de una forma u otra la sociedad o parte de ella consideran relevantes por algún motivo. No falta quien diga que el poder de los medios es tan grande que no solo difunde, sino que crea, dioses y demonios.

Y de eso se trata; de poder. En una sociedad democrática como la nuestra, por definición pluralista; el manejo y la aceptación que tenemos de ese pluralismo, de la convivencia con nuestras distintas formas de pensar, ver y vivir nuestra realidad es lo que nos permite una vida ordenada y en paz. Convivimos con dioses y demonios, los nuestros y los de los demás. Negarlos, ocultarlos, censurarlos no hará que desaparezcan, armarnos de cruces y estacas nos convertirá en una turba de ignorantes que sólo logrará hacer ricos a quienes nos vendan cruces y estacas. Es la ignorancia que produce el miedo, el miedo la intolerancia y ella la conveniencia de quienes buscan el poder a través de nuestro descontento.

Entonces; se dice que la tolerancia extrema es a la intolerancia, pero tiene límites en una sociedad como la nuestra; la libertad individual que como ciudadanos tenemos y nuestro orden social que como democracia elegimos.     Fuera de ello, bienvenido siempre el pluralismo, las puertas abiertas y todas las Voces.

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