Entrevista: Pablo García Romero
“La cultura y la educación no pueden ser concebidas sino como derechos humanos fundamentales”
El filósofo Pablo Romero García acaba de publicar el libro “Sobre el sentido de educar”. Es un trabajo ganador del certamen organizado en 2020 por la Gran Logia de la Masonería del Uruguay y aborda, entre otros temas, el vínculo de la educación con la cultura y el rol actual de la educación.
¿Cómo nació la idea de hacer el libro?
De la necesidad de reflexionar y producir más allá del espacio del aula, de asumir la importancia de la docencia como una tarea intelectual desde la cual el educador participa e incide públicamente en su comunidad. Y desde la escritura constante, las instancias de conferencias y debates, de diálogos en los medios de comunicación, que conforman los diversos formatos en los que vengo llevando esa tarea intelectual comunitaria y que aparecen recogidos en este libro. Luego, hay una instancia decisiva en el recorte y selección del material, que es la convocatoria del Certamen de Ensayos 2020 «Educación: la construcción permanente del futuro. Continuidades y desafíos de la enseñanza en Uruguay», conformado por un prestigioso jurado de colegas del campo educativo. Bajo el hilo narrativo referido al sentido de educar conformé un ensayo que, ajustado a la extensión requerida, resultó el ganador del certamen. El impulso por el libro estuvo primero y el material que venía trabajando es bastante más amplio que este que contiene la obra, pero lo acotado para el ensayo ganador es el núcleo central de mi pensamiento en materia educativa. Allí está lo importante de mi perspectiva sobre el sentido de educar.
¿Cuál es, precisamente, el «sentido de educar «?
Las instituciones educativas, no solo enseñan, sino que educan. El sentido de educar supone un concepto más amplio que el de enseñar contenidos disciplinares organizados, estructurados a través de un curso escolar, implica formar en valores, implica formar ciudadanía. Desde la escuela, debemos generar espacios de diálogo y reflexión sobre los valores deseables de circular en una comunidad, lo que nos permitiría ir conformando una ciudadanía preparada tempranamente para el cultivo de la tolerancia, el respeto y la convivencia, entre otras aptitudes que repercutan en una mejor vida en común (y también, por cierto, en el mejor desarrollo de cualquier oficio, profesión o trabajo que más adelante esa persona realice en su vida adulta). La cultura y la educación no pueden ser concebidas sino como derechos humanos fundamentales, como los caminos capaces de construir una ciudadanía sustentada en la autonomía intelectual, el pensamiento crítico y los valores deseables de fomentar. Ese es el sentido de educar, que, por supuesto, se va construyendo permanentemente en sus contenidos concretos, en tanto no es algo fijo, inmutable, sino dinámico, vivo, fruto del incesante trajinar del pensamiento y el valorar.
¿Cuáles son los desafíos actuales de la educación?
Son muchos y diversos, pero creo que la coyuntura actual nos empuja a colocar el foco en uno de nuestros principales desafíos desde siempre, particularmente en estas regiones del mundo: el papel que juega la educación en la igualdad de oportunidades, en la búsqueda de la equidad. Un problema que, por cierto, cobija a casi todos los demás, por la amplitud filosófica que implica, porque es propedéutico al campo educativo preguntarse por su rol en relación a la desigualdad social. Y al respecto, en estos momentos es inevitable reflexionar sobre lo que nos afecta la pandemia que estamos atravesando.
¿Cómo contribuye la educación a construir nuevas miradas respecto a la cultura?
Hay un vínculo indisoluble entre educación y cultura. Ese es, justamente, el primer vínculo que aborda el libro, aterrizando particularmente en la relación entre capital cultural y educación. Si estamos de acuerdo en que el acceso a la cultura es uno de los derechos humanos que debemos proteger y promover, nos resultará pertinente tener en cuenta que el proceso de formación de subjetividades capaces de apreciar –en su más amplio sentido y en sus diversas expresiones– los entramados de la complejidad del pensamiento humano, es un punto de encuentro entre las políticas culturales y educativas. Las instituciones educativas son espacios decisivos del entramado cultural. En tal sentido, a su vez, una adecuada política en territorios de la cultura debe rescatar tanto los valores culturales de una sociedad, presentando sus logros materiales e intelectuales (entendiéndose esto en su más amplia acepción), como fomentar su desarrollo. La construcción de la identidad cultural implica potenciar tanto aquello que nos diferencia de los demás, como los elementos que nos integran, que nos unen y nos dan un sentido de pertenencia, aunque concibiendo lo identitario en términos dinámicos, en un mundo de permanentes cambios, de transformaciones vertiginosas. Los espacios educativos con sus diversos actores, constituyen un ámbito esencial, privilegiado, en relación a la consecución de esta tarea. Como vemos, educación y cultura, cultura y educación van de la mano y construyen mutuamente las miradas que determinan uno y otro campo.
¿Qué cambios urgen en la educación para aggiornarla a los nuevos tiempos?
Antes que nada, trabajar fuertemente sobre la formación docente, tener políticas de formación permanente, que genere educadores en constante revisión de sus prácticas, estando a la altura de los desafíos que nos presentan los vertiginosos tiempos en los que vivimos. Volver a dotar a la formación docente de una impronta con acento en la investigación, con el acento en generar profesionales capaces de desarrollarse como intelectuales activos en los ámbitos institucionales donde le toque ejercer. Otorgar un verdadero rango universitario a profesores y maestros es un desafío de primer orden. Se deberá trabajar fuertemente sobre lo curricular y sobre las prácticas que llevan adelante los diversos centros de formación docente, que deben estar atravesados por exigencias y propuestas institucionales que acompasen los desafíos pedagógicos que nos presenta el siglo xxi a la par que ser acordes a una formación de alto nivel académico, cuestión que se ha ido perdiendo en las últimas décadas. Debemos generar políticas para que los educadores una vez que egresen de sus institutos formativos tengan objetivos, motivaciones y canales para continuar con su formación intelectual. El primer cambio en el aggionarse a los nuevos tiempos debe darse, entonces, en un nivel previo que el de los subsistemas de primaria, secundaria y UTU: el partido se juega desde la formación docente y se prolonga luego en la continuidad formativa ya en pleno ejercicio de la tarea docente en liceos y escuelas.
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