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“Érase una vez un genio” Por Martín Imer

“Érase una vez un genio” Por Martín Imer
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Intrigante y romántica celebración de la narración
Three Thousand Years of Longing. EE.UU/Australia. Dirección: George Miller. Guion: George Miller, Augusta Gore. Fotografía: John Seal. Montaje: Margaret Sixel. Música: Tom Holkenborg. Con Tilda Swinton, Idris Elba. Calificación: MUY BUENA.

Por sobre todas las cosas, tal vez el mayor valor de Érase una vez un genio, nuevo estreno del director australiano George Miller, es el de subvertir las expectativas. Lo que el espectador puede esperar al ver el tráiler es un cuento que se acerca a la conocida saga de acción Mad Max, con abundancia de efectos especiales y escenas adrenalíticas unidas por el ligero hilo narrativo de un genio contando diversas historias, al más puro estilo Las mil y una noches. Sin embargo, lo que preparó el realizador en esta oportunidad es algo radicalmente distinto, aunque igual de arriesgado: una historia profunda y romántica que celebra el arte de contar historias, tal vez en su sentido más etimológico.
La cinta cuenta la historia de Alithea (excelente Tilda Swinton), una especialista en la historia de la narrativa, desde los juglares hasta los textos contemporáneos. Durante una conferencia en Estambul, sucede algo digno de los cuentos más fantasiosos: luego de frotar una botella que compró en un extraño bazar, sale de allí un genio que le ofrece, como suele pasar en estos casos, tres deseos, a cambio de que luego de eso él sea libre. Sin embargo, la mujer comienza a retrasar el intercambio, comenzando a preguntar sobre la intrigante vida del genio. Así descubre una serie de relatos que abren su visión del mundo de manera radical, dando como conclusión un deseo que resultará inesperado para ambos.
Es cierto que, en el planteo, hay algo de la narración enmarcada que es característica fundamental de libros como el mencionado Mil y una noches y otros como El decamerón, algo muy rico para un cineasta ya que permite la oportunidad (y la necesidad) de tener más creatividad, darle aire a la narración y, en definitiva, tener más chances de jugar con distintos estilos y tramas. Sin embargo, Miller hace de esta narración algo más contenido, presentando un cuento que se abre en diferentes direcciones pero con la firme intención de potenciar el cuento principal, el cual es tal vez el más intimista: en esa conversación entre la historiadora y el genio se deja ver una exploración del deseo humano y, en definitiva, la esencia de las personas, abarcando sus vicios y también sus virtudes, y ahondando en la necesidad de la compañía y, en definitiva, el verdadero alcance del amor y el entendimiento dentro de las relaciones. Lo interesante es que, a la hora de presentar el mensaje, el australiano se vale de todas las herramientas estéticas que han formado parte de su interesante filmografía, desplegando un intenso universo visual en donde abundan seres mitológicos, movimientos frenéticos de cámara y un poderoso trabajo sonoro.
Y lo que redondea el atractivo del producto es, además, su interés por la historia de la narrativa. El lector podrá advertir que no se habla exclusivamente del texto escrito, del libro, sino de algo mucho más general y antiguo; del arte mismo de contar un cuento, ya sea de manera verbal o, también, como el director de una película. Es fascinante como la película, además de poner en boca de sus personajes su contenido cultural y filosófico, emprende una suerte de metamorfosis narrativa, yendo desde la voz en off hasta la división en capítulos, confiando en el poder de las imágenes (esto es, en definitiva, una experiencia cinematográfica para disfrutar a pleno en un cine) pero sin dejar de jugar con distintos estilos, sorprendiendo constantemente al espectador.
Tal vez no debería ser tan sorpresivo teniendo en cuenta las curiosas decisiones que ha tomado Miller a lo largo de una carrera de más de 30 años: luego de sorprender al mundo con el potente rugido que significó la acción de Mad Max y, sobre todo, Mad Max 2 – El guerrero de la carretera, el realizador mostró una insólita versatilidad con películas posteriores de corte familiar, como Babe – el chanchito valiente o Happy feet – el pingüino, esta última ganadora del Oscar a Mejor película animada. En el medio también hizo cintas menores, como la entretenida Las brujas de Eastwick o la poco conocida Un milagro para Lorenzo. Incluso es destacable que, dentro de la acción, Miller se las rebuscó para insertar contenidos más profundos, como el mensaje ambientalista que reinó en todas las películas protagonizadas por el audaz Max Rockatansky, y particularmente el tono feminista que predomina la cuarta entrega de la saga, Furia en la carretera. Érase una vez un genio entra en un lugar extraño dentro de la filmografía: por un lado, es un producto que resulta fácilmente reconocible dentro de la obra del autor, sobre todo por su desenfreno estético; por el otro, es tal vez uno de los intentos más arriesgados de parte de un director popular para dejar una película que deje claras sus obsesiones e intereses intelectuales — una película que termina siendo, a su vez, personal y diferente, única y, también, propia de quien la hace.
Tal vez lo único que juega en contra del producto es cierta aceleración del ritmo en sus últimos minutos, que por su rapidez no terminan de ser tan efectivos dentro del conjunto, apostando por un resumen que tal vez intenta ser más impactante. Sin embargo, todo lo anterior habla de una cinta que, ya solo por su originalidad, vale la pena descubrir.

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