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Filosofía de la religión, no religiosa. por Miguel Pastorino

Filosofía de la religión, no religiosa.  por Miguel Pastorino
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Joseph Ratzinger, en su obra Introducción al cristianismo (1969), dedicó el primer capítulo a una reflexión filosófica sobre la fe. Para el teólogo alemán la vivencia de la fe, entendida en su realidad dinámica y existencial, no es extraña a la incertidumbre y a la duda, sino que comprende la confianza en medio de la duda. En su visión antropológica personalista, la fe no es para Ratzinger algo estático, adquirido de una vez para siempre, sino un compromiso cotidiano, una opción libre que se renueva, se debilita o se fortalece, disminuye o crece, conviviendo con la amenaza de la incredulidad en los otros y en uno mismo. Por ello la fe no exonera al creyente de los mismos dramas existenciales que vive el ateo
El creyente siempre está amenazado por la caída en la nada, no vive sin problemas. Pero libremente decide creer, sin tenerlo todo asegurado. En este sentido Ratzinger quiere mostrar la cercanía que hay entre el creyente y el incrédulo para salir de las caricaturas que solemos hacer del creyente como alguien que jamás se cuestiona nada, o del ateo que nunca se preguntaría por la posibilidad de la fe.
Del mismo modo que el creyente no tiene todo asegurado en sus certezas, el incrédulo tampoco tiene la certeza de que su ateísmo sea una verdad absoluta y que no haya nada más allá de su seguridad «materialista», por lo que también vivirá con la incertidumbre de no tener todas las respuestas.
Por ello creer -o no creer- es una libre decisión, una postura elegida, una decisión previa a toda evidencia: ya sea para creer que existe Dios, como para creer que no existe. El creyente puede dudar pensando que todo lo que cree tal vez no sea cierto, y el ateo puede dudar pensando que tal vez exista una realidad trascendente como fundamento de todo lo real, aceptando la fe como desafío, como pregunta.
La incertidumbre es para Ratzinger lo que impide que cada uno se cierre en lo suyo y pueda convertirse en posibilidad para el diálogo. La honradez intelectual exige reconocer esta situación existencial y comprender al otro.
La misma duda es un elemento humanizador de la religión, impidiendo las incontables formas de fundamentalismos y fanatismos que confunden la fe con irracionalismo ciego. Del mismo modo la duda mantiene en el incrédulo la posibilidad de la fe y es su posibilidad para comprender al creyente.
La fe no libra de pensar y los creyentes vivirán siempre en la oscuridad que crea la oposición del que no cree. La indiferencia ante la fe parece una burla a la esperanza creyente, pero la fe sigue siendo un aguijón en la conciencia de la increencia, porque «tal vez sea verdad». Esto exige de ambas partes una responsabilidad del pensamiento, de preguntar por la totalidad de lo real, de no renunciar a las preguntas fundamentales de la existencia humana, que una y otra vez golpean a la puerta de creyentes y no creyentes. En este sentido, la filosofía de la religión posibilita un diálogo crítico entre saberes, entre filosofía y teología, entre ciencia y religión, entre ateos, agnósticos y creyentes de todas las religiones.

FILOSOFÍA, MÁS ALLÁ DEL PREJUICIO

Así como en los estudios filosóficos alguien puede dedicarse a la filosofía política, a la filosofía de la mente, a la filosofía del derecho, a la filosofía de la ciencia o a la filosofía del lenguaje, también existe la filosofía de la religión (con ese nombre desde el siglo XVIII). Sin embargo, en algunos ambientes académicos resulta todavía extraña o no se enseña, porque se la confunde con una especie de “filosofía religiosa”, en una frontera difusa con la teología, o como si por el solo hecho de tratar de la religión tuviera una perspectiva confesional. Este prejuicio tiene una historia, que no cabe en este artículo, pero que revela la dificultad para la investigación del hecho religioso. Nadie sospecha que un filósofo dedicado a la filosofía política, esté haciendo política partidaria, sin embargo suele sospecharse de que quien se dedica a la filosofía de la religión tiene una pretensión apologética. Pero más allá del prejuicio, no se puede negar que el problema filosófico de Dios, y de la religión ha estado presente de modo significativo en toda la historia de la filosofía, y toda filosofía ha planteado una determinada filosofía de la religión, desde los griegos hasta la filosofía contemporánea, desde Platón y Aristóteles, Agustín y Tomás de Aquino, hasta Descartes, Hume, Leibniz y Spinoza; desde Kant, Lessing y Hegel hasta Feuerbach, Nietzsche y Marx; desde Heidegger, Ortega y Zubiri hasta Bloch, Váttimo, Gadamer, Ricoeur, Taylor y Habermas.
La filosofía de la religión es una reflexión racional sobre el hecho religioso y sus contenidos, que busca esclarecer la naturaleza, el sentido y el valor de la religión, así como comprender su especificidad, sus razones y su lugar en la existencia humana. En este sentido nació la moderna filosofía de la religión (con Kant), a diferencia de la tradicional teología natural centrada en la cuestión de Dios o de la teodicea.
En la tradición anglosajona se le llama “filosofía de la religión” a lo que desde la Edad Media se conoce como “teología natural”, examinando racionalmente cuestiones teológicas y esto a veces puede confundir, porque también existe una “filosofía religiosa” dentro de diferentes religiones, donde se busca fundamentar y explicar en forma especulativa las creencias fundadas en una revelación. Otra cuestión es la sabiduría de cada tradición religiosa, a la que también a veces se le llama “filosofía” de determinada religión. Pero no es de esto de lo que estamos hablando.
Fundamentalmente la filosofía de la religión es “una reflexión crítica, abierta, rigurosa y no confesional sobre los temas relacionados con la religión” (M. Fraijó). Como la religión es un ámbito de la experiencia humana, la filosofía “la puede analizar siendo filosofía estricta, es decir, un saber teórico y riguroso que busca conocer y comprender lo que sea lo real” (X. Zubiri). Por ello la filosofía de la religión es un ámbito para realizar un tratamiento analítico-descriptivo, racional y autónomo del fenómeno religioso, lo cual exige que no se presuponga una determinada opción en materia religiosa. La religión como hecho histórico y cultural puede ser objeto de estudio racional, científico y filosófico. Y aquí es importante recordar también que toda aproximación filosófica también tiene sus propios supuestos teóricos y límites metodológicos.
La filosofía de la religión no presupone la fe, como sí sucede con la teología. La filosofía de la religión puede ayudar al teísta como al ateo a pensar sin ataduras, a pensar críticamente la religión sin buscar en el análisis una confirmación de sus opciones personales en cuanto a las creencias.
Hegel insistió en que la función de la filosofía de la religión no consiste en hacer a los hombres religiosos o ateos. Se pretende algo, si cabe, más difícil: hacerlos lúcidos.
Algunos de los grandes temas que estudia son el teísmo y el ateísmo, la epistemología de las creencias, la relación entre fe y razón, la experiencia religiosa, el lenguaje religioso, la relevancia cultural de las creencias religiosas, el origen, las crisis y el ocaso de las religiones, la relación entre ciencia y religión, las relaciones entre ética y religión, política y religión, el problema de Dios y el mal, los procesos de secularización, entre otros. Comparte abordajes con las ciencias positivas que estudian el fenómeno religioso (historia de las religiones, sociología de la religión, antropología de la religión, etc), pero su enfoque es estrictamente filosófico.
A partir de diferentes escuelas o sistemas filosóficos se han desarrollados diversas aproximaciones al hecho religioso desde la filosofía. Desde la más clásica inspirada en la filosofía escolástica, hasta la derivada de Kant o Hegel. Las tendencias que más se han desarrollado nacen con la filosofía de Husserl y de Heidegger, aunque en el mundo anglosajón la filosofía analítica ha desarrollado un camino paralelo y lejano a la reflexión alemana, que es donde se ha desarrollado más la disciplina.
La diferencia fundamental entre la filosofía de la religión con una “filosofía religiosa” es que la primera es un análisis crítico sobre la religión como realidad humana, mientras que a la segunda se la considera como una preparación (preámbulo) para la fe o una apologética confesional basada solo en la razón.

LAS CIENCIAS DE LA RELIGIÓN

El punto de partida para cualquier reflexión filosófica sobre estas cuestiones será el dato arrojado por las religiones particulares y las experiencias religiosas a lo largo de la historia. De hecho, el estudio empírico de las religiones nos hace saber que no todas las religiones tienen la misma concepción de lo divino, ni del mundo, ni de la vida, de hecho, existen religiones sin dioses, o sin idea de creación. Del mismo modo tampoco se puede etiquetar a alguien de ateo como si todos los ateísmos fueran iguales. De hecho, la sociología de la religión viene demostrando que quienes pertenecen a determinada religión o se dicen ateos, no necesariamente creen ni viven sus creencias del mismo modo, creando sus propios sistemas de creencias y cuyas vivencias se alejan de las rígidas clasificaciones doctrinales. Generalmente ya damos por obvio que sabemos lo que piensa alguien cuando dice que es ateo o que “cree en Dios”, o cuando dice que es católico, evangélico, musulmán, judío, budista o umbandista. Y en realidad estamos bastante lejos de saberlo si no preguntamos un poco más. Incluso aunque sean personas dentro de una misma religión, podemos encontrarnos con una gran diversidad de perspectivas filosóficas, éticas, teológicas y espirituales.
Por estos motivos, aunque se pueda hacer una reflexión especulativa sobre “la religión”, no se puede hacer filosofía de la religión de espaldas al aporte de las ciencias de la religión, ya sea desde la historia, la antropología o la sociología, que tienen por objeto de estudio al ser humano en su dimensión religiosa. Pero al mismo tiempo la filosofía de la religión cumple una función crítica con todos los reduccionismos metodológicos y epistemológicos propios de las disciplinas que estudian empíricamente las religiones. De este modo, aunque nos ayude a entenderla un determinado análisis científico, no se puede reducir la religión a su función social o política, como tampoco confundir la fe con la ética, o las doctrinas religiosas siempre con mitos, ni tampoco reducir la espiritualidad a cuestiones psicológicas (ya sean saludables o patológicas). Aunque todos estos aportes ayudan a comprender el fenómeno religioso en toda su amplitud, diversidad y complejidad, es preciso someter también a crítica los abordajes reductivos o que simplifican la realidad de lo religioso.

FE Y FILOSOFÍA

Las concepciones filosóficas sobre la fe dependen también de las creencias religiosas que están detrás de los mismos filósofos, aunque estuvieran en abierto conflicto con ellas, como gran parte del ateísmo humanista. La hegemonía del cristianismo en Europa es inseparable del desarrollo de la filosofía, y desde Agustín hasta Heidegger es imposible no reconocer conceptos y supuestos teológicos detrás de sistemas filosóficos. A su vez, el hecho de que Lutero odiara la filosofía y creara un divorcio radical entre fe y razón en el siglo XVI, abrió un camino que marcó a filósofos formados en la tradición protestante y que vieron en la fe un sentimiento de espaldas a la razón (fideísmo), una obediencia ciega sin crítica. En su último sermón en Wittenberg gritó: “El demonio encenderá la luz de la razón y los apartará de la fe”. No es casualidad la visión de la fe que tenían Kant, Hegel, Fichte, Schelling, Feuerbach, Nietzsche y Marx, habiendo sido formados en el protestantismo.
Por otra parte, hay un principio fundamental en el catolicismo y es que la fe y la razón jamás pueden contradecirse. No se puede pensar la fe sino como un acto de toda la persona: racional y libre. No puede considerarse como un mero sentimiento, ni tampoco como un acto ciego, porque exige pasar por el tamiz de la razón aquello que se cree. Lo que se cree puede no tener evidencia empírica, pero no puede ser irracional, y las creencias han de ser sometidas al análisis racional. Agustín de Hipona distinguió así entre el crédulo (que cree cualquier cosa) y el creyente (que cree de la mano de la razón).

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