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Flor de Liz Feijoo, obrera de la aguja: La mujer obrera no le tiene miedo a nada

Flor de Liz Feijoo, obrera de la aguja:  La mujer obrera no le tiene miedo a nada
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En vísperas del Día Internacional de la Mujer decidimos charlar con la responsable de la comisión de género del movimiento sindical. Teníamos como marco la polémica por el paro del 8 de marzo y la marcha feminista para la entrevista, pero el periodista propone y el entrevistado dispone así que derivó para otro lado. Vale la pena conocer la historia de vida y lucha de esta trabajadora.

 

Por Alfredo García / Fotos Rodrigo López

PERFIL:

Nació en Montevideo hace 56 años. Vivía en la Ciudad Vieja y fue a la escuela de las hermanas vicentinas. Hace unos años terminó el bachillerato y se puso a estudiar Antropología en Facultad de Humanidades. Su madre, originaria de Artigas, era empleada doméstica; el padre era trabajador del campo en Cerro Largo, que finalmente se vino a Montevideo. Hija única. Tiene cinco hijos, tres mujeres y dos varones, y dos nietas. Van desde los treinta y cuatro a los veintiséis años. Es secretaria del Sindicato de la Aguja (SUA) y responsable de la Comisión de género del PIT-CNT

¿Cuándo empezaste a trabajar en la aguja? ¿Fue tu primer laburo?

No, cuando era más joven empecé en la Droguería Británica. Después, empezaron a nacer los niños y un buen día se me ocurrió que tenía que trabajar. Sentía que, si no, tenía la vida vacía. Yo no sabía coser. En realidad, no sabía hacer nada. Sabía algo de administración. Me fui a DYMAC, una fábrica enorme con muchísima gente. Había una cola enorme para poder llenar el formulario. Cuando me tocó a mí, me preguntaron qué sabía hacer y dije que era administrativa. Me dijeron que no tenían nada para mí, y respondí que no importaba, que si había algo de limpiadora o de lo que fuere, yo quería el trabajo. Entonces me dijeron que podía entrar a limpiar. Al final, la limpieza que hice fue la de las prendas porque había una exportación. Al poco tiempo se dio la oportunidad de aprender a coser, en una escuelita que tenía la fábrica. Era un lugar bien complejo, en ese momento, porque lo primero que las compañeras te decían era que no levantaras la mirada al vidrio del piso de arriba, porque si te veían te echaban. No podías levantar los ojos de la máquina.

Buenas condiciones laborales. ¿Eran muchas trabajando?

Hubo épocas en que hubo más gente, pero cuando a mí me tocó eran alrededor de trescientas y pico de personas. Ahí aprendí a coser, y fue lo mejor que me pasó, el haber aprendido el oficio, oficio que amo.

¿Hacían prendas de qué tipo?

Había una parte de sastrería y otra de ropa de dama. Lo más interesante es que te enseñaban a coser en producción. Había ejercicios con cartas. Te decían que separaras todos los oros de las copas, y tenías que hacerlo rápidamente mientras te iban tomando el tiempo con un cronómetro, para saber qué tipo de manualidad tenías. Después te enseñaban todo lo que había en la máquina, hasta que cerrabas los ojos y sabías dónde estaba todo. También te enseñaban una operación específica, que para mí fue aprender a ser susonera, la pinza de entalle que hay delante de los sacos de hombres. Me dijeron que tenía que hacer treinta y seis susones por hora, y veintiocho si eran a cuadros. Si te pasabas de la producción te daban tres centésimos más. Yo estaba fascinada con lo que hacía. Era poco, pero era mi dinero. Me generaba una dignidad sentirme útil en cosas que hacía con las manos. Un buen día había para hacer horas extras. Yo estaba desesperada por hacer horas extras. Pero vino el encargado y me dijo que esas horas no me tocaban a mí. Me enojé. Me estaban pagando cuatro pesos con cincuenta. Ese mismo día me fui a otro lugar, a Meringo, por la calle Rocha, a la vuelta de la Facultad de Química. Cuando llegué estaba orgullosa de lo que yo sabía hacer y de la capacidad que tenía de producir. Dije que venía de DYMAC y que era especializada en susonera. Me miró y me dijo: “¿DYMAC? Pasá.” Y me dieron dieciocho pesos la hora.

Cuatro veces el otro sueldo. ¿De qué año estamos hablando?

1999…2000. A partir de ahí me enamoré del oficio y recorrí un montón de fábricas y talleres. Yo era una mamá con cinco hijos. Y a ninguna madre trabajadora le es muy fácil poder llegar a la fábrica a las siete de la mañana y luego ir a levantar a los gurises en la escuela. Muchas veces se te enferma uno y nadie lo te lo puede cuidar, entonces lo que hacés es renunciar y aclarado el problema te vas a otra fábrica. Había muchísimos talleres informales ya desde aquella época. En cualquier lugar te tomaban, si sabías trabajar.

Te sentías libre para irte porque sabías que conseguías otra cosa.

Sabías que conseguías un empleo en cualquier parte. Algo que siempre les digo a mis hijos es que estudien, pero que lo más importante es el oficio. El que te salva es el oficio cuando te encontrás sola o sin recursos. Mis tres hijas saben coser y uno de los varones también. Incluso cuando vinieron tiempos más duros no daba la plata para que todos fueran a facultad. Yo me había separado, estaba sola y no daba la plata. Cuando trabajaba en Reston, en Carreras Nacionales, donde estuve como ocho años, mi hija había conseguido trabajo en Elgi, que quedaba enfrente. La que sí había entrado a facultad tenía una beca, y nosotras éramos las que sosteníamos con lo que ganábamos. La jorobábamos. Hoy está trabajando en un banco. “Vas a ser “pequebu” y te mantenemos las obreras en casa”, le decíamos. Fue bastante complejo, pero todas salieron adelante.

¿Cuánta gente había en aquel momento en la aguja?

Cuando yo empecé ya era un poco la decadencia. El auge fue en la década del ochenta. En la década del noventa empezaron a cerrar todas las fábricas grandes y quedaron muchos talleres pequeños. Hace unos años hicimos un estudio sobre el trabajo a domicilio. Las fábricas grandes cerraron, se convirtieron en empresas más pequeñas, y las pequeñas desarrollan el trabajo a domicilio, muchas veces con trabajadoras informales. Hoy en día tenemos alrededor de diez mil trabajadoras en esa situación.

Trabajando en sus casas.

Informales. Sin contar los talleres ni las fábricas. Y están a lo largo y ancho del país.

Y la mayoría son mujeres.

Sí. El otro día tuve la sorpresa de que, en Mal Abrigo, un pueblo chico en Cerro Largo, hay ocho mujeres cosiendo en esas circunstancias. Nadie lo imagina, cuando piensa en el sector de la Aguja. No se ve ni se sabe lo invisible que es el sector, principalmente de mano de obra femenina.

Los sueldos son bajos, en general.

Hemos recuperado mucho el salario, a partir de que se vuelven a instalar los consejos de salarios. Tuvimos la posibilidad de conquistar las categorías. Para nosotras fue un antes y un después porque acrecentó bastante el valor de la mano de obra de la compañera en comparación con lo que teníamos.

¿Cuál es el sueldo promedio de una trabajadora?

Treinta mil pesos, más o menos.

¿Trabajan a destajo?

No, en las fábricas se trabaja con horario y hubo una reducción de la jornada laboral. Ahora trabajamos cuarenta y tres horas y media. Y las compañeras que trabajan en la casa trabajan con una tarifa a fasón, que es otro logro que tuvimos en los consejos de salarios, el poder instalar a las trabajadoras a domicilio y discutir el precio de lo que vale cada prenda. Lo que estamos intentando es comprobar, desde el punto de vista de la capacidad productiva en las mejores condiciones que una compañera en la casa, que en una hora se pueden hacer tal cantidad de prendas y que esa hora no puede ser menor al valor de la hora de la compañera que está trabajando en la fábrica. Hay todo un trabajo que estamos haciendo con respecto a eso.

¿Con qué éxito?

Vamos bien, estamos discutiendo con la Cámara Industrial de la Vestimenta. Tenemos también todo lo que es el diseño de moda. Si un pequeño taller o una unipersonal viene y dice que la remera vale diez pesos, de repente viene una compañera diseñadora y te paga doscientos pesos un vestidito. Hay una suerte de competencia en el mercado. A veces la fasonera puede elegir, cuando son conocidas. Y hay otros espacios, como nos pasó en Canelones, donde en una misma manzana había tres mujeres fasoneras, cada una en su casa, y las tres cobraban diferente tarifa, por el mismo intermediario. Impresionante. Es un mundo aparte, un mundo muy invisible, un mundo donde a veces los niños llegan de la escuela y ayudan, o ayuda el compañero cuando llega de trabajar.

¿Qué tipo de ropa y para quién se produce en Uruguay?

Se produce muchísimo uniforme.

¿Escolares?

Escolares, liceales, para la construcción, para el Estado. Ahí tenemos nuestro reclamo, porque cuando hablamos de compras públicas…

Me acuerdo de aquel lío con los uniformes de la Policía.

La vez que le instalamos una fábrica en la puerta del Ministerio de Industria. Lo que se decía en aquel momento desde el Ministerio era que se compraba fuera del país porque no éramos productivas. En ese momento yo trabajaba en Everfit, y éramos cerca de doscientas mujeres trabajando. Decir que no éramos productivas era como tirar una bomba. En ese momento le hicimos un uniforme a Danilo Astori, al Perro Vázquez y a Bonomi, bordados con el nombre de cada uno. Si éramos productivas en la calle, éramos productivas en la fábrica.

Esa medida, tuvo éxito.

Sí, logramos que nos dieron cierto corte, e incluso pudimos hacer planteos de mejoras para la industria pública nacional. En definitiva, lo que reclamábamos era el tema de la trazabilidad. Si tengo RUPE y puedo licitarle al Estado determinado producto en realidad el Estado no corrobora dónde se hizo el producto. Si observás qué empresas licitan, ves empresas que tienen cinco trabajadores en planilla y están entregando mil camperas en un mes. Es mentira. O las trajeron de China, con una importación ya asegurada; o las hicieron en muchos talleres a domicilio, con compañeras que no están teniendo los mismos derechos que se tienen en una fábrica, como los derechos al salario, al salario vacacional, a la licencia, al aguinaldo. Nada de eso existe para una mujer que está trabajando en la casa. Eso también es una pelea. Es la forma que han encontrado las empresas de ser más competitivas. Hoy en día instalamos el consejo sectorial en el INEFOP, con la Cámara de la Vestimenta, y estamos apostando a la capacitación y a un llamado no solamente para los trabajadores en actividad y los que están en seguro de paro sino también para los trabajadores a domicilio. Para nosotros es todo un logro el poder darle otro tipo de herramientas, ya sea desde el propio oficio, con cuestiones específicas para la currícula, o desde el punto de vista de las herramientas legales, derechos laborales y salud ocupacional. Va a ser un antes y un después para nuestro sector, con ese acuerdo con la Cámara de Vestimenta, que también entiende que todo esto es necesario si la industria quiere ser competitiva y tener mucho mercado.

¿Cómo llegás al sindicalismo?

Cuando trabajaba en Reston, en 2004. Trabajaba en una empresa a la que le decíamos Angelo, por el apellido del dueño, que quedaba en Juan Cabal y Urquiza. Me pagaban veinticinco pesos la hora. Yo estaba viviendo en Piedras Blancas. Hasta la tercera semana del mes tenía plata para el boleto, después tenía que ir en ómnibus y volver caminando. Después conseguí trabajo en Reston, y volver caminando me llevaba quince minutos. Me pagaban menos, diecisiete pesos, pero me ahorraba el boleto. Hubo un consejo de salarios y alguien en la cartelera pegó lo que habíamos conquistado. Cuando vi eso me dio un ataque. Era un 2%. Estaba muy enojada, y me fui al sindicato a pelear, porque me parecía horrible lo que habían conquistado en el consejo de salarios. Al poquito tiempo descubrí que en el sindicato había un montón de compañeras y compañeros maravillosos que militaban.

Te fuiste a pelear y te engancharon.

Sí, y descubrí un mundo nuevo, un mundo que en esencia yo traía de la fábrica. Capaz en la fábrica al mediodía llevábamos arroz blanco para comer, o lo que sobraba del día anterior. Capaz compartíamos un alfajor, que teníamos que partir. No hay cosa más maravillosa que la llegada de la tarde en la fábrica, cuando empiezan a aparecer los caramelos que trajo alguna compañera. Son pequeñas cosas, pero que llenan un espacio de trabajo donde están las compañeras que son tus pares y que sufren las mismas cosas que una. Es como un mundo paralelo que desde afuera no se ve. Ahí me enganché totalmente con el sindicato y organicé Reston. Nadie lo había organizado, en toda la historia.

Era grande esa fábrica.

En ese momento eran como doscientas personas. Ahí estuve como siete u ocho años. Después cerró.

¿Cómo fue para los patrones? No estaban acostumbrados a tener sindicato.

Jamás tuvieron sindicato. Como yo había aprendido tanto en el oficio era muy buena trabajadora. Incluso un día, me di el lujo de enojarme y decirle a una de las encargadas que: “Si no te gusta lo que hago me voy, sentate y hacelo vos”. Y me levanté, pero me pararon en la puerta. Me dieron un té, me dijeron que me quedara tranquila. Volví a trabajar. Fue como que las compañeras empezamos a ver las injusticias que teníamos adentro de la fábrica, y un buen día nos mandamos una ocupación. Yo era tan nueva que llamé al sindicato y dije que íbamos a ocupar la planta porque no nos daban el adelanto del 5% de los consejos de salario. En el sindicato me dijeron que no era una ocupación sino una asamblea permanente, que no me metiera a ocupar una planta. Me acuerdo que vino el dueño, Alberto Vaz, a decirnos que nos fuéramos todas. Nos quiso echar de la fábrica. Las compañeras empezaron a rumbear para la puerta. Fue la primera vez que me paré arriba de una banqueta, y grité: “De acá no se va nadie, tienen que pagar”. Y no se fue nadie. Fue la primera vez que el sindicato, en no sé cuántos años, pudo entrar a hacer una asamblea. Quedamos organizadas.

La lucha paga.

Sí. Pero Reston cerró, como a los siete años. Lo que logramos ahí fue hacer una bolsa de trabajo para distribuirnos a todas en diferentes fábricas. Hicimos un acuerdo con la Cámara de Vestimenta para eso. Todas terminaron trabajando menos yo. También me llamaron a mí de alguna fábrica. Cuando llegaba decía “Soy Flor de Lis, vengo por la bolsa, pero soy sindicalista”. Y me miraban y me respondían que no tenían lugar. El presidente de la Cámara, me decía que no dijese que era sindicalista porque nadie me iba a tomar. Le respondí que iba a seguir diciendo que yo era sindicalista, porque no iba a dejar de ser sindicalista, y que me tenían que tomar por mi capacidad de trabajar y no porque sea o no sea sindicalista. Pero si no digo que soy sindicalista, entonces mañana me van a poner un montón de excusas y me van a echar por cualquier cosa. Y por mi trabajo no me van a echar. Y por ser sindicalista, menos. Al final hicimos un acuerdo con Everfit, en la calle Timote, y allá fui a trabajar.

Te aceptaron siendo sindicalista. ¿En qué año?

Sí. Fue por el 2010, trabajé ahí ocho años. Me acuerdo que me dieron para hacer embolsillado. Sacaba como quince bolsillos por hora. Era un disparate mantener ese ritmo todo el día. Me acuerdo que una compañera que ahora falleció, a la que yo adoraba, y que había trabajado más de cuarenta años en la Aguja, de repente se levantó de su máquina y vino despacito a la mía. “Aflojá”, me dijo. “Acá trabajamos, no nos matamos. Sacamos la producción, pero aflojá.” Yo la respetaba a la compañera, y le dije que sí, que tenía razón. Empecé a trabajar más despacio. Ese primer día, en mi afán por demostrar que sabía coser, estaba trabajando a lo loco. Uno tiene ese aprendizaje con las compañeras de trabajo. A lo largo de diferentes talleres y fábricas fueron muchas las compañeras que me enseñaban a hacer otras operaciones en la prenda, con esa solidaridad de las cosas que te pasan y cómo contribuimos, cómo nos mimamos. Cómo nos queremos entre nosotras las mujeres, en una fábrica, cuando todas padecemos los mismos problemas. No es solamente el bajo salario, también son los problemas de la casa, la vivienda, el problema de cuán lejos vivimos, de si tenemos que ir caminando o en bicicleta. El problema de nuestros hijos, el de la educación. Eso también genera un compañerismo cómplice. Ese es el cariño enorme. Por eso el sector de la Aguja es mi sector. Por eso, cuando me preguntan qué soy, digo que soy obrera de la aguja. Decir que soy otra cosa no me parece tan valiosa.

A vos te marcó eso.

Sí. Cuando Everfit cerró quedamos todas adentro, porque no nos terminó de pagar nada. Se fundió. Lo que nosotras hicimos, para poder recuperar los puestos de trabajo, fue hacer una cooperativa, CONACOTEX, Cooperativa Nacional de Confecciones Textiles. Imaginábamos que CONACOTEX no solamente iba a quedar limitado a las compañeras de Everfit sino que íbamos a poder contemplar a muchas compañeras de diferentes lugares del país. La cooperativa hoy funciona en el Cerro. Fui presidenta como dos o tres años. Son compañeras de la Aguja. Pero hubo un momento en que tuve que optar por seguir dirigiendo el sindicato, y poder ir a los diferentes conflictos y a la negociación colectiva, o por dedicarme por entero a la cooperativa.

Hoy estás full time como dirigente de la Aguja.

Sí, pero una mujer de la Aguja si no cose no come, entonces lo que hicimos fue generar una enorme red de trabajadoras a domicilio, y cuando cada una de nosotras consigue trabajo nos lo repartimos. De esa forma, que surgió principalmente en la pandemia, pudimos en ese momento sostener el hogar de casi setenta mujeres. Hoy no tenemos tanto trabajo, pero seguimos.

Seguís cosiendo.

Sigo cosiendo. A veces coso en mi casa, otras en el sindicato, y después vengo para el PIT-CNT o el Ministerio. Si no coso, no como. Aparte, muchas veces de mí depende el empleo de otras compañeras. El año pasado, por ejemplo, nosotras hicimos las balconeras del Municipio B. Compramos la tela, hicimos la distribución, la parte administrativa. Hoy vamos a volver a hacer las balconeras, con una apuesta fuerte en el trabajo de las mujeres. El 8M van a ver colgadas las balconeras, hechas por muchas compañeras de Montevideo, del Cerro, del Capra, de Capurro, de Nuevo París, de Artigas, de Mal Abrigo, de Salto y de Colonia.

¿Cuánta gente hay hoy afiliada al sindicato de la aguja?

Somos alrededor de mil y algo de compañeras. Tenemos muchísimas compañeras a las que llegarle todavía.

¿Cómo sindicalizas a esas mujeres que tienen un tallercito propio?

De esas tenemos setenta, organizadas y sindicalizadas. Muchísimas veces es por intermedio de radios comunitarias que difundimos. Otras veces por una compañera que nos habla de que otras compañeras están en tal lugar. Otras veces porque descubrimos una empresa que está generando trabajo a fasón. Ahora vamos a tener una herramienta muy fuerte, y por eso es muy importante la instalación del consejo sectorial en el INEFOP: vamos a difundir para que las compañeras vengan a inscribirse, para poder generar una herramienta.

Se les va a dar cursos.

Sí, para que se califiquen más en el oficio y para que tengan herramientas. Derechos laborales, salud ocupacional, herramientas legales.

¿Hay temor a sindicalizarse?

En nuestro sindicato todavía queda temor en algunas fábricas, sí, lamentablemente. Si hay una compañera que pierde el empleo es muy duro para ella encontrar otro. A veces se prefiere privilegiar el salario y lo que tiene hoy en día, antes que reclamar alguna cuestión de derechos. Es bien complejo, sobre todo porque en su mayoría son mujeres, y se les dificulta llegar al sindicato. Incluso se les dificulta a las mujeres que llegan al sindicato. No solamente te pesa la cuestión de tu activismo social en relación a cómo luchamos por una sociedad mejor, que es de lo que se trata, en definitiva, sino que también tenés otro componente que es el tema de la casa, de los cuidados y las obligaciones cotidianas que te impone la sociedad. En algunas asambleas nos ha pasado que de repente mirás y ves que tenés a los compañeros esposos que las están esperando afuera. Y te preguntás por qué. “Fulano vino para ir a buscar al nene a la escuela”, quizás te responden. ¿Por qué no va él? Todavía tenemos ese tipo de familias, que componen la mayoría de esta sociedad. Es bien complejo para un gremio de un 85% de mujeres.

¿Se ha avanzado en términos de igualdad de género en la sociedad?

Creo que nos falta muchísimo. Desde el punto de vista de una mujer obrera, más allá de todo lo que hemos impulsado, en cláusulas que puedan ser beneficiosas en los consejos de salarios. Por ejemplo, a igual tarea igual salario. Eso fue muy importante para nosotras. Por lo general quienes ocupaban el rol de encargados eran hombres y la compañera ganaba menos. Algunos empresarios llegaron a responderme que el hombre no solamente era más productivo, sino que tenía otras responsabilidades en su casa. Y te lo dicen muy naturalmente. Está naturalizado. Me llegaron a decir que nosotras no necesitábamos salarios porque para algo tenemos una familia y un hombre en la casa. Me indigné tanto que armé un escándalo. Somos el complemento del salario masculino. Creo que hoy en día las mujeres obreras contribuyen con su salario a otro que ya hay en la casa. La compañera tiene la posibilidad de comprar los championes para el gurí, los cuadernos, y puede contar con alguna cosa para su familia, mientras se entiende al hombre como el gran sostenedor del núcleo familiar.

El hombre como el proveedor.

Pero sucede que hoy en día tenemos muchas compañeras que están solas, y entonces se les complejiza mucho más mantener una casa y gurises con un salario acotado. Y eso te condiciona a la hora de ir a un sindicato a militar. Estás condicionada por el salario, por el empleo y por un esquema social. Entendemos que en el sistema capitalista hay una cultura patriarcal que es muy jodida para todas, pero que para las obreras, las domésticas y las rurales es más complejo salir de esa situación. Los reclamos feministas que tenemos son para todas las que luchamos por los derechos y la igualdad de mujeres y hombres. Feministas somos todas.

Pero las realidades son diferentes

Nosotras impulsamos con las herramientas que tenemos, en nuestros espacios, en nuestra vida cotidiana. Es muy difícil para una compañera que vive en la periferia y que tiene que ir caminando al empleo, a la que un día se le inunda la casa, o que tiene un techo de chapa y a la que se le moja todo, teniendo dos gurises. Es difícil para ella poner el pienso en otro tipo de feminismos, que a veces ni siquiera conoce. Yo misma tuve que hacer un proceso en el mundo del feminismo. Hubo una época en la que me parecía que hacer acuerdo con la cuota era como rebajarme a mí misma, a mi capacidad de lucha y pelea. Si yo era capaz, ¿para qué quería una cuota? Pensaba eso. Después entendí lo necesaria que era la paridad para que las compañeras pudieran ocupar espacios. Pero me llevó un proceso.

Más tiempo les llevó a los hombres.

Entiendo que desde el feminismo hay un enorme aporte a las mujeres trabajadoras, pero también sé que nosotras vivimos procesos que tenemos que hacer visibles. Y desde nuestro empoderamiento tenemos que pelear para cambiar lo que tenemos en el mundo del trabajo.

¿Notás que eso está cambiando en la Central?

Si no cambia, lo vamos a cambiar. Te hago una apuesta.

Históricamente el PIT-CNT era el Club de Tobi. A nivel de dirigencia hay sindicatos donde el 90% son mujeres y el dirigente es hombre.

No es casualidad. Soy la primera secretaria general del Sindicato de la Aguja,

¿Antes siempre fueron hombres?

Sí. Hubo muchas compañeras dirigentes destacadas, y entre todas ellas la que más se destacó fue Tita Cobo. Tengo el orgullo de estar en este lugar que lleva su nombre. Me dio mucha curiosidad saber por qué las compañeras mujeres no estaba en los roles de dirigencia activa del sindicato. Y tuve algunas sorpresas, como cuando hubo huelgas y en las ocupaciones de la Aguja, en que venían los milicos y entraban con los perros a desalojar, y eran las compañeras las que se enfrentaban a los perros y se metían adentro de la planta. Eran unas leonas peleando. Con el aprendizaje que tuve en la Aguja vi que de repente las compañeras no participan, pero son unas leonas a la hora de dar la pelea y se enfrentan a lo que venga. Sobre todo, la mujer obrera, que no le tiene miedo a nada.

No tiene mucho para perder, tampoco.

No tenemos mucho para perder. Yo misma, cuando tuve la posibilidad de ocupar la secretaría de Género y Diversidad del PIT-CNT, yo misma me dije que para qué iba a ir, si todo lo que yo hacía en la Aguja me hacía feliz. Hacemos muchas cosas desde el punto de vista social. Tenemos cursos de capacitación en las cárceles. En Salto, con las compañeras que están allá, en una cárcel mixta, donde hemos logrado que cuatro ex reclusos estén trabajando en Camapaca, una empresa de vestimenta. Damos clases en San José y también en Punta Rieles, en la cárcel vieja y en la nueva, a hombres. Damos clases solidarias al colectivo No Todo Está Perdido. En diciembre las compañeras pudieron vender todos los morrales que hicieron, en la feria de Parque Rodó.           Por ejemplo, tenemos tres compañeras que eran reclusas en la cárcel No. 5, que aprendieron el oficio, que hoy son las que llevamos a que enseñen a la cárcel. Nadie puede entender mejor al otro sino desde la misma experiencia. Nadie va a poder transmitir mejor que la que estuvo adentro, y salió adelante. De la misma forma que nadie puede transmitir el sentir de la mujer obrera, sin ser una mujer obrera. Desde ese marco es que estamos generando estos proyectos. También va a venir un grupo afro a aprender a coser prendas para el carnaval. Hay mucho para hacer, y por eso esta secretaría va a tener una fuerte impronta en el área social. En mi sindicato no tenemos comisión de género.

Son todas mujeres.

Sí, Pero lo que hicimos fue una comisión de la mujer. ¿Y por qué de la mujer? Porque nosotras lo que queríamos era visualizar los problemas de las compañeras desde sus lugares de trabajo, y como las empoderábamos, como las vinculábamos a las transformaciones sociales. Como, a partir de las injusticias, generábamos otras cuestiones desde el área social, sintiéndonos entre todas como parte de esas transformaciones. Por eso es que hicimos solamente una comisión de la mujer y área social. Por eso cuando te hablan del machismo o del Club de Tobi, mirás y ves que sí, que son machistas, que podrán ser machirulos; pero que, la verdad, ¡no me importa! Con todo lo que tengo que hacer acá, con tanto para empoderar, para construir. No estuvimos en ese momento con la pelea por ese espacio. Son peleas muy justas que tienen las compañeras. Este lugar tiene una estructura machista, bastante dura, pero que nosotras no vamos a derrotar a prepo. Es mi opinión personal. La vamos a derrotar naturalmente, cuando nosotras ocupemos esos espacios.

Se trata de ganar de espacios.

Tenemos que seguir ocupando espacios, y estando presentes con nuestra impronta, y que se nos respete. Creo que es por ahí. Es bien complejo. Por lo general cuando vas a una reunión siempre hay un hombre que es el que habla, y el que genera, desde ese lugar, la posibilidad de que otros u otras intervengan en función de. Las mujeres tenemos que adelantarnos al discurso para generar el nuestro propio, y que sea en función de lo que nosotras decimos que sean ellos y ellas los que puedan intervenir. Y también hay otra particularidad y es que nuestra central, tiene características que nos diferencian de otras compañeras que militan en otros ámbitos feministas. Esta es una organización mixta, y las mujeres que dirigimos una organización mixta, porque somos dirigentas sindicales, y por eso estamos ocupando un espacio, dirigimos a todas y a todos… Y si queremos, como mujeres dirigentas sindicales, ser la vanguardia, entonces tenemos que tener la impronta de que esa vanguardia sea real. También se trata un poco de cómo las mujeres, en esta casa de los trabajadores, podemos ser tan cómplices como lo somos en una fábrica, tan solidarias, tan de compartir ese caramelo que nos llena la tarde. Y generar entre nosotras esa vanguardia de mujeres dirigentas que dirigimos, en esta Central y en cualquier otro lugar. Es una cuestión que hay que generarla, pero creo que estamos en ese proceso.

¿Has sentido discriminación acá adentro, como mujer?

En alguna oportunidad sí. He sentido discriminación, ninguneo. Pero también he dicho que a mí no se me ningunea.

Pusiste límites.

Es eso, también. Soy tan dirigenta sindical como cualquiera. Soy tan de un sindicato como cualquiera. Tengo los mismos derechos que cualquiera. Podré tener un mejor o peor discurso, más o menos elementos, más o menos herramientas. Pero tenemos que sentir orgullo de dónde venimos. Capaz hay algún compañero que viene de un ámbito más intelectual, compañeras que vienen del ámbito académico. Pero también hay compañeras que venimos de un sector obrero, y no tenemos que tener la misma impronta que los que vienen de otro lugar. Nuestro lenguaje es distinto, es distinta la forma de relacionarnos, y eso también tiene que estar arriba de la mesa y tiene que ser visible en el movimiento sindical.

¿Qué opinás del 8 de marzo y del lío que se armó?

Siempre visualicé el 8 de marzo como el día internacional de la mujer trabajadora.

El origen es ese.

El origen de ese día, que las trabajadoras de la aguja llevamos muy impreso, se dio en varias fábricas que se prendieron fuego en Estados Unidos. En el sindicato tenemos la foto de los dueños de la fábrica. Fueron ciento cuarenta y pico de trabajadoras y trabajadores que murieron. Para nosotras significa el símbolo de la explotación de hombre por el hombre, y cómo las compañeras reclamaban sus derechos y se levantaban contra esa opresión, que no solamente era la opresión del patriarcado sino la del capitalismo más duro, en un momento muy característico de la historia de la humanidad. Desde el punto de vista histórico es el día internacional de la mujer trabajadora. Después vino la ONU y dijo que era el día de la mujer, con mucha razón. Nosotras, como trabajadoras, vamos a reivindicar ese hecho. Para nosotras no es el día en que te regalan una flor.

Le quisieron cambiar el contenido.

Para nosotras está muy vinculado a la opresión que viene del sistema capitalista, más allá de que el patriarcado está enquistado en ese sistema capitalista y también es una herramienta del capitalismo para oprimir. No solamente en el trabajo sino en el rol que tenemos en la vida cotidiana, en el rol de cuidados, en el rol de reproducción, sin el cual no se sostiene un sistema capitalista en el que los hombres necesitan tener todos los días la ropa planchada y la camisa limpia, y la comida en la casa. Lo pienso cuando veo a los hombres en los ámbitos políticos. ¿Quién les lavó y les planchó la camisa, que está impecable? Feministos puede haber muchos, pero…

Pero que sean igualitarios…

Es difícil. Es más complicado. Siempre tuvimos la preocupación por la reivindicación del 8 de marzo. Surge a partir de una discusión de la secretaría de género anterior la posibilidad de paro sí, paro no, paro de todas, paro de todas y todos, paro a partir de las cinco, paro de mujeres donde los hombres acompañan. Tenés una infinidad de posibilidades para generar el paro ese día. Nosotras pusimos nuestra moción en el Congreso para que se discutiera. Y la moción que fue al Congreso, elevada por la secretaría de género anterior, fue en conmemoración y homenaje al día internacional de la mujer trabajadora, que el PIT-CNT haga un paro nacional de veinticuatro horas. Y así fue como llegó a la mesa representativa de noviembre, para que esa mesa lo elevara a la discusión entre todas las filiales. Volvió en el mes de diciembre, y hubo tres abstenciones en una mesa representativa ampliada. Volvió el tema en el mes de febrero, para instrumentar el paro de veinticuatro horas, y desde la mesa se ratificó ese paro para el 8M, y ningún sindicato objetó absolutamente nada.

Muchos saltaron como pelota ahora.

Podemos entender el enojo que pudimos haber causado en compañeras de diferentes organizaciones feministas. Quizás el error nuestro fue no haberles avisado a las organizaciones feministas que no estábamos queriendo invisibilizar la lucha de la mujer. Lo que estamos haciendo es visibilizar a la mujer trabajadora, desde nuestro lugar, con los derechos y los reclamos que tenemos las mujeres trabajadoras, que de otro modo muchas veces quedan invisibilizados desde otros espacios. Y también entendimos que es un paro de todas y todos, porque desde el mundo del trabajo y sobre todo desde los sindicatos industriales nuestras luchas no van compartimentadas de las luchas de nuestros compañeros. Cuando a nosotras nos echan de un lugar no somos las mujeres las que vamos a defender ese reintegro, sino que somos las compañeras y los compañeros. Cuando vamos a la negociación colectiva, somos todos. Cuando vamos la marcha, vamos con nuestros hijos. ¿Hasta qué edad pueden ir nuestros hijos? Es una pregunta que he hecho últimamente. ¿Hasta los trece, hasta los catorce, hasta que crece y tiene barba?

Está complicado eso ¿no?

Si lo quiero educar para que se apropie de la cuestión de cómo generamos mayor igualdad, mayores consensos entre todos y una sociedad que sea equitativa e igualitaria entonces no puedo dejar a mi hijo afuera. Desde el mundo del trabajo tenemos otra visión. De cualquier forma, estaba todo en discusión. Lo que pasa es que no se discutió. O no lo discutieron como había que discutirlo. Por eso capaz algunos sindicatos están pidiendo la reconsideración. Son cuatro sindicatos, al día de ayer. No todos la están pidiendo por la misma causa. Algunos quieren paro solamente de mujeres, otros quieren un cambio de horario, otros porque son de la enseñanza y las clases empiezan el siete de marzo, entonces se les complejiza. Otros sindicatos no quieren que pongamos el tema del SÍ en la movilización. De cualquier manera muchas y muchos de nosotros ya estamos trabajando rumbo a ese 8 M. También es bien importante que en la instrumentación de ese paro tenemos resuelto que va a ser por las mujeres del PIT-CNT.

¿Cómo es eso?

Va a ser la secretaria general, la secretaria de organización, la secretaria del interior, la secretaria de género y las compañeras que tienen en sus hombros el taller de propaganda del PIT-CNT, donde se hacen las pancartas y se pintan los pañuelos. Para nosotras es una enorme responsabilidad, porque también va a depender, de cómo saco un paro general instrumentado por mujeres, donde los hombres no tienen que ver en la instrumentación, el resultado de cómo va a ser el día 9 de marzo, y los próximos paros generales del PIT-CNT y las próximas movilizaciones, donde las mujeres estamos a la misma altura de los hombres para instrumentar cosas. Es parte de cómo nos empoderamos del lugar en que estamos.

Es muy difícil hacer un paro sólo de mujeres.

Es muy difícil hacer un paro sólo de mujeres porque hay muchos sindicatos que no hacen acuerdo con esto, porque tienen la concepción de que los cambios son entre todas y todas.

Hay sindicatos que son casi todos de mujeres. Si se hace un paro, hay cosas que dejan de funcionar. La enseñanza o la salud, sin ir más lejos.

En mi sindicato quedarían dos hombres. En la salud el porcentaje de mujeres es tal que habría que dejar una guardia gremial. Y en definitiva no es que sea solamente un paro de mujeres que es posible porque los hombres van a cubrir los puestos de las compañeras.

¿Hay muchas concepciones de feminismo? Para alguna gente lo más importante son los cargos políticos o los cargos jerárquicos.

Eso no es feminismo. Solamente eso no es feminismo, el feminismo es otra cosa. Podrá haber muchos feminismos, pero no todas son feministas. Cuando vas a un Consejo de salarios y del otro lado tenés a una mujer que también te dice que es feminista pero que cuando le estás sosteniendo que es necesario que la compañera tenga tres días cuando le suceden hechos de violencia, y del otro te dicen que eso no se puede sostener, y que la opción es mandar a la compañera a seguro de paro, no es feminismo. Cuando decís que te habiliten a que no te quiten el presentismo del mes cuando se te enferma el hijo y del otro lado te dicen que ellos contratan a la operaria y no al hijo, y que es la operaria la que tiene que buscarse las formas, no es feminismo. Cuando del otro tenés mujeres que te dicen eso, mujeres que se dicen feministas, ¿de qué feminismo me estás hablando? Entendemos un feminismo que surge del mundo del trabajo, un feminismo que tiene que terminar con los sistemas de opresión, y un feminismo en el que, con nuestros pares, educando a nuestros pares, transformemos la sociedad. Ese es el feminismo que entendemos. Algunos le dicen feminismo clasista. Capaz hay otros que se dicen feminismos, pero hay que saber identificar muy bien esos feminismos que surgen por todos lados.

Una de las críticas, de movimientos feministas es que el PIT-CNT con el paro se quiere apropiar del feminismo.

Nosotros no nos queremos apropiar del feminismo pero sí del día internacional de la mujer trabajadora.

¿Hay muchos casos de violencia en el PIT-CNT?

Desde que estoy he recibido diferentes denuncias de diferentes tipos de violencia. No específicamente acá en la casa madre, pero sí en el movimiento sindical.

¿Son duros con esas situaciones?

Sí. Tenemos un protocolo de violencia, que hoy en día estamos actualizando para mejorarlo desde el punto de vista jurídico, sobre todo. Lo vamos a publicar cuando lo tengamos actualizado, porque entendemos que está bien que así sea y entendemos que en todas las instituciones deberíamos tener un protocolo para saber cómo encarar todos los tipos de violencia. Vuelvo a repetir que son diferentes tipos de violencia. Incluso he recibido, por suerte una sola vez, una denuncia de un compañero hacia una compañera.

No importa si es dirigente o trabajador común y corriente.

No, nosotras atendemos todo tipo de violencia en el movimiento sindical, sobre todo cuando en los ámbitos sindicales no existe el protocolo o no tienen las herramientas. También es parte de lo que estamos proyectando como secretaría de género, cómo logramos impulsar que todos los sindicatos tengan herramientas para tener al menos un protocolo. Tener herramientas significa saber cómo vamos a atacar el problema y cómo lo vamos a cambiar. Si no tenemos nada y si no sabemos identificar el tipo de violencia y dónde está, no la vamos a poder erradicar. Pero es claro que en el movimiento sindical no hay espacios para violentos. Eso es así.

No importa la jerarquía que se pueda tener.

No importa.

¿Trabajo sexual o prostitución?

Es trabajo sexual.

¿Es digno?

En el mundo capitalista para sobrevivir tenemos que trabajar.

¿Pero es digno?

¿Es digno que te exploten en una fábrica?

¿Pero el trabajo sexual no es la peor forma de explotación que se puede hacer a una persona?

Puedo entender, desde mi visión personal, que en el trabajo sexual hay una terrible explotación. Pero también entiendo que hay muchas compañeras para las que es su herramienta de trabajo. Quienes tienen que sentirse bien o no con ser trabajadoras sexuales son las compañeras que lo hacen. No soy quién para decir que la compañera tiene o no un trabajo digno.

Vos aprendiste el oficio de coser.

Sí. Ellas aprendieron el oficio que llaman el más viejo de la humanidad. Si la compañera se gana la vida con trabajo sexual… Capaz yo puedo entender que no sea un trabajo digno, pero como la compañera es digna.

No digo que no sea digna, sino que por diferentes motivos llega a ese tipo de trabajo.

En el sistema capitalista uso las manos para trabajar, y capaz que la compañera usa otras partes de su cuerpo para desarrollar su tarea.

Es bravo,

Lo que es digno o no es el sistema capitalista, que es duro con todos nosotros.

Muy políticamente correcta. ¿Impulsarías a alguien a que haga trabajo sexual? Vos le enseñas a coser a una mujer.

Si yo no tengo para comer voy a hacer trabajo sexual.

Pero eso no lo dignifica. Es súper explotación.

Y es un trabajo, y trabajan.

Pero no es un trabajo digno.

Nunca fui prostituta.

Por algo no fuiste. Optaste. Y tuviste necesidades, no viniste de cuna de oro.

No vengo de cuna de oro y vi la posibilidad de aprender a coser, Si tuviera que trabajar de prostituta, lo haría. Hubo una época en mi vida, en 2002, en que vendía pan y vino en la feria de Piedras Blancas. Y sobrevivía. Con tres damajuanas por domingo me alcanzaba para comprar tres bolsas grandes de fideos, salsa, pan y leche para todos los días.

Optaste por eso.

Porque fue la posibilidad que tuve. Si no hubiera tenido esa posibilidad, hubiera optado por otra.

¿Tenés militancia partidaria?

Sí. Soy comunista.

¿Quién te marcó como sindicalista?

Cuando me fui al Partido Comunista estaba en Reston. Hacía un tiempo militaba en un comité de base del Frente Amplio en Piedras Blancas. No estaba afiliada a nada. Un día estaba en la fábrica y dije que me iba a afiliar al Partido Comunista. Me acordaba de aquella cuestión de que la historia es la historia de la lucha de clases. Nadie me dijo nada, como a veces vienen. El único partido que habla de la lucha de clases es el Comunista. Así que me afilié a ese, y allá fui, solita, y llené la ficha. Estaríamos en el 2006.

¿El partido no es muy machista? No hay dirigentes comunistas mujeres de primera línea, siempre son hombres.

Es un partido machista, sí.

Es real. Es un partido en donde las mujeres no aparecen.

Me parece que venís con algún preconcepto de las cosas. Venís con un preconcepto. ¿Es necesario que la mujer esté en la primera línea? ¿Dónde está la primera línea? ¿En salir públicamente en entrevistas, en la tele? Eso no es la primera línea.

La primera línea es el comité central, o la mesa ejecutiva.

En el comité central tenemos muchas compañeras que desarrollan tareas que son de primera línea. Luego que en la tele salga algún compañero más que otro es porque la tarea de ese compañero es esa. No es mi tarea. Mi tarea es otra, y la asumo, la tarea que tengo y la que me gusta.

¿Tus hijos tienen militancia?

Sí, alguna militancia tienen. Un poco se aburren los gurises, pero sí. No tienen una militancia como la madre, pero tienen alguna. Una de mis hijas tiene una niña, y por lo tanto se le complejiza salir a militar. O la cuida la abuela o la cuida ella.

¿Y a vos quién te cuidaba los gurises?

Los llevaba conmigo.

Te separaste joven, con los gurises ya nacidos.

Sí. Me separé un día que dije en mi casa: “Te quiero mucho pero más me quiero yo”. Y no solamente voy a seguir trabajando, sino que también voy a militar. Y del otro lado me contestaron qué iba a pasar con los gurises, y me convertí en la loca de la familia. Pero seguí militando y trabajando y se terminó el matrimonio

Si no sale el referéndum, ¿qué pasa?

Vamos a seguir luchando para la transformación de las cosas, exactamente igual que como lo hemos hecho siempre. Ganemos o perdamos hay un proceso de acumulación bien importante con la gente, con los vecinos, con los barrios. Un proceso de acumulación rumbo a transformar esta sociedad, que nos va a permitir seguir avanzando en lo que de verdad queremos para nuestro pueblo. Nos ha faltado muchísimo. Si bien hemos avanzado muchísimo con los quince años de gobierno del Frente Amplio también nos consta que falta mucho por hacer. Cuando hoy hablaba de las compras públicas estaba hablando del papel del Estado. Qué tipo de Estado queremos, que de verdad sea motor e impulsor del desarrollo productivo. Qué Estado queremos que nos permita ir al barrio y al asentamiento y que no nos encontremos con la realidad que tenemos hoy, una realidad que a veces es paralela al mundo real. La primera vez que fui a Colonia fue con el turismo social, y pude ir con las compañeras de la fábrica. No fue hace tanto tiempo. Nunca había ido a Colonia. La primera vez que fui a Piriápolis, con el turismo social, no fue hace tanto tiempo. Y nunca habíamos ido a Piriápolis. Cuando fuimos a Colonia me acuerdo que a la entrada están en las granjas, donde te dan muestras de cosas para alimentarte. Como no teníamos plata, lo que hacíamos era dar la vuelta y comer dulce de leche, y volver. La pasamos bárbaro. ¿Pero cuántas compañeras nunca van al cine? En la periferia de los barrios hay un mundo paralelo.

Hay gente que no conoce el mar.

Si habrá falta todavía transformar. Y para hacerlo tenés que romper con las estructuras, y eso va a costar muchísimo. No es suficiente con una agenda de derechos. Una compañera de la agenda de derechos capaz es trans y se puede operar, pero en un barrio pobre vas a encontrar a la misma compañera trans en otras condiciones, y eso no lo pudimos superar. Esas son las complejidades que tenemos. Apuesto al triunfo el 27 de marzo. Pero en caso de que no fuera así, ese proceso de acumulación, de entender el modelo de país que queremos. Y para adelante obviamente seguiremos en esa cuestión que no es solamente desde una cúpula. Es la gente común la que se tiene que apropiar de eso, la que tiene que saber que puede haber otra realidad, la que no tiene que naturalizar que se te inunde la casa, que no es natural que la compañera se prostituye o que no le llegue la plata al viernes. Hay un montón de cosas que están naturalizadas. Para el compañero que está en la feria es natural un montón de fierros viejos, y es tan natural que a veces no logra ver la otra realidad, las de las oportunidades que otros tenemos dentro del propio sistema.

¿Cómo llegamos a eso?

Todos se tienen que apropiar de eso, y todos se tienen que convencer. Pero para eso todos tienen que saber que hay otros mundos, que si seguís por la carretera llegás a Rocha. Tengo un compañero de la aguja que el año pasado, luego de mucho insistir, fue a Rocha. Nunca habían ido. “Vamos para el lado del Parque Lecocq”, decía. Ahora está enloquecido. Si vemos solamente la realidad de nuestro espacio y nos preocupamos solamente por nuestro espacio, y creemos que desde ahí vamos a arreglar el problema de todas y de todos, al final no terminamos arreglando de verdad lo que pasa. Se hizo mucho en quince años. Se hizo mucho en el gobierno del viejo Pepe Batlle. Pero nos falta muchísimo todavía.

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Alfredo Garcia Nació en Montevideo el 9 de agosto de 1954. Es Licenciado en Historia por la Universidad de Estocolmo, Suecia; que fue su lugar de residencia entre 1975 y 1983. Hizo un postgrado en Marketing y realizó los cursos del Master de Marketing en la Universidad Católica de Montevideo. Trabajó durante veinte años en la industria farmacéutica en el área privada. Su labor como periodista comenzó en los semanarios Opinar y Opción a principios de los ochenta. Participó en 1984 en el periódico Cinco Días clausurado por la dictadura. Miembro del grupo fundador del diario La Hora, integró luego el staff de los semanarios Las Bases y Mate Amargo. Escribió también en las revistas Mediomundo y Latitud 3035. Es el impulsor y Redactor Responsable del Semanario Voces. Publicó el libro Voces junto con Jorge Lauro en el año 2006 y el libro PEPE Coloquios en el año 2009. En el año 2012 publica con Rodolfo Ungerfeld: Ciencia.uy- Charlas con investigadores. En 2014 publica el libro Charlas con Pedro y en 2019 Once Rounds con Lacalle Pou. Todos editados por Editorial Fin de Siglo.