Fundación Proa: tiempos difíciles por Nelson Di Maggio
La Fundación Proa, desde su nacimiento en el barrio porteño de La Boca, a orillas del Riachuelo, alejada de los circuitos culturales tradicionales, se caracterizó por asumir actitudes arriesgadas. Adriana Rosenberg, imaginativa e intrépida directora, supo disipar las dudas iniciales para conducir con ímpetu firme una actividad que no tenía nada que envidiar a institutos similares europeos o estadounidenses. Crear un centro cultural de vanguardia de artes visuales, rodeado del caserío colorido de sus habitantes, en su mayoría obreros afectos al tango y a la pintura de los populares muros callejeros que caracterizan el lugar, frecuentado por el turismo ávido del folclore local, pareció una empresa insólita, difícil de sostener. No obstante, sobrevivió más de veinte años vitales, hasta hoy, aunque no consiguió revertir el panorama cultural y urbanístico del barrio, salvo escasas excepciones. Lo cierto es que las galerías particulares no la acompañaron. Cuando en 1996 inauguró su sede en una vieja casona reciclada con el pintor mexicano Rufino Tamayo estaba lejos de suponer que, a pesar de su aislamiento, se convertiría, con el paso del tiempo, en un emblemático centro de referencia del arte contemporáneo.
En sus salas, ampliadas y actualizadas con paredes de vidrio en 2008, desfilaron muestras individuales de grandes maestros del siglo xx: Joseph Beuys, Kazimir Malévich, Marcel Duchamp, Alighiero Boetti, Jesús Soto, Sol LeWitt, Jenny Holzer, Dan Flavin, Cai Guo Quiang, Louise Bourgeois, Yves Klein, los fotógrafos de la escuela de Düsseldorf (Gursky, Höfer, Ruff, Struth), la transvanguardia italiana, el futurismo, el arte precolombino mexicano y la gigantesca cabeza olmeca, entre otras notabilidades, que acercaron al público rioplatense trabajos originales que, junto con los catálogos libro, modificaron la apreciación de artistas solo conocidos por videos o reproducciones en libros. La última exposición individual, de Ai Weiwei, se clausuró el 2 de abril de 2018. Luego, la programación, aunque mantuvo su buen nivel, se orientó hacia la fotografía y el video desplazando a los grandes creadores contemporáneos, quizá por razones económicas dentro de la galopante crisis que atraviesa el país.
Curiosamente, esa nueva programación coincidió con la divulgación de los escándalos de corrupción (los «cuadernos del chofer», el lava jato argentino) que comprometieron seriamente a Paolo Rocca, mecenas fundamental de la Fundación Proa, titular del holding argentino Techint a través de su empresa insignia Tenaris, firmas de apoyo permanente a la actividad de la famosa institución. El futuro de la importante Fundación Proa parece inquietante.
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