Hoy su recuerdo parece empañado por las figuras de sus rivales más acérrimas, Sofía Loren y Claudia Cardinale, pero Gina Lollobrigida gozó en los años 50 y 60 de inmensa popularidad. Dos días atrás la vieja diva cumplió 90 años de edad, la mitad de los cuales los ha pasado retirada, dedicada a la fotografía, la escultura y los escándalos.
INICIOS. La Lollo, como fue llamada en sus años de gloria, se hizo actriz por pura casualidad. Nacida en Subiaco el 4 de julio de 1927, fue una de las cuatro hijas de un fabricante de muebles. Pasó la juventud en una pintoresca villa de los Apeninos, hasta que durante la Segunda Guerra Mundial el negocio familiar quebró debido a un intenso bombardeo aliado. Concluida la contienda la familia se trasladó a Roma, donde Gina comenzaría sus estudios de pintura y escultura. Ya adolescente, fue modelo en diversos desfiles, y participó con bastante suceso en varios concursos de belleza. En esa época había debutado en cine con un pequeñísimo papel en Águila negra (Riccardo Freda, 1946), donde figuraba como invitada en una fiesta a la que concurrían los protagonistas Rossano Brazzi e Irasema Dilián. Meses después Gina logró llamar la atención de los cazatalentos romanos al lograr el tercer lugar en el certamen Miss Italia 1947. El sitial no era desdeñable si tenemos en cuenta que ese año la ganadora fue la exquisita Lucía Bosé, el segundo puesto recayó en la exuberante Gianna María Canale, y por el camino quedaron la juvenil Silvana Mangano y Eleonora Rossi Drago, descalificada porque estaba casada y era madre, condiciones reñidas con el reglamento del concurso.
Para las cinco el evento fue muy positivo, ya que por él obtuvieron el renombre que les abriría las puertas de Cinecittá y, casi de inmediato, el éxito en la gran pantalla. En el caso de Gina, allí comenzó a forjarse su leyenda. Se rumoreó durante años que al verla como actriz de reparto en Delito (Alberto Lattuada, 1947), el excéntrico multimillonario Howard Hughes voló desde Hollywood para contratarla. Si eso es cierto el magnate no tuvo suerte, ya que Gina se quedó en Italia y terminó casándose en 1949 con el médico esloveno Milko Skofic, con el cual tuvo un hijo, antes de divorciarse en 1971.
En 1947 la carrera de Lollo echó a andar. A diferencia de Silvana Mangano y Sofía Loren, apoyadas por sus maridos los productores Dino De Laurentiis y Carlo Ponti, Gina forjó su carrera por sí misma, con la única ayuda de dos sagaces representantes. Fueron ellos quienes lograron ubicarla en una serie de títulos con los que durante media docena de años se terminó labrando la marca de fábrica Lollo, la donna piú bella del mondo, esa joven que bajó de las montañas italianas y arrasó con todo debido a sus generosos contornos y sus curvas abismales. Aunque era muy baja (medía 1.58) se las ingenió para comunicar a la perfección el prototipo de belleza latina: cabello castaño arremolinado, endiablados ojos marrones, voz honda y envolvente, y piel morena.
Con ese arsenal arrastró mareas de fieles a las butacas, mientras jugó como quiso con directores de fuste: Mario Monicelli (Vida de perros, 1950), Luigi Zampa (Corazones sin fronteras, 1950), Pietro Germi (La ciudad se defiende, 1951), Carlo Lizzani (La rebelde, 1951), René Clair (Beldades nocturnas, 1952), Christian-Jaque (Fan Fan la Tulipe, 1952), Alessandro Blasetti (Otros tiempos, 1952), Mario Camerini (Mujer por una noche, 1952) y Mario Soldati (La provinciana, 1952). En ellos compartió cartel con actores de relumbre: Aldo Fabrizi, Gérard Philipe, Gino Cervi, Amedeo Nazzari, Raf Vallone, Gabriele Ferzetti y Vittorio De Sica, con quien protagonizó la comedia Pan, amor y fantasía (Luigi Comencini, 1953), mientras el mundo caía a sus pies.
GLORIA. Al taquillazo obtenido por ese film se sumó el debut de Gina en Hollywood con un papel relevante en La burla del diablo de John Huston, donde la naciente diva se codeó con Humphrey Bogart, Jennifer Jones, Peter Lorre y Robert Morley. A pesar que el film fue un sonoro fracaso de taquilla, el prestigio de Lollo aumentó. Comenzó a alternar películas en USA con otras de su país, entre ellas la que inspiraría el apodo que la acompañó para siempre, La mujer más bella del mundo (Robert Z. Leonard, 1955), donde tuvo de partenaire a Vittorio Gassman, y en el que dio vida a la vedette, soprano y actriz de cine Lina Cavalieri. Con esa labor ganó el David de Donatello, premio que la crítica entregaba ese año por primera vez.
Esa era de esplendor continuó durante 17 años, en los que se sucedieron dos docenas de exitosos films. De ellos merecen mencionarse: Trapecio (Carol Reed, 1956), junto a Burt Lancaster y Tony Curtis; Notre Dame de París (Jean Delannoy, 1957), donde fue Esmeralda la gitana, junto a Anthony Quinn como Quasimodo; La ley (Jules Dassin, 1958), donde actuó con Marcello Mastroianni, Melina Mercouri, Pierre Brasseur e Yves Montand; Salomón y la reina de Saba (King Vidor, 1958), en la que el galán Tyrone Power murió infartado y debió ser sustituido por Yul Brynner con peluca; Cuando hierve la sangre (John Sturges, 1959), junto a Frank Sinatra y Steve McQueen; y el título más taquillero de su carrera, la comedia romántica Tuya en setiembre (Robert Mulligan, 1961), con Rock Hudson.
Ese suceso continuó a lo largo de los años 60, pese a la dura rivalidad que le planteó el divismo de la Loren y la aparición de varias carnalidades más jóvenes y explosivas (Claudia Cardinale, Brigitte Bardot, Raquel Welch). Ganó dos David de Donatello por Venus imperial (Jean Delannoy, 1962) y Buona Sera, Mrs. Campbell (Melvin Frank, 1969), film que décadas después inspiraría el musical Mamma Mía. Además actuó en un thriller con Sean Connery (La mujer de paja, Basil Dearden, 1964), un drama junto a Alec Guinness (Hotel Paradiso, Peter Glenville, 1966), fue prostituta en Cervantes (Vincent Sherman, 1967), escandalizó con un desnudo y el amantazgo con un sobrino menor de edad en Su apasionado noviembre (Mauro Bolognini, 1969), y llegó a actuar para el polaco Jerzy Skolimowski en la comedia El rey, la reina y el caballero (1972), junto a David Niven. Sabiamente, en esa época decidió retirarse del cine. Tenía 45 años.
ESCÁNDALO. A partir de entonces hizo de la fotografía y la escultura sus dos áreas más exitosas de trabajo. En 1999 intentó incursionar en política, pero sin suerte. Tuvo altos cargos en empresas de cosmética y de moda, mientras coleccionaba amantes. Uno de ellos le ocasionaría un largo y vergonzoso escándalo. En octubre de 2006, a la edad de 79 años, Gina anunció en la revista Hola su intención de casarse con el empresario catalán Francisco Javier Rigau y Rafols, de 45 años de edad. La fecha de la boda se fijó para el 6 de diciembre de 2006, pero luego se suspendió y la relación se rompió debido (según Lollo) al incesante acoso de los medios. Sin embargo, siete años después estalló el escándalo, cuando se desveló una posible estafa: Rigau habría escenificado una boda civil en Barcelona, ayudado por una impostora. Según Gina, con ese rocambolesco plan Rigau pretendía ser su heredero máximo. El catalán en cambio presentó documentos firmados por la Lollo que formalizaban la boda y sus poderes para heredar. En 2014 la diva testificó en un juzgado de Barcelona, reiteró que nunca se había casado con Rigau y exigió que se efectuasen pruebas caligráficas. Finalmente en marzo de 2017 la justicia absolvió a Rigau de los delitos de falsedad documental y estafa, provocando que la ira de la anciana Gina se desvíe a su nieto, a quien desheredó el mes pasado. Entre verdades y mentiras, lo cierto es que los últimos años de la diva lucen tan movidos e inflamados como cuando enardecía a las plateas masculinas de los años 50 y 60.
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