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¡Hay una puerta ahí! Fernando Sureda y Enric Benito por Miguel Pastorino

¡Hay una puerta ahí! Fernando Sureda y Enric Benito por Miguel Pastorino
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Se estrenó en agosto en nuestro país el documental uruguayo “Hay una puerta ahí”, realizado por Mueca Films, sobre la relación entre un paciente con ELA y un médico que le acompaña espiritualmente a través de zoom. El paciente era el contador Fernando Sureda y el médico español especialista en Cuidados Paliativos, Enric Benito.
A lo largo de nueve meses construyeron una relación que los transformó a los dos y a la familia Sureda, y que hoy a través de la película realizada por Facundo y Juan Ponce de León, seguirá transformando a quienes se dejan tocar por la profundidad de esta historia, por el humor, la sensibilidad y las ideas que nos impactan sobre temas que son un tabú en nuestras sociedades que esquivan hablar del sufrimiento, la vulnerabilidad, la dependencia y la muerte. El agradecimiento y la esperanza atraviesan toda la película, y desnudan los aspectos más bellos de la condición humana cuando abrazamos nuestra fragilidad, cuando nos dejamos querer, bajamos la guardia y nos dejamos cuidar. Una amistad de dos hombres que abren su corazón y nos regalan un testimonio de vida y amor transformador.
Muchos me han contado que tenían cierto temor de ir a ver la película, por ser una historia real que nos pone delante la enfermedad, el sufrimiento y la muerte. Pero lo cierto es que en las salas sucede algo extraordinario que nos regalan los protagonistas: nos hacen reír mucho, nos emocionan, nos transmiten esperanza y sentido, nos llenan de ternura en su intimidad y sencillez, en su autenticidad y fortaleza interior. Es una película que quienes se atreven a verla, solo agradecen por haberla visto y la recomiendan sin dudar. La familia Sureda ha dicho públicamente que reciben testimonios de lo bien que le ha hecho a mucha gente verla. Y es que no podría ser de otra manera, porque lo que se nos pone delante -gracias a la magia que logró Mueca Films- no es otra cosa que la condición humana en toda su dramática profundidad y en su belleza tal como la experimentaron Fernando y Enric en durante esos nueve meses. Porque solo con imágenes de zoom lograron que quedemos atrapados en cada instante, pendientes de cada minuto hasta el final.

Abrazar nuestra vulnerabilidad
Lo que Juan Ponce de León ha dicho sobre la película es que no es el tema lo que la sostiene, sino la historia y los diálogos entre estos dos hombres que se cruzaron en la vida mostrándonos lo más humano al final de la vida.
La historia comienza con un Fernando Sureda seguro de que está listo para morir, si hubiera eutanasia legal, si alguien le ayudara a adelantar su muerte, aunque con el pasar de los encuentros va quedando por el camino el tema, porque los meses que seguirán estarán llenos de sentido. La familia ha sufrido mucho, especialmente por verlo sufrir a él, pero el amor por Fernando les hace capaces de dejarse transformar y transmitir un mensaje a través de su propia vida que ayuda y ayudará sin duda a muchos a pensar y vivir de otra manera.
Es cierto que no todos tienen la posibilidad de tener cuidados paliativos de calidad y de contar con un acompañamiento como el que realizó Enric con Fernando. De hecho, Uruguay hace muy poco (2022) tiene una ley de acceso universal a los cuidados paliativos y es de justicia que, si alguien sufre, tenga el alivio, el cuidado y el respeto que merece como persona. Otra es la discusión sobre la eutanasia, más compleja, pero sin lugar a duda lo central de la historia no es este debate, sino una cuestión que todos necesitamos aprender: abrazar nuestra vulnerabilidad.
La historia de Fernando y Enric nos muestra lo importante que es hablar con libertad de temas que parecen los más difíciles y que solo cuando podemos soltar, cuando nos toca dejar que otros nos cuiden, es cuando se nos exige el mayor coraje: aprender a dejarnos amar tal como somos, sin miedo, sin tener el control de todo lo que sucede. En una sociedad marcada por la ilusión de control y seguridad, por una concepción del ser humano como si fuera una isla (hiperindividualismo), por una mirada que valora la vida solo si se lo pasa bien, que reduce felicidad a bienestar y consumo, esta película es un golpe de realidad y una bella forma de romper mitos, prejuicios y tabúes sociales, para devolvernos con sencillez un reflejo de lo que realmente somos: seres siempre vulnerables y dependientes que necesitamos sabermos amados para vivir una vida con sentido. No importa en qué condiciones pueda vivir cada uno de los que mira la película, nadie puede sentirse ajeno a los diálogos entre Fernando y Enric, porque nos ponen delante lo que somos, sin miedo, sin medias tintas, con humor y ternura, con una incuestionable honestidad.

Lo que nos hace humanos
El 31 de julio me invitaron a presentar una reflexión sobre la película en una actividad que organizó la Maestría en Cuidados Paliativos de la UCU y luego de ver la película, sobre la que pensaba decir muchas cosas, terminé quedándome con una sola cuestión que me parece fundamental en estos asuntos: reconocer y abrazar nuestra constitutiva fragilidad, es eso a fin de cuentas lo que nos hace humanos, lo que nos acerca, lo que nos mueve a perdonar y a pedir perdón, lo que saca lo mejor de nosotros ante los demás.
Rousseau escribió en el Emilio que “Los hombres no son por naturaleza ni reyes, ni poderosos, ni cortesanos, ni ricos. Todos han nacido desnudos y pobres, sometidos todos a las miserias de la vida, a las penalidades, a los males, a las necesidades, a los dolores de toda clase; en fin, condenados todos a muerte”. El ser humano necesita de los otros y de los cuidados desde que nace. El filósofo A. MacIntyre en su obra Animales racionales y dependientes (2001) afirma que somos dependientes porque somos vulnerables, que lo “normal” humano no viene definido por estados autonómicos perfectos, por vidas independientes, sino por lo contrario, por diferentes estados de dependencia a lo largo de la vida. Somos animales racionales y por eso mismo vulnerables y dependientes, necesitados de la comunidad humana para desarrollarnos. Algo fácil de constatar, pero difícil de asumir es nuestra común fragilidad y necesidad de los otros.
El historiador holandés Rutger Bregman, ha publicado una investigación de mil doscientas páginas (“Dignos de ser humanos”, 2021), que atraviesa doscientos mil años de historia, para descubrir que ha sido el altruismo y no la competitividad, el cuidado del otro y no el egoísmo, el motor evolutivo de la humanidad. En su trabajo propone repensar la historia a partir de la evidencia de que el ser humano tiende más a cooperar que a competir, a confiar que a desconfiar. El ser humano es desvalido biológicamente, comparado con otros animales y solo se hace viable por la inteligencia que es la facultad de prevenir, de transformar sus carencias adaptativas en oportunidades vitales (Zubiri, Sobre el hombre, 1986). Los seres humanos somos cooperativos y el apoyo mutuo es un mecanismo de supervivencia. A su vez esta vulnerabilidad es ocasión para desarrollar lo mejor de nosotros, y así se muestra el cuidado humano de los más necesitados. El cuidado humaniza al que es cuidado y al cuidador, no solo a nivel individual, sino también cuando se trata de progreso social y político. Así lo afirma el profesor Aniceto Masferrer en su obra Para una nueva cultura política (2019): “La manifestación de la debilidad humana en cualquiera de sus grados constituye una ocasión para probar la hondura y la calidad de nuestro respeto por las personas. En buena parte, la moralidad y el desarrollo cívico de una sociedad y del Estado se mide específicamente por la protección, el respeto y el cuidado que muestra hacia sus ciudadanos más débiles y vulnerables”.

Una experiencia personal.
La Dra. Laura Ramos, quien atendió a Fernando Sureda hasta el final de su vida y quien además hizo el contacto entre Fernando y Enric, fue la misma doctora que hace dos años en el CASMU atendió a mi abuela unos días antes de morir y ello hizo toda la diferencia, tanto para la familia como para ella. Siempre le estaré agradecido. No siempre tenemos la posibilidad de prepararnos, de despedirnos, de vivir el proceso de morir sin tener que sufrir terriblemente. Eso hacen los buenos cuidados paliativos, no alargan la vida, dan calidad de vida y humanidad hasta el final. Todos hemos vivido historias donde los tiempos cercanos a la muerte son muy duros, y donde no siempre se trata bien a los pacientes o no reciben el trato y alivio que merecen, donde la desesperación y el cansancio nos toma por completo a todos. Pero agradezco tener historias de las otras para contar gracias a profesionales de la salud que humanizan los momentos más difíciles. Por ello no hay palabras para agradecer esta historia que, gracias a Enric Benito, a Fernando Sureda y a su familia, y especialmente a Juan y Facundo Ponce de León, todos podemos ver en el cine. Porque contar estas historias nos ayuda a poner el corazón en orden, a priorizar lo que es importante en la vida de cada uno. Estas son historias que nos acercan, que nos hacen poner el foco en lo fundamental y nos ayudan a relativizar cuestiones por las que a veces nos hacemos un mundo.
Un reconocido médico paliativista español, el Doctor Marcos Gómez Sancho, dijo en una conferencia que, en años de entrevistar a pacientes en sus últimos días, cuando les preguntaba si se arrepentían de algo, la inmensa mayoría de lo que único que se arrepentía era de no haber estado suficiente tiempo con los que amaban. Vivimos como si no nos fuéramos a morir, y eso nos hace vivir superficialmente. Tomar conciencia del límite y de nuestra vulnerabilidad pone los vínculos en un lugar de privilegio que no siempre le damos.
“Hay una puerta ahí” más que una película es un testimonio que será siempre actual, como cualquier clásico, porque en eso se convierten los clásicos: en historias siempre actuales, porque la verdad que transmite no depende de las modas, es la verdad más simple y más honda de la que nunca podremos decir que la hemos aprendido o superado: la de buscarle un sentido a la vida y la de abrazar lo que somos en toda su fragilidad sin miedo. Quienes lo convirtieron en una película apostaron por algo humanamente muy grande.
Gracias a quienes lo hicieron posible y a quienes se animaron a compartir su intimidad y su vida con todos nosotros.
Y a quienes leyeron hasta aquí y todavía no la vieron, vayan a verla.

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