La cultura judeo cristiana nos impuso la máxima: la maternidad es la plenitud de las mujeres. La mayoría sucumbe frente a eso, algunas la disfrutan y otras la padecen. Pero de lo que no se habla en ningún debate es del abandono que hacen las mujeres de sí mismas cuando la maternidad las domina. Sí, dominación y trampa, porque la maternidad puede ser una trampa de la que pocas pueden escapar. Sin intenciones de ponerme trágica, es un tema que hace rato pienso y observo (no sé si en ese orden) y porque provengo de una disciplina donde literalmente las mujeres ponen el cuerpo para trabajar, es por eso que en una franja etaria empiezan a desaparecer las actrices. ¿Y dónde están las actrices?
Nelly Goitiño, (actriz, maestra, abogada, profesora de piano, y directora de escena), nunca tuvo hijos. Eligió en relación al contexto de su época, aunque lo de “elegir es una renuncia a la felicidad que supuestamente nos perdemos, ¿renunciar es sacrificio o renunciar también es elegir? Por supuesto que hablar de elegir es casi una broma, ¿qué tanto podemos elegir? Ya sabemos que las circunstancias nos determinan y sólo reaccionamos más que otra cosa, o el discurso que podamos elaborar: yo decido, yo elijo, yo soy. Es tan falso… ¿Cuán libres podemos ser en un día? ¿Hacemos la cuenta?
El presente es una carnicería, un carnicero demandante que hay que complacer, ¿le damos un poco de nuestra sangre cada día? ¿Hasta dónde decimos sí, hasta dónde decimos basta? Cambiemos el punto de vista de lo que naturalizamos y nos impide verlo desde otra perspectiva, o como si fuera algo desconocido.
Un cuerpo habita otro cuerpo por 9 meses, el útero se llena, cumple su objetivo, su destino se concreta. Un órgano vacío en espera, eso es un útero. La maternidad es la invasión más grande que un cuerpo vivo pueda sentir. No hay experiencia física que se le asemeje, tampoco el amor erótico. Entonces una se da cuenta del ser que crece adentro a pesar que una no tome las decisiones, no decida sobre si hoy crece más o menos, si hoy le toca a la rodilla o el riñón. No, una no decide nada. Descubrir eso es apabullante, demoledor, entonces, ¿depende o no de mí?
Cada día crece sin que la madre autorice ese crecimiento. Es cuando la presencia del animal y el instinto nos determinan. El embarazo deforma mi cuerpo, y mis tetas crecen hasta explotar. Ya no soy más ese ser pensante que decidía cada una de sus acciones. Ya no. ¿Será así para siempre? Es una verdad demoledora, o una pregunta devastadora. No hay respuesta para eso. Nada. Solo esperar, pero no solo el nacimiento. Esperar, que crezca e ir resolviendo en la vida. Una aprende a esperar. Y con el tiempo se da cuenta del valor inconmensurable que es “esperar”, el capital está adentro. No es resignación, ser tonta, estúpida, débil, infantil, emocional, dejarse pasar por encima, menos inteligente. Una ha aprendido a relacionarse con la intimidad orgánica, a dialogar con la biología, ¿por qué? Porque no hay otra, no hay ansiedad, pastillas, retiro, vacaciones, aumento de sueldo, éxito, terapia o cambio de trabajo que cambie lo que no se puede cambiar: son 9 meses de espera. Es un cuerpo invadido, es una y otra, y habitada por otro cuerpo, y otras que se despiertan, conjugado con la paciencia: hay que esperar.
Luego esa espera se traduce en cómo relacionarse con el nuevo ser, pero la paciencia ya se hizo carne en una. Una es la misma y es otra, ¿cuánto tiempo tenemos para darnos cuenta de eso? La presión laboral, las presiones afectivas, las otras personas que exigen tiempo. Una crece esperando. Usa ese don: la espera sostiene el poder.
Cuando estuve embarazada viví el misterio de la vida No tengo explicación a lo que me sucedió durante 3 años de mi vida. Ese fue el tiempo que me llevó recuperar mi yo, mi yo anterior, mi yo propio sin el otro yo que me había invadido. ¿Habrá mayor negocio de venta que la felicidad de una madre y su perpetua sonrisa?¿Habrá algo más sensual que la mujer portando vida? No.
Sin falsos pudores, porque es la autoridad de la hembra y la dulzura valiente de la entrega. Es la verdad en su esplendor vital. La conmoción es imposible de describir, arrasada por un vértigo sin precedentes en tu existencia. Pero luego una debe ser la misma y llora porque no lo es, no solamente porque el vaquero no te entra y la cintura ¿dónde está? O parecés una vaca lechera que no para de chorrear leche todo el tiempo. Porque la otra ya no está, pero afuera hay un mundo que sigue sin una, y no te espera, nadie te espera, a pesar que te amen. En este saludable y positivo avance, las mujeres debemos ser más honestas y asumir las decisiones que hemos tomado que responden estrictamente a eso: elegir. No hablo desde lo personal, sino desde lo que he visto y sigo viendo. La elección del «marido» por encima de lo personal o la maternidad, es un gran tema que no se debate con la debida sinceridad que merece el asunto. La elección de la maternidad implica un cambio que no es meramente biológico en la vida de cada una ( y no es menor) sino el sacudón sensible que es tener una vida que depende literalmente de una. Ese impacto ha sido uno de los grandes motores de la vida pública en la vida privada de cada una de las mujeres. Son pocas las que tienen la fuerza para compatibilizar múltiples focos de interés. La mayoría de las veces implica: una cosa u la otra. Y la mayoría de las veces las mujeres eligen ser madres a como dé lugar. Me interesaría que se armaran mesas sobre eso, con la experiencia, con la realidad, con las decisiones. Con lo que significa desde lo que sucede, sólo desde un diagnóstico honesto se podrá mejorar. Hablar sin miedo, con nuestras historias, las de esta sociedad que entre todos construimos, sin que nadie se ofenda, sin ofender, pero más que nada, iniciando un camino de diálogo con uno mismo, con la parte que más abandonamos: nuestro yo íntimo, nuestro yo oscuro, nuestro yo luz.
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