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Ignacio Suárez: Exacta mezcla de linyera y de bacán

Ignacio Suárez:  Exacta mezcla de linyera y de bacán
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Rochense. Poeta. Ensayista. Docente. Productor. Crítico literario, musical, teatral y cinematográfico. Hombre de radio y TV. Cinéfilo. Cultivador de boliches. Tanguero de ley e integrante de la Academia Argentina del Tango. Ciudadano ilustre de Montevideo. Conductor de festivales, congresos y debates. Creador del movimiento Estudiantina Internacional. Director del Centro Cultural Casa del Autor de AGADU. Letrista de clásicos como “Los boliches” y “Poeta al sur”. Habitante (no fantasmal) del Palacio Salvo. Gran amigo de sus amigos. Está festejando sus jóvenes 75 años. Ignacio Suárez. Mejor dicho, Nacho.

Por Amilcar Nochetti

Publicaste hace poco un libro que se llama Postal montevideana. ¿Cómo fue eso?

Eso fue cumpliendo un pedido del Bocha Benavides. Es una edición muy linda, es como la réplica de una postal turística, y de alguna forma desde la tapa -donde aparece el Palacio Salvo, lugar en que vivo- hasta gran parte de su contenido, todo tiene que ver con esa frontera imprecisa entre la Ciudad Vieja y la “ciudad nueva”. Enfocado desde un costado poético, claro.

La poesía… Eso me lleva a otra pregunta, porque va a salir la tercera edición A pura vida y otras milongas. ¿Hay alguna explicación para que un libro de poesía tenga tanto éxito en épocas como tan materialistas como las que hoy se viven?

Parece raro, sí, pero recién te hablaba de la frontera entre la Ciudad Vieja y la “nueva”, y creo que estamos viviendo culturalmente una etapa fronteriza también, un mundo que se va y un mundo que viene. Casi te diría que estamos en la penumbra, o en el momento angustiante de la plena noche antes de la aurora. Porque es un hecho que vivimos un tiempo de profundas transformaciones, y eso puede darse también en el terreno poético, ¿por qué no? Nunca en mi vida había recibido tantas invitaciones para decir poemas en mesas o en boliches como en el momento actual. Más que en los años 60, aunque te parezca mentira. No olvidemos que en esos años tan cultos había igualmente muchos preconceptos. Hacer poesía era para gente medio “rarita”, y te lo cuestionaban. Bueno, creo que hoy, en medio de este proceso de cambios, los uruguayos -y muy en especial los montevideanos- estamos saliendo de la etapa en la que fuimos espectadores para realizar cosas activamente, como sucedía con los hacedores de cultura en los años 60.

Ellos no se sentaban a ver el carnaval de otros, sino que hacían su propio carnaval.

Exacto. No olvides que una de las secuelas más terribles que nos dejó la dictadura fue la de habernos convencido que éramos los últimos orejones del tarro. Por suerte, hoy los gurises escriben poesía, hacen teatro, hacen performances y salen a la calle, van al cine y luego vuelcan sus opiniones en la web, aunque el ritual del cine haya cambiado tanto, ¿no? En eso sí me quedo con lo de antes, porque ir al cine era un acontecimiento social. Eran salas de mil personas donde compartías una experiencia y luego salías y te ibas a la confitería, al bar o al restorán a comentar la película. Tan importante era ese ritual que hasta te vestías especialmente para eso.

Y para vos doblemente importante porque no sos montevideano, y todo ese ritual en los pueblos y ciudades del interior se viviría en forma más acentuada.

Claro. Del lugar donde nací y viví mi infancia hay dos cosas imborrables para mí. Una es que frente a casa aún hay un edificio con una placa que dice: “Aquí nació Constancio C. Vigil” (el fundador de Editorial Atlántida y creador de la revista Billiken), y siempre pienso qué bárbaro que en lugar de levantar una estatua para que luego la caguen las palomas, se recuerde con una placa al niño que años después alimentó las fantasías y los conocimientos de otros niños que vendrían. La segunda cosa imborrable, la más grande, es que después del cierre de los grandes cines, que desaparecieron en Rocha, se formó un cine club, y su pantalla está precisamente en la pared de la habitación donde nací. Por eso cuando me vaya me iré tranquilo: no puedo imaginar mejor homenaje que ése.

Está muy bien que los homenajes sean en vida, y no cuando ya no estás para verlo.

Sí, últimamente he recibido muchos. Me he llegado a preguntar si tendrán conocimiento de algún parte médico que desconozco, pero… Hablando en serio, soy un convencido que esos homenajes no son tan personales, sino pensados en un representante, uno más, de una generación muy comprometida con la cultura del país. Por ejemplo: ¿por qué acepté que me declararan Ciudadano Ilustre? ¿Por merecerlo específicamente? No. Lo acepté porque era lo que debía haber tenido (y no tuvo) gente como Zitarrosa, Juan Capagorry y tantos otros que apostaron todo a la cultura nacional.

Y eso nos lleva nuevamente al tema de reactivarnos para esta época de cambios…

Y ahí también tiene que ver el avance de la tecnología. Fijate que en mi pueblo la gente se reunía en casa a escuchar a Chicotazo por radio. Ese ritual siguió repitiéndose en Montevideo en los años 60, cuando se reunían a ver la tele. Es decir, eran épocas en que aún no había una cultura del living, sino que se vivía una cultura del salón. Y ahora ya tampoco estamos en la del living, porque desde la cama manejamos artefactos que nos permiten estar conectados con cualquier lugar del mundo. Es que nos cansamos de creer que lo lejos estaba cercano, y empezamos a saber cuán cerca estaba lo lejano. Esa sensación de saber más exactamente dónde están realmente las cosas nos ha permitido reencontrar una raíz cultural que es la única que debemos alimentar, para que nuestros hijos y nietos se doblen pero no se quiebren frente a la invasión permanente de la tecnología. Después de haber tenido la vanidad de ser los ciudadanos del mundo tenemos que saber ser ante todo ciudadanos de la comarca.

Dejamos algo pendiente con el asunto de la poesía que me interesa saber: ¿qué es en tu opinión la poesía, o cómo surge en vos?

No tengo la más pálida idea. Quizás sea la reflexión que te deja la vida. Mi hogar lo formaban mi padre, mi madre, mi hermanita pequeña y yo. Hoy se han ido todos, y eso de quedarme solo hizo que me preguntara por qué y para qué. No encuentro respuestas. Con la poesía me pasa lo mismo. No sé por qué escribo ni para qué sirve un oficio que a primera vista puede parecer tan inútil.

¿Un acto de rebeldía callada contra los estereotipos, quizás?

Es probable, ¿por qué no? En mis épocas de infancia y juventud todo estaba etiquetado: si eras blanquito y de un hogar económicamente viable tu meta era ir a la Universidad o convertirte en bancario, y si eras morochito e hijo de gente laburante tu destino era la Escuela Industrial. Ya en aquel entonces empecé a preguntarme por qué y para qué eran, así las cosas. Eso mismo me sucede con mis ausencias, y me da la sensación que de ese cuestionamiento sale mi poesía, como una herramienta que proviene del alma, porque pasa por la cabeza como un trámite aduanero, sólo para saber qué depurar del texto, nada más. El resto es alma y corazón. Lo que sí tengo claro es la meta que persigo con ella, que es la de poder vivir más poéticamente, hacernos ver cosas de nosotros y de los demás que no sabíamos que sabíamos. Eso nos está faltando en la actualidad.

¿Siempre fue ésa entonces la función de la poesía?

No necesariamente. Hubo épocas en que se realizó para incidir con ella en el mundo en el cual pensábamos intervenir. La poesía social. Pero el mundo nos pasó por arriba, y ahora parece que para no convertirnos en un mero número de estadística y disfrutar del breve pasaje por el mundo la poesía debería existir para que la vida pueda ser realmente una fiesta, viendo las cosas con otros ojos. Ahora que pienso, se me ocurre un ejemplo para decirte qué es la poesía. Escuchá: “Una niña rubia, de grandes ojos claros, estaba recogiendo flores silvestres en el campo de sus padres -en Maldonado- cuando de pronto descubre en el cielo un enorme pescado plateado y silencioso que avanzaba sobre ella (¡y eso fue verdad…!). Pero también fue verdad cuando el abuelo le dijo que no había visto a un gran pez en el cielo, sino un gran dirigible nazi: el Graf Zeppelin”.

Dos formas de ver una misma realidad…

Sí, que además no me pertenece, que ya está allí. Yo lo único que hago es estar atento, con mi poesía no invento nada, simplemente pretendo estar con los ojos bien abiertos para que la realidad no se me escape del alma.

Y ya que hablamos de estados del alma hablemos del pago. ¿Cómo era Rocha en tu niñez, y qué cosas cambiaron?

No han cambiado tantas cosas. El hecho que haya quedado lejos de la ruta aísla un poco al pago, y entonces es uno, en forma más o menos autodidacta, quien debe preocuparse por su superación personal. Recuerdo que al llegar a Buenos Aires por primera vez me asombré de advertir que era cierto que los buzones eran carmines. ¿Pero cómo lo sabía yo? Por el tango, no por haberlos visto. Es decir, por el bagaje cultural que traía a cuestas. Para eso sirve la cultura: para formarnos y plantarnos bien ante el mundo, intentando que lo que absorbamos pueda sorprendernos por nuevo o inesperado, pero no desestabilizarnos, porque tenemos bases sólidas.

¿Y Rocha…?

Mi Rocha era “la roja moneda del verano / sobre la casa de mis primeros años, / la soledad hirviente de la piedra / donde no llega el frescor en blanco y negro / del zaguán embaldosado”. Rocha eran las calles de piedra, sin árboles, a veces con viento, con una luz muy luminosa, pero a la vez una ciudad muy fría, inhóspita, a la que sin embargo teníamos la urgente necesidad de volver. Y era también el paisaje lleno de faroles altos y negros, con bombitas de 25 watts en la noche a la salida de la matinée. Entonces era inevitable que un joven ante ese paisaje pensara que si la felicidad existía estaba en otro lado, seguramente al final de las vías del ferrocarril.

¿Y eso te impulsó a venir a Montevideo?

Sí, la capital era un destino casi natural te diría. Yo no vine solo sino con mi familia, veníamos a buscar un espacio de felicidad y plenitud que no existía en otro lado. Podía hallarse acá y en Buenos Aires, pero no en el interior.

¿Qué edad tenías cuando viniste?

Trece años. Vine con mi madre y mi hermanita, mi padre se quedó.

Y caíste justo en el momento ideal, al borde de los años 60…

El golpe brutal que recibí fue doble: cultural por el lado del cine, y visual por algo que no existía en Rocha, las luces de neón. También viví el desastre de las inundaciones del 59, con la Republicana a caballo patrullando las calles oscuras, meses de llover sin parar, y la angustia apocalíptica de la evacuación de Paso de los Toros. Pero venir a Montevideo también tuvo su costado problemático, porque después de haber tenido cierto estatus en Rocha llegar a la capital y ser parte de una multitud despersonalizada, fue un golpe brutal para el adolescente que era en esa época. Pero lo agradezco en forma retrospectiva, porque me permitió crecer en otros aspectos. Y así pasé de la rambla a la Unión y Villa Española, de las calles a los prostíbulos, de los amigos a los chorros, de los paseos a los ómnibus atestados, donde viajaba más gente afuera que adentro, toda una realidad que me hizo madurar muy rápido.

Y que te convirtió en otro, porque no en vano tu obra poética es montevideana. Leyéndote nadie diría que hay en Nacho un rochense.

Esa es una primera impresión generalizada, pero no es tan así. A Rocha le debo la vida e inaugurar los asuntos. Me brindó el permanente asombro ante tres enormes extensiones: el mar, el campo y el cielo azul en la noche. Pero Montevideo, madre cruel como decía Líber Falco, me dio lo demás. Buenos Aires también, pero ya sabemos: Buenos Aires es una gran mina, te acostás con ella y gozás mucho porque sabés que cuando amanezca ya no va a estar. Montevideo en cambio está siempre, a veces dolorosamente, pero en el dolor es cuando mejor se crece. Así es como me han definido: exacta mezcla de linyera y de bacán. Pero sin olvidar que la base está en Rocha, porque todo lo que la capital me dio es porque el pago no había podido regalármelo.

(Revuelvo en la poesía de Nacho y leo: “Yo de niño viajaba por los ojos. / Me escapaba por el cine o la palabra / con puertas, con porteros o con libros / que escondía debajo de las sábanas. / La felicidad, si existía, estaba lejos, / al final de los rieles azulados, / en noches cenicientas, como heridas / por el cuchillo amarillo que pasaba, / metálico y fugaz cual tren fantasma, / o en la cruz ondulante de algún barco / en la honda y salada patria de agua. / Yo me iba de allá, del pueblo o casa, / por el sueño del circo o los gitanos / cabalgando hipocampos o pegasos. / También por el asombro permanente / de la poesía, o en el prohibido amor / de una muchacha. Pájaro y canto. / La belleza en el aire de sus alas / y en el renacimiento de la piel, / ese milagro”).

A un capitalino le cuesta imaginar aquella Rocha…

Yo soy un gran admirador de Juceca, que no sólo era un humorista sino un verdadero filósofo de la vida. Y Rocha era como el boliche El Resorte: nunca pasaba nada. Hasta que un día algo llegaba. Y podía ser, como digo en un poema, el circo con sus animales y sus enormes carpas, y allí el pueblo se sacudía la modorra y se comenzaba a gestar en el aire una imaginería hecha de miedo y fantasía. O la llegada de los gitanos, algo que alimentaba las aprensiones porque decían que se llevaban a los niños y que robaban, entonces a cerrar las puertas, que siempre se dejaban abiertas. Una tercera sensación que nos despertaba y que no menciono en el poema era la Vuelta Ciclista, con los héroes del pedal que llegaban como monstruos, porque venían sacándose el barro de caminos que no eran los de hoy. Mirá vos lo que son las cosas: de esos acontecimientos Montevideo me permitió reencontrar dos, los gitanos por García Lorca y el circo a través de Fellini.

¿Y cómo hacías para irte de esa soledad comarcal, de ese techo chatito?

Por medio de los ojos, que me permitieron buscar otros paisajes y descubrir el cine. Por eso mi primer laburo fue hacer comentarios de películas y de obras teatrales.

Siempre te imaginé como representante perfecto de la universidad de la calle. Sin embargo, tu poema más entrañable y más recordado es Los boliches, que posee uno de los mejores versos que leí en mi vida: “…de un reloj que hizo el tiempo y murió”. Entonces, ¿dónde está el verdadero Nacho, en la calle o en el boliche?

Lo que pasa que tuve siempre un permanente combate entre la cultura libresca y lo que defino como cultura de la sangre. Esta última proviene de mi padre, que nos propuso siempre el dolor, y a la vez la fiesta, de la naturaleza, esa cosa realista del campo, nada folklórica, la de las muertes de los bichos degollados, la de ver cojer a diario frente a tus ojos, o ir a buscar con tus primitas el rincón más oscuro del galpón y conocer el sabor agridulce e inaugural de la sexualidad. Y por otro lado estaba mi madre con la cultura libresca, y así hoy me recuerdo de niño -aunque parezca mentira- recitando de memoria la Leyenda Patria o el Tabaré. Es decir, mi casa era lorquiana, pero a dos cuadras se abrían otros mundos mal vistos pero que estaban allí, tentadores, mostrando la otra cara de la realidad. Eso que me pasaba en Rocha volvió a sucederme acá, con el boliche como lugar de camaradería y la calle como testimonio de la realidad. Por eso nunca fui uno, fui varios a la vez. Lo más difícil siempre ha sido lograr una convivencia pacífica entre todos los Nachos que hay adentro mío.

(Nadie mejor que el poeta para descifrar lo esencial de lo humano: “Yo fui también alguna vez / noche de luna, de frontera, / de campo grande, entre / música de escuela, caballo / y club social. Fui un palpitar, / un aroma de lavanda inglesa, / de gomina Brancatto, / de cerveza rubia, y de caña / blanca fui. De menta y / chocolate del Brasil. Mano / con mano. Boca con boca / en el palmar de la palma / del butiá. Un palpitar. / Yo antes fui un palpitar / bajo la vía láctea y terrenal, / digo, / una gota de mi padre / fui”. Y por otro lado, la madre: “No dejaré de verte como siempre / con tus ojos de cielo y tu túnica blanca, / rodeada de muchachos y cuadernos / entre aromas de escuela y de manzana. / No olvidaré tu mano, aquí en la frente, / ni tu espera en las frías madrugadas, / y tu manera de estar cuando los miedos, / maestra en las ternuras desveladas. / Sembradora de luz en las simientes / crecidas por tu voz a la estatura humana. / Eres faro en las sombras -que persisten- / y en mi amor por el jazmín y las palabras”).

¿Has podido congeniar con esos universos que te forman y te hacen complejo?

Si, por lo de la poesía como un estado del alma. Quizás por eso mi gusto por el tango, que también nace y refleja un mundo doble: el arrabal y el bacanaje. Y eso está en mí desde el nacimiento. Yo para las criadas era el señorito Ignacio, pero sentía que eso no era exactamente lo mío. Yo miraba hacia afuera de casa por un gran ventanal, y veía pasar peones rumbo al campo. Un día uno de esos hombres me dijo que ellos me veían y me envidiaban porque estaba del otro lado del vidrio, calentito en el hogar, mientras ellos andaban en pata a la intemperie. Pero nunca supieron cómo los envidiaba yo, porque eran para mí –casi sin advertirlo- una cierta noción de libertad.

Esas inquietudes también tienen que ver con la propia formación que se trae, ¿no?

Sí, porque formé parte de una generación a la que le daba mucha vergüenza no saber. Y eso no significaba vivir adentro de la Biblioteca. También estaba el Sorocabana, donde había una mesa de cinéfilos, otra de teatreros, una tercera de gente de la filosofía, etc. Eso también incidía en tu formación, porque el asunto no era saber dónde estaban las mesas de esos tigres, sino poder llegar a ellas, integrarte y sobre todo mantenerte sin que te sacaran de un voleo. No es que tuvieras que saber de todo, pero tenías la obligación de tener un mínimo conocimiento de las cosas. Eso es lo que me formó, y agradezco haber nacido en una época en la que teníamos fe en que nuestro destino era conocer la realidad para incidir en ella y hacer del mundo un lugar mejor. Está muy bien eso ya que se sabe que “juventud sin rebeldía, servilismo precoz”.

¿Y después?

Después llegó Los boliches para dejar una etiqueta de Nacho, y quiero pensar que sea para algo positivo, para que alguien vea por mí lo que cuando miraba no vi. Sobre todo el vínculo humano. El poema fue editado en 1972, aunque escrito a fines de los 60, y aún hay desconocidos que me paran y me agradecen que lo haya escrito, porque les permitió conocer un poquito más la esencia de un lugar donde nunca pudieron entrar, porque sus madres no se lo permitían.

Lo cual me lleva a la siguiente pregunta, que es una sola palabra: Zitarrosa…

Lo conocí en una vinería que tenía Yamandú Palacios, en una noche muy fría. Al llegar había cantando en el escenario un flaco con una bufanda atada al cuello, un pantalón de verano, un buzo raído y unos championes. Todo era muy contradictorio en esa figura, porque así de contradictorio era su universo. ¿Quién es, por ejemplo, el violinista Becho de la canción? Un hombre que vivía en pedo, un bohemio impenitente e impresentable que sin embargo estaba capacitado para tocar a Vivaldi con la Sinfónica del Sodre. A mí me encanta el vals Caserón de tejas, Becho lo sabía y cada vez que nos topábamos en algún lugar él convertía lo que estaba tocando en algún acorde de ese vals. Un día voy con Hugo Balzo a ver la sinfónica. Becho tocaba, y estaban haciendo un movimiento de Vivaldi. Al verme sonrió, y al final del movimiento terminó con Caserón de tejas ante el asombro de todos. ¿Y sabés con qué acordes terminó el segundo movimiento? Con el jingle de Tintorería Biere. Así también era Alfredo, aunque en el escenario era formal.

Es que se desenvolvía en un universo muy particular…

En otra galaxia, y con seres de esa otra galaxia. Gente como él, como Becho o como el clarinetista Santiago Luz, que una vez me invitó a la casa y cuando llegamos se puso a llamar a un tal Miguelito. Yo pensé que sería un nene o a lo sumo un perrito o un gatito. No. A las cansadas apareció Miguelito, y era un ratón. Otro personaje de ese universo era un ventrílocuo que hacía un número cómico con un muñeco que era un pato. Juntos eran el dúo Paco y Pico. Bueno, un día lo vi en un club nocturno, y después de hacer la función (en la cual Paco se levantaba una rubia y el pato intentaba impedirlo) fui a saludarlo al camarín. Al entrar me quedé de piedra porque el tipo estaba absolutamente solo e intentaba convencer al pato (que por supuesto le contestaba) que aunque se fuera con la mina esa noche al día siguiente iba a volver. Todo esto va a formar parte de mi próximo libro, una serie de viñetas y cuentos sobre casos reales de los que fui testigo.

Volviendo a Zitarrosa, supongo que integra ese libro.

Alfredo merece un libro entero, porque mil cosas podría contar de él. Un día me llamó muy misterioso y formal para citarme en un boliche a las cinco de la tarde. Fui, estaba esperándome, pero cada vez que intentábamos hablar aparecía alguien, nos interrumpía, él ceremoniosamente lo hacía sentar y lo invitaba con una copa. Como todos aceptaban, al final terminamos a la mañana siguiente. Salimos con un pedo tísico de tanta copa y tanto convidado de piedra, y ya al despedirnos le digo “¿Total, para qué me llamaste?”, y me dice solemne “Sí perdón, para pedirte permiso y grabar algunos poemas tuyos?”.

¿Y qué le contestaste?

Le dije: “Mirá, flaco, te digo lo mismo que vos a Gardel si él un día te parase para pedirte musicalizar algunos de tus poemas”. Y así, después de una noche interminable de copas, nos dimos un abrazo y nos fuimos a dormir la mona. ¿Te das cuenta? En medio de un caos vital demencial, esa insólita formalidad. Estábamos entre amigos, hubiera bastado con pedírmelo cuando me llamó por teléfono.

Sí, parece muy loco todo…

Hay otra anécdota impagable, aunque él no la protagonizó. Un día estábamos con Alfredo y otra gente, y llega un tipo al que le decían el Cholo, que andaba vestido de negro. No era uruguayo, pero quería integrarse a nuestra rueda. Le preguntamos si sabía cebar mate, dijo que no, le enseñamos y pasó a ser el cebador oficial de la barra. A partir de entonces el Cholo entraba y salía leyendo siempre, pero nunca le preguntamos de dónde venía. Un día lo encuentro en la Plaza Independencia. Era verano, todo el mundo de blanco menos el Cholo, sentado leyendo todo de negro. Lo invité a almorzar a casa. Fuimos, comimos y chupamos de lo lindo, y cuando el Cholo estaba recontra mamado dice: “El día que yo sea presidente de mi país lo voy a invitar para devolverle la atención”. Sí, le dije yo, todo bien, cómo no, pensando que la mamúa venía brava. Pasó el tiempo y un día se lo llevaron al Cholo. Pregunto en la pensión donde vivía y me dicen que habían venido dos tipos, que no eran milicos, pagaron lo que el Cholo debía y se lo llevaron. Me había dejado un abrazo porque no le gustaban las despedidas, pero que no me preocupara porque ya nos íbamos a ver. Al día siguiente abrí el diario. En primera plana estaba el Cholo, y el titular decía: “El doctor Hernán Siles Suazo vuelve a ser el presidente de Bolivia”.

Sos un hombre de radio y también de TV, y en ambos medios tuviste gran éxito. En radio con La cofradía de la luna y en TV con Un día en la vida de… ¿Qué cosas rescatás de ambas vertientes? Porque son muy distintas…

Yo empecé en la TV en un programa femenino que iba por las tardes en Canal 10, que se llamó Letras, teatro y algo más, conducido por Lila González. Eran épocas en las que se suponía que a esa hora la mujer estaba en la casa porque no trabajaba afuera. Allí hacía entrevistas a poetas y novelistas, y críticas de los libros que iban editándose en plaza. Después me ganó el periodismo liso y llano, y empecé a hacer programas largos.

Sí, yo te recuerdo en un programa extenso que iba los domingos en Canal 4…

Se llamaba Completísimo. Primero fue en Canal 4 y luego en Canal 12.

Claro, y en perspectiva te hallo un tanto por fuera de lo que se presentaba en ese programa, porque lo conducías junto a Iván Kmaid y Julio Alonso. Raro trío, ¿no?

Sí, era difícil hacer ese programa, era muy largo e iba en vivo, con público en la platea. Además por aquellas épocas yo tenía La cofradía de la luna en la 44, que iba cuatro horas durante la madrugada. Entonces vivía con los horarios totalmente cambiados, porque en realidad mucha gente me llamaba para contarme sus dramas a las seis de la mañana, cuando había terminado el programa, y a mí eso me servía porque me permitía preparar una nueva salida. Pero llegaba a casa con tanta adrenalina que no me dormía hasta las 12 del mediodía.

¿Y dónde te sentías más cómodo?

Me sentí muy cómodo en la TV, y pese a que tuve que hacer concesiones (como sucede siempre en ese medio) puedo decir que nunca me vi obligado a renunciar a algo para permanecer allí. Además me permitió hacer amistad con gente muy diversa, de Horacio Guarany a Obdulio Varela. El pretexto de trasladarte hasta la casa de la gente para que te contaran un día en su vida daba pie a innumerables vías de comunicación entre el periodista y el entrevistado. Eso es altamente enriquecedor. Otra cosa positiva de haber estado en radio y TV es que te permite distinguir de un plumazo cuándo una persona que te para en la calle es radioescucha o televidente. Hay mayor cercanía y mayor sensación de camaradería con el radioescucha, quizás porque la radio se recibe de manera solitaria o a lo sumo en pareja, mientras que la TV es un fenómeno colectivo, de toda la familia. Hasta que hubo alguien que rompió totalmente mis esquemas, porque me dio la mano y me dijo: “Yo a usted lo escucho por la televisión”. Es casi como que te vean por radio, ¿no?, un tanto inquietante.

Sí, es una rara simbiosis que de todas maneras tiene que ver con tu diario vivir…

Es verdad, porque tampoco a primera vista se logra visualizar en una sola persona a un poeta y un presentador de TV. Debo decir, ya que lo mencionamos antes, que es al turco  Iván Kmaid a quien le debo la edición de mi primer tomo de poesía. Fue él quien me insistió hasta el cansancio en que debía editar mis versos. Yo no quería, por los falsos preconceptos de la poesía como un Olimpo para elegidos y la TV como la panacea de la banalización. Y mirá lo que son las cosas: él, que tanto quería verme publicado, siempre subestimó sus propios trabajos poéticos. El turco Iván tiene un excelente libro de poesía titulado Porque impar es la dicha, y sin embargo rara vez hablaba de esa faceta suya.

¿Y el tango, Nacho, del cual aún no hablamos nada? ¿Llegaste temprano o tarde?

Lo que pasa que el que piense que las frutillas maduran al mismo tiempo que las manzanas es porque no sabe nada de peras. ¿Cómo calibrar si llegás tarde o temprano al tango? Es una música que siempre estaba presente en la casa, aún cuando uno era chico y no se encargaba de seleccionar lo que se escuchaba. Aunque no lo quisieras el tango se te iba metiendo dentro de manera solapada. Hoy, claro está, es una verdadera pasión para mí, como lo son también el jazz, el fado o cualquiera de las corrientes culturales nacidas de los puertos, de las ausencias, que tienen una raíz humana muy profunda y que nunca nacen de la alegría sino de la pérdida. ¿Por qué me gustan tanto esas formas culturales? Porque llegan para ayudarnos a compartir los paraísos perdidos. Siempre digo que todos los habitantes del planeta somos compatriotas, porque todos provenimos de esa patria común que es nuestra infancia. En la tuya quizás haya un monolito enfocando hacia el espacio, como en la mía hay un caserón de tejas, y en la del vecino el gol que fulanito le marcó al rival de todos los días en el último minuto del partido.

¿Llegaste entonces por decantación al tango, o tuviste ayuda?

Hay dos personajes inolvidables al respecto. Uno era un primo mayor, que provenía del bajo y era gran frecuentador de timbas y tugurios. Ése era un personaje escapado de un tango. Un día pasó por la esquina de mi casa, se paró, me cantó un tango con nombre de mujer y se fue chiflándolo. Y sin saberlo me abrió una puerta. En esa misma esquina, en otra tarde de verano con sabor a pre tormenta, con enormes nubes violáceas ocupando toda la vista, sentí la voz de Dios que bajaba del cielo, al revés que la otra, que subía del bajo. Y esa nueva voz me habló de cosas que, con la información que poseía a esa edad, asocié con lo que conocía. La voz me hablaba de un ciego que todos los días pasaba puteando a los gurises que le dejaban cosas delante para que se tropezara, de una vecina que se había muerto, de un caballo flaco que yo había visto tirando de las jardineras en las que llevaban a los presos para la cárcel. Esa voz me abrió a un mundo desconocido para mí, que años más tarde, con más información, advertí que era ni más ni menos que el surrealismo. Pero la explicación de todo eso llegó después, cuando me enteré que a la vuelta de la esquina de mi casa había un club político de Luis Batlle donde, a través de una bocina, se invitaba a una cita de honor con la ciudadanía colorada porque hablaba Martínez Trueba. Y que había un solo disco que lo pasaban todo el tiempo, por lo cual lo que yo escuché no era la voz de Dios sino la de Edmundo Rivero cantando El último organito desde el mismo altoparlante. O sea: hasta esos dos personajes reales, el primo y Edmundo, fueron haciendo que el tango se metiera en mí en forma subliminal.

Y como en todo tango, eso te abrió un nuevo mundo hasta el primer dolor de amor.

Sí, claro, porque cuando el circo se fue y se llevó a la muchacha por la cual sentí mi primer amor, yo ya estaba en el tango.

¿Cómo se hace en esta época de reivindicaciones de género para defender al tango, cuando sabido es que todo el mundo lo cataloga como un epítome del machismo?

En primer lugar programando para el 9 de marzo del 2020, 24 horas después del Día Internacional de la Mujer, lo que será el primer acto de reivindicación femenina desde dentro mismo del mundo tanguero. Un espectáculo que se va a llamar La Cumparsita homenajea a la mujer uruguaya. La segunda cosa es estudiar el asunto como se hace con cualquier acontecimiento, sin disociarlo del momento histórico, político, geográfico y cultural en que surgió y se expandió. Washington y Jefferson, los padres de la patria estadounidense, son próceres que forjaron la independencia de su país, pero además fueron esclavistas.

Claro, porque era lo que se consideraba correcto en su tiempo, hasta que cien años después llegó Lincoln y cambiaron las cosas. Y aún así les costó cuatro años de guerra civil y el surgimiento del Ku Klux Klan en el Sur.

Con el tango pasa lo mismo. No olvidemos que las tres ciudades paridoras del tango (Buenos Aires, Montevideo y Rosario) eran puertos que recibían impresionantes oleadas migratorias de hombres, donde el género masculino superaba infinitamente al femenino. Por tanto, a los tipos no les quedaba otra que acercarse al quilombo para experimentar la cercanía física de una mujer. De otra forma era muy difícil. Entonces se formaban largas filas, y para entretenerse los tipos llamaban a amigos para que hicieran un poco de música. De esa forma y en esos lugares fue surgiendo el tango, con bailes improvisados en base a lo que se había visto la noche anterior en otro lado, con lo cual sin quererlo se terminó por construir una coreografía que en principio surgió de la nada.

¿Querés decir que resultaba inevitable que la mujer del quilombo fuera tomada como un objeto del cual “enamorarse” o incluso apoderarse?

Seguro, porque ella era el único factor que unía dos soledades: la del gaucho que había sido arrojado hacia la ciudad por el avance de las alambradas, y la del inmigrante que había dejado muy lejos a su familia y su querencia. Por eso la madre y la hermana son las dos únicas imágenes femeninas intocables del tango: porque el tipo las había dejado atrás en el paraíso de todo lo perdido, sabiendo que nunca más volvería a verlas vivas. Y a eso hay que sumar la moralina atroz de la clase media, que esperó a que el tango fuera aceptado en París para ellos, entonces sí, poder disfrutarlo acá.

Es que la circunstancia personal del hombre respecto a la mujer, y la posición de ambos frente a la sociedad de entonces, no eran las de ahora.

No. Por lo tanto, entre moralinas, moralejas y muzzarellas, la cosa no era muy distinta a la que aún escuchábamos hace medio siglo, cuando nuestros tíos o los primos mayores decían que había una mujer para cojer y otra para casarse. A excepción de la Mireya, en el tango la rubia era para la casa, mientras que la morocha estaba para la cama. Así de estratificadas estaban las cosas. Juzgarlas con mentalidad del siglo 21 es no saber casi nada de Historia.

Y además la doble moral que se esgrimía por entonces, ¿no?, el famoso “mientras nos tenga bien a nosotras y a los nenes, que él haga lo que quiera”.

Claro, porque una cosa era el tipo de día y otra muy distinta de noche. Además, todo sucedía en medio de una sociedad altamente contradictoria, ya que en esa frontera de la que hablamos al principio entre la Ciudad Vieja y la ciudad “nueva”, en muy pocas cuadras tenías de todo. Por un lado las vanguardias arquitectónicas europeas, por otro el olor a tambo ya que a media cuadra llevaban a los nenes a tomar leche al pie de la vaca. En Bulevar Sarandí estaban los afrancesados que luego se parapetaban en Reconquista e Ituzaingó, en la Torre de los Panoramas de Julio Herrera y Reissig. Pero ahí mismo, en esa callejuela diagonal llamada Brecha (que por entonces se llamaba Yerbal) se hallaba la zona roja del Montevideo de la época. Ahí incluso hay que ubicar el colmo de los colmos: un colegio católico en esos años recibió popularmente el nombre de La Puerta del Infierno, porque la entrada daba para la rambla pero la puerta de atrás daba justo para Yerbal. Montevideo era una ciudad en transición, en la cual pululaban los cafés europeos en calles donde era permanente el olor a bosta, ya que aún circulaban carros tirados por caballos vendiendo frutas y hortalizas, o repartiendo leche. Imaginate eso en verano en la canícula del mediodía. En ese momento y en esos lugares nació el tango, no en un simposio del siglo 21 dentro de un recinto lujoso con aire acondicionado.

Nacho, de cine no vamos a hablar porque…

Porque estamos de acuerdo en el 99% de las cosas, y entonces sería muy aburrido. Sólo que mi musa es Mónica Vitti, tan antonionesca ella, y la tuya será una de las tantas mujeres bergmanianas, ¿no?

Es cierto, pero debo decir que la Vitti no tuvo culpa que no me guste Antonioni.

Ni Anna Karina de haberse asociado a Godard…

En cambio, quiero hablar de algo más urgente. Hace un par de meses colgaste una cosa en Facebook que fue muy malentendida por quienes pensaron que estabas haciendo política partidaria. Eso hace que te pregunte cómo ves hoy al Uruguay y cómo podés imaginar que será dentro de unos años.

Es cierto que no había ningún mensaje político partidario ni ningún tiro por elevación a nada ni nadie. Colgué el mensaje en Facebook como hombre preocupado por algo que tiene que ver con mi trabajo desde hace muchos años, y que es el asunto del derecho de autor. Lo que dije y sostengo es que siempre se tiene mucho menos inconveniente en pagar por algo que uno ve, por lo que uno hace con las manos (como puede ser una planchada, por ejemplo), que lo que surge del intelecto, como el trabajo de los docentes, los artistas y los escritores. A esos se los demora, y si se puede pasar sin pagarles mejor aún. Parte de la culpa incluso la tenemos los propios creadores, que aceptamos que no se nos pague, porque nos afiliamos estúpidamente al famoso dicho de “Total, si te gustó ser artista o poeta, ahora jodete, y si te agarró la tuberculosis y te echan de la pensión porque no te alcanza la guita bancátela”. Esa manera nefasta de pensar fue aceptada incluso como sinónimo de una suerte de romanticismo artístico, y así se han cometido injusticias históricas. ¿O no era romántico en una época matarse por amor, como hacía Werther?… “Bueno, entonces ahora morite por amor… al arte”, piensan muchos.

Como dije, mayoritariamente la respuesta que recibiste de la gente fue de apoyo, pero curiosamente hubo unos pocos ofendidos, aunque bastante enardecidos…

Sí, los hubo. Mirá, yo en la actualidad integro la Asociación de Autores, la Asociación de Intérpretes y la Asociación de Músicos, y durante gran parte de mi vida he formado parte de organizaciones de escritores y colaboro cada vez que puedo con los artistas de todas las disciplinas. Es decir, yo creo en el arte como herramienta transformadora de la sociedad. Primero de interpretarla, y luego de conocerla para poder incidir en ella. Lo que me hizo enojar es que, en los últimos tiempos, desde ciertos sectores políticos se ha cuestionado al derecho de autor. Yo sigo defendiéndolo. Entonces, lo que puse en Facebook en esa oportunidad (y sigo diciendo hoy) es que, mientras escucho algunos grititos histéricos desde algún puesto público muy pero muy bien pago (creyendo que con eso están haciendo la Revolución), me duele mucho recordar que cuando las papas quemaban y habían compatriotas dejando la vida en las calles y los testículos en los cuarteles, estos “héroes” de hoy aún no sabían cómo ni para qué se usaba el papel higiénico. Hablo de los que creen que la Historia empezó con ellos. El tema es que no combaten el derecho de autor públicamente sino que lo hacen desde la sombra, e incluso hasta quieren endilgarle al asunto algún componente ideológico.

¿Cómo es eso?

Claro, te dicen que si estás trabajando para la causa lo lógico es que lo hagas y no lucres con ello, y entonces te hablan del viejo tema de la abolición de la propiedad privada. En cambio, permanentemente estamos viendo que cada vez hay más casas sin gente y más gente sin casas. Sin embargo, de esas propiedades privadas vacías casi nadie habla. Al contrario, se incentiva ese asunto como un negocio muy rentable para el país.

Antes dijiste que muchas veces somos nosotros mismos los que propiciamos ese estado de cosas…

Sí, porque muchas veces se cree que una excepción, por el solo hecho de serla una vez, automáticamente se transforma en regla. Se confunde el compromiso afectivo con la necesidad de trabajar para subsistir, que tenemos todos y cada uno. Por ejemplo: hoy tú estás aquí dos horas fuera de tu horario de trabajo, y yo estoy contigo muy gustoso olvidando también mis otras tareas. Ninguno cobra por ello. Porque es un compromiso afectivo el que nos une. Pero no podríamos hacerlo a diario. No es justo que te pidan que trabajes gratis, porque tenés que comer, vestirte y pagar las tarifas básicas del hogar si no querés quedarte en la vía. Entonces: no me gusta nada ese tipo de liviandades de parte de quienes ocupan un cargo jerárquico, cobran por él, pero nunca han hecho demasiado por la cultura, mientras ya vimos cómo han muerto en la miseria verdaderos artistas de nuestro país. Eso duele mucho. Por eso en Poeta al sur digo: “Gris oficio el de poeta, / deber y culpa tal vez”, porque hubo quienes luchando por los cambios, por justicia, paz, pan y cultura, han dado la vida, y al final ni para cubrir el servicio fúnebre tuvieron. Entonces, vamos a decir las cosas como son: quien más quien menos, todos sabemos cuánto costó reconquistar el derecho a la opinión, como para ahora aceptar que vengan algunos listos a decir que, más que un derecho, la opinión es una obligación.

Quizás por lo que ya dijiste una vez: que a los uruguayos sólo nos gusta ganar, y a lo que sea.

Exacto, pero las victorias a lo Pirro no tienen ni gracia ni gloria. Hace mucho tiempo me saqué de arriba la obligación de tener razón, y además, de que me la dieran. Pero no voy a discutir con los desinformados ni con los avivados, porque todavía me considero un caballero, y en mi época los caballeros no se batían con quienes no lo eran.

¿Y cómo te ves de ahora en adelante, Nacho?

Como decía Ernesto Cardenal, “yo le canto a un país que va a nacer”. No hay mejor cosa que vivir naciendo. Si me permitís, te contesto con algo que escribí, que dice así: “Ayer también estuve aquí, / en esta esquina del sur, del mar y el viento. / Vine a buscar mi voz / de alcohol y de guitarra, / mi voz de antes, que se voló en proclamas, / en un verso de amor y bolichero, / en el misterio de una mujer desnuda / sobre el pecho, latiendo como el poema / en el blanco papel de mis desvelos. / Soy hijo de la noche y del lucero. / De la ternura y un animal rugiendo. / Subo al andamio de las jardinerías / buscando aquel jazmín de blancos senos / en el viejo patio de mi casa de entonces, / cuando tenía padres y Dios, / y me creía / la misión de cambiar el mundo / ¡ya!, / a imagen y semejanza de mis sueños. / Ayer volví a buscarme / y no me encuentro. / Mañana volveré. / ¡Es hora de empezar todo de nuevo!”. Y aunque estamos un poco viejos para eso, trataremos de seguir en la lucha.

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Amilcar Nochetti Tiene 58 años. Ha sido colaborador del suplemento Cultural de El País y que desde 1977 ha estado vinculado de muy diversas formas a Cinemateca Uruguaya. Tiene publicado el libro "Un viaje en celuloide: los andenes de mi memoria" (Ediciones de la Plaza) y en breve va a publicar su segundo libro, "Seis rostros para matar: una historia de James Bond".