El imperialismo correcto por Hoenir Sarthou
El viernes pasado, el periodista Aníbal Corti dedicó una página de “Brecha” a sostener dos cosas: 1) que existe una diferencia histórica sustancial entre “tercerismo” y “tercera posición” (la semana previa había afirmado que “tercera posición es otro nombre del fascismo”); 2) que yo soy tan estúpido que no entiendo esa diferencia y, por eso, soy incapaz de reconocer un mitin fascista incluso estando en él.
Como a Corti no le bastó que el tercerista Carlos Real de Azúa hubiese titulado a su libro “Tercera posición, nacionalismo revolucionario y tercer mundo”, voy a dejar que otro tercerista, Arturo Ardao, le conteste:
“El tercerismo no es ni ha sido una ideología, por la sencilla razón de que no es ni ha sido más que una posición de política internacional: la llamada tercera posición entre las de los Dos Gigantes, Washington y Moscú…” …el tercerismo como tal, lejos de ser una ideología él mismo, ha sido el resultado de las más diversas y hasta contrapuestas ideologías” (Ardao, en “Marcha”, 14 de enero de 1966). Y agrega: “… ¿es la neutralidad propiciada o preconizada, con respecto a nuestro país, por quienes somos partidarios de lo que ha dado en llamarse la tercera posición?” (Ardao, en “Marcha”, 28 de enero de 1966). Las tres citas pueden verificarse en “Polémica Arturo Ardao y Carlos Real de Azúa”, pags. 882 y 920).
Como se ve, “tercerismo” y “tercera posición”, durante la guerra fría, significaban lo mismo: una postura de independencia respecto a los centros del poder mundial, Washington y Moscú. En nuestro continente la asumieron ideologías muy diversas: peronismo argentino, trabalhismo brasileño, castrismo cubano en sus inicios, y, en el Uruguay, herreristas, anarquistas, socialistas, nacionalistas de izquierda (el grupo de “Marcha”), etc..
El error de Corti parece provenir de las que podrían ser sus fuentes. Dice Metapedia (en nota titulada “Tercera posición”): “Tercera posición es el nombre que se aplica a las corrientes políticas que no son de derecha ni de izquierda”. Y dice Corti (en su nota de la semana anterior): “”Tercera posición” no es el nombre que se aplica a las corrientes políticas que no se consideran a sí mismas propiamente de izquierda o de derecha. “Tercera posición” es otro nombre del fascismo”. Dice Metapedia: “Históricamente fue la postura que plantearon los movimientos de fascismo italiano, el nacionalsocialismo alemán, la Falange Española de José Antonio Primo de Rivera, las JONS de Ramiro Ledesma Ramos y Onésimo Redondo, la Guardia de Hierro de Cornelio Codrenau, el Justicialismo de Juan Domingo Perón y el Movimiento Hungarista”. Dice Corti: “Además del fascismo italiano original, se enmarcan dentro de la “Tercera posición” histórica el nacionalsocialismo alemán, la Falange española (de José Antonio Primo de Rivera), las JONS (de Ramiro Ledesma Ramos y Onésimo Redondo), la Guardia de Hierro rumana, el Partido Rexista belga…. El justicialismo de Perón es un poco posterior, pero abreva en las mismas fuentes.”.
No es raro que Metapedia le atribuya la paternidad de la tercera posición al fascismo e ignore a las corrientes de izquierda que la adoptaron, ya que Metapedia es una enciclopedia virtual dedicada a revisar el Holocausto judío y a reivindicar el nacionalsocialismo. Lo raro es que Corti coincida.
¿Qué lo llevó a publicar esas notas con tan mala información?
Corti no ha negado que integre lo que puede llamarse “la izquierda cosmética”, ese sector cuya bandera principal es “la nueva agenda de derechos”, un conjunto de medidas simbólicas que, sin modificar las situaciones estructurales de la injusticia social, pretenden maquillarlas mediante “discriminación inversa”.
Se ha dicho que los gobiernos del Frente Amplio son “gobiernos en disputa”, en los que diversas visiones ideológicas internas pujan por imponerse. Pero dos de esas visiones suelen ganar casi todas las disputas. Una es la de la conducción económica, que propone adaptarse al modelo económico global y ve a la inversión extranjera como la única esperanza. La otra es la de la izquierda cosmética.
Son visiones complementarias. La nueva agenda no se mete con la economía. Mientras se use el habla políticamente correcta, ingresen más mujeres al Parlamento, los homosexuales se casen, se reserven empleos públicos para ciertas razas, se apruebe el femicidio y se pueda cambiar de sexo, está satisfecha. Por eso es funcional a la conducción económica. Le da un barniz de progresismo social que cuesta muy poco. La izquierda cosmética y la actual conducción económica son aliados naturales.
¿Los militantes de la nueva agenda no perciben o no les preocupa la bancarización obligatoria, el endeudamiento del país, la contaminación y privatización del agua (ley de riego mediante), el bajo nivel y la altísima deserción del sistema de enseñanza, las inequitativas exoneraciones tributarias, los bajos salarios y las medidas absurdas, como que el Estado invierta fortunas para que se enriquezcan empresas privadas (UPM, los propietarios de generadores eólicos, etc.)?
Supongo que muchos lo perciben e íntimamente les molesta. Sin embargo, es muy difícil encontrar a una ONG de la nueva agenda que denuncie esos hechos.
Explicar las cosas en base a la estupidez o a la maldad del interlocutor es una mala costumbre (esto es también una respuesta a Corti). No creo que los militantes de la nueva agenda sean tontos o perversos. Creo que están condicionados.
Lo que hoy llamamos “nueva agenda de derechos” llegó al país tímidamente hace unos treinta años, bajo la forma de ONGs financiadas por fundaciones privadas con sede en Europa y en los EEUU. Paralelamente, a nivel global, fue ingresando a los convenios y programas de la ONU, del Banco Mundial, de la OMC y de todos los organismos internacionales. Específicamente, es hoy parte de la agenda oficial de la ONU y de sus ramales, Fondo de Población, OMS, etc., que respaldan y financian a sus diversas organizaciones y reivindicaciones.
Pero los nuevos derechos son sólo parte de la agenda de esos organismos internacionales, una agenda más amplia que también alienta la inversión externa, la bancarización, las exoneraciones tributarias, la protección de inversiones, el uso de agrotóxicos, la propiedad intelectual (patentes) y el endeudamiento.
¿Cómo denunciar a esa otra parte de la agenda global sin perder el apoyo y la financiación destinados a los nuevos derechos?
Eso explica por qué las organizaciones de los nuevos derechos difícilmente puedan cuestionar a fondo al sistema económico. Sus patrocinadores no lo permitirían.
Hace ya cinco años, varias ONGs independientes (sin financiación conocida de la ONU ni del Banco Mundial), sobre todo “Redes de amigos de la Tierra”, lanzaron una campaña pública (“Libera a la ONU del lobby empresarial” fue su lema) para exigir límites a la creciente influencia de las corporaciones empresariales en las decisiones de la ONU. La campaña denunciaba prácticas de lobby empresarial, la intervención de técnicos y directores de empresas transnacionales como asesores de la ONU y el peso de la financiación privada en el sustento de la misma ONU.
Dichosos los tiempos en que el imperialismo se conformaba con cartas de intención y alguna que otra cañonera. Hoy la penetración del poder económico es más difusa y sutil. Opera sobre las cabezas y sobre las ideas. Sigue usando al dinero como instrumento, pero suele vestirse con ropaje de organismo internacional y hablar en el lenguaje de los derechos.
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