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Informe sobre ciegos por Luis Nieto

Informe sobre ciegos por Luis Nieto
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No se asuste el lector de Voces, que quien pretende ver en medio de esta creciente niebla no pretende tomar de Sábato más que el título del cerno de su novela “Sobre héroes y tumbas”. Una niebla que parece venir de la nada, de lo inesperado.

Estábamos todos preocupados por los datos que la ciencia ha venido acumulando con respecto al cambio climático. ¿Alguien no se enteró que en la Antártida la temperatura había aumentado 40 grados? ¿No estamos enterados que Groenlandia se deshiela, que los osos polares buscan comida cada vez más al Sur? ¿Estamos enterados que la ONU lanzó una advertencia, por medio de Ahmed Djoghlaf, secretario ejecutivo de la Convención para la Diversidad Biológica de las Naciones Unidas, que 150 especies de animales desaparecen cada día? La concentración de dióxido de carbono en la atmósfera está a un nivel superior a la de los 650000 años anteriores. “Estamos experimentando la mayor ola de especies pérdidas desde la desaparición de los dinosaurios”, declaró Djoghlaf.

Una parte creciente de la comunidad científica está de acuerdo con este diagnóstico, y ha conseguido incluirlas tanto en la agenda de los países centrales, como en la opinión pública de, prácticamente, todo el mundo. El clima se ha vuelto más impredecible, y el nivel de los océanos no deja de aumentar. Desde luego, hay gente que niega la esfericidad de la Tierra, parece un chiste, los griegos la habían demostrado casi 400 años antes de Cristo, y, sin embargo, el terraplanismo ha vuelto a conseguir adeptos sin que la cara se les ponga roja. Esos tipos, o tipas, o tipes, nos dejan con la boca abierta. También dejan correr su escepticismo con respecto a los datos científicos, constatados, además, empíricamente por las mediciones que realiza la Estación Espacial Internacional.

Desde luego que la principal responsabilidad la tienen los países con mayor actividad industrial, que han intentado retardar las acciones acordadas en la Convención Marco de la ONU sobre el Cambio Climático. Con la presidencia de Joe Biden, Estados Unidos, el principal emisor mundial de gases de efecto invernadero, ha vuelto a comprometerse con las metas definidas en los acuerdos de París y Kioto. Durante la presidencia de Donald Trump, por el contrario, el comportamiento de Estados Unidos fue desalentador. La urgencia en tomar medidas concretas fue sistemáticamente puesta en duda por Trump.

Pero Donald Trump fue el campeón de las mentiras. El Washington Post le llevó la cuenta: Entre el 20 de enero de 2017 y el 12 de enero de 2021, período en el que gobernó Trump, el diario le anotó más de 30,000 mentiras emitidas públicamente. Este bombardeo de fake news fue una de las mayores agresiones que se le ha hecho a la democracia, que necesita de la transparencia informativa para afirmar el compromiso de los ciudadanos en el viaje a ciegas, implícito, que deben emprender entre una y otra elección de sus autoridades. Ahí quedó, en medio de la ambigüedad, la intervención de los servicios de inteligencia rusos para destrozar la imagen de su oponente, Hillary Clinton, minimizada, cínicamente, por el propio Trump.

Las Metas del Milenio, los acuerdos de París y Kioto, y el enorme esfuerzo que tanto la comunidad científica internacional como cientos de instituciones en todo el mundo vienen haciendo para llamar la atención sobre la gravedad del agravamiento climático, pasaron a una zona oscura, se han vuelto invisibles, tras la decisión de Putin de invadir Ucrania. No hay otro tema frente a la posibilidad de que esto escale a una guerra generalizada, con uso de armamentos de enorme poder destructivo, incluyendo el nuclear, ya anunciado como una muy posible eventualidad por parte del gobierno ruso. Lamentable decisión frente a una Ucrania que no había agredido a Rusia, y cuya única amenaza, para el régimen de Putin, fue adherir a la democracia como sistema de gobierno. Y más lamentable si se recuerda la desaparición incruenta de la Unión Soviética.

Con una diferencia de sólo 9 días, en 1989, se produjeron dos hechos trascendentes: La puesta en órbita de la Estación Espacial Internacional a bordo de un cohete Soyuz, y la caída del Muro de Berlín. Dos hechos que tuvieron a un protagonista que había llegado al poder prometiendo reformas: Mijail Gorbachov. Así como había prometido reformas y transparencia en la actuación del Estado, también se propuso impulsar una política internacional basada en la cooperación. La Estación Internacional es sólo una de las iniciativas que han permitido creer en la cooperación entre regímenes distintos. Fue una apuesta, en condiciones adversas, eso sí. Como en la guerra contra el régimen nazi, la Unión Soviética y los Estados Unidos volvieron a estar juntos, esta vez para estudiar el planeta y el espacio.

Las presiones sobre Gorbachov fueron en aumento. Los partidos comunistas hermanados al PCUS no lo querían, afirmaban, abiertamente, que había traicionado a la revolución soviética. Algunos fueron más lejos, afirmando que Gorbachov era agente de la CIA. En ningún momento Gorbachov se había propuesto destruir la URSS sino ir hacia un socialismo más humano sin desunir la URSS. Tras un intento de golpe de Estado acabó renunciando a la presidencia de la URSS, y al Secretariado General del PCUS. Pero la Estación Espacial Internacional sigue dando vueltas alrededor de la Tierra, como un silencioso testigo de lo que podría haber sido el mundo, y la cooperación de países con regímenes políticos distintos. Para que eso funcione hacen falta dos cuestiones imprescindibles: la paz y el juego limpio entre las naciones.

Así como Gorbachov prometió cooperación y reglas del juego transparentes, Putin sólo ofrece un destino tenebroso para la humanidad. Cientos, o, quizás, miles, quedarán sepultados bajo el intenso bombardeo que Putin ordenó someter a quienes han sobrevivido en las entrañas de la vieja acería de Azovstal, en Mariúpol. Todavía están vivos, no pueden escapar de ahí, pero Putin debe mostrar a qué está dispuesto, y los enterrará vivos.

Putin ha apartado a Rusia de la sociedad humana para adherir a la concepción de Thomas Hobbes, de que el hombre es el lobo del hombre.

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