Home Opinión Juan Sartori, un candidato populista de laboratorio y con muchas interrogantes por Antonio Ladra
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Juan Sartori, un candidato populista de laboratorio y con muchas interrogantes por Antonio Ladra

Juan Sartori, un candidato populista de laboratorio y con muchas interrogantes por Antonio Ladra
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¿Conocés a Juan Sartori? Esa fue la pregunta que me hicieron hace casi un año. Estaba con un periodista francés haciendo imágenes en Punta Carretas. Matías Desthal había venido a Montevideo junto a un equipo de la televisión gala con el objetivo de hacer un informe sobre el narcotráfico en Uruguay y la solución gubernamental para normalizar el consumo de la marihuana.

¿Conocés a Juan Sartori?, volvió a preguntarme Matías y mi respuesta fue negativa; no sabía quién era Juan Sartori. Matías me informó que según lo que él sabía, este hombre era el principal de un fondo inversión de nombre Union Agriculture Group (UAG)* una empresa que controla campos con plantación de soja que equivalían al 1% del territorio uruguayo.

Confesé mi ignorancia, por lo que acudí a un querido amigo, Javier Pastoriza, un notorio periodista agropecuario, quien me ilustró sobre ese negocio de Sartori y sobre su mentor y mano derecha, Oscar Costa, coronel retirado del Ejército, quien entre 1974 y 1975 fuera alférez del Batallón Florida.

Costa, que está vinculado al Partido Nacional, e incluso en algún momento se presentó ante el Directorio para ser precandidato de esa colectividad, fundó junto a Sartori la International Cannabis Corporation (ICC), una de las dos compañías que proveen de marihuana al Estado uruguayo y que fue vendida hace poco tiempo a la firma canadiense Aurora Cannabis, por una abultada cifra en millones de dólares.

Ocho meses después, a fines del año pasado, el aire se llenó de la misma pregunta, esta vez dirigida a todos los uruguayos ¿Quién es Juan Sartori? Y ahí comenzó a ponerse en marcha una aceitada maquinaria de marketing para hacer conocer a Juan Sartori. Simultáneamente, con el apoyo de un viejo dirigente del Partido Nacional, el exdiputado Alem García, el empresario anunció que iba a ser candidato a la presidencia por la colectividad fundada por Manuel Oribe.

La llegada de Sartori, que nunca vivió en Uruguay un mes seguido en los últimos 25 años, que no ha votado nunca en una elección, fue tomada con cierto humor, curiosidad y alguna desconfianza, pero sin darle mayor importancia.

Sin embargo, pronto se vio que su disponibilidad de dinero – abundante, para la media de las agrupaciones políticas uruguayas- lo ha llevado a estar en la conversación y según las encuestas, ya está tercero en la interna del Partido Nacional, amenazando, por un lado, seriamente a Jorge Larrañaga, y por otro restándole votos a Luis Lacalle Pou. Sartori, como dicen los viejos políticos, come de la pecera, porque este empresario no ha traído para el Partido Nacional adherentes de afuera del partido de Oribe.

La imagen de Sartori sonriendo ha inundado el país. Todos los medios de comunicación, sin importar su orientación, tienen avisos de su candidatura, y esto le ha dado además de cierta visibilidad, un respiro importante a esos medios en momentos de retracción.

Alrededor de Sartori se ha montado una gran maquinaria publicitaria. A los medios le llegan sus actividades, que, reconozcamos son muchas; parece que está en todos lados. Sartori concurre a la Patria Gaucha y a las horas llega a las redacciones un comunicado con título incluido, fotos y un video. Decide ir al Teatro de Verano y al rato queda pronto el comunicado, el video y las fotos. Va al estadio Centenario y su imagen aparece en la televisión y su foto en los diarios. Hasta han fabricado una controversia familiar: Sartori dice que en Uruguay es hincha de Nacional y su esposa, Ekaterina Rybolovleva, heredera de más de 10.000 millones de euros, es hincha de Peñarol. Esto, ¡faltaba más!, fue motivo de una nota en un diario, ilustrada con una foto de la joven rusa en el estadio Campeón del Siglo. La imagen no la sacó un paparazzi atento, sino que la proporcionó el equipo de comunicación de Juan Sartori. Hasta es noticia en Uruguay que en medio de la campaña electoral haya viajado a Londres a ver un partido de su club, el Sunderland.

Parece que con Sartori no son necesarios los periodistas, solo se requiere que haya alguien que disponga la publicación de sus actos. Pero cuando se enfrenta a un periodista en serio no sabe responder cuál es el salario mínimo en Uruguay, ni el porcentaje de desempleo. No importa, el candidato recorre el país vestido impecablemente con su constante sonrisa de aviso publicitario, impertérrito, aunque le digan las peores cosas.

Sartori es una amenaza para los dirigentes ya instalados: “comadreja” le dijo el intendente de Cerro Largo Sergio Botana. Otros, con más diplomacia solo atinan a saludos fríos y distantes, mientras a su alrededor gira como una abeja un fotógrafo registrando todos los gestos, las miradas, las manos, las sonrisas…

Un experiente dirigente nacionalista, integrante del ala wilsonista, me dijo en estos días que supo de buena fuente que Sartori dispone de 12 millones de dólares para gastar en la campaña electoral. Otros, más cautos, hablan de siete millones de dólares. Es que Sartori no solo gasta en su figura, sino que paga varias otras campañas para que lo apoyen: la presidencial y muchas departamentales y de pequeños dirigentes a los que auxilia con dinero y brindando logística. Esos dirigentes reciben una mensualidad «para moverse» y a veces un vehículo. La tarifa base, según consultas realizadas por este periodista está ubicada en los 20 mil pesos mensuales. Ya sean 7 millones de dólares o 12 millones de dólares, son cifras a las que Uruguay no está acostumbrado. Para hacer una buena campaña se estima que se debe disponer para esta elección interna de entre uno a cuatro millones de dólares.

Alrededor de Sartori todo es dinero. Un colega periodista me comentó que cuando los políticos tradicionales hacen un acto o realizan a una actividad, solicitan cobertura a través de su departamento de comunicación, compuesto, en general por militantes, mientras que cada vez que Sartori hace alguna actividad, quien pide que la misma sea cubierta con prioridad uno es alguien del propio medio, pero no un periodista jefe de redacción, sino un integrante del departamento comercial del medio.

¿Qué es lo que ha hecho Sartori en estos meses de campaña? Ha recorrido el país hasta los más recónditos lugares, se ha mostrado o, mejor dicho, lo han mostrado por todos lados. La gente ya sabe quién es Juan Sartori o eso creen saber.

Sartori, como político, es un producto de marketing, sin sustancia, pero un producto bien armado, que llama la atención y que activa el deseo de mucha gente de ser como él. Lo que hace Sartori es lo que se conoce como efecto bandwagon o arrastre. En la publicidad es un concepto que refiere a la tendencia a comprar los productos ganadores pero su origen está en el mundo de la política: fue un artista callejero diríamos hoy, que acompañaba a Abraham Lincoln durante la campaña electoral del decimosexto presidente de EE UU, con un carro de entretenimientos quien acuñó el término “subirse al carro”. Esto es, “querer estar con el mejor, estar con el ganador”.

Y Sartori es un “ganador”: es joven, millonario, aunque ninguna de sus empresas dio ganancias, tiene una esposa rubia, es dueño de un club de fútbol en Inglaterra, el Sunderland, pero a pesar de eso anda como uno más, con la camisa por afuera, eso sí, bien planchadita, usa una barba des/cuidada. Es, en suma, un objeto de deseo para muchos.

¿Qué es lo que busca Sartori si ya lo tiene todo? Esa es la gran pregunta que nadie ha podido desentrañar. ¿Qué hace un joven con sus características, que recorre incansablemente el país sonriendo, arriba de un caballo o entre barro y aguas servidas o montado en un cartel publicitario y que tiene como objetivo ser presidente de la República, algo que a pesar del dinero es difícil de alcanzar?

Este dirigente blanco wilsonista con quien he conversado sobre el fenómeno Sartori aventuró una hipótesis. “Sartori aparece en el mundo como un candidato a la presidencia y así se muestra”, viajó a Davos, cuando no fue nadie del gobierno, ni tan siquiera ningún empresario uruguayo, se sacó fotos con quien pudo y se topó, se reunió con referentes de Argentina, fue entrevistado en los principales medios de la vecina orilla como una curiosidad, fue presentado por ejemplo en Clarín como “El magnate que sueña con ser presidente de Uruguay”, fue recibido por el presidente de Paraguay Mario Abdó. “A Sartori le sirve esa vitrina para sus negocios, no es uno más en el mundo empresarial, es un candidato la presidencia…”, concluyó este dirigente blanco.

En fin, puede ser, pero no creo que sea la única explicación. La verdad solo la conoce Sartori en todo caso y aquí no entran esas explicaciones naifs que lanza cuando se le pregunta: porque amo al país, etc.

A nivel político partidario estrictamente, en las últimas horas Sartori ha sumado para su movimiento dirigentes que antes estaban con Lacalle Pou y consiguió que la senadora Verónica Alonso, con su sector Esperanza Nacional, a la que las últimas encuestas ubicaron con una intención de voto que promediaba el 5%, se pasara a sus filas. Con este pase, Alonso ya ha estado apoyando a casi todo el arco ideológico del Partido Nacional.

Para Alonso, si Sartori desbanca a Larrañaga, éste parece ser el camino más cercano para alcanzar la candidatura a la vicepresidencia, tras los vanos intentos de la senadora de acercamiento a Luis Lacalle Pou.

El presidenciable blanco y hasta ahora líder indiscutido en la interna del Partido Nacional no pactó con Alonso porque, entre otras cosas, la agenda de la senadora viró a posiciones ultraconservadoras que lo pueden alejar de un votante de centro, más liberal, que no comulga con esas expresiones.  Pero a Sartori eso no le importa; es más la agenda de la senadora Alonso es algo concreto, justo lo que él no tiene.

Es que Sartori no tiene una agenda definida, su programa de gobierno son solo ideas vagas, populismo de pura cepa, juega con las necesidades de la gente: cuando visita un barrio pobre promete cosas, cuando va con los feriantes les dice que va a bajar los impuestos, cuando se enfrenta a desocupados les dice que les dará trabajo, mucho trabajo. El de Sartori es un programa de gobierno a la medida: es lo deseable, pero no lo posible. Sartori es el mano santa.

 

* UAG figura en la lista de morosos del BROU con una deuda de 23.7 millones de dólares. En junio pasado, Sartori renunció al directorio de UAG

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