Rubén Olivera quizá sea el cantautor uruguayo de más bajo perfil. Su actividad pública es discreta pues actúa poco y cuando lo hace es en el marco de un proyecto puntual y multimedia como, por ejemplo, el espectáculo “Memoria para armar” de 2017. Dueño de una delicada voz, Rubén es un exquisito compositor con un guitarrismo admirable, pleno de originalidad e inventiva. Es hijo de su tiempo, con una cierta mirada crítica hacia la Izquierda sobre algunas posiciones en el campo de los DDHH (en un momento socio-político complejo, donde estar en desacuerdo dentro de un colectivo político es favorecer al adversario)
Rubén forma parte del llamado grupo “del 78”, que tiene publicado un disco en vivo “5 del 78”, con la recordada foto en blanco y negro de la (supuesta) mano de Eduardo Darnauchans. Ha editado pocos discos -todos de refinada factura- y el penúltimo, junto a Diego Kuropatwa, tiene más de una década de publicado. Lo nuevo (“Una mirada”, Ayuí, 2023) es quizá su trabajo más hondo y personal. Hablamos de un material singular pues parece estar ligado a un espacio-tiempo cultural diferente. Esto lleva a una explicación: las producciones contemporáneas tienen límites muy precisos pues existe una estética del sonido, una amalgama tímbrica que cualquier cantautor, casi como regla “debe” respetar. Las canciones de “Una mirada”, en cambio, tienen un tratamiento distinto, que parte de una producción artística particular. Si bien aparecen pequeños y sutiles gestos electrónicos, el 98% del trabajo descansa en la sonoridad pura de la guitarra (instrumento madre y hermana) y Rubén la trata en primer plano con una soberbia interpretación. Lo resaltable del disco es la introducción de rítmicas que parecieran estar fuera de la música popular contemporánea (más allá de las abstractas que no son precisamente un ritmo determinado) pero en un marco armónico -y espiritual- distinto. Una milonga es una milonga pero vestida con otro ropaje. Hasta la propia “batida mateística” (que ya es un estilo en sí mismo) de la canción homónima del álbum, aparece tamizada y reconvertida, haciendo una parada en Cabrera y llegando a Olivera. Una de las canciones que resaltan y conmueven es la que compuso con fragmentos de melodías de Darnauchans titulada, lacónicamente, “Darno”. Aquí, sobre una base afolclorada en dos partes propuesta por la guitarra, van apareciendo difuminados, trozos de canciones emblemáticas: “Canción 2 de San Gregorio” (W. Benavides/ E. Darnauchans), “Nieblas y Neblinas” (E. Darnauchans), “Canción de trasnoche” (W. Benavides/ E. Darnauchans), “Cancion del Tiempo y el Espacio” (P. B. Jacob/ E. Darnauchans) y “Desconsolados 2” (E. Darnauchans). El resultado es de extrañamiento y fascinación, transformando la pieza en un lugar de remanso, “una posada en el camino”, como forma de rememorar y atesorar la obra del desaparecido trovador. Hay cuatro invitados para este viaje intimista: Diego Kuropatwa, Fernando Cabrera, Ernesto Díaz y Gonzalo Victoria. Cada uno en un plano específico de determinado arreglo y siempre manteniendo el ámbito de despojamiento planteado por la producción. La voz paisajística de Cabrera calza perfectamente en la hermosísima milonga “Consejos del Alfarero”, con texto del ceramista y poeta olimareño Tomás Cacheiro. Y hay dos versiones peculiares: “Bajos de blanco”, instrumental de Popo Romano y la bella “Interferencia” de Leo Maslíah, ambas resueltas a “lo Olivera”. Entre la espesura de estas músicas y textos hay una especial que homenajea un poco el rumbo artístico y vital de muchos y es “Fundación”.
Existió una importante cantidad de músicos formados por los compositores y divulgadores Coriún Aharonián y Graciela Paraskevaídis, en los años 70, entre los que se encontró Rubén mismo. La sentida milonga “a lo Viglietti” es una suerte de bienvenida a los más jóvenes (“los que mantienen vivos sus desvelos”) y una esperanzada oración para que esas nuevas generaciones ocupen los espacios que dejaron otros maestros, a la luz del camino de intelectuales con un compromiso con la identidad cultural de nuestro país. Más allá de ubicarnos en el mundo actual con sus relaciones virtuales, con vínculos cada vez más desprovistos de humanidad, con una globalización programada, uno siente que este trabajo de Rubén es como un vuelo a destiempo, un anacronismo. Pero un hermoso anacronismo que pone en discusión varios puntos sobre la cultura de la canción. Uno, puede ser un enfoque de resistencia, desde la razón y la reflexión profunda, ante la proliferación de una canción popular pasatista, sin visión política global, sin peso, panfletaria y demagógica. Otro, que se puede crear una compleja belleza siendo alguien comprometido con una fuerza política que demanda gestos más ramplones y facilistas. El arte de “Una mirada” es sutil y refinado, pero no liviano. Su fuerza radica en la capacidad de transmitir emoción en cada track del disco. No es el juego individual de un músico con un camino andado que se cuelga de una nostalgia fantasmagórica, sino el gesto de un artista que cree en lo colectivo como solución ante la deshumanización y la pérdida de identidad cultural.
Grabación: Riki Musso
Mezcla: Riki Muso – Rubén Olivera
Masterización: Diego Azar
Arte: Mario Arrúa
Ilustración de nota: Óscar Larroca
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