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La esperanza vistió de blanco por Marcel Lhermitte

La esperanza vistió de blanco por Marcel Lhermitte
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Una marea blanca. Así vieron mis ojos extranjeros, y a casi seis mil kilómetros de distancia, la asunción del nuevo gobierno de la República Dominicana, encabezado por el presidente Luis Abinader, del Partido Revolucionario Moderno (PRM).

Todos los nuevos integrantes del gobierno ataviados totalmente de blanco, símbolo de pureza en un país que hoy necesita mucho más que señales, producto de las carencias y sobre todo de los altos índices de corrupción de los hombres y mujeres que integraron la administración pública de la isla caribeña en los últimos años.

No será nada fácil, hay mucho para hacer. Demasiadas son esas carencias y todo es urgente, porque la alimentación, el trabajo o el techo no conocen de esperas, y está bien que así sea, porque las necesidades básicas de gran parte de la población no están satisfechas y las expectativas de la gente, de toda la gente, son muchas.

Todo nuevo gobierno trae consigo una ola de esperanza ciudadana y arrastra el aval del pueblo, que extenderá un permiso simbólico para que la nueva camada política que asumirá los cargos en la administración pública pueda hacer y ejercer el rol para el que fue electo. Se minimizarán las quejas en un primer tiempo que pueda ser doloroso y habrá comprensión cuando se deba entender que lo que se vive es producto de mala gestión de los pasados años.

Siempre sucede. Los nuevos gobernantes entrarán en un período de luna de miel electoral, pero en el caso particular del gobierno de Abinader tendrá el agregado de que el pueblo está viviendo en medio de una pandemia que ataca la salud, el trabajo y la economía en general, y la gente es muy consciente de eso. La ciudadanía será más comprensiva aún.

Pero con la asunción del nuevo gobierno comienza otro proceso que no siempre tenemos presente: un nuevo ciclo electoral. Hay quienes afirman que las campañas electorales son permanentes y yo soy de los que me afilio a esa teoría. Es que los ciudadanos no definen su voto a partir del día en que se levanta la veda, por lo general una treintena de días antes de la fecha de los comicios, que es cuando empezamos a ver la publicidad de los candidatos en liza.

Día a día vamos formando opinión de los actores que forman parte de la actividad política y es debido a su actuación, a los mensajes que emiten y a sus acciones en general que vamos formando un concepto sobre ellos, lo que hará en algunos casos que pocos años después, cuando estemos más cerca de la fecha de la próxima elección se nos presente como un “candidato natural”.

Y esto acontece a todo nivel. En la órbita presidencial, para los países que tienen reelección, evaluaremos la gestión del jefe de Estado durante todo su período de gobierno y ese será uno de los elementos –no el único– para definir nuestro voto. Lo mismo acontecerá con los legisladores que respondan a determinadas circunscripciones o a quienes desde los partidos políticos, de oficialismo u oposición, aspiren a un cargo político a futuro. Todos comienzan en esta jornada de asunción una nueva carrera electoral.

Por lo tanto, aunque parezca temprano, no es mala idea comenzar un nuevo plan de trabajo que no será la garantía del éxito pero sí contribuirá para el mismo. La prioridad del oficialismo será el gobierno, pero no deberá abandonar la fuerza política, que tendrá un rol vital para el futuro; y para la oposición será importante construir su plan estratégico vinculado a la administración central, pero también fortalecer el partido desde el que se competirá electoralmente al fin de este período.

Viene al caso recordar la enseñanza que aprendimos en el histórico cuento infantil de la liebre y la tortuga. No necesariamente alcanza la meta el más rápido, sino aquel que trabaja día a día detrás de los objetivos trazados.

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