La estrategia del caos por Hoenir Sarthou
“… todavía no prestamos suficiente atención al aterrador escenario de un ciberataque global que podría provocar el cierre total del suministro eléctrico, del transporte, de los servicios hospitalarios, de nuestra sociedad en su conjunto” ”La crisis del Covid-19 se vería en este sentido como una perturbación menor comparada con un ciberataque de gran envergadura. Utilizar la crisis del Covid-19 como una oportunidad oportuna para reflexionar sobre las lecciones que la comunidad de ciberseguridad puede aprender y mejorar nuestra falta de preparación para una potencial ciberpandemia”.
Las palabras que anteceden no fueron escritas por el guionista de una película distópica ni por algún conspiranoico febril. Para nada. Son parte del discurso pronunciado el 8 de julio de 2020 por el presidente y fundador del Foro Económico Mundial, el economista alemán Klaus Schwab.
Por si alguna duda cupiera respecto a que Schwab habla en serio, la hipótesis de un “ciberapagón” global dio lugar a un ensayo general, el “Cyber poligon event”, en julio del año pasado, y dará lugar a otro ensayo en julio de este año. Esos “eventos”, ensayos generales de un hipotético ciberataque terrorista que dejaría sin energía ni comunicación a todo o a gran parte del mundo, son organizados por el propio Foro Económico Mundial y cuentan con la participación de un selecto público de poderosos empresarios globales y líderes políticos.
En simultáneo con esos ensayos, la prensa internacional informa sistemáticamente sobre misteriosos “apagones” (no hace mucho, uno de ellos dejó sin energía eléctrica a 50 millones de norteamericanos durante varios días) y no menos misteriosos ataques cibernéticos contra empresas (entre ellas, Microsoft). Extrañamente, el origen y los responsables de esos supuestos ciberataques nunca han sido identificados.
Las similitudes con el inicio de la pandemia son abrumadores. En esta ocasión, el “vidente” de turno no es Bill Gates (aunque ha estado presente en las reuniones y foros en que el tema se ha manejado) sino Klaus Schwab, pero la dinámica es la misma. Un visionario, perteneciente a la élite económica mundial, predice una calamidad global. Inmediatamente se organizan ensayos de respuesta a esa calamidad. Entre tanto, hay pequeños anticipos de la calamidad (la gripe aviar, la porcina, los apagones y ataques cibernéticos). Finalmente, la calamidad se produce cuando la gente está ya acostumbrada a la idea y la espera como un fenómeno inevitable.
Bill Gates tampoco permanece inactivo. Al tiempo que Schwab predice crisis energéticas, ciber apagones y consecuencias monetarias (sin comunicación virtual no funcionarían las tarjetas de crédito ni habría acceso a cuentas bancarias), Bill vaticina catástrofes climáticas, olas de calor, sequías y huracanes, tal vez debido a que se le ha impedido, por ahora, su proyecto de sombrear la Tierra filtrando la luz solar (reitero, no es el guión de una película, es información disponible en prensa y redes sociales, con los propios Gates y Schwab explicando en libros y videos sus diagnósticos y proyectos).
En síntesis, el panorama que la élite del Foro Económico Global nos anuncia, presentado por, entre otras, la elegante voz del príncipe Charles de Inglaterra, es aterrador: pandemias permanentes, con nuevas cepas y nuevos virus; “apagones” cibernéticos que nos dejarían temporalmente sin energía, ni comunicación, ni suministros, ni acceso al dinero; catástrofes climáticas, que hoy es técnicamente posible crear y manejar. Huelga decir que todos estos fenómenos provocarían y justificarían crisis económicas y monetarias dramáticas.
¿Por qué la élite económica mundial predice esos fenómenos, los analizó en la cumbre virtual del Foro Económico Mundial, que tuvo lugar el pasado enero, y se dispone a tratarlos en una próxima reunión que tendrá lugar en estos días?
La clave parece estar en el libro “The great reset” (El gran reseteo, o El gran reinicio) publicado a mediados de 2020 por Klaus Schwab y el economista y escritor francés Thierry Malleret, que se ha convertido en una especie de Biblia global para conocer el futuro, o al menos el futuro propuesto por la élite económica global de la que Schwab es vocero autorizado.
En el libro hay infinidad de adelantos sobre cómo sería el mundo futuro, pero sus alcances desbordan por completo las posibilidades de este artículo, por lo que espero retomar el tema en próximas columnas.
A los efectos de esta nota, me interesa señalar que Schwab, y su escriba, Malleret, asientan una idea fundamental, que puede traducirse como “los problemas globales requieren soluciones globales”.
A poco que se analice ese concepto, se advierte que contiene el germen de una reorganización política y económica del orden mundial. Implica la insuficiencia de los Estados para afrontar los grandes problemas del mundo y la necesidad de un nuevo ámbito de decisión capaz de afrontar las catástrofes globales que aparecen en el horizonte. La idea es clara: es necesario un gobierno mundial y es imperioso que las pautas de vida se adapten a las necesidades e indicaciones de ese gobierno mundial. Habría mucho para hablar sobre lo que implica a futuro esa adaptación, pero tampoco tengo espacio para eso aquí, por lo que me voy a limitar a comentar la etapa en la que estamos, que es la de imponer la necesidad del gobierno mundial.
¿Qué se necesita para imponer en muy corto tiempo un “reinicio” total, es decir una reorganización política, económica y social del mundo?
Schwab responde claramente a esa pregunta, al admitir de entrada que la pandemia es el fenómeno que ha generado la posibilidad del reinicio. Nos advierte sin tapujos que la pandemia no es un fenómeno pasajero, que no terminará, y, sobre todo, que los cambios sociales, económicos y políticos que ha aparejado no van a revertirse. A propósito, el libro parece ser el primer documento en que se usa la expresión “Nueva Normalidad”, esa que después han usado como loros todos los gobernantes, para describir al mundo que seguiría a la declaración de pandemia.
El mensaje es claro: si se quiere crear una autoridad global, tiene que haber problemas globales que lo justifiquen.
Sobre esa premisa, es más fácil entender el denodado esfuerzo de la élite económica por crear y/o poner de manifiesto graves problemas de alcance global, que desborden las posibilidades de los Estados. Así es posible entender a la pandemia como el primero de esos problemas, aquél que, causando un enorme miedo planetario, permitió romper las estructuras básicas del funcionamiento social pre pandémico. Una vez aceptado que hay emergencias en las que sólo cabe obedecer, renunciando a trabajo, libertades, vida social, enseñanza y atención médica, todo lo demás será más sencillo.
Sería ingenuo suponer que la pandemia alcanzaría por sí sola para imponer el modelo de mundo que el gran reinicio propone. Fue y es útil para romper estructuras y para imponer políticas sanitarias globales, pero no alcanza para justificar indefinidamente a un gobierno total con los alcances que se le quiere asignar. Una amenaza contra la salud y la vida es un instrumento poderoso, pero, si se quiere controlar absolutamente a una población, es necesario controlar también sus suministros, sus recursos económicos y sus posibilidades energéticas y comunicacionales,
La amenaza de “apagón cibernético” ofrece todo eso, porque, para miles de millones de personas, prácticamente todas las necesidades vitales dependen hoy de la energía y de la conexión virtual. Si además le sumamos catástrofes climáticas (que podrían arrasar a zonas determinadas del Planeta) y eventuales crisis monetarias, todo está servido para amenazar con el caos más absoluto.
¿Estoy prediciendo un escenario tipo “Mad Max”, con un Planeta arrasado y la población convertida en mutantes que pelean para sobrevivir?
No, no necesariamente. Estoy diciendo que la posibilidad de generar esos efectos es en sí misma un arma potentísima. Reiterados discursos de advertencia en los ámbitos adecuados (ONU, OMS, FEM), pronósticos científicos encargados y debidamente remunerados, algunas “muestras gratis” de catástrofe (nuevas cepas pandemicas, repentinos desastres climáticos, algún que otro ataque o apagón cibernético que deje por unos días a zonas relevantes del mundo sin energía, comunicación ni dinero),y mucha cobertura mediática de esos fenómenos, pueden ser más que suficientes para que grandes masas humanas clamen por alguna clase de autoridad que les prometa orden, seguridad y suministros, como hoy claman por vacunas, sin importar en absoluto que esa autoridad sea o no democrática, tenga o no legitimidad, y respete o no garantías que hasta hace poco considerábamos fundamentales.
Se podrían gastar ríos de tinta y de saliva especulando con el modelo último que inspira al proyecto de la élite económica (mucho de eso está esbozado en el libro de Schwab) y con cómo juega ese modelo con los intereses de Estados poderosos, como Estados Unidos, China y Rusia. Pero que el bosque no nos impida ver el árbol. Hoy, el empeño de esa élite, con todos sus recursos materiales, políticos, científicos, técnicos y comunicacionales, está puesto en convencernos de que corremos riesgos inenarrables causados por nuevas pandemias, desastres climáticos, crisis monetarias y atentados misteriosos e indeterminados que pueden colapsar nuestras fuentes de energía y comunicación.
La amenaza del caos y el miedo consecuente parecen ser las armas políticas privilegiadas en esta etapa, sin perjuicio de que no sean un fin en sí mismos.
Hay, sin embargo, un hecho hasta cierto punto esperanzador. La élite económica, que hoy opera como un factor político global, ejerce poder desde hace mucho tiempo. Lo hacía en la sombra, bajo cierto anonimato, sin que se vieran sus influencias, sus interconexiones y sus proyectos. La jugada de la pandemia, y las jugadas en las que están empeñados sus miembros ahora, han tenido la virtud de ponerlos en evidencia. Hoy es notoria la relación de la industria farmacéutica con la OMS y con las fundaciones “benéficas” de los mega ricos, así como la dependencia de las universidades y centros médicos con las fundaciones, y la de los fondos de inversión con los mismos mega ricos que dirigen a las fundaciones. También ha quedado en evidencia el papel de títeres de muchos gobernantes y altos funcionarios nacionales e internacionales.
No hago pronósticos. Sólo digo que la información es poder. Y hoy todos sabemos –o podemos saber- mucho más que antes.
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