Vicente Vallejos fue un guitarrista fantasma que dejó para la posteridad -paradójicamente- un extraordinario disco basado en el repertorio folclórico sudamericano. Antar-Telefunken fue el importante e histórico sello discográfico que lo editó en 1965 (contaba dentro de su catálogo con grandes nombres como Ástor Piazzolla y Atahualpa Yupanqui, entre otros) y el misterioso guitarrista se convertiría, con el correr del tiempo, en uno de los más importantes de la historia del instrumento. Vicente Vallejos fue el heterónimo elegido por Abel Carlevaro para firmar «La guitarra de oro del folklore», un disco de ribetes legendarios y con un origen que parece extraído de la ficción. Carlevaro (Abel) como su hermano (Agustín), eran grandes degustadores del arte guitarrístico, con una saludable apertura para distinguir lo valioso dentro de cualquier género. Sin dudas, estamos hablando de dos seres especiales que se formaron en un tiempo concreto y en un Uruguay culturalmente fermental. Más allá de lo académico en Abel y lo popular en Agustín, estas dos acepciones pueden sonar falsas porque los hermanos Carlevaro (y aquí se podría agregar a un primo de ellos, Héctor), fueron, desde siempre, sibaritas de la música en su totalidad y esto tiene mucho que ver con su desarrollo musical posterior, y esta mentalidad abierta hizo posible la consolidación de sus respectivos lenguajes. Si bien Abel dedicó su vida a la guitarra de concierto y Agustín a la «popular», los senderos no se bifurcaron. Cuánto de música popular existe en el universo de Abel -mixturado con el repertorio obligado de un guitarrista clásico- y cuánto de guitarra «culta» hay en los magníficos arreglos de tangos escritos por Agustín. Abel era un espíritu inquieto según el testimonio de muchos de sus alumnos y allegados. Parecía no existir en él un lugar para el prejuicio y esto se mantuvo siempre, en su posterior trabajo pedagógico y en su propia música. Habiendo grabado los primeros álbumes -con obras del repertorio culto- Abel ya estaba logrando un lugar en el competitivo universo de la guitarra internacional. Aún así, jamás abandonó la otra orilla, la de la música de corte campero; la Milonga y el Estilo, por ejemplo, que tanto le interesaban. En los años 50 eran normales las reuniones informales de Abel y Agustín con amigos y colegas, y es en una de esas «tenidas» acompañadas de asado, que surge una polémica. Alguien afirmaba que era imposible tocar música folclórica con técnica «clásica» en la guitarra. Hubo una discusión que terminó en apuesta. Abel afirmaba que era posible hacerlo. Y se puso a trabajar. El estilo pulcro de Abel ya estaba definido en 1965, 14 años antes de editar su primer texto pedagógico «Escuela de la Guitarra», y los posteriores volúmenes de técnica. Y es por esta razón que en el álbum resalta un refinamiento inusual desde la sonoridad, que se percibe en la ausencia de «ruido» en los traslados de la mano izquierda, y la pureza distintiva de la mano derecha. Puede afirmarse que Abel ya había alcanzado la perfección técnica aun antes de esta grabación, y que no existía en aquel momento un guitarrista clásico -a nivel regional o mundial- que manejara ese sonido. Pero para equilibrar un poco la cosa, y para que no existiera conflicto con el repertorio elegido de corte popular (aunque esto es una media verdad porque lo que graba no está para nada alejado de un repertorio de concierto), Abel se toma algunas licencias que para el momento parecen sorprendentes. Por ejemplo: entre obra y obra se pone a afinar la guitarra como si estuviera en una reunión informal. Desconozco la existencia de un ejemplo similar en la discografia de otro guitarrista. Esa «informalidad», ese toque aleatorio, crea una percepción distinta, aunque signifique un dejo de ironía; porque el cariz del toque de esa guitarra dista bastante del de un milonguero ocasional de fogón. Pese a las libertades tomadas por Carlevaro, esto no le impidió ser precavido y no mezcló los tantos. Buscó un seudónimo y eligió el de Vicente Vallejos. Abel admiraba la poesía del peruano César Vallejo y por eso se decidió a utilizar el plural del apellido. El «Vicente» puede estar referido al chileno Vicente Huidobro -otro gran poeta. El repertorio seleccionado es bellísimo, y a su vez, muestra una instantánea de un momento cultural histórico: la mayoría de las obras son de autores argentinos y eso habla de la penetración musical argentina en aquel período, pero sobre todo, de la pobreza de literatura guitarrística propia, abarcativa del género folclórico. En el álbum sobresalen las excelentes versiones de composiciones de un autor fundamental del repertorio rioplatense: el doloreño Abel Fleury. Son perfectas las versiones de dos de sus mayores clásicos como lo son «Milongueo del Ayer» y «Estilo Pampeano», aunque la joya del álbum es la extraordinaria interpretación del preludio «Relato», una de las piezas más bellas y originales escritas por el compositor argentino. Y aparece, abriendo el lado B, la primera versión de la «Milonga Oriental», exquisita composición de Carlevaro que aquí está firmada como Vicente Vallejos, y entonces nos detenemos en otra «picardía». Si bien Carlevaro quiso un poco borronear al titular del disco (y para esto es que utilizó el seudónimo) firmó, sin embargo, como Abel Carlevaro la coautoría de «Vidalita» que aparece en el track 4 del lado B. Esa «Vidalita» -que en un posterior álbum tendrá el título de «Aire de Vidalita»- es una curiosa pieza que nació a través del envío de la composición original a Carlevaro por parte de un tal E. Cotelo. Carlevaro -con la característica apertura y frescura mental que mencionamos antes- sin importar el currículum ni el prestigio del autor de la obra, y curioso como era, se dispuso a trabajarla. Halló rasgos interesantes y, reformulándola, la terminó incluyendo compartiendo los créditos con el músico desconocido. «La guitarra de oro del folklore» es un disco que ha quedado un poco al margen de la trayectoria discográfica de Carlevaro, posteriormente más reconocido en el mundo en su papel de divulgador de su técnica revolucionaria y como compositor. Una discografia que parece escasa, pero que es rica y fundamental para el que pretenda seguir el derrotero artístico del maestro.
Ilustración: Óscar Larroca
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