Home Reflexion Semanal ¿La irresistible ascensión de Bolsonaro? 

¿La irresistible ascensión de Bolsonaro? 

¿La irresistible ascensión de Bolsonaro? 
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La irrupción de Jair Bolsonaro en el escenario político de Brasil y su éxito electoral, aparenta indicar que se avecinan tiempos difíciles. Aunque no parece ser un hecho aislado –el avance de la derecha xenófoba en Europa, con Salvini, Orbán o Marine Le Pen, como expresiones resaltantes-, así lo demuestra. Y aunque en primera instancia nuestro país pueda ser visto como alejado de esta corriente, se hace necesaria la reflexión. 

¿Cómo se explica este fenómeno? ¿Puede un candidato abiertamente racista triunfar en un país donde la mitad de la población es negra o mestiza? ¿La misoginia y la homofobia dejaron de ser castigadas por el electorado? ¿Es tal el rechazo a la política tradicional en nuestro vecino norteño? ¿Importa más el discurso anticorrupción que la igualdad social? ¿Cuáles fueron los errores del PT para llegar a esta situación? ¿Se vació de contenido la democracia? ¿Cómo afecta la realidad continental el triunfo eventual de Bolsonaro en Brasil? ¿Está Uruguay vacunado?

 

Brasil es un caso dramático  por Gonzalo Abella

El siglo XX fue testigo del nacimiento, desarrollo y declinación de grandes laboratorios sociales, especialmente la URSS y China Popular. Más allá de sus luces y sombras, su existencia   demostró que una planificación socialista puede producir saltos extraordinarios en la calidad de vida de los pueblos y en el desarrollo de las fuerzas productivas.

De grandes territorios saqueados por potencias extranjeras, como eran Rusia y China en 1900, ambos estados vuelven a la Economía de Mercado (entre 1970 y 1990) como potencias importantes. Y de ambas, la que preservó ciertos mecanismos de planificación centralizada, dio un salto mayor que la otra, la que en tiempos de Gorbáchov y Yeltsin puso en remate su infraestructura productiva hasta la rectificación parcial de Putin.

La contraofensiva imperialista de los 90 pareció, por un momento, el fin de la historia. De forma magnánima, el Sistema perdonó y abrazó a los claudicantes, les prometió una fachada de independencia y les autorizó un discurso transgresor; en síntesis, les permitió mantener su imagen “de izquierda” en tanto no se cuestionará la propiedad capitalista de los Medios de Producción.

Banco Mundial y ONGs dieron a la izquierda reciclada, servil, un lenguaje renovador, un financiamiento generoso y nuevas consignas. Las discriminaciones de todo tipo, que son expresiones de un Sistema opresor, se convierten en causas en sí mismas, que deben atenderse por separado. Los monopolios quedan muy agradecidos y el Complejo Militar Industrial, para su saqueo mundial, se desembaraza del molesto internacionalismo de la izquierda verdadera.

Desde luego, la lucha de los pueblos no puede cesar, no cesará   mientras haya opresión. Si sus anteriores “vanguardias” hoy reciben el pago por su resignación comprada, si hablan solemnemente en los parlamentos con frases vacías, si votan mejoras que quedan en un papel, si se disculpan, diciendo que todavía no hay condiciones para un cambio de fondo, van siendo relevadas en la lucha real por nuevas expresiones políticas populares.

Pero en la compleja maraña legal que enmascara la cruda opresión de los pueblos, no es fácil crear los nuevos frentes políticos de la revolución, desarrollando programas que orienten la unidad hacia la Liberación Nacional de los pueblos.

Mientras tanto, el mejor control del Sistema sobre la izquierda obsecuente y traidora es la corrupción. Si todo vuelve a la Economía de Mercado, entonces la conciencia de la gente de la izquierda reciclada y resignada también se compra, es mercancía, tiene valor de cambio y valor de uso.

El nuevo oportunismo político abre las puertas al capital saqueador, y al mismo tiempo refuerza el clientelismo político sobre los más pobres, los hace dependientes electoralmente. El imperialismo gana a dos puntas; mientras el sistema demagógico funciona, no hay lucha social radicalizada. Cuando deja de funcionar, la gente, hastiada de corrupción y discursos vacíos, despolitizada por la propia obra de la izquierda reciclada, pasa a votar la derecha, pidiendo orden y tranquilidad.

Brasil es un caso dramático que ilustra esta tendencia mundial. Cuanto más joven es la población, más violentos son los virajes, porque menos memoria y referencias tiene el electorado para comparar y meditar.

No tememos a Bolsonaro. No nos asusta. Los orientales ya hemos coexistido con dictaduras fascistas en nuestra frontera norte, y si eso se repite, la derecha y el imperialismo terminarán nuevamente derrotados. Además, no nos asusta el patético Bolsonaro porque creemos firmemente en el pueblo brasileño y su tradicional heroísmo. Bolsonaro hará que sectores crecientes del pueblo y de sus movimientos sociales se retiren asqueados del Lulismo y reencuentren aquella estrella que alguna vez guió a Corisco, a María Bonita y a Lampiao, a Prestes, a Marighela y a Lamarca, a aquel PT fundacional en el que tantas esperanzas depositamos ayer y hoy.

 

 

 

Hartos de ladrones por Martín Guerra

 

El fenómeno Bolsonaro para mí, no es comparable a lo acontecido con Trump en las elecciones de EEUU, ni con los grupos políticos neo nazis que surgen en Europa, es la corrupción institucionalizada y sin límite, lo que seguramente lo lleve a Presidente.

No son las clases medias, hartas de estar estancadas, es el rechazo al robo descarado. Las encuestas esta vez le erraron feo, seguramente porque a la gente no le gustaba decir que vota a Bolsonaro, quien tenía en las mismas un 45% de rechazo. (mas todos los que no decían que lo rechazaban)

¿Esto es igual para toda Latinoamérica?

Creo que parcialmente si para Argentina y Uruguay al menos.

En el caso argentino, la victoria de Macri está fundamentada en una voluntad de la sociedad de cambio de modelo, pero la permanencia en ser la mejor opción para la próxima elección, después de todos los errores políticos y económicos del primer tramo de su presidencia, solo se explican por la comprobación de un mecanismo de corrupción increíble en el peronismo K y todos los socios, empresarios, organizaciones sociales, etc.

¿Y Uruguay?

Por suerte acá seguramente no tengamos esos niveles de robo descarado, pero si tenemos altos niveles de inmoralidad que seguramente tendrán un efecto electoral.

Me parece que la izquierda extrema, representada principalmente por José Mujica, pero también por muchos otros, va a tener consecuencias.

Las amistades explícitas con toda esa banda latinoamericana de ladrones, el no rechazo al régimen en Venezuela, la no condena sobre el accionar de Sendic y también algunos casos de posible corrupción, como el del Pato celeste, transitan el mismo andarivel.

El peligro está en no elegir por creer que es la mejor opción, sino tan masivamente por simbolizar la opción más opuesta al robo institucionalizado, puede pasar cualquier cosa en Brasil.

 

Aquellos polvos y estos lodos por Benjamin Nahoum

 

 

La desesperación es mala consejera, incluso -y quizás particularmente-, cuando de grupos o masas humanas se trata. Probablemente las peores atrocidades en la historia de la humanidad, fueron cometidas, antes y durante la Segunda Guerra Mundial, por un gobierno electo por una sociedad que veía derrumbarse un status que consideraba inconmovible y que así dio paso al nazismo.

 

Más cerca en el tiempo y en el espacio, y sin duda con otra dimensión, la desesperación del pueblo argentino frente a un despeñadero que parecía (parece) no acabar, lo llevó a probar sucesivas dictaduras militares, poner de presidente a un mercachifle como Menem o, ahora, darle el poder a Macri, un oligarca representante de cuanto de peor tiene la política argentina. A su vez, un país preocupado por el desempleo y el creciente peso de la inmigración hizo presidente al insólito y xenófobo Mr. Trump. Y cosas parecidas pasaron en Chile -dos veces- con el empresario Piñera y en Perú con Fujimori y su siniestro asesor Montesinos. Y ahora, Bolsonaro, el racista, el misógino, el homófobo. Con otra dimensión, desde luego, pero quizá sólo por ahora, porque los comienzos se parecen mucho.

 

Hace treinta años, cuando Luis Inácio Da Silva (Lula) el sindicalista metalúrgico que había desempeñado un importante papel en la lucha del movimiento popular contra la dictadura militar brasileña, peleó por primera vez por la presidencia de su país, hubiera sido impensable este final. El Partido de los Trabajadores (PT), que comenzaba a nuclear a la izquierda brasileña, todavía no tenía la fuerza para llegar al gobierno, pero como en el caso de nuestro Frente Amplio, daba la impresión que era cuestión de tiempo para que ese movimiento se consolidara y se hiciera mayoría.

 

Lo fue casi quince años después, hubo una reelección, y luego una sucesión, que encarnó Dilma Rousseff, asociada estrechamente a la figura y la actuación de Lula. Y en esos días también era impensable que esto de hoy pasara. El país mejoró, mejoró la situación de la clase trabajadora, disminuyó la pobreza y la voz de Brasil volvió a oírse con fuerza en lo internacional. Es cierto que no hubo grandes cambios; que no se tocaron los privilegios, sino al contrario; que los ricos se hicieron más ricos, pero eso no era suficiente para una oligarquía ansiosa de poder y que no terminaba de sentirse tranquila sin su gente en los escalones más altos del gobierno.

 

Así vino el impeachment  contra Dilma y su sustitución mediante un “golpe parlamentario” (como contra Zelaya en Honduras, como contra Lugo en Paraguay) por su impresentable vicepresidente, Michel Temer, que haría realidad aquello de que quien se abraza con sapos y culebras, termina envenenado por alguna víbora. Claro que el PT ayudó mucho a que esto pasara, con sus alianzas insólitas con la centroderecha, con la compra de votos en el Parlamento, con su conmixtión con empresarios corruptos, que lo fue corrompiendo a él también.

 

Y eso creó este estado de cosas; un descreimiento en la política, la caída en la pendiente del peligroso “todos son lo mismo”, la sustitución de las lealtades por las traiciones, y una confusión generalizada en que “todo es igual, nada es mejor” como en el cambalache discepoliano. Aquellos polvos trajeron estos lodos.

 

Ése es el caldo de cultivo de los Menem, de los Fujimori, de los Bolsonaro: esa tabla rasa impúdica, en que el discurso se olvida o cambia cuando aparece el dinero; en que los que vinieron para cambiar son los adalides del conservacionismo; en que interesa más el grado inversor que la felicidad de la gente que nos votó. Ojalá la segunda vuelta demuestre que no todo está perdido. Es muy difícil, pero nunca hay que dejar de esperar que los pueblos despierten. Mientras tanto valdría la pena mirarse, por las dudas, en ese espejo.

 

 

 

 

 

¿Se vació de contenido la democracia? Por Gonzalo Pérez del Castillo

La pregunta clave es: ¿se vació de contenido la democracia?  Lamentablemente, en muchos países de América Latina la respuesta es: sí. Y en Uruguay no estamos a salvo, ni vacunados, si no nos decidimos a enfrentar los problemas que la ciudadanía está reclamando.

Democracia significa gobierno del pueblo, y el pueblo reclama libertad, justicia social y progreso económico.  Ello solo puede conseguirse dentro de la democracia y no contra la democracia como pretenden algunos.

Los pueblos de América Latina, y los uruguayos también, hemos dado una histórica lucha para conquistar espacios de libertad, justicia y progreso y esta fuerza sigue viva a pesar de todos los tropiezos que hemos tenido y que seguimos teniendo. El proceso ha sido acompañado de otra disputa, igualmente vital y humana, que es la lucha por el poder. Deberíamos tener claro a estas alturas que no hay otro camino que la democracia para lograr ambos objetivos. Quienes han llegado al poder por otros medios, sean estos de izquierda o de derecha, han sofocado siempre la libertad y la justicia.

La democracia es un sistema político que tiene como base un proceso electoral, libre y limpio, para elegir a sus autoridades. Pero no se agota ahí. En América Latina, el continente más desigual del mundo, la democracia debe resolver las carencias en materia de derechos civiles y sociales que padecen nuestras sociedades. Si no lo hace, no habrá futuro de paz y prosperidad ni podrá llamarse gobierno del pueblo.

Son los políticos los que deben darle fuerza y credibilidad a la democracia. A principios del milenio, una encuesta de Latinobarómetro (2002) revelaba que solo 2,3% de los encuestados (19,279 personas) respondió que los políticos cumplen sus promesas electorales. 96% respondió que no las cumplen porque 1) mienten para ganar las elecciones (64,7%); 2) el sistema no los deja cumplir (11.5%); 3) ignoran lo complicado que son los problemas (10,1%); 4) aparecen problemas más urgentes (9,6%).

¿Qué hemos hecho para cambiar esa percepción? ¿Hemos dejado de mentir para ganar las elecciones? ¿Hemos administrado con responsabilidad y con probidad los recursos que nos han sido confiados? ¿Hemos gobernado para el pueblo o para asegurar la permanencia en el poder? ¿Hemos incluido en la agenda de trabajo enfrentar y reformar el “sistema que no nos deja cumplir”? ¿Hemos puesto nuestra mejor gente para resolver los “complicados” problemas?

Es así como los políticos pierden credibilidad, los poderes fácticos y   corporativos mandan y la democracia se vacía de contenido. Es lo que los totalitarios de derecha y de izquierda necesitan para tomar el poder con la mesiánica promesa de derramar felicidad y soluciones sobre la sufrida población. El problema es que, esto último, nunca lo han cumplido.

 

 

 

 

 

Los pueblos tienen gobiernos que no se merecen por David Rabinovich

La Bolsa de São Paulo sube seis puntos el lunes 8, después de la victoria.

Cumplida la primera vuelta en las elecciones de Brasil, Jair Bolsonaro obtuvo casi 50 millones de votos, en un padrón con 147 millones de electores. 18 millones más que Haddad. La abstención fue del 20% y en Brasil el voto es obligatorio. Significan casi 30 millones de no votantes. En Colombia no participa el 50%, en Chile un poco más; en los EE. UU. otro tanto. El candidato del Partido de los Trabajadores encara la segunda vuelta con el apoyo de algo más de 31 millones de votos. Mucha diferencia. Los resultados fueron notoriamente divergentes con los pronósticos de las encuestas, además no se puede saber qué hubiera pasado si Lula hubiera sido el candidato del PT.

Con estos números, sólo la masiva concurrencia de quienes faltaron a la cita cívica podría dar alguna esperanza a la candidatura de Fernando Haddad. Está claro que, en gran medida, deciden los indiferentes. Sí: Aquellos a los que Dante ni siquiera hizo lugar en el Infierno, tienen en sus manos el futuro de Brasil y quizá de Nuestra América toda. En el mediano plazo; al menos. La izquierda enfrenta una vez más un dilema de hierro: Para ganar necesita todos los votos de las izquierdas, de la centro-derecha y algún voto de la derecha no vendría nada mal. Pero ya sabemos en qué terminan los pactos con Satanás.

El éxito de Bolsonaro trajo como consecuencia que el nuevo parlamento estará volcado más a la derecha que el anterior y eso es mucho decir. El panorama de las gobernaciones de los 27 estados es tan desalentador como supone el lector, quizá más. Dilma Rousseff y Eduardo Suplicy –dos referentes de primera línea del PT- quedaron fuera de la cámara de senadores. Eso no estaba previsto. El futuro del PT luce sombrío. Las últimas esperanzas para Brasil parecen estar en manos de los movimientos sociales: los sin tierra, los sin techo, el feminismo, los ecologistas, los sindicatos… Es Brasil, que tiene el triste record de muertes violentas de sus líderes y referentes sociales. No es casualidad.

El capitán Bolsonaro congregó el apoyo de militares, policías, jueces y grandes medios. Tiene el beneplácito de las cámaras empresariales, de ‘Los Coroneles’ terratenientes, las compañías mineras, el agronegocio y las trasnacionales que miran, con avidez sin límites, las riquezas naturales y las empresas nacionales del gigante sudamericano. El capitán tiene, además, a las poderosas iglesias pentecostales y ‘electrónicas’ de su lado. Todo el amplio espectro conservador, golpista y retrógrado de Brasil, con gran lucidez, confluye.

En 2003 el PT ganó las elecciones en Brasil, pero para gobernar tuvo que ‘arreglar’ en el parlamento, un parlamento profundamente corrupto. Sin esos votos ninguna mejora de las prometidas al pueblo podía instrumentarse. Millones salieron de la pobreza, las empresas prosperaron y el país pasó a jugar un papel en el concierto internacional de primera línea. Sin embargo, en el éxito, el huevo de la serpiente se incubaba lentamente. El Partido de los Trabajadores transó con principios ante la realidad instalada. Lula pagó muy caro lo que también fue el “vil precio de la necesidad”.

Además,“Brasil salió de la dictadura sin realizar un ajuste de cuentas con 21 años de opresión y violación al estado de derecho democrático. Cuando esto ocurre, las naciones suelen estar condenadas a repetir el pasado. Pero el pasado nunca se repite de la misma forma.” dice Pablo Gentili* en Página 12, el lunes.

Si esta afirmación es válida, también podría ocurrir que se repitiera de forma opuesta: que el candidato emanado de lo mejor de la academia brasileña, político de ideas y saberes, alcanzara el casi milagro de recuperar la fe de un pueblo engañado y perdido.

* Secretario ejecutivo de Clacso y profesor de la Universidad del Estado de Río de Janeiro.

 

El silencio alimenta el Fascismo por Perla Lucarelli

 

El Filósofo Jean Paul Sartre señalaba que el silencio tiene consecuencias y hasta San Agustín apuntaba tantos siglos atrás: “Sin la justicia, ¿qué serían en realidad los reinos sino bandas de ladrones? ¿Y qué son las bandas de ladrones sino pequeños reinos?”. La realidad del siglo XXI les da una vez más la razón.

La ultraderecha está presente en toda la geografía europea. La situación de los inmigrantes, principalmente musulmanes, se ha ido de las manos en varios países de Europa (Francia, Alemania, España, Italia, Grecia), la crisis económica, la pérdida de calidad de vida, escándalos de corrupción, profunda desconfianza hacia los poderes tradicionales, han aupado estas mayorías silenciosas, alimentadas por el miedo a los musulmanes. En los pasillos de la Unión Europea se acepta que los tiempos han cambiado y que la ultraderecha es ya parte del paisaje político europeo. ¿Sorprende? No. ¿Es un descontrol que se podría haber evitado? Sin duda.

Estados Unidos, ya en un gobierno fascista. Donald Trump sigue su ofensiva contra las familias inmigrantes, contra los niños. En los últimos diez meses, al menos 70 niños menores de un año han sido citados para que se presenten en tribunales de inmigración y enfrenten solos sus propios procesos de deportación. Millones de personas apoyan a Trump. La gran hipocresía de nuestros días. ¿Llegar a esta situación se podría haber evitado? Sin duda. Si los gobiernos anteriores hubieran puesto límite y control para no llegar al caos.

¿Qué pasa con América Latina? Específicamente Brasil, que en este momento está en proceso de elegir. Bolsonaro, candidato ultraderechista, nutre su campaña en el descontento y el desapego a los partidos que han gobernado Brasil (o desgobernado) y han llevado al país a los índices de corrupción más altos de su Historia.

¿Quiénes alimentan candidatos como Bolsonaro?  Los Maduro, los Castro, la censura, los balseros, el silencio cómplice, los Ortega, los crímenes indiscriminados, los presos políticos, los abusos a los DD.HH., el hambre, la miseria, el éxodo, niños muriendo de desnutrición; ancianos, enfermos muriendo sin asistencia ni medicamentos; los que apañan esas tiranías; los Kirchner, los cuadernos, los robos exacerbados, Lula, Dilma, la corrupción, los excesos, el populismo desmedido, los planes sociales para crear parásitos del Estado, la anomia social, la delincuencia, el abuso, los Bonomi, los Sendic, los Mujica, los que amparan injusticias, los caraduras, los hipócritas populistas, los lobos disfrazados de ovejas… Toda esta porquería engorda a los Bolsonaro. Brasil elegirá en las urnas. Una de las opciones es fascista. ¿Sorprende? No. ¿Se podría haber evitado? Si no hubiéramos estado tantos años en silencio…

Nada es porque sí por Leo Pintos

La política tiene esas cosas, se basa en exacerbar ansiedades. Es la manera natural de captar la atención, de hacerse visible, de diferenciarse del otro. Y en esa deriva los pueblos suelen caer en la trampa, a veces de buena fe, otras a sabiendas. Hace dos años atrás el mundo se preguntaba si Donald Trump podría convertirse en la persona más poderosa del mundo y la realidad demostró que sí. Pocos comprendieron que ese hombre encarnaba perfectamente el sentir de gran parte del electorado estadounidense. Por estos días Brasil decide entre la barbarie y más de lo mismo, que no deja de ser también una variante de la barbarie. Cuando usted esté leyendo esto ya se sabrá si el fenómeno Bolsonaro hizo carne o si se trató de otro de los tantos errores de las mediciones de opinión. Pero sin dudas no se trata de algo pasajero. El populismo está instalado en todas las sociedades, en las más avanzadas y en las más desiguales. Hoy más que nunca está todo dado para que el discurso confrontativo e incendiario circule a la velocidad de la luz mientras la lucidez viaja en carreta.  Y esto es algo que la política bien entendida, aquella que habla de oportunidades, igualdad, derechos y obligaciones parece no entender. Porque si bien la llegada del PT al poder significó una oportunidad de cambio para la triste historia de exclusión y corrupción de Brasil, aunque hizo mucho por incluir, no pudo escapar a la lógica del poder. Nada es porque sí en política, la gente le da la espalda a la política porque la política le dio la espalda a la gente, y Bolsonaro no es otra cosa que la consecuencia de esto. Es difícil decir que los 50 millones que lo votaron coinciden con su discurso, simplemente están hartos de la política de siempre. Brasil sufre un grave problema de representatividad, que se explica con la enorme atomización del Congreso en decenas de partidos.

En nuestro país, así como la izquierda llegó al poder con el caballito de batalla del combate a la corrupción, hoy la derecha pretende derrotar a la izquierda agarrada como puede a las crines del combate a la delincuencia, aunque no sea más que un caballo de Troya. Y en el medio quedamos muchos, intentando esquivar la bosta de ambos equinos.

La democracia está amenazada en occidente. Los mesianismos están en auge y a nadie parece preocuparle. El discurso para la tribuna dio paso al discurso de barricada, y entre tanto griterío sobresale el vozarrón. No hay pueblo inmune a estos fenómenos, y por ignorancia o por individualismo terminaremos sucumbiendo tarde o temprano. Por ahora en Uruguay el sistema de partidos funciona y los oportunistas son una patética parodia de populismo ramplón sin sustento alguno, que se presta más para la chanza que para otra cosa. Sin embargo, la proliferación de pastores evangélicos y de la religión afro en el Parlamento debe ser un llamado de atención. Son -por ahora- pequeños ejemplos de cómo la política comienza a ser colonizada por agentes extraños. Y cierto es también que ver a la cúpula del Frente Amplio en un acto en defensa de Lula es para poner las bardas en remojo y manotear el matafuegos, con la esperanza de que no esté vacío.

Bolsonaro ¿Mérito propio o responsabilidad progresista? Por Federico Kreimerman

 

Los partidos progresistas, que promovieron la idea que su ciclo representó un proceso popular que llego para quedarse, están en crisis y han fracasado frente a los pueblos.

 

La coyuntura económica extraordinaria, que viene cerrándose desde 2012, generó las condiciones para que hicieran creer y creyeran ellos, que era posible un desarrollo armónico de la economía capitalista.

 

No es un fenómeno nuevo, los momentos en la historia en que se han extendido con más fuerza las ideas clásicas de la socialdemocracia han tenido como base una coyuntura económica que les diera un asidero parcial.

 

El fin de esta coyuntura en la región, y con ella el fin del ciclo de los gobiernos progresistas, demuestra su fracaso. Y este golpe de realidad, ha generado una extensa crisis en todos los partidos que expresan en términos políticos el oportunismo.

 

Brasil en términos geopolíticos, por la importancia del PT en la historia y por la influencia que tiene, significa un golpe contundente.

 

La realidad es clara, mal que, pese al movimiento popular, por la historia y trayectoria que tiene Lula, él y su partido se han vuelto agentes del capital, operadores de las multinacionales brasileñas, a las que han promovido para expandirse en la región.

 

Los socialistas consecuentes no admitimos medias tintas, hay que promover la comprensión del rol que juegan estos agentes, rechazando a este caudillo que tiene la burguesía.

 

Brasil vive una importante crisis política, el rechazo general que tiene el pueblo a las instituciones y a los partidos es ostensible;con un corrimiento a la derecha de amplios sectores, que surgen como rechazo al PT y a la socialdemocracia.

 

La aparición de brotes fascistas y golpistas tiene en esta coyuntura una base real, el crecimiento de personajes como Bolsonaro tiene que ser un llamado de alerta. El descreimiento, es responsabilidad del nefasto papel del PT, como lo es también en desacreditar las banderas de la izquierda y el socialismo. La socialdemocracia como tantas veces en la historia, le abre las puertas al fascismo.

 

Es necesario recuperar el carácter científico de las categorías de análisis, dejadas de lado por las corrientes que tienen como fin dejar de lado los objetivos de cualquier lucha de masas.

 

Así han difundido la idea del fascismo como algo asociado al odio, el toque posmodernidad es evidente, los fascistas son individuos que odian. Más allá que sin duda se apoya en los elementos más atrasados de la conciencia de la masa, el fascismo es sustancialmente la dictadura más descarada del capital, dictadura descarada que avanza sobre los trabajadores.

 

Y en esta confusión se deja de señalar a los enemigos fundamentales de la clase obrera y el pueblo brasilero, los que están impulsando el ajuste: monopolios imperialistas y banqueros, el capital financiero.

 

Pero el capital en Brasil ya ha venido avanzando. El ajuste feroz se expresa en tres reformas: la enmienda constitucional PEC 241 que congela el gasto público durante 20 años, la reforma laboral y la reforma de la providencia que busca elevar la edad de jubilación. Estas reformas son ataques frontales contra la clase trabajadora.

 

El PT, que dirige las principales centrales sindicales, ha centrado el enfrentamiento a las reformas en las elecciones. Aunque el mismo Lula ha dicho públicamente que el propio PT no podría dar vuelta atrás las reformas. Mientras tanto ha ido conteniendo y aplacando la lucha de la clase obrera y el pueblo, buscando generar condiciones para un desarrollo electoral en condiciones. Todo esto a pesar de que la clase trabajadora de Brasil demostró tener disposición de combate. Si todo se reduce a la figura de Lula o Haddad, podemos predecir el fracaso.

 

La confirmación por Gustavo Melazzi

 

   1)  Catorce meses atrás, Voces nos preguntó sobre la evolución y los por qué del juicio a Lula, una sucesión de eventos importantes para –al menos- América Latina. El título de mis líneas fue: Lo importante es lo que NO pasó antes (20/7/17). Hoy, con Bolsonaro obteniendo el 46% de los votos en la primaria, lamentablemente constatamos la confirmación de lo que señalamos.

En breve: Lula y el PT, durante el auge económico externo apostaron a impulsar el capitalismo brasileño complementándolo con políticas sociales, sin apoyarse ni desarrollar un pueblo brasileño organizado y consciente. Al finalizar tal período, esa política progresista mostró sus ineludibles límites.

   2)  Durante la disputa por la prisión de Lula las movilizaciones populares mostraron su debilidad: ni siquiera el cinturón proletario del ABC paulista; ni “bajaron de las favelas”; ni en el nordeste. Pocos días antes de las primarias (y ahora para el balotaje) “la esperanza” para detener a Bolsonaro es el flamante movimiento de mujeres “elenão”.

3)  La corrupción; el ajuste fiscal y políticas similares con Dilma, y al extremo con Temer y sus tres reformas centrales a favor del capital y contra el trabajo, agudizaron el hartazgo, el rechazo y temor general. La burguesía, por su parte, si bien impulsa tales políticas, busca estabilidad.

En ese escenario, los dos candidatos en el balotaje mantienen los rasgos esenciales pero difieren en su alcance y, sobre todo, en la gestión. Sin duda, Bolsonaro garantiza estabilidad al capital, la cual será difícil para Haddad.

4)  Incluso diarios occidentales con peso internacional (des)califican a Bolsonaro. Pero cuidémonos de enfatizar su homofobia; armas; racismo; etc.; importantes, claro, y preguntémonos: ¿explican que 46% de 147 millones de electores lo hayan votado?

El hartazgo, temor, rechazo, etc. de que hablamos… y, visto el devenir político y social, la ausencia de alternativas claras y por lo tanto la confusión, ubican mejor tal votación. No es excepción sino una tendencia occidental. El reformismo (progresismo o, en el mejor de los casos, la socialdemocracia) no pueden responder las necesidades históricas del pueblo; el problema es el sistema.

5)  A futuro, luego del “capitalismo bueno” de Lula, el descontrol y virajes de Dilma y luego las claras reformas contra los trabajadores de Temer, de triunfar Bolsonaro el pueblo pasará de la búsqueda de “un rumbo” y orden, a un despotismo descarnado del capital. No es descabellado pensar en un “Pinochet por elección nacional”.

Ante este dramático proceso, y un futuro con más destrucción ambiental; estallidos sociales; represiones armadas; una cultura aún más individualista y con pautas mercantiles, se reitera la necesidad de construir un sujeto político; una organización popular consciente y comprometida.

Es tarea de largo plazo. En lo inmediato y para el balotaje, bueno sería una unidad de todos quienes se oponen a Bolsonaro, como forma de mejor posibilitar esa ineludible, vital tarea.

 

 

 

 

Algo de lo que cambió en Brasil por Pablo Anzalone

 

Los resultados de la primera vuelta en Brasil deben hacernos pensar. Las encuestas volvieron a equivocarse y el mejor posicionado es un candidato que no se presenta en los debates. Un candidato sin propuestas económicas ni programáticas sobre ningún tema. Un tipo cuyo discurso es la reivindicación de la dictadura, con una salvedad, que se equivocó en torturar y debió haber matado a los presos políticos. Brasil paga así un alto precio por no haber desarrollado políticas reparatorias como la verdad, la justicia y la memoria sobre los crímenes de la dictadura.  Un sujeto con una actitud machista exacerbada, que propone ametrallar las favelas y promueve un discurso de odio, racismo y misoginia. Lleva más de 25 años como diputado federal y solo fue conocido cuando dedicó su voto favorable al impeachment contra Dilma al militar que la torturó. El desgaste del sistema político y de las opciones tradicionales determinó que salieran bien parados nuevos candidatos de derecha asociados a Bolsonaro.

 

En esta elección se produjo un quiebre del modelo de campaña donde la televisión juega un rol fundamental. El candidato con más minutos de televisión y mayor estructura partidaria, Alkimin del PSDB tuvo el peor desempeño de la historia de su partido. El PMDB y el PSDB tuvieron fracasos electorales contundentes. Aunque castigado, el PT pasó a segunda vuelta y tiene la mayor bancada parlamentaria. Otras izquierdas que apoyan a Haddad en la segunda vuelta como el PDT de Ciro Gomes tuvieron buena votación y el PSOL, con el liderazgo de Guillerme Boulos, duplicó su bancada.

Es la gran elección de las “fake news” divulgadas por whatsapp y por las redes sociales, un campo que no tiene ninguna regulación ni responsabilidad. Operó para Bolsonaro el apoyo de los evangélicos, un fenómeno religioso conservador con una influencia cada vez mayor en Brasil y en la región.

Bolsonaro es un energúmeno. Su candidatura es un llamado a la violencia. En el medio de la campaña fue apuñalado. Hoy asesinaron en Bahía a un maestro de capoeira, “Moa do Katende”, por cuestionar a Bolsonaro y apoyar al PT.  La polarización política penetró profundamente en la sociedad brasileña, en las familias, el trabajo, las amistades. Los “bolsominions” (aquellos pequeños seres empeñados en seguir al personaje más malvado de cada momento) se sienten con la libertad de expresar su odio contra los gays, los negros y los pobres. Esa violencia que tuvo su expresión en el asesinato de Marielle Franco puede crecer en este contexto.

Pero la sociedad brasileña no está desmovilizada. La movilización contra la detención de Lula fue una recomposición de su vínculo con los sectores populares. El reciente movimiento “ele nao” de mujeres contra Bolsonaro fueron hitos masivos de rechazo político y cultural al fascismo. Cuarenta millones de brasileños no votaron en la primera vuelta. Haddad encara la segunda vuelta poniendo el énfasis en sus propuestas para los problemas del país. Una apuesta a la racionalidad del debate y a la democracia.

 

La cara por Esteban Pérez

Decía el inolvidable revolucionario Raúl “Bebe” Sendic (no el reformista que lleva su nombre), que el capitalismo tiene una cara y una careta: la careta es la democracia y su verdadero rostro el fascismo.

El sistema capitalista languidece y su agonía será larga y dolorosa. Ya no puede disimular, se le va corriendo la careta.

Los países centrales necesitan cada vez más mano de hierro para controlar sus propias contradicciones de clase, a la vez que rapiñar la materia prima a países más débiles.

Si no obtienen gobiernos cómplices que frenen la lucha de clases y les permitan succionar, mediante inversiones, la yugular de las materias primas y recursos naturales, lo hace directamente con guerras o promoviendo conflictos internos.

Para obtener la complicidad adula e incluso promueve a personalidades que les pueden ser estorbos, llegando a convertirlas en caricaturas de lo que fueron y prometieron, haciéndolos obrar de acuerdo a los intereses imperiales.

Cuando necesitan acelerar la expropiación de recursos naturales, han llegado a generar conmociones internas, haciendo caer gobiernos con juegos aparentemente institucionales como sucedió con Lugo o Dilma, con campañas de desprestigio o mediante la fuerza directa como en Haití, manipulando luego para colocar un gobierno títere.

El progresismo, en la medida en que no acortó la brecha social y no trasmitió conciencia y poder popular, ha dejado a las masas huérfanas, ideológicamente desarmadas y económicamente defraudadas.

Por lo tanto, han generado las condiciones para que el pueblo sea manipulado haciéndole sentir la necesidad de un gobierno de mano dura, no manchado con los deslices de corrupción, que trasmita sensación de orden y seguridad.

De acuerdo a esto, no nos asombra el triunfo del fascismo en Brasil. Ha sabido aprovechar ese vacío ideológico y organizativo que generó el PT. Esta realidad fue visible por la escasa participación de las masas en la resistencia a la injusta destitución de Dilma.

Se nos vienen tiempos oscuros, difíciles, Uruguay ha emulado al gobierno de Lula y su política de alianzas. Estaremos entre dos colosos fascistas y en bancarrota.

Urge, si es que aún estamos a tiempo, asumir esta realidad y preparar las organizaciones sociales y populares para la resistencia.

 

Bolsonaro como emergente, no como “outsider” por Mauro Mego

No hay explicaciones simples. Pero parece necesario matizar el carácter “outsider” o “antisistema” que se le adjudica a Bolsonaro, que resulta un atenuante, transformándolo en un fenómeno extravagante a secas.  Bolsonaro integra el Congreso de Brasil desde 1991, forma parte de la política, lo que cambió es el contexto. Tampoco es un anti-sistema, ya que por más que la gente lo identifique como alguien para enfrentar a “los políticos”, él es uno de ellos, y en varias oportunidades ha defendido los privilegios-y los ha usado- que se adquieren al llegar al Congreso. De modo que no estamos ante alguien ajeno al sistema político, como muchos analistas pretenden simplificar, es un hijo legítimo de un sector de la sociedad brasileña. Resulta un atajo, exculpar veladamente a los ciudadanos de ungir a estos personajes, es tranquilizador.

Hasta hace un tiempo, Jair Messias, era un simple personaje grotesco del que extractar sus horrorosas frases, hoy está al borde de ser presidente del Brasil. Las ciencias sociales tienen insumos para explicarlo mejor, aunque siempre debemos tener en cuenta la naturaleza compleja del acto de elegir, de votar. Éste está movido por tantos factores diferentes como votantes tengamos, sigue siendo un misterio por más “psicología de las masas” que intentemos hacer. Tampoco puede atribuirse su ascenso exclusivamente a la corrupción de los partidos-que sin duda pesa y mucho-porque si así fuera, los países tendrían experiencias neo fascistas mucho más a menudo. La crisis del PT, derivada de errores propios, eventos trágicos de corrupción y por una furiosa operación emprendida por las implacables elites del gigante norteño, fueron factores que ayudaron al descrédito del partido que transformó como nadie al Brasil postergado. Pero no es menos cierto, que este PT, con Lula fuera de carrera, alcanzó casi un 30 % de votos. Muchos analistas-que mezclan deseo con realidad-deberían mirar un poco más el desplome estrepitoso del resto de los partidos, como Marina Silva o el PSDB.

Los esquemas centenarios de privilegios no se borran en un día, a pesar de los honestistas cándidos, demócratas cosméticos. No se puede subestimar el poder de los aparatos mediáticos y la colonización de las subjetividades.  Cómo tampoco idealizar a la Justicia, hecha por hombres y mujeres, pretendiendo que de ella deriven dogmas. Eso sí, la izquierda, sobre algunos temas, debe dejar algunos romanticismos, acercarse a la agenda de la gente y abandonar algunos complejos. Sin esta actualización, es cuestión de tiempo para que emerja alguien que logre lo que ya está ocurriendo: un montón de gente pensando la realidad alejada de su clase social y sus intereses.

¿Mouffe y Laclau para América Latina?  Por Roberto Elissalde

La politóloga belga Chantal Mouffe y Ernesto Laclau fueron pareja desde la década de los ochenta hasta 2014, cuando el filósofo argentino murió. Durante sus años juntos publicaron varios libros, pero el que seguramente tuvo mayor impacto fue “Hegemonía y estrategia socialista”, de 1985. Laclau integró varias organizaciones argentinas que llevaban el término “socialista” (PS Argentino, PS Argentino de Vanguardia, PS de Izquierda, etc.). Ambos han sido pensadores de la izquierda radical, pero proponen una línea política muy difícil de tragar para la intelectualidad de izquierda latinoamericana: plantearon la necesidad de crear un populismo de izquierda como camino para radicalizar la democracia.

La derecha populista tiene un discurso para los perdedores de la globalización neoliberal. Puede ser una mentira o un camino de confrontación, pero la respuesta populista de derecha trata el tema de la inseguridad que trae la delincuencia (sin mirar su origen) o la inmigración, la inseguridad laboral que trae la desregulación y especialmente sobre el sentimiento de que nada puede hacerse para solucionar los problemas del presente. Los líderes de esa derecha populista tienen mensajes y soluciones claras: mano dura con la delincuencia, rechazo a los inmigrantes, respeto al orden social tradicional, sus jerarquías y valores. Reestablecer el orden recuperando cierto Paraíso en el que supimos vivir antes que se perdieran todos los valores a manos de los delincuentes, los extranjeros, los comunistas, los homosexuales, los ateos. Alcanza con escuchar a Jair Bolsonaro para entenderlo.

Para Mouffe, que sigue recorriendo América Latina en estos tiempos, la derecha pretende “recuperar” el orden limitando la democracia y los derechos, mientras que el populismo de izquierda de embanderarse con la igualdad y la participación popular para radicalizar la democracia.

El camino del populismo de izquierda implica reconocer que el conflicto de intereses es clave en la sociedad y que es imprescindible reconstruir la imagen de “nosotros” (los trabajadores, los pobres, los sectores antes menospreciados por su género, origen geográfico, su opción sexual, color de piel) en asociación con un proyecto colectivo. Las políticas buenas para todos no son buenas para nadie más que las clases dominantes y si esto no queda claro, corremos el riesgo de ver a negros y pobres votando por Bolsonaro y temiendo al PT.

Para estos posmarxistas y en especial para Laclau que escribió “La razón populista” en 2004, lo principal de esta estrategia es la construcción del actor social progresista, el “pueblo”, que, a través de un discurso apropiado, pueda constituirse como sector que trabaje para sus propios intereses. Ya no partiendo de la definición de clase como una referencia sino articulando con la agenda de derechos propia de los últimos años.

La frontera no debe trazarse entre proletariado y oligarquía, sino que debe reflejar la constitución plural del pueblo del siglo XXI, constituirlo como sujeto y definir su silueta contra la de los populismos de derecha. Como toda creación político-cultural, ese sujeto no está predeterminado y por lo tanto las experiencias de populismo de izquierda pueden salir mal, incluso tan mal que terminen ayudando al opresor.

Las izquierdas formales pierden espacio en Europa y en América, casi siempre a manos de populistas de derecha que captan el descontento con la globalización y la inseguridad y lo convierten en funcional a la explotación. Laclau y Mouffe, como dúo intelectual, dedicaron su vida a predicar una forma de construir el pueblo que no tuvo mucho éxito. Los resultados electorales de los últimos tiempos hacen conveniente releer y repensar lo que escribieron. Que no nos pase que en las próximas elecciones un candidato de la derecha cristiana venga a sacarse cartel con las ceibalitas, los molinos eólicos y deje entrever que no le molestan las parejas homosexuales y termine ganando…

 

 

Arden las barbas de los vecinos por Isabel Viana

Desde el año 2006 al 2009 hubo gobiernos de izquierda en Uruguay, Argentina. Brasil, chile, Bolivia, Paraguay, Ecuador, Venezuela y Nicaragua. A partir del 2010, Piñera en Chile mostró que la derecha podía recuperar el gobierno, lo que ha ido sucediendo en otros países latinoamericanos. En Estados Unidos la alternancia de demócratas y republicanos se dio cada dos períodos: Clinton (1993 – 2001), George Busch (2001 – 2009), Obama (2009 – 2017) y Trump (electo en el 2017). En Europa, en el último lustro las tendencias de derecha han ascendido en Europa.

En ese contexto “occidental”, se llevaron a cabo elecciones primarias en Brasil, en las que se elegían presidente, gobernadores y parlamentarios. La votación dio una mayoría abrumadora del 46% de los votos (50 millones de votantes) al candidato del Partido Social Liberal (PSL) Jair Bolsonaro, de extrema derecha; un 29.3% (31: de votantes) para Fernando Haddad, candidato del Partido de los Trabajadores (PT), partido de Lula da Silva y Dilma Roussef. En el Nordeste y la Amazonia ganó el PT. En los estados industriales y agroindustriales del centro y sur del país, ganó el PSL de Bolsonaro. Casi el 30% de los habilitados se abstuvo o votó en blanco o anulado. Son 30 millones de ciudadanos.

Bolsonaro se presentó como un candidato reaccionario, racista, homófobo, misógino, defensor de la pena de muerte y anti ambientalista. Prometió orden. Contó con el apoyo de las clases sociales altas y medias, de los mercados (notable recuperación del real), la iglesia evangelista y el empresariado. Haddad defendió las antiguas ideas del PT: políticas sociales, desarrollo equitativo, igualdad de derechos entre los brasileros. Él y su partido respondieron por las tramas de corrupción en la que estuvo involucrada su dirigencia.

Las hipótesis que intentan explicar el giro a la derecha de los brasileros son diversas: que abierta la factibilidad política de retorno de las derechas, los votantes hayan elegido un camino ya probado; que la corrupción vigente en todos los partidos haya resultado inaceptable en gobernantes de izquierda y que ese rechazo haya habilitado obviar las evidentes objeciones que pueden hacerse al candidato de derechas; que las clases medias hayan rebelado por haber llevado el mayor peso de las políticas sociales del gobierno del PT; que la abstención se debe al alto número de población muy lejana y muy pobre, que no participa en la vida política del país.

 

Retenemos la imagen del Brasil feliz, pero “los valores y las actitudes de los pueblos varían según la seguridad que sienten sobre su supervivencia” (Inglhart) y los brasileños sienten hoy que su supervivencia fue comprometida por el desgobierno vivido: a la pobreza se suman gastos dispendiosos y la entrega de recursos naturales e institucionales al capital global. El Brasil de hoy es un país con altos niveles de confrontación y violencia. Una media de 175 asesinatos por día el año pasado, con jóvenes, negros, pobres, campesinos e indígenas como principales víctimas de violencia y una sensación creciente de inseguridad física y económica en las clases medias. La exclusión social es enorme y Brasil tiene una de las mayores concentraciones de riqueza en el mundo.

En esas condiciones, los avances de la corrupción, la firma de oscuros contratos dañinos para el país, los gastos injustificables ante los avances de la pobreza, resultaron en un voto con ira, de rechazo y, por qué no, de nostalgia por un pasado memorizado en forma poco realista. No creo que los brasileros hayan olvidado la corrupción de gobernantes como Color de Mello, sólo que se la percibe como esperable en las derechas y resulta intolerable en los políticos de izquierda, en cuyas promesas de cambios estructurales se creyó.

Poner las barbas en remojo es una precaución mínima ante los incendios próximos.

 

 

Gran campaña de desinformación por Claudio Perdomo

Para analizar la situación política de Brasil no debe tomarse como foco central las elecciones transcurridas en los días previos, las mismas se enmarcan en una clara crisis estructural de un sistema capitalista donde comienzan a tomar fuerzas los sectores más extremistas de la derecha, con la finalidad de arrebatar las conquistas populares.
Para observar su deterioro democrático cabe señalar dos hechos que demostrarían la agresividad y la firmeza con la cual la oposición al PT generaría este campo electoral.
Por un lado, podemos encontrar el golpe de estado dado a Dilma Rousseff, hecho que conllevó enormes tensiones dentro del mismo Partido de los Trabajadores. Por otro lado, pero siguiendo un mismo objetivo – hacer caer a los principales dirigentes – encontramos el encarcelamiento de Lula y la prohibición del mismo a ser nuevamente candidato a las elecciones presidenciales de Brasil, redoblando la apuesta al negar la posibilidad de utilizar su imagen como propaganda política.
De esta forma Bolsonaro se posiciona como principal candidato tras una gran campaña de desinformación, generando así la normalización del descontento y una enorme violencia por parte de las fuerzas represivas del Estado,  de un miedo generalizado de la sociedad que se vio enmarcado en los asesinatos y las persecuciones sufridas por parte de grupos paramilitares a militantes sociales y cuadros políticos de la izquierda en su conjunto; a esto debemos sumarle la debilidad de las instituciones y de la justicia del vecino país.
La corrupción y la falta de transparencia son algunos de los motivos por lo que constantemente se ataca a los gobiernos progresistas, no resta más que mirar el resto de nuestra América Latina para notarlo, es por esto que debemos profundizar el acceso a la información de forma considerable. Urge analizar las alianzas por parte de los sectores de centro izquierda, se puede considerar el aumento de gobernabilidad, pero culminan numerosas veces siéndole serviles a los grupos conservadores. Sin embargo, cuando los intereses de las oligarquías son atacados estos rápidamente responden y con alta agresividad.
Durante los temporales suelen mantenerse en pie aquellos árboles con raíces sólidas y tendidas, a nivel político debemos pensarlo de igual manera; aquellos gobiernos que tengan bases populares amplias y profundas podrán permanecer y continuar los avances democráticos que dignifican la vida de los sectores más postergados. Cabe mencionar el gran apoyo a los gobiernos del PT, posibilitando de esa manera reducir la pobreza considerablemente pero no logrando con sus votantes un arraigo partidario que facilite la profundización ideológica.

 

 

Brasil es diferente por Alejandro Sciarra

 

Personajes como Bolsonaro, difícilmente tengan espacio en una política como la uruguaya. Hace unos días leía una nota de Leonardo Pereyra en El Observador en la que decía que no veía posible una irrupción así porque somos un pueblo moderado, que “empuja al hastío y a una siesta permanente”. Creo que nos pinta bastante bien. No somos demasiado sanguíneos.

Pero creo que los uruguayos no prendemos fuego todo por otros motivos. Somos un país pequeño en dimensiones y en cantidades. Los políticos son personas cercanas y accesibles. Cada vez sentimos que los necesitamos menos, pero ellos cada vez nos necesitan más. Basta un par de investigaciones periodísticas serias, unos tuits, y podemos dejar a un político fuera de combate. No es necesario un Plan Atlanta.

Somos todos bastante homogéneos. Ni los extremos más radicales están tan alejados. Siempre hay puntos de encuentro.

Brasil es diferente. Es un continente. Hay mucho espacio para la ignorancia y para el “titiriteo» político. En Brasil, los políticos no necesitan de la gente, les alcanza el acuerdo con las grandes corporaciones.

Sin ir más lejos, Bolsonaro pasó treinta años en el parlamento como diputado, con medio millón de votos, diciendo todos sus disparates en televisión, como si nada.

Sinceramente no creo que esto tenga espacio en Uruguay. Espero no equivocarme.

Dicho esto, me sabrá disculpar mi amigo Alfredo García, pero debo salirme de la línea esta vez. Porque voy a referirme a los hipócritas por anticipo. Y siéntanse identificados todos ustedes, los que se exhiben tan compungidos ante un candidato a presidente que ni siquiera ha ganado aún la segunda vuelta, pero no se les nota un pelín de aflicción por las centenas de muertes que manchan las manos de su amigo el dictador Nicolás Maduro. Les cuento que ese sí gobierna, y desde hace bastante.

Resulta extravagante la capacidad que tienen ciertos personajes para leer la realidad en clave de izquierda o derecha y convencer a su sensatez de hacerse a un lado dependiendo de a quién vean sus ojos.

¡Ay, Ministra Kechichian! “Ahora 3 semanas para defender la democracia y la libertad” tuiteaba en desespero. Democracia y libertad, las dos palabras que quizá más extrañan, millones de venezolanos, de cubanos, de nicaragüenses. Los brasileños pudieron acercarse a una urna y votar. No necesitan por ahora de su defensa.

“La votación de Bolsonaro en Brasil, asombra y horroriza” a Constanza Moreira. Pero no le mueve un pelo ver (sí, se puede ver en videítos como si fuese una serie de Netflix) cómo el gobierno de Maduro mata a sangre fría a su gente en la calle.

“No es la primera vez que el fascismo se impone en las urnas”, dice Mónica Xavier, y cierra con un #AgoraÉHaddad. La misma Xavier que en el 2015 marchaba por 18 de julio en apoyo al gobierno de Maduro.

Bolsonaro se ha manifestado muchas veces de formas que lo convierten en un personaje execrable. Pero hay otros, que, sin mediar palabra, han pasado directamente a la acción dictatorial y asesina. Háganse cargo.

 

El retorno de los brujos por Eduardo Vaz

 

“El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos” A. Gramsci

 

 

Para muchos, siempre fue casi imposible entender cabalmente el surgimiento del fascismo y el nazismo desde el punto de vista de su apoyo popular. No así su transformación en dictaduras genocidas y máquinas de guerra imperial de conquista y rapiña. El retorno de los brujos, que venía dando señales desde Europa con Le Pen padre hace 20 años, se confirmó aquí y allá con triunfos como los del ultraderechista partido Ley y Justicia polaco en 2015, Trump o el filipino Duterte en 2016. Ya son viejos conocidos Putin en Rusia o Erdogan en Turquía, siempre hablando de gobiernos de reaccionarios electos democráticamente. Seguramente, lo de Jair Bolsonaro (JB) es un nuevo escalón en este ascenso mundial del neofascismo en la era digital.

Desde el punto de vista de clase, es evidente que en todos los casos el gran capital financiero internacional y las oligarquías locales aparecen apoyando estos procesos, más allá de la diversidad que ofrece el mundo.

Respecto de Brasil véase la opinión de los neutrales mercados: “Para F. Losada, analista para la región de Alliance Bernstein, «la competencia electoral ya se había convertido en una carrera de dos caballos» en la primera vuelta, y en esa lógica binaria «Bolsonaro era el candidato del mercado». (1)

También es evidente el apoyo de los sectores militares que, si bien no asumen el gobierno como en las dictaduras latinoamericanas de los 70, cierran filas tras estos modelos y aparecen si son necesarios.

Brasil ejemplifica el aserto: la injerencia directa de los militares ha sido escandalosa en el proceso previo a las elecciones con declaraciones amenazantes de los generales en actividad y apoyos indisimulados a JB, como denuncia el New York Times. (2)

No puede no mencionarse la utilización política del Poder Judicial brasilero para torcer los acontecimientos y generar un clima de acusación indiscriminada contra la izquierda. Con Moro como gran artífice de la persecución a Lula y un Supremo que convalida cada paso, se logró el objetivo central de eliminar al único líder capaz de frenar el proyecto derechista que empezó con el impeachment a Dilma.

Opiniones jurídicas fundadas cuestionaron el juicio sin ser escuchadas, así como la recomendación del Comité de DDHH de ONU. (3)

Esto no intenta minimizar la corrupción de los gobiernos del PT ni de demasiados de sus dirigentes. Es bochornoso y sin atenuantes.

Ahora, nada de lo termina de explicar el viraje operado: hasta que Lula no se bajó, era el ganador seguro, al menos así decían todas las encuestas. Bastó el cambio de candidato para que JB pasara al frente sin atenuantes hasta este 46% demoledor.

Las ciencias sociales deberán analizar el fenómeno del magnetismo de los liderazgos en este caso. No es trasladable a nuestro país, seguramente, donde el sistema de partidos está muchísimo más consolidado y se vota por partidos.

Sin embargo, no podemos dejar de analizar si el PT y los sectores democráticos actuaron de la mejor manera.

¿Era la mejor alternativa poner otra figura del PT? Si lo fundamental era frenar la llegada de JB al gobierno, ¿no era mejor una candidatura común detrás de Ciro Gómez u otro con menor rechazo que el PT sin Lula?

Mujica lo ha dicho más de una vez: su candidatura generaría demasiado rechazo y fragmentación. Una sabia reflexión a tener en cuenta.

Los progresismos en A. Latina no lograron cambios radicales pero si logros importantes; hemos cometido errores mayúsculos que la derecha logró explotar en consonancia con los grandes medios de comunicación generando un estado de desasosiego social difícil de canalizar. Las respuestas primitivas y facilongas, encantan multitudes.

El problema, otra vez, es que una vez que Frankestein empieza a andar, se traga a todo lo que encuentra sin preguntarle de qué lado está. Todos los demócratas deberíamos saberlo.

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  • https://www.infobae.com/america/eeuu/2018/10/09/las-razones-de-la-alegria-en-wall-street-por-la-victoria-de-jair-bolsonaro/

 

 

(3) https://www.hispantv.com/noticias/brasil/386191/bogados-internacionales-onu-derechos-lula-silva

 

 

El hartazgo conduce a los extremos por Isaac Alfie

El resultado electoral de Brasil sorprendió a todos. No porque quien ganó en la primera vuelta lo haya hecho, las encuestas de la última semana así lo marcaban, sino por la diferencia con quien quedó segundo y el porcentaje de votos obtenidos, cercano a la mayoría absoluta para ganar en primera vuelta, que lo hace prácticamente el próximo presidente.

Bolsonaro para nosotros era un cuasi desconocido, apenas algunos recordaban su fundamento de voto a favor del impeachment de Dilma Rousseff, uno que nos escandalizó. Hace pocos meses, apenas si tenía 5% de intención de voto. Todos quienes conocen más dicen que su discurso, radical pero directo, es el que tuvo desde siempre. Tampoco es un novato en Brasil, es diputado por más de dos décadas, por tanto, nadie podrá decir que no sabía lo que piensa o que edulcoró su discurso para ganar.  Ahora bien, ¿es razonable pensar que la mayoría de los brasileños, que apenas lo ponían en la Cámara de Diputados, de golpe comenzaron a comulgar con ideas tan extremistas en ciertos aspectos y lo catapultaron a la Presidencia? Personalmente creo que, como nosotros, no debe haber una mayoría afín a esas ideas, pero algo hizo que igual se arriesgaran a votarlo. Con Trump pasó algo parecido, en Italia están en la misma.

Yo prefiero a los Churchill y De Gaulle para que gobiernen los países, pero eso parece no ser la norma hoy día. Sucede que la población está harta de la inseguridad y, tanto se tira de la piola justificándola y dejándola crecer que termina “comprando” el gatillo fácil. Quienes trabajan de sol a sol, están cansados de los impuestos expoliadores de su esfuerzo, para financiar una “agenda de derechos” que sobrepasa los límites de lo razonable. A la mayoría no le importa si una persona es travesti o no, pero no quiere que su dinero los subsidie cotidianamente bajo el pretexto de la discriminación, que sin duda la hay, igual que tantas otras a las que no se considera. Tampoco comparte cuando a diario se niegan tratamientos y medicamentos costosos al común de nosotros y luego se pretenden votar leyes donde el estado, -todos nosotros con nuestros impuestos, (nuestro trabajo)-, paguemos la operación de cambio de sexo y, si se arrepiente, la de vuelta. La gente está cansada de la corrupción enorme que se está viendo entre los gobernantes de la región, de que nadie se hace responsable por las malas gestiones, de que le suban los impuestos y no reciba nada a cambio, de que le pongan restricciones a toda su existencia, cuando el estado pide información y certificados por cualquier cosa. La gente percibe que el discurso de la igualdad es mucho más retórico que real y que, muchos de quienes viven con el en la boca, no lo practican. A nadie le gusta el cinismo.

Todo requiere del justo medio. Éste es difícil de lograr, pero si se está “en el entorno” pocos se espantarán. El problema es cuando se sobrepasan los límites y se deja que los grupos de interés especial, siempre pequeños y organizados, logran posicionarlo en un extremo, porque la reacción humana es que el péndulo vaya para el otro extremo.

 

 

 

 

 

 

 

 

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