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La potencia de la infancia por Megan Zeinal

La potencia de la infancia por Megan Zeinal
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…El niño era el jardín más bello
G. Ferro

Walter Benjamin, filósofo alemán y crítico de la cultura interpretó la experiencia de la infancia como un elemento fundamental a observar, por la potencia y el profundo valor que podría significar su mirada para orientarnos hacia una recuperación rehabilitadora de la experiencia de lo político. Así dijo: “donde juegan los niños se halla enterrado un secreto” .Ahora bien, ¿a qué se referirió?
En sus escritos “La literatura infantil, los niños y los jóvenes” destaca en la infancia una cualidad vincular especial a repensar: la capacidad de forjar relaciones sin totalizar la realidad en conceptos que clausuren al otro. Es decir, la capacidad de percibir al prójimo sin reducirlo a sus propias categorías, sin agotarlo en proyecciones. El niño interactua sin concluir al otro a la prefiguración de su experiencia. No lo reduce y se entrega al juego. Quizas porque aún no tiene certezas absolutas o “sabiduría” en términos unilaterales, pero es justamente esta defección la que atrae a Benjamin para reconocerlas como depositarias de la esperanza de redención sociopolítica . El filósofo no renuncia a gozar de ese paraíso “de hadas, papel y magos precisamente porque sabe que hay sepultados potentes signos” que podrían mirarse para el cuidado de una comunidad .
Busca un registro a unas experiencias relacionales honestas alejadas del interés y de la instrumentalidad, cuya clave le resulta aparentemente perdida y olvidada en la costra de los hábitos adultos. La infancia es el lugar “donde las cosas son liberadas de la esclavitud de ser útiles”.El mundo de los niños aparece, en este trasfondo, como el territorio donde se descansa un rato de la “maldición de ser útiles y productivos” . Contra el gesto oportunista y extractivista, los niños entablan la situación dialéctica del juego y la exploración. De múltiples formas buscan aceptar y transformar: para captar las leyes de lo diverso, lo gratuito, lo afectivo en letras, figuras, a los que su fantasía —incansable— parece reservar siempre nuevas combinaciones creativas para integrar. El juego en la infancia es improductivo porque se desvaneces sin convertirse en un objeto de valor, porque su valía misma esta dada por esa condición de improductividad.
Benjamin apreció de la infancia la reivindicación hacia una noción diferente de experiencia distinta a la adulta, porque esta permite dotar la vida relacional de un potencial de redención renovado. Así dice: que la máscara del adulto se llama “experiencia” , y esta máscara es inexpresiva, impenetrable, embotada, siempre igual; el adulto enmascarado es el que ya lo ha experimentado todo, y que por tanto, todo tiene el mismo sabor a sabido . Los niños no solo saben interactuar sin anticiparse, sino que también son capaces de no someter lo compartido al uso instrumental. Exhiben placer y gusto por cultivar estas formas de relación con lo vital. Asisten al libre fluir de las cosas del mundo y las reconocen como tales sin subordinarlas a realidades exteriores, ni sutraerlas a sus conceptos previos. De ahí que el filósofo se interese por la colección de “tesoros” infantiles tan invisibilizados, marginados y olvidados por la historia oficial. Porque con ellos, los niños anuncian la diferencia, juegan a ser otros, y nos rememoran la potencia humana que alojamos para mantenernos abiertos a la alteridad y a lo diverso. También nos recuerdan de a no sellarnos definitivamente en nombre de ningún conocimiento. La perdida de la inocencia o de la infancia responde a la perdida de esta mirada y consideración, que no es trivial. En ese sentido, es que su visión ensaya la apertura a un sagrario de la humanidad, pleno de potencias marginadas y hostigadas en nombre de la educación a futuros recursos humanos. Con ellas y por ellas toca rehacer un relato que se dirija de a poco hacia un porvenir más móvil, polícromo e incodificable como es el del ojo de un niño.

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