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La ropa que el viento sacudía de Gloria Algorta

La ropa que el viento sacudía de Gloria Algorta
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P r ó l o g o  por Rosario Peyrou

 

Por fin un libro de relatos de Gloria Algorta. Aunque escribe desde hace tiempo, hasta ahora solo había publicado cuentos en revistas o libros colectivos, dentro y fuera del país (en Montevideo, en Madrid, en Bogotá) a pesar de haber obtenido varios reconocimientos en concursos como el Horacio Quiroga de Salto, el de la Caja Bancaria, el «Ana María Matute» de Madrid o el Juan Carlos Onetti de la Intendencia Municipal de Montevideo. Es cierto que esto, que puede llamar la atención, ha sido bastante frecuente en otras escritoras de su generación, como Andrea di Candia, Cecilia Ríos, o María Gueçaimburu. Y es algo que merecerá ser estudiado, en su momento, en relación a la literatura escrita por las mujeres, por cierto. En el caso de Gloria Algorta tal vez esté relacionado con una vida que fue itinerante durante mucho tiempo. Hija de un funcionario de un organismo internacional, vivió la infancia y la adolescencia entre Paraguay, Santiago de Chile y Buenos Aires, y a los veinte años se radicó en Barcelona, para un exilio que duraría casi diez. Después, el regreso al Uruguay luego de la caída de la dictadura, la reconstrucción de la vida, la crianza de los hijos, probablemente apartaron a  la escritura del lugar central, aunque nunca lograron que Gloria la  abandonara del todo. De modo que este libro, ganador del premio Editaonline, es una suerte de estreno público de una escritora en plena madurez creativa, dueña de una prosa limpia y eficaz, y una mirada particularmente jugada y sensible.

Un viaje por los laberintos de la memoria, al rescate del tiempo perdido, es el denominador común de estos textos  –una nouvelle y seis cuentos– que indagan en las experiencias íntimas de una serie de personajes y en las transformaciones sociales y culturales de las últimas décadas. Los escenarios son variados: las historias van y vienen entre Montevideo, Buenos Aires y Barcelona, sitios en los que la propia autora vivió sus años de juventud. Esa experiencia se reflejará en sus ficciones, aunque no sean estrictamente autobiográficas, especialmente en esa indagación de los avatares vividos por una generación que quiso cambiar el mundo, y de alguna manera fue cambiada también.

Ese es claramente el tema de la nouvelle que da título al libro. La agonía de una amiga querida y el repaso de un álbum de fotos llevan a Irene, la narradora,  a realizar un viaje al pasado, desde una mirada que reconstruye con nostalgia y piedad, pero también con ironía, una época con la perspectiva que da el tiempo. Es vívida y eficaz la pintura de la adolescencia de esos «jóvenes burgueses izquierdosos y con sentimiento de culpa», en aquellos años del regreso de Perón y el golpe de estado en la Argentina cuando «el mundo se ponía patas arriba». La sensibilidad social y la idea del «hombre nuevo», la figura del Che, las lecturas y discusiones sobre Gandhi o Fidel,  el cine y la teología de la liberación, conviven con el descubrimiento del sexo y la puesta en cuestión de los valores recibidos de los padres. Y toda esa pintura se sostiene con unos personajes bien trazados en sus rasgos y contradicciones. Y en la propia Irene –la narradora en primera persona–,  mujer sin hijos con un matrimonio fracasado, que recuerda esa época turbulenta con melancolía pero sin idealización, y se reencuentra con situaciones que reavivan en ella la idea de que la vida pudo ser diferente. Como el viento que agita la ropa del título, el rencuentro con el Buenos Aires de la adolescencia –junto a la cercanía de la muerte de Amelia–, pone en movimiento los mecanismos de la memoria y la revisión de la propia vida. Pero ese viento arrasa también con algunas certezas y en ese viaje al pasado Irene descubrirá también los errores, las culpas y las consecuencias de decisiones tomadas en aquella época esperanzada.

El exilio en tiempos de la movida barcelonesa del posfranquismo es el otro escenario de varios de los relatos, una época feliz, pese a todas las dificultades de trabajo y de adaptación. Y el retorno, más difícil que el exilio, a un Uruguay que sufría todavía las consecuencias de los años de plomo.

Una mirada desmitificadora  se detiene en los jóvenes de hoy, los hijos de esa generación que se creyó llamada a grandes cambios, que  tienen hoy una visión crítica sobre sus padres y lo que juzgan –con divertida ironía en algunos casos, con rabia en otros–, como una falta de consecuencia con aquellos ideales, que vistos desde el presente, les parecen fracasados.

Aunque los asuntos sean comunes a los de la nouvelle, los relatos muestran paralelismos y diferencias. Los equívocos, las falsas ilusiones,  la manera como un episodio puede dejar huellas en la memoria de distintas personas, componen el tema de «Maná del cielo», donde una coincidencia dispara el recuerdo, como también sucede en «Nunca pasó». Los dos cuentos vuelven al tema de la subjetividad de los relatos que nos hacemos, del modo como el pasado se escurre entre los dedos y nunca logramos apresarlo en su verdadero sentido. En «Muñecas de trapo» los equívocos son más amargos y esconden un asunto sórdido, con algo de novela negra.

En un tono muy diferente, la solidaridad con los presos políticos desde el exilio se cuenta desde la perspectiva de un niño de ocho años en «Vacaciones de Navidad», con un poco de humor, pero ahora sin ironía. En cambio un humor irreverente campea en «La ley 19.666», que reformula en clave de comedia fantástica el tema del sueño imposible de cambiar el pasado. A veces lo que pudo ser y no fue consigue una condensación que lo acerca a la poesía, como en el breve «Los traicionados».

Es cierto que, como en ese cuento, una cierta melancolía impregna la mayoría de estos relatos. Hay algo, sin embargo, que subraya el epígrafe de Circe Maia elegido por Gloria, y que sobrevive en el libro: una especie de empecinada vitalidad y cierta esperanza que la voluntad de lucidez no consigue borrar del todo.

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