¡Llenemos el país de estatuas!
¡Qué tremendo despelote con la cuestión de las estatuas!
¿Quién hubiera dicho, hasta hace muy poco tiempo, que se iba a generar semejante conmoción social, con diversos grupos realizando manifestaciones con maquetas, de diversos tamaños y características, cargadas a la espalda y a grito pelado reclamando por lo que entienden su derecho a encajarnos a todos, no importa el sitio de la ciudad, su amorosa y representativa estatua?
Ya hay unas cuantas notorias: la Virgen de Iemanjá, alrededor de la cual, como si fuera un contenedor, siempre aparecen cosas de todo tipo; un asiático en bolas y dando la impresión de estar afectado de ciática –no me acuerdo si Confucio o Buda o Mao Tse Tung-; Bengochea, que vive y lucha y nadie se prosterna ni le reza; la de Gardel, en pleno 18 y Yí, que nadie discute (pese a que es horrible) porque cada día canta mejor; y unas cuantas más de las que me olvidé.
Los católicos –que, hay que reconocerlo, antes, con Cotugno, eran bastante más rompe cocos- quieren a toda costa una, en la rambla, de la Santísima Virgen María. Ya tienen una enorme cruz que homenajea la visita del Papa Juan Pablo Segundo, y alguna cosita más por ahí, pero necesitan otra de la mujer que dio vida nada menos que a Jesús y sin parirlo como aquí enseñan la manera en que se saca al mundo a un bebé. Bueno, al fin de cuentas ¿qué tiene de raro? Fue un milagro. Y un milagro hace que no haya nada imposible. O eso creo; a decir verdad, no lo tengo muy claro. Pero siempre me quedará la posibilidad de preguntarle a la otra María, la que habita la casona del Prado, la Auxiliadora.
¡Pero la Junta Departamental rechazó el pedido! Y a renglón seguido ingresó con mucha documentación a sus carpetas otro pedido: una estatua representando a Carlitos Marx, a propuesta del SUNCA, que es decir del Oso Andrade, fanático del pelotudo que, lleno de guita, se la pasó debajo de un árbol explicando cómo había que llegar a la dictadura del proletariado, fracasando estrepitosamente como Nacional en la última fecha, aunque dejando hijos adoptivos que no se enteraron. Pensar que, aun sin saber qué pasará con este caso, hay a mano una solución sencilla: se cambia el nombre –el apellido no jode- y ya está. ¿Quién se opondría a una estatua de Groucho, que hizo feliz al mundo entero con el humor inteligente?
En este país hay tanta niebla estos días como imbecilidad. El asunto de cada jornada son las estatuas.
Yo qué sé. Por más pensador insigne que me considere, mis fuerzas de argumentación se han agotado, así como se me han inflamado las áreas pudendas. ¿No tendré otra que adaptarme? No me gusta caminar con las piernas abiertas.
Porque –a ver, tampoco la bobada-: si me apuran tengo un montón de candidaturas para una estatua.
Mujica, por ejemplo; siendo un simple gaucho versero logró convencer a los alemanes de la Deustche Welle de que es un intelectual. O Constanza Moreira, que discursea de política como si supiera y tiene la acumulación de disparates más grande conocida al menos en el mundo occidental. O mi amigo Epifanio, que cuando trabajó fundió una panadería y cuando dejó de hacerlo se llenó de plata con maquinitas por todas partes. O Jaime Roos, que es como Dios, está en todas partes y a veces, aunque tengas toda la fe del mundo, no lo ves; pero está, y haciendo dinerillo siempre. O la Rosaura, que es trans pero ya cambió dos veces (porque no se decide) y quiere no una sino un par de partidas de ésas que va a regalar la Marina (¡no la Armada, boludos, la Arismendi!). O, tal vez, Sendic, blandiendo en una mano una suerte de diploma (claro, seguro que ésta la cagan las palomas aunque le pongan techo).
¡Qué importan el déficit fiscal, el bolonqui de Ancap, que te roben de parado en una esquina a las dos de la tarde y que las madres se dediquen a cagar a trompadas a las maestras de sus hijos!
¡Llenemos el país de estatuas!
¡Yo quiero ser una estatua, carajo! (De otra forma ¿cómo llego al año que viene?).
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