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Los remiendos de la mendacidad por Eduardo Gudynas

Los remiendos de la mendacidad por Eduardo Gudynas
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Otra vez se acusó a un político de mentir, falsear o exagerar, y ese hecho pasó a dominar la discusión pública y los titulares de los medios por varios días. El caso fue desencadenado, una vez más, por la senadora Graciela Bianchi. Al contrario de esa mirada prevaleciente, ese hecho es en realidad un síntoma de problemas mayores y más profundos: el paulatino vacío de las políticas públicas. Esa es la cuestión que debería haber generado el debate.

El abordaje más escuchado sostiene que acciones como la protagonizada por Bianchi sean descritas como mentiras. Pero la presencia de la mentira en la política no debería sorprender, ya que ha sido unos de sus conocidos ingredientes en su muy larga historia. Jefes tribales, reyes, emperadores, presidentes y ministros, han mentido, exagerado o incumplido promesas en repetidas ocasiones. Más recientemente, esas prácticas se disimulan desde publicidades que las revisten de imágenes y músicas. En todo esto no hay novedades.

Al mismo tiempo, para hacer todo esto un poco más complicado, también la mentira se solapa con la ignorancia, con esa pulsión bien descrita en el dicho popular del que “habla por hablar” sin antes detenerse a reflexionar o hurgar en la información. Si entre los políticos se enflaquece la formación educativa, la disciplina para estudiar y reflexionar, mayores serán las posibilidades de que caigan en los atajos de las falsedades.

Más allá de todas estas circunstancias, en realidad estamos lidiando con un problema más complejo, y que debería ser descrito con otra palabra. El mejor término para ello es el de mendacidad. El origen de ese término, a partir de su etimología, refiere a quien miente, engaña o comete muchos errores. Pero al mismo tiempo, esa palabra también indica que eso se hace con tenacidad y audacia. Además, el vocablo original en latín está relacionado con los conceptos de remendar, enmendar o mendigar.

Por lo tanto, con esta palabra no se apunta a alguien que lanza una mentira o en denunciar una exageración sin fundamentos. La mendacidad, en cambio, se refiere al uso persistente, repetido, e incluso audaz, de las falacias, no sólo para engañar sino para remediar, remendar e incluso mendigar.

En el terreno político incluye, por ejemplo, el manejo desprolijo de evidencias, la información errada, exagerada, distorsionada o simplemente falsa, buscando el efectismo inmediato. No busca promover la reflexión, sino una reacción inmediata, y es por eso que puede emplear burlas y aseveraciones despectivas; son dichos teñidos por la petulancia y la soberbia.

Una política que se encoge

Precisado el concepto se puede avanzar al problema de fondo. La mendacidad se disemina a consecuencia de un vacío. En efecto, los modos que son racionales, fundamentados en la evidencia, que requieren la veracidad, están en retroceso. Hay políticos incapaces de comprender y manejar la información (por ejemplo, tienen evidentes problemas en lidiar con estadísticas), otros naufragan con conceptos complejos (como confundir impunemente agua bebible con agua potable), están los que parecen ciegos en evaluar las fallas o limitaciones de sus propias gestiones (como ocurre con la seguridad policial). A medida que la mendacidad carcome las capacidades de deliberar y argumentar, la gestión estatal y la calidad de las políticas públicas se hace cada vez más deficitaria.

Estamos rodeados de ejemplos de esa situación, y algunos de ellos lastiman, como ocurre con los persistentes problemas con el manejo de la educación o la salud pública. Muchos de esos procesos discurren a un ritmo lento y por ello pasarían desapercibidos o no desencadenan reacciones enérgicas. Un caso reciente que los vuelve evidentes, al ocurrir a ritmo de vértigo, se desnudó con el manejo de la crisis hídrica. En unos pocos meses quedó en evidencia la incapacidad de la agencia estatal que debería controlar los servicios del agua potable (URSEA – Unidad Reguladora de Servicios de Agua y Energía), la de dos ministerios (Ambiente y Salud Pública) y también la de OSE. Es un colapso que involucra a cinco reparticiones gubernamentales, y que dadas las responsabilidades ministeriales, también alcanza a todo el equipo presidencial.

Síntomas y causas

Como se indicaba arriba, la mendacidad está asociada a los propósitos de ocultar o remendar. Entonces, es pertinente preguntarse ¿qué es lo que se quiere disimular o emparchar? Se puede responder que es precisamente ese deterioro de las políticas públicas que se acaba de describir. A medida que la gestión política es más débil, inefectiva o incluso inoperante, todo ese campo se encoge, dejando un vacío que es disimulado o minimizado de varios modos, y entre ellos por la mendacidad. Dicho de una forma seguramente esquemática: a medida que se deteriora la gestión gubernamental, la mendacidad (y la publicidad) comienza a ser cada vez más útil para disimular esas incompetencias.

Entonces, los hechos destacados no son los tuits de la senadora Bianchi, sino que expresan síntomas de un deterioro más profundo. Los desplantes en las redes y otras formas de la mendacidad operan en distraer y disimular. Advertir esto no es sencillo por las prácticas de esos políticos, pero también por unos cuantos periodistas que prefieren entretener con los intercambios burlones en las redes, en lugar de dedicarle más tiempo a informar sobre lo que realmente sucede (o no sucede) en varias políticas públicas. Del mismo modo, la oposición política debería evitar navegar en esa superficialidad, repitiendo las quejas frente a tuits a costa de hurgar en esos problemas más profundos.

Cualquier actor político, especialmente aquellos que son electos, buscan ser apoyados y votados en tanto serían veraces en sus dichos y prácticas. Si se cae en la mendacidad, se produce una contradicción brutal de la que muchas veces no es sencillo salir. Al mismo tiempo, en la construcción de políticas públicas vigorosas y efectivas es indispensable la veracidad, lo que no excluye equivocaciones ni a los secretos para ciertas cuestiones. Pero más allá de todo eso, en su esencia, parafraseando a Alain Badiou, una política que se compromete con la justicia se despliega desde la verdad posible como su ingrediente indispensable y necesario.

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