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María Flores, dirigente sindical de los trabajadores rurales: Los pueblos chicos y el interior son otro mundo

María Flores, dirigente sindical de los trabajadores rurales:  Los pueblos chicos y el interior son otro mundo
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Si espera encontrar las típicas respuestas de una sindicalista clásica deje de leer la entrevista acá. Esta mujer tiene un sentido del humor que sorprende y una inteligencia natural que le ha servido para moverse en un medio tan hostil como machista. La charla nos llevó a una realidad que muchos, desde nuestro centralismo montevideano, desconocemos por completo. Los trabajadores del campo precisan de muchas otras Marías.
Por Jorge Lauro y Alfredo García / Fotos: Rodrigo López

¿Dónde naciste?
En Paysandú, pero muy chiquita me vine a Florida.
¿Qué hacían tus padres?
Mi papá era capataz de estancia y mi mamá, cocinera. Trabajaban juntos en el mismo establecimiento, en Palma Sola, del Puente San Francisco para arriba.
Cocinera en una estancia, ¿para los peones o para los patrones?
Para todos. En esos años, cuando eras cocinera, no se discriminaba si era para uno o para otros. Para el que cayera. Si caía un andante, cocinaba para el andante.
Y se vinieron a Florida.
Como se hace en campaña, mucho tiempo estuvimos yendo de un lado para otro. Yo iba con ellos a donde tocara ir. Antes el trabajador rural no tenía casa, te la daba el patrón. Normalmente es en la zona, pero cuando está saturado vas para otro lado.
¿Cómo se arreglan con los niños en las escuelas?
Hasta el día de hoy pasa. Cuando lográs tu núcleo de amiguitos se le termina la changa a papá y tenés que irte de un departamento a otro. Y también pasa la problemática de que dejás los arraigos. Y están los traslados, de un lado a otro, a veces de muchos kilómetros.
¿Cómo fue adaptarse?
Mi carné siempre decía: “Niña muy conversadora, molesta en clase”. Me fui adaptando a lo que iba viniendo. Y todo lo cuestionaba. Me mandaban para atrás de la puerta.
Ya eras peleadora de chiquita.
De chiquita. Siempre cuento esta anécdota, que capaz es un trauma de chiquita. Mamá me bañaba y me hacía las dos colitas, tirantes, porque venía el patrón. ¿Para qué, si el patrón ni se bajaba de la camioneta? Pero como venía a pagar, te dejaban de punto en blanco. No sabía ni si tenían hijos, pero para ellos el orgullo era que vos estuvieras presentable. Vi judear tanto a los viejos, pero en serio. Pensé que no las iba a pasar, y las pasé. Y bienvenido sea que las pasé, para poder aprender, y para poder hablar con conocimiento de causa, no de cosas que me contaron sino de cosas que viví. Papá me decía: “Con fulano no te des”. No, date, y tené tu experiencia sobre si esa persona sirve o no. No podés vivir de desilusiones ajenas, tenés que probar vos. Siempre las enseñanzas de mi padre estuvieron muy arraigadas a mí. Si no sirve para otro, capaz para vos sí. Muy de chica tuve esos valores, como el de hacer honor a estar quince minutos antes y no después. “Usted no pregunte cuánto va a ganar, pregunte cuál es el trabajo, y después pregunte cuánto va a ganar”. Esos valores siguen hasta el día de hoy. Los hijos que me van quedando los tienen, por suerte.
¿Terminaste el liceo?
No, porque ya de chica caminaba muy ligerito. Me fui muy joven de casa. Pensaba que casarme iba a ser la liberación de los viejos y que me iba a cambiar la vida, ser “la señora de”. Y fui “la señora de” con lágrimas y sudor, muchas veces pisando huevos.
Te fuiste de tu casa.
Me casé, para no deshonrar la familia.
¿De qué año estamos hablando?
Yo tenía diecisiete, así que imaginate. Tengo cincuenta y cuatro. Hacé las cuentas. Soy mala para las cuentas. Te ibas casada. Y la otra era que si llegabas a quedar preñada, te daban un boleo. Imaginate lo que podían llegar a decir en el pueblo. Para salir de casa, en ese momento, casarte era la opción más sana. Querías un poco más de libertad, ver qué había afuera del tambo, de la estancia, de la cocina a leña, de arrear las vacas.
Vos laburabas a la par de tus viejos.
Ayudando a los viejos, a la par. No tanto en el trabajo afuera sino adentro, dándole de comer a las gallinas, juntando los huevos. Llegabas de la escuela y ya sabías cómo iba a ser el resto del día.
Eras mano de obra barata.
“Mentiras falsas de colaboradoras sin sueldo”, como decís hoy en día. En ese tiempo era normal. Cuando vine a Montevideo, vi que esas cosas estaban naturalizadas de otra manera, que se tomaban a mal. Pero para nosotros era común. Ahí empecé a abrir un poco más la cabeza acerca de que hay cosas que no tienen por qué ser normales.
Te casaste y te fuiste para otro lado.
A trabajar en campaña. Ya mi esposo trabajaba en campaña. Era alambrador. Me fui a la par de él, y ahí estamos alambrando, en todo lo que era Goñi y Puntas de Maciel. Después salió un trabajo muy bueno en una estancia, donde pasé a ser lo mismo que hacía mi madre. Mi marido el encargado de la estancia y yo la cocinera.
¿Qué quiere decir un trabajo muy bueno?
En esos tiempos era muy bueno que nos dieran la casa y dos sueldos. Me pasó de tener otro trabajo donde le pagaban a él y él me tenía que dar a mí. O también la clásica de: “Vos lo venís a ayudar”. Me acuerdo de un patrón que me decía que, si yo quería que mi marido saliese antes del tambo, fuese a darle una mano, que llevara a los niños, que estuviera con él, que ordeñara veinte o treinta vacas y que después nos veníamos juntos a tomar mate. Claro, eso lo hacés una semana, pero cuando pasaron cuatro meses, en algún momento te preguntás si el patrón no va a traer a otro para el tambo. Lo viví, y no me daba cuenta, porque era normal, estaba totalmente naturalizado. Me acuerdo cuando mi padre se iba al quilombo, como le llamábamos en campaña, y mi madre me decía que era normal, que era su desahogo, porque se pasaba trabajando todo el día. No se veía como un engaño. Cuando nacés, te criás y mamás eso, hay cosas que las naturalizás. Cuando empezás a ver el mundo de afuera, te das cuenta que no es tan así. Agradezco haberlo vivido, porque no me lo contaron.
¿Y cuando te enfrentás a esa cultura, a tus pares de hoy en día, que tienen esa visión y no han visto lo otro, cómo lográs transmitirles esto?
De una manera muy sencilla.
Llevándolos al punto a ellos. Al quilombo, no.
¿Por qué no? La mejor cerveza que me tomé fue en un quilombo. Yo quería saber cómo era. No me querían dejar entrar, pero dije que no iba a hacer competencia, con la edad que tengo y todo caído, que sólo quería tomar una cerveza de arriba y ver cómo trabajaban. Terminé mal porque quería unificar criterios de cobro. Me echaron a la miércoles (risas). Pero siempre tuve esa cuestión de querer saberlo yo y que no me lo cuenten. De vivirlo yo, para mal o para bien. Pero lo viví yo y no me lo contaron. Cuando estoy con mis pares les hago sentir lo mismo que yo viví. Capaz que hasta lo hago para evitar que sufran.
¿Cómo lo toman?
Una vez un trabajador vino y me discutió: “Yo no le iba a cobrar el despido ni nada, porque él me iba a recomendar”. Le pregunté si creía que lo iba a recomendar. Me dijo que sí, que esa recomendación a él le servía, que con el apellido de él, mañana estaba trabajando. Le pedí el teléfono. Llamé, me presenté como una pequeña productora de Canelones que quería saber cómo se desempeñaba Gutiérrez. “Se me metió en el sindicato”, me dijo. “Me lo echaron a perder, le volaron las ideas, esta manga de comunistas. Trabajaba bien, pero no se lo puedo recomendar. No le vaya a decir que yo le dije, pero dígale que no lo va a necesitar”. Le agradecí un montón y le dije que nos teníamos que cuidar entre productores. Y ese era el que lo iba a recomendar. Si no les mostrás eso, no se les cae la venda. Confiamos. Para nosotros vale la palabra. ¿Pero quién pierde más? Si te presto mil pesos y no me los devolvés, yo los pierdo, pero vos con esos mil pesos no vas a hacer patria. Y yo ya te conocí. Ese es mi trabajito, hacerles entender el quid de la cuestión.
Es más fácil siendo par que cuando viene uno de la ciudad a querer abrirles la cabeza.
Es más fácil siendo par y siendo mujer. La visión de la mujer es tratar de llevarte siempre a negociar y a tratar de entender. Si digo que tengo una reunión de una hora, ya saben que va a ser de dos, porque voy a hacer de psicóloga y voy a explicar hasta la punta del pelo del huevo. Pero ese tiempo no es perdido para mí, sino ganado, porque así hubiese deseado yo que fueran así conmigo. Hubiese deseado que me hubiesen dicho: “María, no es por ahí”. A mí me sacaron cuando todavía estaba el decreto de desalojo rural con la Policía. Mi hija, con dos años, me agarraba de la pierna y se hacía pichí en la ropa, por la sirena. “Vamos a cargar las cositas”, me decía mi cuñado, que me estaba desalojando. “Se ve que te pusiste a romperle las pelotas al patrón”, me decía. Mi cuñado, el que no tenía combustible para llevarme a parir, pero sí para venir a desalojarme. “Y sí”, me dijo, “porque el combustible lo paga él, que es tu patrón”. Esas cosas te dan rabia, esa impunidad. Fui oficina por oficina, porque cuando las mujeres somos meritorias para romper las pelotas, somos meritorias. Fui al Parlamento, a diputados, para que se derogara el artículo que decía hasta la estación de tren más cercana. ¿Desde qué año teníamos ese artículo? Ahora se derogó, y en treinta días tenés que tener entablada una negociación con tu patrón y acordados los porcentajes del despido para después hacer el traslado, y no con la Policía. El trato es en la DINATRA o donde quieras negociar, a través del sindicato. Tengo pila de trabajadores que me dicen: “Los problemas con mi patrón los arreglo yo”. Perfecto, te dejo, no intervengo, pero te asesoro. Eso sí, cuando me vayas a llamar, tenelo en cuenta. Para mí no hay orgasmo mayor ni cosa más satisfactoria que el que me digan: “Tenés razón”.
¿Te pasa muy seguido?
“Mirá como está el Uruguay”, me dijeron en una reunión de pares en Tacuarembó, “con una mujer negociando, así nos va”. Le toqué la espalda y le dije que yo era esa porquería de mujer que había negociado por él. Nos sentamos a tomar una grappamiel, yo pagué la vuelta, a hablar de igual a igual y terminamos de “che” y de “bo”. Pero el tema se ve en el territorio, no es que te lo digan ni que te la dibujen. Tenés que ir, y más si tenés los medios. Arrancá y ve.
¿Hay descontento en el trabajador rural que gana poco, que podría tener mejor calidad de vida? ¿Lo siente?
Lo que siente el trabajador rural es lo que sentimos todos, ser valorados. Muchas veces la valoración no pasa necesariamente por lo económico, que también es una valoración. También está eso de que qué te cuesta dejar un kilo de yerba si compraste dos. Si decimos que somos una gran familia, llevalo a los hechos. Si no, somos una familia de hijos y entenados, donde reparto lo que yo quiero dar.
La ropa para los hijos es la que ya no usan los hijos del patón.
“Les damos todo lo que nos sobra”, escuché una vez. Esa es la palabra. Se hace caridad, sí, se da todo lo que sobra. Pero ir a comprar de tu bolsillo, eso ya no. Esas pequeñas valoraciones no están, no se reflejan.
Porque la cultura no es sólo del lado del trabajador, también es para el patrón. Los trabajadores son descartables.
En Florida tuve un juicio en donde el juez Quintana le preguntó a mi patrón cuántos trabajadores tenía. Seiscientas vacas y trece trabajadores. “Me quedó claro su manera de pensar, que es lo prioritario”, le respondió. Nunca le había preguntado por las vacas. Es como en los carteles de la ruta, que se anuncia el cruce de ganado y no el cruce de gente con ganado. El que está cruzando es un trabajador que lleva el ganado.
Pero si el auto atropella a una persona, no se hace tanto como si atropella a una vaca.
Ahí está el punto. Yo he pasado de ser una ignorante a preguntar. Nos empezamos a asesorar. Una vaca Holando vale mil quinientos dólares. Si llevo seiscientas, ¿cuál es el capital que manejo cada día? Las llevo yo solita, sin apurarlas, sin que agarren sol. ¿Y el sol que yo agarro? Esa es la valoración que nosotros no vemos. Eso es lo que le falta al Uruguay, el sentir que el campo mueve al país, que es el campo el que llega a todo. La naranja la cosecharon en Salto. La lechuga, en Toledo. Es una cadena, está perfecto. Pero al inicio está en el trabajador rural. ¿Quién engordó ese novillo en el campo? Un trabajador rural. ¿Quién arreó las vacas para que haya leche? Un trabajador rural. Hay que ver y valorar eso, y se tiene que ver reflejado en un montón de cosas.
Pero los trabajadores rurales cada vez son menos y la producción es más.
Cada vez se intensifica más, en montones de cosas. Tenemos que prepararnos para un futuro en el que va a haber mucha tecnología. Hay cosas que no las voy a ver, que las sigo peleando por los nietos, porque quiero algo mejor para ellos. Un Consejo de Salarios que cualquiera pueda abrir y que dice: “aprendiz sin especialización” y “aprendiz”. Llevo veinte años aprendiendo.
La vida es un aprendizaje constante.
Muy bien, eso es como el patrón que dijo: “Estoy esperando el despegue de la empresa”, y llevaba veinte años. Pero falta para el despegue. Me jubilo y sigo esperando.
¿De dónde sale esta María de hoy, después de haberse casado y meterse en una estancia como cocinera? ¿Seguís casada con la misma persona?
Sí, con la misma.
Él dice que no sos la misma.
Por supuesto que no soy la misma. Ni el tamaño es el mismo ni nada es lo mismo a esta altura del campeonato. Han cambiado muchas cosas (risas). Un día estábamos arreando las vacas. Mi patrón me decía que él me pagaba quince mil pesos, pero que el recibo lo hacía por veinte, que yo le firmara, que esa plata él me la iba a tener guardada, así yo no pagaba banco, que si iba al banco tenía que hacer todo un trámite, que me iban a descontar. Perfecto. Yo tenía un almanaque de Riogas pegado a la heladera, y mes a mes iba anotando esos cinco mil. Un día se me enferma mi hijo, que estaba con asma, y el remedio no lo daban en salud pública, y lo tenía que comparar. Salía ochocientos cincuenta pesos. Estábamos levantando una vaca, y nunca más me voy a olvidar. Llovía a mares. Le pedí un adelanto de la plata mía que tenía guardada. “¡Ah, pero vos te la creíste!”, me dijo. “¿Vos te ponés a pensar todo lo que gastás de luz acá?”. Ahí se me cayó el alma. Dije que eso no podía ser. Y ahí fue donde empecé.
¿No te dio los ochocientos cincuenta pesos?
Nada. Él se preocupó por la vaca, que necesitaba un veterinario al que le tenía que pagar tres mil pesos. Ahí fue mi indignación. Nos tienen que pasar cosas en la vida para que vos reacciones. De las buenas experiencias es difícil que aprendas. De las malas, aprendés.
¿Seguiste trabajando con ese patrón?
Seguimos con un juicio, y no sabés lo que fue el juicio por el reintegro. Largo, duro, con un montón de sufrimiento. Mi cuñado trabajaba en ese tambo, y fue el principal declarante en contra de nosotros. Las cosas que se dijeron, yo no podía creer. Todavía está ese juicio en Florida, que quedó para la historia. Llamaron al bolichero del pueblo. Yo llevaba a los gurises a la escuela, y me volvía para atrás.
¿A cuánto quedaba del pueblo?
Más o menos quince kilómetros, iba en moto.
¿Y qué dijo el bolichero?
Dijo que me estaban echando porque yo tomaba. “La mujer toma. Y no sabe cómo anda con esos niños. El patrón tiene razón de echarla”. Le preguntaron si la señora Flores estaba presente y dijo que no. Yo estaba ahí. Me hicieron parar. Dijo que yo iba todos los días al boliche del señor, que andaba con los niños en la moto, pero no me conocía. En un momento le dijo al patrón adelante del juez: “Me das los diez mil pesos que me prometiste, porque esto no es culpa mía”. Frente a eso el juez dijo: “Vamos a terminar este juicio por acá, mañana vengan a buscar la sentencia”. La sentencia eran tres renglones: “Se reintegrará al matrimonio en veinticuatro horas pagándole todos los haberes caídos”, punto.
Y te reintegraron.
Sí, pero no sabés lo que fue el reintegro. La penitencia fue fabulosa.
Quedás expuesta a la furia.
Él tenía la llave de la luz en su casa. Cuando se iba el fin de semana, la bajaba. Todo fue un caos.
¿Cuánto tiempo seguiste laburando ahí?
Más o menos ocho meses. Pero no aguanté, porque el reintegro fue una tortura. Yo tenía el alambre de la ropa afuera, y él vino con el tractor y lo enganchó y tiró toda la ropa al suelo, adentro del barro. Otra vez a lavar todo, en la pileta, y a tender. Me acuerdo que en broma le dije que había quedado una ropa en la punta, que si no la iba a enganchar también. Lo que tengo es…
Sarcasmo.
En eso me ha servido mucho hacerme la pelotuda. No sabés lo rentable que es. Y lo que no te mata te fortalece. He tenido compañeros que me han preguntado por qué no me quedaba a lavar los platos en mi casa en vez de andar por Montevideo. ¿Y si los lavamos juntos? El sarcasmo te ayuda cuando querés llorar por dentro, que es lo que el otro busca, o cuando quiere menospreciarte. Hacer lo contrario a lo que el otro espera. Aunque ¡cuántas veces me ido llorando en el ómnibus de acá hasta allá! Por todos los motivos de la vida. Pero me ves llegar o me ves bajar en Tres Cruces y es otra cosa. Tengo otras cosas para pensar, más allá de mí. En mis compañeros, en el sueldo, en qué mejoras se pueden conseguir. Las mujeres somos muy negociadoras.
¿Cómo pasás al tema sindical?
En ese momento en el tambo fuimos al plenario de Durazno, para que nos asesoraran, porque nos iba a desalojar la Policía. Fuimos, sin saber ni qué era un plenario, y ahí empezamos a conversar.
El plenario era el del PIT de Durazno.
Exactamente. Ahí nos asesoraron, nos guiaron, llamaron al plenario de Florida para ver si podían intervenir o no, y ahí fue donde empezamos a asesoraros sobre las primeras cosas. Cuando empecé a militar en el sindicato, donde era una afiliada más, la penitencia fue que mi marido me dejaba toda la cocina sucia. “Como andás paseando…”, me decía.
Tenías al anti sindicato adentro.
Claro. “A mí no me da el tiempo, y la señorita sale a pasear…”. Las viví todas. Hasta los celos, que pensara que yo me iba a engañarlo.
¿Ha habido problemas en tu familia?
Muchísimas veces. Me acuerdo de una discusión a las tres de la mañana, en el sindicato. “Vos sos una y el sindicato es un montón”. Y nos hemos separado, también. Hemos pasado días uno en un lado y el otro en otro.
¿Lo afiliaste al sindicato?
No, hasta el día de hoy.
Es tu asignatura pendiente.
Mirá que he hecho mérito. No te podés hacer una idea. Pero no. Él es totalmente descreído de todo. Tiene una convicción de que su mujer cambió mucho, de que su casa cambió mucho, y siempre me está pasando la factura de que no estuve en los momentos en que él y nuestra hija más chica, Macarena, más me necesitaron. Cuando más me necesitaron yo estaba en una asamblea o en Montevideo, o en un Consejo de Salarios. Mi hija agarró la bandera de Uruguay y yo no pude estar. Y hasta el día de hoy ella me dice que su mayor orgullo fue hacer de primero a sexto con sobresaliente, pero que yo no estaba cuando agarró la bandera, mientras todos los vecinos la aplaudían. Esas facturas son las que te quedan.
¿Qué edad tiene Macarena?
Cumple dieciocho. Esas facturas son las que siempre te van a quedar pendientes. Pero son internas, de no estar, de no apoyar en el momento en que lo necesitaron.
¿Hubo alguien que te apoyara, encontraste a algún referente?
Me acuerdo que en su momento militábamos y trotábamos para arriba y para abajo con el Rata Franco, que estaba con los compañeros del SUNTMA (Sindicato Único de Trabajadores del Mar y Afines). El SUNTMA era lo más cerca que tenía de DINATRA y el Ministerio de Trabajo, hasta el día de hoy. Nos quedaba a la vuelta, para ir al sindicato de AFGAP (Asociación de Funcionarios del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca), que está a una cuadra de DINATRA. Siempre buscábamos lo que estuviera más cerca para quedarnos para amanecer al otro día y no tener que gastar en boletos de ida y vuelta. Pero siempre asesorándome y preguntando. Siempre he sido muy preguntona, sobre lo que no sé, sobre lo que quiero saber cómo se hace. Soy muy mala con los números, muy desorganizada. En eso me sale lo que me sale. Y si te gustó, bien. Y si tengo que pedir disculpas y poner la marcha atrás, si me demostrás que estuve mal, pido disculpas. Pero si no, voy por ahí, y digo lo que pienso. Muchas veces no tengo ese orden, que otras personas saben tener. Saben hacer un discurso, saben decir qué cosa es prioritaria. Lo mío es salir, tomar un ómnibus y apagar un incendio. ¿Dónde está el incendio? No lo sé. No me pidas agenda. No va con mi forma de ser.
¿Cuántos trabajadores rurales calculan que hay?
En el último censo hubo noventa y dos mil, en todo el país. Pero ahí tenemos una gran discusión, porque queremos discernir cuáles son colaboradores, cuántos están en el BPS y cuántas mujeres tenemos. Y eso es un dato que no está. Siempre se ven los accidentes en la construcción, pero los mayores accidentes son en el área rural, como con el rayo que cayó el otro día y montones de cosas que han pasado en el área rural. Y los femicidios en el área rural. Yo llevé a una compañera a la comisaría y sentí la impotencia de que el propio cuñado le dijera: “Te pegó en un ojo pero tenés el otro”. En las comisarías rurales da vergüenza hasta ir a hacer una denuncia. El patrón lo sabe antes que vos. Siguen estando el corderito a fin de año y un montón de cosas. Se siguen debiendo favores.
Y no te vas a meter con el que tiene mucho poder.
Con el dueño de pueblo, que nos arregló el camino. ¡No seas malo!
¿Y con los jueces?
Para encontrar un juez que piense con la cabeza fría. Espero que sí, quiero creer que sí, pero hasta el día de hoy no me ha pasado. Sí me pasó con Quintana, en Florida. Pero me ha pasado de ver esa imparcialidad y no quererse jugar. Y vos tenés que estar de un lado o del otro, en algún momento de tu vida vas a tener que decidir por una cosa o por la otra. Ser justo.
¿Son imparciales o se la juegan por el patrón?
Deberían ser imparciales, porque vos tenés que tener la convicción de que estudiaste para ser justo. No hay mayor justicia que la divina, es cierto, pero más allá de eso vos estudiaste para eso, te preparaste para eso. Entonces sé justo.
La experiencia es mala, entonces.
La experiencia es cincuenta y cincuenta, te podría decir, con personas que realmente se la quieren jugar, y con personas que hacen la plancha para no quedar mal con ninguna de las dos partes, y eso a mí no me sirve. Me sirve que decidas cosas.
Si lo pienso desde Montevideo, mayoritariamente el juez se va a poner del lado del patrón. Después comparten la vida social en el pueblo.
Los pueblos chicos y el interior son otro mundo. Siempre ha sido y siempre va a ser, y el que lo vive lo sabe. Son diferentes códigos. Para bien, y en otras cosas para muy mal, con la “interpretación” que se le da a la ley. No me la alargues, decime la verdad de la milanesa, no me la dibujes. Por más doloroso que sea, ¿vos preferís tener la verdad a una mentira dibujada? Al término va a caer por su peso. Vos podés mentir hoy, pero dentro de un año se va a saber, porque ni vos te acordás de lo que dijiste. ¿Para qué pasar por ese trabajo al pedo, si podés tomar un mate tranquilo? Es al pedo.
¿Cuánta gente tenés hoy en el sindicato?
Somos pocos. Somos muy pocos, unos ochocientos. Somos muy poquitos.
Y la mayoría son de empresas grandes.
Tenés tambos chicos y grandes. Tenemos un megatambo en Durazno, por ejemplo.
El de Bulgheroni.
Exacto, donde realmente tenés un conglomerado de personas.
¿Cuántos laburan ahí?
Cerca de quinientos.
Y ahí tenés un grupo afiliado importante.
Sí, en Talar, y también en el tambo de López Mena. Hay tambos de grandes productores. El 30 de abril lo tuvimos que discutir con grandes productores, con senadores, y diputados que dicen que el tambo no da pero todos tienen su campito. El campo no da, pero todos tienen su campito y su tambito.
¿Se sindicalizan más los trabajadores del tambo que los de otras producciones?
No se sindicalizan más, pero lo que han empezado es a perder un poco más el miedo y a preguntar. Eso es lo que se perdió en estos años. Ahora noto un retroceso. El 30 de abril, el Día Nacional del Trabajador Rural, se difundía por el Ministerio de Trabajo. Había muchas cosas.
Hay mucho miedo en los trabajadores todavía.
Todavía hay mucha incertidumbre con el tema de que muchas veces trabajamos en familia. Si pierdo el trabajo, o si se quema el padre, va a repercutir en el hijo. Somos muy considerados por el resto que tenemos ahí adentro. Pero lentamente ese miedo se fue perdiendo al hacer preguntas. Cuando voy a algún lado les digo que hagan primero todas las críticas. “El sindicato no sirve para nada”, “No me representa”. Todas las críticas van primero. De qué vivís vos, quién te mantiene. Haceme todas las críticas, pregúntame todo lo que me quieras preguntar. Y después de sacarte las dudas empezamos a hablar. Pero que no te quede nada sin preguntar.
¿Te preguntan?
Sí, me preguntan. Muchísimas veces me preguntan. Muchas veces me preguntan si soy casada, si tengo familia (risas). Las preguntas más diversas que te puedas hacer. He ido a lugares y les he llevado un recibo de sueldo, les he explicado lo que es una licencia sindical, les he explicado que tenemos media hora por cada trabajador afiliado, y me preguntan por qué no la uso total, porque si no pierdo el desarraigo y la crítica del propio tambo mío. Y que un compañero me diga que ando paseando por Montevideo. He ido a Consejos de Salarios en Montevideo, donde no se resuelve nada, como ahora, que estamos en pleno Consejo de Salarios y se dilata de una semana a la otra, y te preguntan si andabas paseando, si andaba gastando en el shopping, que por qué no hay ninguna resolución.
Son duros, te dan con un caño.
Y me encanta que así sea, y prefiero que me lo digan así, antes que ese trabajo de hormiga y esa especulación después. Vení y decime todo lo malo primero, y por las dudas, si llego a tener alguna buena, tirámela. Que lo dudo. En la reunión pido si me permiten cinco minutos y las preguntas son que qué mierda vino a hacer esta, de qué trabaja, de qué vive, que es una mantenida, que tiene viático, que tiene auto. “¿Alguna otra pregunta?”. “No, no”. Y les empiezo a responder. “¿Qué les queda para preguntarme?” .
¿Cuántas mujeres hay activas en el sindicato?
¿Rurales? No hay muchas. Te voy a hablar por mí, por el Sindicato Único de Trabajadores de Tambos y Afines.
Sos la presidenta del Sindicato de Trabajadores de Tambos y además sos de la UNATRA (Unión Nacional de Asalariados, Trabajadores Rurales y Afines).
Soy dirigente de la UNATRA, entre otros compañeros. Me encargo de la parte de organización, la que a mí me gusta. Me encanta organizar cuando vienen a Montevideo.
En el sindicato de los tambos, ¿cuántas mujeres tenés?
Hoy por hoy debe haber alrededor de trescientas mujeres. Pero que trabajen y militen son dos o tres. Soy la primera en decirles que vengan con sus esposas a tomar mate. Una vuelta no querían venir, y dije: “Asamblea hora veinte, vamos a ver si ponemos un asado”. Mi marido prendió fuego el basurero, y como del pueblo se veía el humo vinieron porque pensaron que había jodita. La curiosidad era que había un fuego prendido, pero que estaba lejos. Terminamos en la asamblea, y les dije: “Ahora vamos, que mi marido está prendiendo fuego el basurero”. Las caritas… Pero ya habían votado.
Nunca más engañaste con el cuento del asado.
Pero yo dije bien, “vamos a ver”. Les dije que leyeran de vuelta el mensaje. ¿Había asado, o “vamos a ver”? Por eso soy muy criteriosa en tratar de ponerle el enganche a lo que se precisa. Siempre digo que nunca vayas a enseñar sino a escuchar qué es lo que precisan. No vayas con el librito abajo del brazo, sabiéndote todas. Tenés que escuchar y ver qué precisa esa persona. Porque a veces lo que precisa es mucho más sencillo. En Punta de Maciel somos cien personas. Hay un milico que se rasca todo el día el higo en el destacamento, porque qué va a hacer. Es así. Somos cien. Es hijo de, pariente de, primo de… ¿Cómo entrás a un pueblo así, donde la mentalidad es que si tengo un problema, te cago a trompadas afuera del boliche? Entrás por la escuela, con trabajo social, con un castillo inflable que los chiquilines nunca vieron. Entrá por otro lado. ¿Ese castillo inflable lo trajo un sindicato? ¿Y qué es un sindicato? Empecemos por otro lado, a visualizar otras cosas, que en el fondo quizás vas a llegar al mismo objetivo, pero te tiene que importar la parte social. Mi primera reivindicación en este Consejo de Salarios es la mochila, el set escolar para los gurises. ¿No podés con la mochila? Dame una partida fija. ¿No podés hacer números? Y bueno, busquémosle la vuelta. Alguna vuelta de tuerca le tenemos que encontrar entre todos. Eso es una negociación, buscar la vuelta. Pero cuando todo lo que te dicen es no… Podés ser boludo, pero no tanto. ¿Por qué si voy a achicar gastos lo primero es con un trabajador? ¿No será por la luz? ¿No será por otra cosa? Yo en mi casa achico por otro lado, y lo último es la mano de obra. Ya que me valorás tanto, esa es la manera de demostrármelo.
¿Cuál es el salario de un trabajador rural hoy?
Veintiocho mil setecientos, más un ficto de alimentación y vivienda, que está incluido, pero no pasa de eso. Seguimos teniendo todavía establecimientos rurales en general que te dicen que venís por cuarenta, y en el recibo son veinticinco y lo otro en negro. El tema es que cuando te vas de Florida a Rivera y te pagaste un flete de quince mil pesos, te tenés que aguantar un mes porque no tenés manera de volver para atrás. Siempre vas a tener esa rotatividad.
¿Hay mucha rotación?
Todavía sigue habiendo rotación. Los patrones siempre nos dicen que no echan a nadie. No, se van solos. No se precisa ni echarlos. Te toman para alambrar, por ejemplo. Terminás el alambrado y vas a los terneros, y después a otras cosas. Lo hacés por voluntad, pero también es voluntad cuando se exceden de ocho o diez horas. “Después te lo cambio por un pedazo de carne”. No. A un trabajador rural le pregunté cuántas horas extra trabajaba por día. Supongamos que dos. “Pero el sábado me regala un quilo de carne picada”. ¿Cuántos quilos tendrías si te pagara las horas extras? “Pero me dijo que eso es para Montevideo”. “¿Cómo va a ser para Montevideo, si es una ley”. “Me querés hacer la cabeza a mí para que yo quede mal con él, para ir a buscar la picada vos”. Para qué voy a querer buscar la picada yo, si ni trabajo ahí. Haciéndoles ver la ley es como cambia la cosa. Pero se la tenés que hacer ver.
¿A muchos les dan casa? Y eso los condiciona bastante.
Muchísimo. “Ya que te sobra un tiempito”, me decía mi patrón. Y cuando se iba a Punta del Este lo atajaba en la portera. “¿No me presta la camioneta, ya que le sobra un tiempito?”, le decía. “A usted también le sobra un tiempito, nos sobra a los dos”. Y me dicen que no puedo ser tan irónica. Es que, si no soy irónica, te juro que terminamos mal.
Vos ya no vivís en el tambo.
A base de errores y palo, aprendí que voy, cumplo y me voy. Por eso siempre les aviso a los gurises cuando sale un plan de vivienda en MEVIR, para que se anoten. Y la otra es la clásica, la otra vuelta querían que trabajaran en las viviendas de MEVIR pero hechas en el tambo. Entonces tenía que meter horas, terminar de trabajar a las seis y seguir hasta las ocho. “Chiquilines, a ustedes les dan un boleo y la casa es de ellos. ¿Y las horas quién se las paga? Trabajá en lo tuyo, no en lo de ellos”. “No, pero yo estoy cómodo”, me dicen, “y después va a quedar para mi hijo. Va a quedar para tu hijo si vos estás ahí adentro, si no, no va a quedar nada”. Y ahí ven que tengo razón, cuando lo echan a González y se dan cuenta que la casa de González es del patrón. Es como cuando te dan la cuatro por cuatro. En Puntas de Maciel había una empresa que a los Cardozo, les dieron tres celulares, uno de cada empresa, y una cuatro por cuatro. Y les dije que lo que les iban a decir es que el tiempo de ellos era de ellos, porque con esos teléfonos los van a tener que atender a cualquier hora. “Tu tiempo va a ser oro, pero para mí, y no me vas a poder decir que no tenés señal en ninguna de las tres líneas”. Y se van, “Pero qué lástima la cuatro por cuatro, que en el pueblo no sabés cómo quedaba con la cuatro por cuatro”. Hay que decirles que nada de eso es de ellos.
Sigue existiendo una mentalidad feudal en muchos patrones. ¿Ha cambiado?
Muchas veces han perdido el miedo a hacer denuncias. Lo que sí necesitan es la protección del anonimato. Por eso muchas veces cito y digo que citó el sindicato. Me dicen que quieren saber quién es, pero les digo que citó el sindicato. Es lo mismo que cuando decimos que si piden una inspección, vayan a tres o cuatro lugares. Porque si hay dos trabajadores en un lugar, uno de ellos dos fue quien denunció. Den la vuelta por otros lugares, y luego lleguen al de la denuncia. Como se llama al destacamento para avisar, el milico ya le avisó que vos ibas, primera cosa. Segunda cosa, preguntarte una declaración adelante del mismo patrón…
Está difícil.
Está difícil. Te la puedo dibujar. Me acuerdo cuando mandaban una inspección y los gurises me decían: “No podés creer, María, estamos en el medio del comedor del gringo, con una televisión que es más grande que todos nosotros juntos, tomando Coca Cola y comiendo galletitas”. Y yo diciéndoles que salgan de ahí adentro, que está la camioneta afuera y me van a dejar re pegada. Y ahí salen para afuera y digan todo lo que está pasando. Y después está la clásica: “Si pierdo el trabajo, ¿me vas a dar laburo? ¿Me vas a pagar el agua?”. “No, chiquilines, hay una ley que nos ampara, por esto no te pueden echar”. Ahí empiezan a perder el miedo.
¿Se sigue dando mucho despido abusivo?
Se sigue dando, y a otro nivel. Ahora hay mucho trabajo psicológico, de decirte: “Si no te gusta, vos sabés lo que tenés que hacer”. O “Te consigo con mi hijo, en otro tambo”, y el otro no te paga y entrás con un contrato a prueba por tres meses. Seguridad laboral, cero.
¿Hay listas negras?
Creo que sí. Creo que sigue habiendo esa confianza entre productores y hablan entre ellos. O si estás afiliado al sindicato. ¿Qué pasó con Gutiérrez que sirvió veinte años y de la noche a la mañana no sirvió más para nada, al que le ven hoy los defectos que no le vieron hace veinte años? “Y, en el sindicato…”. “¿Pero qué le cambió Gutiérrez? ¿No le trabaja, no le hace las cosas? ¿Si le sirvió veinte años, qué le hace pensar que Gutiérrez va a cambiar?”. Gutiérrez lo único que hace es decir que hay una ley que habla de ocho horas y que lo demás se lo va a pagar extra. Si es que Gutiérrez va a seguir trabajando de sol a sol, es otra cosa. Muchas veces pasa que cito y cita el sindicato, porque quiero proteger a mis compañeros, pero quiero que lentamente mis compañeros se apoderen de esas cosas que tienen por ley. No es un invento.
¿Se cumple la ley de ocho horas?
Se cumple en donde está más concentrada la gente, donde está difundida. Andá a Tiatucura. No hay señal. Nos falta una autocrítica de la difusión de la ley de ocho horas. Nos falta la autocrítica que la ley termina diciendo: “créese una comisión”, que hasta el día de hoy no tenemos. ¿Por qué un dirigente rural que sabe no puede ir con la inspección a decir qué es lo que está mal y lo que está bien? Porque vos no trabajás ahí, pero podés ver más allá de un libro cuál es la realidad. Si tocás un tractor y está caliente, como pasó en Goñi, ¿cómo podés decir que alguien no lo estaba manejando? Alguien recién se bajó de acá y se metió en el monte, porque lo tenés en negro. La función nuestra es querer ayudar a que las cosas funcionen un poco mejor.
Ustedes en el sindicato tienen abogados.
Los contratamos específicamente para un tema puntual. Tenemos asesores. Pero cuando hay algún juicio que lo amerita, sí. Cuando vamos a la negociación colectiva en la DINATRA y vemos que difícilmente lleguemos a algo. Entonces le decimos al trabajador que esto es un reclamo personal, no grupal, y que tendríamos que citar a la empresa pero que tenemos que ver cómo evolucionamos en el tiempo. Hay patrones que van con voluntad de negociar, pero hay otros que no.
Los patrones están asociados en una asociación de tamberos.
Tienen varias asociaciones. Cada uno tiene su gremial.
Ustedes negocian con todos.
Con todos, en el grupo madre. Con todas las contrapartes. Vemos todas las caras para tratar de llegar a buen puerto. Estamos en pleno Consejo de Salarios.
¿Cómo evaluás el cambio de situación a partir de las leyes del gobierno anterior y todas las leyes para regular la situación del trabajador rural?
Pienso que avanzamos un montón pero que ese avance tiene que ir acompañado de más cosas. Apuesto mucho a la difusión. No podés apoderarte de algo que no conocés. Si siguiera teniendo diecisiete años, pensaría que es normal lavarle los pies a mi marido. Y alguien me dijo que yo no era María Magdalena.
La mujer, además, es sobreexplotada.
Si yo no hubiese tenido alguien que me dijese que eso no está bien, si no hubiese tenido alguien que me guiara sobre cosas, yo habría seguido pensando que son cosas normales. Si tengo gente en el medio del campo que cree que trabajar de sol a sol lo puede cambiar por un día libre o por carne… Pero hay una ley, y lo que necesito es difusión, que esa gente empiece a perder los miedos. Y que sepa que es ley, no algo que se inventó.
¿El sindicato no ha hecho ese trabajo?
Lo hace, pero le falta. El Uruguay es muy grande y hay muchos pueblos chicos todavía. El sindicato recorre y está en la medida en que puede.
¿No tendría que hacerlo el ministerio?
Los organismos tendríamos que trabajar en conjunto. Al menos una mesa de diálogo rural, en donde cada uno de nosotros diera su opinión y su aporte. ¿Qué tiene el MIDES para los trabajadores rurales? Ni siquiera nosotros sabemos. Si me preguntás hoy qué tiene, no lo sé. ¿Qué tiene el Ministerio de Ganadería? No lo sé. Sobre eso hay que plantear un tema de difusión. Pero tenemos que tener voluntad entre todos para hacerlo, no intereses propios.
Sería lógico pensar que el gobierno que impulsó esas medidas pretendiera que se llevaran adelante.
Se llevaron en su momento. Me acuerdo cuando una semana antes del 30 de abril se ponía en la televisión, y en un momento dado se habló de ponerlo en el recibo de UTE, de OSE. Tuvimos hasta un WhatsApp, con ANTEL. Pero todo eso se perdió.
¿Con el cambio de gobierno?
¿Quién sabe qué día fue el 27 de agosto? ¡Qué día importante para los rurales! Fue el Día Nacional de los Jóvenes Rurales. ¿Alguien lo sabe? ¿Y no estamos apostando a la juventud rural, a que los viejos ya estamos viejos? Estamos llorando sobre la leche ya derramada. Y tenemos el doble discurso de decir que queremos juventudes rurales, darles tierra. Pero decime ayer, que era su día, qué propaganda viste. Ese es el debe, cómo salimos a difundir. Pero con un compromiso serio. Me acuerdo clarísimo de los WhatsApp. Era notorio el 30 de abril. Ahora no.
Tenías dos días feriados pagos.
Me acuerdo de la lucha en el Parlamento, que nos trataban hasta de boludos, porque eran dos feriados. Y todo siguió igual. ¿Viste que dejaran las vacas tiradas, que se fueran para la calle? No. Si lo vivo haciendo, lo voy a seguir haciendo con orgullo y con dignidad. Lo único que necesito es que me pagues las letras. No lo voy a dejar de hacer, no voy a dejar que se muera un ternero.
¿Pero no piensan en el pobre patrón?
Por eso mismo, somos egoístas. Pensamos sólo en nosotros.
¿Qué pasa con los zafrales? Hay cosechas puntuales.
El grupo 23, que es la naranja, por ejemplo. Cada vez se acorta más la zafra. Hace unos años se había hablado de hacer el seguro especial por ley para la gente de la naranja que no llegaba a los jornales. Se trató, pero ahora se congeló. Se dijo que no se iba a dar más, directamente. Vos sabés que la naranja es chica, que se termina antes, que la sequía la afectó. Estás arrancando naranjas pero pensando en qué changa vas a agarrar después.
¿Sigue vigente lo de la mayor cantidad de días para el seguro del trabajador rural?
Sigue vigente. Se acortó una pequeña parte. Lo que nosotros decimos es que, si yo aporto lo mismo por IRPF, ¿por qué tanta diferencia en las cajas?
¿Cuántos días tienen que tener ustedes?
El doble de jornales. Cuando vos tenés ciento cincuenta, yo no necesito doscientos sesenta jornales.
Para tener derecho al seguro.
Igual que cuando te jubilás. Me acuerdo de un viejito de Paso de los Toros, que me llevó un papel y me dijo que eso estaba mal, que había ido al BPS, que tenía setenta y dos años y la mujer le estaba diciendo que le faltaban quince años. ¿Se muere y no se jubila? Claro, porque toda la vida trabajó en negro. Los patrones eran buenísimos, lo querían un montón… Pero, ¿qué pasó que no le aportaron? Es como cuando dicen: “Yo gano cuarenta”, pero en el recibo de sueldo dice veinticinco. Y cuando vayas al seguro vas a ir por los veinticinco. Y cuando vayas a cobrar el despido va a ser por los veinticinco.
¿Se ha formalizado más o sigue habiendo mucha gente en negro?
Se ha ido formalizando lentamente. La lucha del sindicato ha sido de ir y de ir. Hemos insistido porque realmente tiene consecuencias para el trabajador. “Descuéntemelo, pero póngamelo todo acá, porque yo lo voy a precisar”. “Mirá que vas a terminar perdiendo”. “Y bueno, si pierdo o no pierdo, es mi problema. Capaz que sí, capaz que no, no estoy en los números. Pero póngamelo todo acá”. Y siempre arreglar antes de ir.
¿Ofrecen algo y no cumplen?
A nosotros nos pasaba, pila de veces, que nos dijeran que nos fuéramos para Las Piedras. Nunca me voy a olvidar. ¿Por qué no fuimos antes a ver la casa que nos iban a dar? Me acuerdo que llegamos y la casa me pareció hermosa, pero no, era la casa del patrón. La de nosotros era la del fondo. Se llovía. Era de chapa, con piso de tierra. Se barría con una escoba de chirca, para no levantar tierra. ¿Por qué fuimos tan pelotudos? Porque nos decían que la casa estaba re bien. Y después hacete la mudanza para atrás. Un mes tenés que trabajar, para pagarte tu misma mudanza. No tiene sentido. Y uno se hace la autocrítica: ¿por qué confía?, ¿por qué no vino a ver antes el lugar donde iba a vivir?
Porque el viaje es costoso.
Es que muchas veces seguimos confiando en la palabra. Me enseñaron que la palabra vale más que cualquier papel. Y vos vas con esa voluntad de cumplir con tu trabajo, y pensás que la otra parte te va a valorar o va a cumplir con lo que te dijo. Y te encontrás con un mundo que no es así. No generalizo que todos los patrones sean malos. Podrá haber alguno bueno, pero son los menos. Y cada día, como las generaciones viejas nos vamos terminando, los jóvenes que vienen son diferentes en todo el sentido de la palabra. “Eso te lo daba mi padre, yo no, yo me ajusto al Consejo de Salarios, esto cambió”. Muchas veces te das cuenta que no hay que confiar. ¿Está escrito? Mirá que cuesta, y a uno le duele también. Nos tenemos que hacer a base de golpes. Las palabras se las lleva el viento. Si me creíste, es tu problema. ¿Viste la mujer a la que el marido le pega y llega a pensar que es ella la que está mal, que la culpa es de ella, por el trabajo psicológico que es tal? Eso es lo que hay cambiar. Hacer papeles, lo que no nos gusta. Y firmar. Y tener un contrato que te diga las reglas claras, a qué vengo, cuánto voy a ganar, qué horario voy a hacer.
Ahora con el tema de Argentina se ha hablado que hay trabajadores argentinos que están trabajando…
Lo leí en el diario de Salto, y pienso ir, pero si te hablo de eso, estoy payando. La idea es ir a Salto y averiguar con el plenario. Lo único que tuvimos fue una llamada, y dijimos que hablaran con el plenario de Salto. Pero vamos a ir.
También ha pasado con brasileros.
En la frontera los toman por menos salarios, y vienen con el tema de que no tienen ley de ocho horas. Sobre los cubanos te puedo hablar con causa, porque estuve. ¿Te acordás cuando vinieron a Santa Rosa? Eran comunidades enteras, familias enteras, y los llevaban para las quintas, solos, aislados. Tuvimos uno que les sacaba la cédula y el pasaporte, y los mandaba para la quinta. Les decía que los iba a regularizar. Entonces estaban ahí adentro, sin salir, con todo controlado, y trabajaban de sol a sol. Acelga, cebolla, lo que fuera. Pasaban mal. Y después está la otra, la de los trabajadores uruguayos diciendo que los traen por quinientos pesos, cuando nosotros peleamos por regularizar la jornada en un Consejo de Salarios.
Líos entre los extranjeros y los uruguayos.
Y que venía uno y te decía: “Cobro tanto, cuando hay un cubano que cobra la mitad”. Entonces teníamos que sentarnos en una mesa de diálogo a ver qué podíamos hacer, e informarles a los cubanos que acá era distinto, que acá hay una ley, un contrato a prueba por tres meses. No es confrontar, es informar y ver los mecanismos.
¿Lo entendieron?
Muchos lo entendieron, y muchos optaron por la migración. Hicieron plata, porque son muy ahorrativos, cosa que deberíamos aprender. Después se iban para Estados Unidos. Tuvimos reunión hasta con el embajador de Cuba, por montones de pasaportes y de cosas. Viste que ellos venían y tenían que regularizar el título, porque muchos eran abogados, gente preparada, y eso les salía como dos mil dólares. Hicimos una reunión con el embajador a ver qué posibilidades había. Claro, ahí tenías que ver quién se iba y quién realmente se quedaba. Muchas veces ellos mismos te decían que estaban de paso, por tres meses, para ahorrar todo lo posible, mandarlo a casa y después seguir.
¿Hay apoyo de la central para el sindicato de ustedes?
Con la central tenemos apoyo y contención. Tenemos el Cuesta Duarte, que para mí es un gran apoyo. Cuando venimos a plantear las cosas acá lo hacemos siempre en el secretariado. Alejandra Pico hace unos informes que son para sacarse el sombrero, y te trae todos los datos. Hay apoyo y sentimos el acompañamiento.
¿El apoyo puntual para difundir el sindicato, para sindicalizar más gente?
Soy muy crítica de mí misma. Hay que andar más y embarrarse las patas en el interior. Yo ando, y sé. Siento que hay apoyo, porque ellos nos acompañan en un montón de cosas. Siempre están abiertos a fomentar al trabajador rural. Siento que están en un proceso de aprender todos de todos. De sentarnos y decir qué es lo que precisamos, y ellos están dispuestos a decir en qué ayudamos. Tratamos de informar y de que se nos enseñe. Tengo muchísimo para aprender.
¿Qué cambio se dio con un nuevo gobierno que es de los productores?
De los malla oro.
¿Hay retrocesos palpables, aunque no estén en la letra?
Se notan los retrocesos. ¿Cuándo viste que nos dilataran un Consejo de Salarios? Hay montones de cosas que vos sabés que son estrategias. Hay cosas en las que notás falta de difusión. Nos falta esa impronta de ser reconocidos. ¿Cuánto llevamos pidiendo una reunión con el presidente? Lástima que los caminos no se cruzan. ¿Pero no está ahí arriba cuando yo he estado ahí abajo para dejarle una cartita en la que le decimos que queremos reunirnos con él? Lo invitamos para el Día del Trabajador Rural, para ver qué difusión podíamos tener. Paga sus secretarios, y quiero pensar que todo lo que le llega, le llega por la mejor fuente, que son sus hombres de confianza.
¿Nunca los recibió?
A los sindicatos rurales, no. A las agremiaciones rurales, sí.
Las agremiaciones rurales deben tener hasta llave de la casa de gobierno.
Él lo dijo públicamente, cuando le preguntaron por qué no votaba la ley de ocho horas y quedó descolocado, sin decir que sí ni que no. Dijo que le encantaría hablar con la señora Flores. Bueno, la señora Flores anda por ahí abajo dejándole cartas. ¿No se puede hablar de igual a igual? ¿No va a escuchar a los trabajadores? ¿Su papá no tiene campo, no lo va a heredar él? ¿No le interesa saber de los trabajadores rurales? ¿Cómo están los trabajadores de su papá? ¿Están todos en blanco? ¿Cobran las horas extra? ¿Qué mejor que interiorizarse ahora? ¿Va a esperar a llegar hasta los ochenta años? Hay un doble discurso en algunas cosas.
Pero hay un ministro de trabajo que es sensible a la problemática social, con una visión más socialdemócrata, como se define él.
Lo estás diciendo vos, no yo. La visión de los trabajadores es que necesitamos que nos reciban y tener diálogo sincero. Necesitamos realmente un compromiso serio del otro lado. ¿Vamos a ponernos las pilas con los trabajadores rurales? ¿Vamos a no retroceder los derechos conquistados y realmente avanzar hacia adelante? Bueno, perfecto, se viene otro 30 de abril el año que viene. ¿Se le va a dar difusión? ¿Se va a crear la comisión que controle la ley de ocho horas? Yo no quiero estar, ya estoy fuera del cuarto de hora, quiero gente joven que me diga que vamos a poner asalariados rurales que pueden acompañar una inspección, para ver qué está bien y qué está mal. No todo está en un libro. Yo no estudié para veterinaria, pero sé hacer un parto. Intentemos hacer cosas juntos, pero con un diálogo franco, no en el que yo cierre la puerta y diga: “Vinieron a romperme las pelotas de vuelta”.
La conclusión es que son insensibles a esa parte.
Creo que no se quiere ver lo que no se quiere ver. El presidente asumió y hubo un tremendo desfile a caballo.
Toda gente de campo.
Pero con los recados de esa gente yo como dos años. Ni una bota embarrada, olvidate. Pero, más allá de eso, ¿queremos involucrarnos? Si tuviéramos ahora el teléfono del presidente y lo llamamos y le decimos que somos trabajadores rurales y que queremos que nos reciba, ¿qué nos puede llegar a decir? “Hablen con Delgado, de aquí a marzo de 2024, quizás, si mandan una nota…”. ¿Si realmente te querés involucrar precisás todo ese protocolo?
No, cae él de sorpresa.
Al 30 de abril en Canelones se lo invitó. Me acuerdo que mi mamá me decía que era una fiesta de quince, que invitara a todos, que si no quieren ir es problema de ellos. ¿Pero querés escuchar lo que realmente reclamamos? Estamos en pleno Consejo de Salarios.
Ya les dieron el 0,88% de aumento.
Cierto, la partida. Soy una malagradecida. No me había fijado en eso. Con todos los temas que estamos pasando, no me fijé en eso. Me pegaría una palmada a mí misma.
¿Nunca se les dio por pedir un stand en la Expo Prado?
Lo hicimos. Nunca pagué una ida al baño tan cara. Yo estaba con mis dos hijos chicos, y pedí para entrar al baño. Me la negaron, porque nos estaban desalojando con la Policía. Mirá cómo cambió el discurso. Pensaban que éramos de la protectora que no quiere las domas. Nos hicieron desocupar la entrada. Ni aun pagando la entrada pudimos entrar. Después se disculparon. Lo que queríamos era repartir volantes diciendo que hay una ley de ocho horas. Hay fiesta rural, fiesta de esto, de lo otro, apoyo para allá, para acá. Buenazo. ¿Y el apoyo para los trabajadores rurales? ¿Cuántas oficinas tiene desocupadas el gobierno, tapadas de telarañas?
Ustedes no tienen local sindical.
No. ¿Te preocupa que los asalariados rurales vengan a Montevideo? Dales un lugar prolijito. ¿O no te suma?
¿Sigue existiendo que el patrón te diga a quién votar?
En eso hemos cambiado mucho. Para eso somos muy inteligentes, y usamos la sutileza. Son sugerencias. Pero si llegás a precisar, en casa tengo. O te presto la camioneta si ese día vas a votar, o te llevo. Al hospital no te llevo, pero a votar sí. Es sutil, es una sugerencia.
¿Y cómo está condicionado el trabajador para aceptar la sugerencia del patrón?
Nosotros lo que le decimos es que él tiene su propia manera de pensar, su propia impronta, y que se pone sus propios derechos. De ahí en más yo no puedo insistir en algo en lo que él tiene que darse cuenta solo y abrir los ojos. El gato abre los ojos a los tantos días. A nosotros nos lleva años abrirlos. Pero tenés que abrirlos. Tenés que evaluar lo que teníamos y lo que tenemos. Nada más que eso. Una evaluación certera de cosas. Hay muchas cosas para cambiar. El tema es que nosotros estamos dispuestos al diálogo. El tema es que del otro lado te encontrás con un muro. ¿Tenemos que ir a las diez de la noche? Me quedo. Si voy a llegar a algo para mi gente, me quedo. Pero del otro lado no encontramos esa apertura, que el presidente nos diga que nos va a recibir, que le interesa lo que pensamos.
¿Qué apoyo has tenido del movimiento feminista, como trabajadora rural, como dirigente sindical?
Lo que tenemos acá, que nos apoya mucho, es el Departamento de Género del PIT-CNT. Con alguna compañera hemos tenido que venir y hemos tenido la puerta abierta para hablar. Hay sanciones que han hecho, hay un estudio grande sobre montones de cosas internas. Traemos compañeras muy dolidas, que han pasado muchas cosas que se dan por normales, y han tenido un acompañamiento de género. Flor de Liz siempre ha estado involucrada en todos los procesos rurales. Ahora, fue ella la que nos propuso hacer talleres en el interior, en las viviendas de MEVIR, en la escuelita rural, talleres desde el pie para arriba. Ahí es donde tenemos que atacar. Cómo piensan, qué pensamos, qué decimos y qué hacemos. Y de ella salió la propuesta de hacer una recorrida general antes de fin de año por varias escuelitas rurales, dando talleres con visión desde las niñas. Nos preocupan muchas cosas de esas, que se tienen que ver desde chicos. Hay que conversar con los chiquilines, que las cosas cambian. Cambian lentamente, pero es un proceso que tenemos que acompañar.
¿Cuánto tiempo más vas a seguir de dirigente sindical?
No sé. He planteado al sindicato que estoy cansada. Tuve un golpe muy fuerte. Pero no me veo tomando mate en casa y tejiendo crochet.
Yo tampoco te veo.
Me veo confrontando y diciendo lo que pienso. Lo lamento si a alguien le cae como le cae. Mientras sea por donde creo que hay que ir… Si no, demostrame lo contrario. Y si suma, dejo todo en la cancha por mi gente. Acá no vale el ego, quién está arriba o abajo. Me importa tres carajos, sacate el cartel vos, si querés. Si suma para mi gente, bienvenido sea. Nadie tiene la verdad absoluta. El año pasado, cuando fueron las elecciones, he querido renunciar. No me postulé y mis compañeros me llamaron a decirme que me habían elegido. O puede ser que no hubiera nadie más. También pasa (risas). Y otra vez la gorda, ya está. Es así, viste. Soy muy de buscarle la vuelta, de tratar de negociar, de seguir, de ver qué podemos hacer. Y me encanta organizar, que si un compañero viene del interior, tenga un lugar donde dormir, porque me ha pasado de dormir en Tres Cruces. Me encanta involucrarme para que los demás estén cada día un poquito mejor.
¿El ómnibus te lleva hasta tu pueblo?
No, me deja en la ruta.
¿Cuánto tenés que caminar?
Tres kilómetros. Por eso siempre digo que se acuerden que no es solamente ir a la terminal, que tenemos que marcar el asiento veinte minutos antes, y que no es tan sencillo. El viernes, si no reservo, ya está todo tomado. Y ya no tengo quince años para ir parada hasta allá.
¿Qué hace tu hija Macarena?
Ahora está trabajando en merchandising. Ahora tiene un encargue de cincuenta remeras. Se dedica a eso, tiene una página en internet.
¿Para el tambo no agarra?
No, ninguno.

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