Home Entrevista Central Marina Wainstein, Directora Nacional de Cultura: Si matás el caos estás matando la creatividad

Marina Wainstein, Directora Nacional de Cultura: Si matás el caos estás matando la creatividad

Marina Wainstein, Directora Nacional de Cultura:  Si matás el caos estás matando la creatividad
0

En el ambiente cultural local saben perfectamente quién es, pero para la mayoría de los uruguayos, seguramente, es una desconocida. Nos pasaron el dato augurándonos una jugosa entrevista y allá fuimos. Salimos muy conformes de las dos horas de charla, ustedes dirán si nos dieron la información correcta.

Por Alfredo García / Fotos: Rodrigo López

Perfil

Nació en Montevideo hace 55 años. Vivió en la Ciudad Vieja. Su padre era el dueño de la Librería Inglesa. Su madre vino a trabajar a la embajada israelí en Uruguay y conoció aquí a su padre. Tiene una hermana mayor que vive en Israel y una media hermana que vive en Buenos Aires. Su esposo es diplomático y tiene dos hijas, la mayor vive en Madrid y la menor está en Nueva Delhi con el padre.  Fue a la Escuela Integral Hebrea Uruguaya y a los dieciocho se fue a Israel donde estudió teatro en la Universidad de Tel Aviv.

¿Cómo fue tu vida en Israel?

Mi padre falleció en el año 79, y mi madre decidió volver a Israel. Estábamos allá y llamaron a mi madre de la embajada. El presidente Sanguinetti había puesto al embajador que la dictadura había sacado, Yamandú Laguarda, que era el que les había alquilado a mis padres el apartamento del edificio Lamaro, donde yo nací. La llamó para saludarla y decirle que venía Wilson Ferreira, que era amigo de mi padre y quería conocernos. Fuimos a una conferencia con mi madre a escuchar a Wilson. Yo trabajaba en el Museo de las Diásporas como guía y llevé a Wilson y a su señora y pasé con ellos una tarde. Fue muy emocionante, porque yo lo conocía solo por cuentos. Después el embajador le preguntó a mi mamá si una de sus hijas podía ayudar con la biblioteca a Zoma Baitler, que era el agregado cultural. Fui yo, y me rencontré con el Uruguay después de unos tres años de estar bastante desconectada. Yo hablaba hebreo e inglés y lo ayudaba. Un día llegó Álvaro y nos conocimos.

¿Llegó como funcionario?

Sí, en su primer destino. Era el segundo de la embajada. En seguida nos hicimos muy amigos y nos quedamos juntos, el 12 de mayo cumplimos 34 años de casados. La vida es así. Mi madre vino acá como diplomática y se quedó a vivir, y yo me fui a vivir a Israel y me casé con un diplomático uruguayo y volví a Uruguay. Siempre vuelvo, y me siento en mi lugar en el mundo. En Israel no me sentía así, tengo mil nexos con la identidad y el Estado de Israel, pero químicamente me siento mejor en Uruguay.

¿Cómo era trabajar con Zoma Baitler?

Divino. Un encanto de persona, muy sensible, muy mágico en todo sentido. Tenías un dolor de espalda y te tocaba y te curaba. Te juro. Era una maravilla. Fueron unos años preciosos. Cuando volvimos también volvió Zoma. Estuvimos con él hasta que falleció.

Te casaste y viniste para acá.

Después nos fuimos a Nueva York cinco años, y luego otros cinco a Sudáfrica, a Ciudad del Cabo. Entonces volvimos y nos fuimos a Madrid.

Hiciste teatro, y en Madrid Comunicación y Ciencias Políticas.

Sí. En Nueva York estudié Administración de Arte, con una beca Fullbright. Como me encanta estudiar, en Madrid pensé en hacer un máster en Teatro. Cuando te anotás en la Complutense podés elegir cinco carreras. Me sorprendió mucho que me aceptaron en una carrera nueva en la Facultad de Ciencias Políticas. Me fui a Liderazgo Democrático y Comunicación Política, supongo que porque siempre me interesó la política. Empecé a estudiar, y hablando con un profesor, Enrique Gil Calvo, me dijo que yo debería investigar el camino de la dramaturgia política. Ahí decidí que lo que iba a hacer era ver el teatro en la política. No la política en el teatro, como cuando se estudia a Bertolt Brecht o a los rusos. Me interesaba, y no había nada escrito sobre cómo se construye un personaje político y la mediatización de la política. Empecé a estudiar cómo el político construye el relato, el storytelling, pero uniéndolo con el teatro.

¿Cómo hiciste?

Ese año hice un trabajo sobre Golda Meir, también uniendo mi propia vida, porque mi mamá había trabajado con ella cuando era ministra de Relaciones Exteriores. Empecé a investigar el personaje, que había sido la primera mujer electa democráticamente sin ser hija o viuda de alguien. Ahí empecé a ver cómo podía encarar el tema del teatro en la política. Cómo se construye el personaje utilizando el método Stanislavsky, por ejemplo. Viendo las circunstancias dadas alrededor del personaje político. Después pensé hacer un doctorado, me anoté y, como no me contestaban, me anoté a otro máster de Estudios Avanzados en Comunicación Política. Era una carrera muy diferente, que no tenía nada que ver con la carrera de Ciencias Políticas. Mi trabajo final fue sobre lazos de familia en la política uruguaya.

¿Qué encare tuvo?

Elegí cuatro políticos y estudié el tema del carisma y si se podía heredar o no de padre a hijo. Tomé los casos de Bordaberry, Michelini, Lacalle Pou y Sendic. Lacalle Pou todavía no era candidato, y con Sendic todavía no había pasado nada. Me divertí estudiando a los padres y a los hijos. Traté de ver qué significaba el carisma heredado de unos a otros, desde el parricidio de decir: “Me llamo Pedro” y el tratar de crear una nueva identidad hasta el otro extremo, el caso de Michelini, con una carrera construida en base al homenaje y a la identificación total con la herencia de su padre. En las listas de Michelini aparecía la foto de su padre. Y luego los casos de Sendic y Lacalle Pou, que yo veía como una mezcla: dependiendo del público, estaba más o menos presente el padre. Estudiaba los contextos desde Stanislavsky, hasta Grotovsky en el caso de Sendic, con esa cosa más mística.

El tema de la política siempre estuvo alrededor, entonces.

Sí. Creo que el teatro es político, El teatro como polis, como reunión de gentes, como reflexión sobre determinados temas e interacción sobre lo que está arriba y abajo del escenario. Siempre lo vi desde ese punto de vista. Nunca lo vi como un medio para hablar de política directamente, pero entiendo que cada obra que hice tiene un contenido político muy definido. Todo es política, todo en absoluto.

Mucha gente reniega de eso, con el: “No me interesa la política”.

Todo es política, así como todo es cultura.

En tu estadía acá lo que hacías era fundamentalmente teatro.

Cuando volví la primera vez, hice teatro. Mi primera obra acá fue El príncipe o el rito de poder. La obra la escribió mi esposo Álvaro, y fue bárbaro. Fue su primera obra, era muy literaria. Después hice Menú de cuentos. Nos fue muy bien, eran tres actores e íbamos por muchos restoranes y boliches de Montevideo: había un menú, y la persona elegía un cuento y el actor se lo contaba. Estaban Roxana Blanco, Alejandra Wolf y Ruben Coletto. Después me fui a Nueva York, y cuando volví trabajé en la ORT como coordinadora de Comunicación Audiovisual, y dirigí tres o cuatro obras. Después me fui a Sudáfrica, y cuando volví trabajé como productora ejecutiva de ópera en el Solís, en el año en que se estaba terminando el edificio. Hice la producción de Il Trovatore y Madama Butterfly. Había estudiado producción de ópera en Nueva York.

¿Hiciste algo más?

Un amigo me dijo que en la Dirección de Cultura había unos llamados, y presenté algo para hacer en el interior. Me llamaron y me dijeron que eso que yo había presentado lo necesitaban implementar acá, por la ley de patrocinio cultural. Ahí me puse a trabajar con los Fondos de Incentivo Cultural, hasta que me fui a Madrid. Cuando volví de Madrid me llamó Sergio Mautone para ver si podía trabajar en un plan de circulación cultural, en un plan piloto. Empecé en Treinta y Tres y Cerro Largo, e hicimos cerca de sesenta eventos en tres meses. Al año siguiente me quedé trabajando en Treinta y Tres, sobre todo con la Feria de Artes Escénicas de Treinta y Tres. Fue un evento que salió muy bien. Fue increíble ver cómo en un fin de semana una ciudad cambiaba ciento ochenta grados. Fue una satisfacción ver que la cultura puede crear cosas interesantes. En esa época había un intendente genial en Treinta y Tres, Dardo Sánchez Cal, un tipo superculto, que tenía la visión de hacer de Treinta y Tres un polo. Me motivó mucho eso. Trabajé mucho con la directora de Cultura, Luisa Rodríguez. Hasta hoy en día estoy muy contacto. Luisa está en el MIDES. Las cosas te van llevando, y cuando te querés acordar, te vas a India (risas).

¿Y quién te llama a India, para traerte?

¿Quién me llamó por teléfono? Pablo da Silveira.

Lo conocías.

No. Sabía quién era pero no lo conocía personalmente. Siempre fui una gran consumidora de noticieros y diarios. El año electoral lo venía siguiendo día a día por todos los medios posibles desde India, con ocho horas y media de diferencia. La noche de las elecciones, en la segunda vuelta, allá eran las nueve la mañana cuando apagamos la tele después de estar toda la noche esperando. “¡Qué ganas de estar allá!”, pensé. Pero tenía planes allá, estaba trabajando en una escuela de teatro muy buena y quería hacer una colección de textos iberoamericanos traducidos al hindi, que es un mercado de doscientos millones de personas. Me había inventado un montón de cosas para hacer, pero tenía ganas de estar en Uruguay. Pero nunca me lo había imaginado. A la semana me llamó.

¿Dudaste?

Bueno, sí. O sea, no dudé que quería venir. Dudé si podía venir. Fueron días de analizar y ver si dar ese paso o no. Llevó un tiempito, sí.

Lo racional te decía que no, pero lo afectivo te decía que sí.

Sí, o al revés. No quería dejar a mi familia ni que nadie se sintiera abandonado, pero no podía decir que no, porque me encantaba la idea. Tampoco pensé que iba a venir el Coronavirus y que no iba a haber aviones. Pensé que iba a ser una etapa de la vida muy ajetreada, con muchos viajes para escaparme, con un gran sacrificio, pero nunca pensé que iba a pasar esto. Es un desafío enorme. Estoy tratando de ver qué aprendo de todo esto, trabajando en algo que me interesa mucho.

¿Cómo te recibieron?

Bárbaro. Me siento muy bien recibida por todos, empezando por el equipo del Ministerio y el ministro, por la subsecretaria, por el director general.

¿Cómo llegó él a vos?

Eso tenés que preguntárselo a él. No sé. Él me llamó un día y empezamos a hablar. No me lo dijo, ni yo se lo pregunté. De todas maneras, el primer día me quedó claro que me caía bien. Mi compromiso era el de ayudar. Imaginate, estando a catorce mil kilómetros no pensaba volver. Pensaba que, si me pedían algo, ayudaría desde lejos como pudiera. Estaba bastante acostumbrada a trabajar a distancia. No me asusta el teletrabajo, se puede hacer perfectamente, si te organizás.

¿Con qué realidad te encontraste en la Dirección de Cultura? Ya la conocías.

Sí, trabajé dos veces. La observaba como cualquier persona. Estábamos trabajando en un informe acerca de con qué nos habíamos encontrado, cuando estalló todo esto. Me acuerdo de la noche del 13 y el 14 armar un grupo de WhatsApp, “Comité de emergencia cultural”. Llamé a todos los que se me ocurría que podían trabajar en algo, empezando a tirar ideas. En cuatro días hicimos la plataforma Cultura en Casa, para acercar contenidos culturales a la gente en cuarentena. Tampoco sabíamos bien qué iba a ser la cuarentena. Yo tenía el ejemplo de mi hija en Madrid, que la habían encerrado en la casa, donde no podés salir si no tenés un perro. Por suerte, el gobierno acá encaró la cosa muy diferente, con la palabra libertad arriba. Para mí fue un bálsamo. Igual la plataforma Cultura en Casa ayuda muchísimo. Hay más de ciento diez mil personas ingresando. Paralelamente empezamos a ver qué medidas podíamos tomar para ver cómo ayudar al sector cultural.

Fue como una plaga lo que se vino encima. Hubo que cerrar todos los espectáculos.

Sí. Cuatro casos de Coronavirus y se cerró todo. Empezamos a ver qué teníamos, ya pensando en reactivar el sector. No estilo MIDES sino en el estilo de que estamos con un grupo de emprendedores de primer nivel. Por un lado, se buscó reactivar los fondos. Me preguntás con qué me encontré. Me encontré con muchas deudas impagas, con una administración bastante débil.

¿Se está investigando ese tema?

Hay varios temas que se están investigando. Por otro lado, abrimos un fondo solidario cultural al que llamamos Rubén Melogno, porque ese fue el día en que él falleció en Madrid, el 27 de marzo. Conseguimos un dinero del Estado y empezamos a llamar a empresas para reunir dinero para ese fondo. Hicimos un primer llamado para repartir un millón de pesos. En la semana de turismo se presentaron seiscientos ochenta y cuatro artistas con cinco clases para ofrecer online, y dimos cien premios de diez mil pesos a cada uno. Ahora empezamos otra instancia. Esta semana vamos a terminar de articular la compra de siete mil entradas. Encontramos una oficina bastante aletargada, el SIC, el Sistema de Información Cultural. La despertamos, y empezamos a hacer un relevamiento en todas las instituciones culturales. Ver cuál era el impacto de cerrar las salas, cuántas obras se cancelaron, cuántos músicos suspendieron sus conciertos. Por eso ahora podemos empezar a comprar entradas.

¿Es un adelanto para obras?

Obras, conciertos. Estamos viendo diferentes maneras. El ministro decidió hacer un tribunal para repartir el dinero, en el que están Martín Inthamoussú, Álvaro Ahunchain y Alberto Magnone. Yo también invité a Juan Carlos Barreto, que es de San José, para cuidar el tema del interior y que haya un equilibrio. Obviamente que desde el principio estoy en comunicación con los directores de Cultura de todo el país. Una de las ideas era trabajar con el interior de una manera diferente a como se venía haciendo.

Tenés la experiencia de Treinta y Tres. ¿Se puede replicar eso?

Nosotros vamos a probar y esperamos que funcione: no hacer cosas para el interior sino hacer cosas con el interior. Vamos a tratar de traer gente para todos los proyectos, trabajando con una rotación de gente del interior. Pensamos que de esa manera va a ser más solidario, pero también más efectivo. Va a haber un área dedicada a la gestión territorial con Juan Carlos Barreto. Nuestra idea es lograr tentáculos en todo el interior, y que los centros culturales nacionales no sean oficinas para organizar talleres y traer cosas de Montevideo, sino que más bien sean centros culturales en el lugar, posiblemente con lindas bibliotecas. Depende del lugar, porque en algunos lugares va a ser en convivencia con las intendencias. Gente del lugar y gente de la otra punta del país, para que también la gente se conecte. También queremos apostar al turismo cultural, que creemos que puede ser una fuente de desarrollo, y que al país y a la gente del lugar les va a venir bien. Circuitos histórico culturales pequeños, medianos y grandes. Tuvimos una reunión con el Ministerio de Turismo y hay muy buena energía para poder trabajar juntos. En todo lo que trabajemos va a ser en sinergia con otra institución, y pensando en la creación de empleo. Hacer cosas concretas y que les sirvan a los usuarios, que son los ciudadanos y los artistas, los gestores y los emprendedores culturales.

Alguna cosita has pensado.

En principio para mí hay tres ejes importantes para trabajar en la Dirección de Cultura. Uno es las políticas culturales, y otro es un plan de desarrollo para la Dirección de Cultura. Creo que hay que mejorarla. Y el tercero son los programas que elijo hacer y para los que pido que se invierta. La pandemia ha sido como una gran auditoría para poder ver qué funciona y qué no, en el Estado y en la Dirección de Cultura. En esos tres ejes es una gran oportunidad. Me siento parte de un gobierno que quiere hacer cosas en políticas culturales. Una de las dificultades de las políticas culturales, hasta ahora, es que se trata de un esfuerzo con mucha buena voluntad y ética, pero el último año no hubo refuerzo de partidas. No sé por qué y quedaron muchas deudas sin pagar. No me parece una manera eficiente de trabajar, para nadie. Prefiero presentar un plan estratégico y que me digan que no. Es valiosísimo lo que tenemos, en un país como Uruguay, donde la cultura es un buque insignia. Si se lo conoce a este país en el mundo es por la cultura. A menos que quieras ser una carnicería famosa. Pero la cultura, los artistas uruguayos, la música, el teatro al que últimamente le está yendo bárbaro… Es eso.

El fútbol.

El fútbol es importantísimo, claro. No me olvido. Pero la verdad es que el fútbol tiene otra organización, otro mercado en el mundo. Creo que la cultura nos identifica en muchas cosas. Por eso vine, porque me parece que este gobierno la va a tomar. Y el plan de desarrollo de la Dirección de Cultura es porque siento que toda esta realidad ha desgastado mucho a la gente que trabaja ahí, desdibujando mucho la estructura, que ni siquiera tuvo, porque no hay organigrama.

Es muy caótico, con mucha gente temporaria. Muchas veces han sido cuestionados los convenios que se hacían.

Lo que menos me importa es la parte curatorial, el sentarse a decir qué es la excelencia. Pienso que hay que organizar los instrumentos de manera austera, eficiente y moderna, y que la gente pueda utilizar esos instrumentos. Si tenemos suerte, sale un Zitarrosa. La excelencia no la vamos a dirigir nosotros. Los grandes artistas de este país no lo fueron por haber ganado un fondo concursable. Está bueno que existan esos fondos en este tipo de sociedad en que vivimos, que los artistas y emprendedores puedan acercarse a determinados fondos. El plan de desarrollo tiene que ver con la motivación de la gente que trabaja. Siempre digo que no es mano de obra sino cerebro de obra. Hay gente muy talentosa, muy inteligente, que tiene experiencias interesantes y cosas interesantes para decir. En estos dos meses me reuní con veintiocho equipos de trabajos diferentes. Ciudadanía cultural, Usina Cultural, Fábrica de cultura… Es demasiado.

¿Por qué hay tanta cosa?

Posiblemente porque en determinados momentos aparecen fondos internacionales y te apoyan si hacés el lente celeste, y entonces vas y creás un departamento para eso, que sobrevive durante dos años porque recibe fondos. Cuando para el fondo, empezás a crear el déficit, porque no vas a echar a nadie ni vas a deshacer, cuando a lo mejor ya están hechos todos los posibles lentes celestes que necesitabas. Tengo la oportunidad de chequear la vigencia de los proyectos. El minimalismo es muy difícil. Hacer menos pero más profundo, más eficiente. Es muy importante la eficiencia pero no tenés que matar el caos, tampoco. Si matás el caos estás matando el vuelo artístico, la creatividad, y todo eso que sí necesitás. Es una mezcla de eficiencia, creatividad y caos. En lo personal, cuando trabajo en teatro, veo el caos como algo muy importante. Dejo vivir el caos hasta que hay que tomar decisiones, pero de ese caos es de donde salen a veces las mejores ideas. Cuando se habla de la carrera funcional me da la impresión de que el funcionario de la Dirección de Cultura es, sobre todo, gestor cultural. No sé si la carrera pasa por subir, entonces, sino por rotar, por llenar tu portafolio de proyectos interesantes y tener capacidad de decisión y acción y que eso colme tu creatividad y tu ansia de hacer cosas. Me parece que va por ese lado. Estamos estudiando el plan de desarrollo y cómo crear un bienestar de trabajo. No hay lugar donde comer. La gente come como los chinos, arriba de un escritorio.

Pasa en todos lados en la administración pública.

No en todos lados. He visto lugares mejores. E igual, si fuese en todos lados, yo en el mío haría algo al respecto. Hay que hacer un lugar que no sea un lujo pero donde te puedas desenchufar, comer y tener un rato de esparcimiento. Tiene que ver con la motivación, con el bienestar. Esto de la pandemia nos llevó a realizar en poco tiempo algo que hubiera llevado meses: identificar liderazgos, compromisos y capacidades. El Estado tiene caminos bastante complejos.

Los Fondos Concursables van a continuar, entonces.

Sí, claro. Los Fondos de Incentivo Cultural estaban bloqueados porque hubo un problema. La ministra antes de irse creo que lanzó la tercera investigación administrativa. Creo que también a causa de la pandemia logramos desbloquear un espacio fiscal para poder sacar adelante los proyectos que estaban esperando, los de 2018 para renovarse por un año más, y los de 2019, que también quedaron sin vigencia. Darles vigencia a los que se comprometen y tienen empresas atrás para apoyarlos. Eso va a crear empleo y actividad, y va a reactivar el sector.

¿Sos de la idea de que “la cultura da trabajo”, como decía Stolovich?

Sí, y podés leer a Yuval Harari, que está de moda y dice lo mismo.

Todo el mundo cita a Harari, nombrame a otro.

Me refiero al tema del empleo. ¿Qué va a pasar con el empleo? Bueno, se supone que el ocio y el entretenimiento van a crear empleo, y que la gente va a tener más tiempo, porque todo va a estar automatizado. Más tiempo para el turismo y todo lo que sea entretenimiento. ¿Cómo no va a dar trabajo? Tenemos que estar listos para eso. Todo puede dar trabajo. Depende también de las características de cada lugar. El estatuto del artista y todo el tema de la seguridad social también hay que volver a ver la vigencia, porque evidentemente con esta pandemia se demostró la debilidad del sistema. Cuatrocientas mil personas informales.

Y muchos que cayeron.

Sí, contrario a lo que era el mensaje, que decía que estaba todo bien. Es como el cuento de los tres chanchitos: la casita no era muy fuerte. Era de paja o de madera, porque se voló. Es una buena oportunidad para sentarse a pensar y a dialogar, porque yo tampoco tengo la verdad revelada. Estamos conformando un grupo para rever toda la legislación que tenga que ver con cultura. Vamos a participar, como siempre, de la comisión del estatuto social del artista.

Hablaste de los centros culturales. ¿Cómo pueden jugar los Centros MEC?

Los centros MEC no están en la órbita de la Dirección de Cultura. No puedo opinar mucho, porque no están bajo mi órbita. Creo que para lo que no hay lugar en nuestro país es para hacer dos cosas paralelas con el mismo objetivo. Hay que unir potencias y hacer algo lo más contundente posible.

Es como el trabajo con las direcciones de cultura departamentales.

Sí. Es muy importante la comunicación. Es cierto que desde el punto de vista legal las intendencias tienen autonomía total. Yo puedo tratar de hacer cosas juntos y apoyar sus proyectos.

En Montevideo es particularmente complicado. La Intendencia maneja muchas cuestiones culturales. A veces hay superposición de esfuerzos.

Sí. Tengo un excelente diálogo con Ramiro Pallares, que es actualmente el director de Cultura de la Intendencia de Montevideo. En esta crisis tratamos de compartir datos para apoyar a los más vulnerables. En ese sentido todos queremos lo mismo. Una vez lo dije, y todo el mundo se acuerda: yo no soy del Frente Amplio, pero soy del partido de la cultura. Cuando llega al momento de jugarse por la cultura, los que lo hacemos tenemos cosas en común, más allá de los prejuicios que pueda tener cada uno y de los partidos a los que cada uno tenga lealtad.

Sin embargo, se ha hablado siempre de la hegemonía de la izquierda en la cultura.

Sí, se ha hablado mucho. Muchas veces, estando lejos, me pregunté por qué.

¿Lo ves así?

Creo que todo tiene su historia, su génesis. En la Segunda Guerra Mundial hubo un punto de inflexión donde, si no eras nazi, tenías que ser comunista. Me parece, no sé si la estoy errando. Eso creó una visión, una ideología, en mi opinión el comunismo no es la oposición al nazismo. Eso también llegó acá, pero los más responsables son los intelectuales franceses, que primero quisieron hacer la paz con Hitler y después viajaban a la Unión Soviética y volvían diciendo que era todo maravilloso. Acá los intelectuales se alimentaron de esa cultura.

Y Francia siempre condiciona.

Un poco, ¿no? Creo que viene por ese lado. Estando en India escuchaba en un programa a Pepe Vázquez, a quien adoro, que decía que después de la caída del muro de Berlín se borró del Partido Comunista, aunque sigue votando al comunismo. Cada uno tuvo su vida y sus cosas. Mi padre era muy activo en la comunidad judía. Después de su muerte, me enteré que uno de sus temas era luchar por la libertad de los judíos que estaban en la Unión Soviética. Yo tengo mis prejuicios con el comunismo, y posiblemente eso tiene que ver. O por libros que leí, o cosas que vi, o porque estuve más cerca de Europa y pude ver la reacción en Europa Oriental. Yo pienso en la palabra comunismo y pienso en cien millones de muertos. Por supuesto que tengo amigos acá, y sé que mi amiga Verónica Mato, diputada, no es Pol Pot, ni Stalin. Pero bueno, también está en los genes, en las experiencias. A mí me cuesta entender determinadas cosas, pero me parece fascinante convivir con esa incomprensión de mi parte, con ese prejuicio, en ese proceso de siempre escuchar al otro y superar mi propio contexto.

Hay mucho prejuicio generalizado de ambos lados. Que llegue el Partido Nacional al gobierno y vos a la Dirección de Cultura puede dar la idea de que van a romper todo.

Cuando yo estaba en India y no tenía la menor idea de si iba a poder dar este paso, no te puedo explicar cuántos mensajes de apoyo y de “Por favor, vení” recibí. Por eso te digo lo del partido de la cultura. Si hubieran puesto a alguien desconocido quizás habría sido más agobiante para la gente que tuvo el poder durante quince años, y que lo sigue teniendo en la Intendencia desde hace treinta. Pero sentí un gran apoyo, buena onda y reconocimiento si uno dice algo que está bien, porque de última es un diálogo. En lo personal estoy abierta a escuchar y cambiar de opinión. No siento que tenga ninguna fórmula ni ninguna verdad. La idea es hacer una dirección eficiente y facilitadora, meterme poco con el contenido de la cultura y mucho en el marco de facilitar los mecanismos para que la gente pueda hacer lo que quiera hacer, para que haya más y mejor actividad cultural en el país.

¿Cómo has visto funcionando el INAE?

Bien. Ahora está Álvaro Ahunchain al frente. Yo soy muy amiga de José Miguel Onaindia y estoy segura de que va a hacer una excelente gestión en el SODRE. Quizás otra diferencia con la gestión anterior es que estamos trabajando muy unidos con el SODRE, con la Biblioteca Nacional y con todos los agentes que están en la cultura. Me da la impresión de que había una sensación de archipiélago, sobre todo en la última gestión, donde no se hablaban de Centros MEC con Cultura ni con el SODRE. Ahora estamos juntos. Estoy tan cerca de Onaindia como estuve siempre. Lo llamo por teléfono y sé que cuento con él. Me parece bárbaro que esté en el SODRE, porque la Dirección de Cultura no produce. No tiene por qué ni tiene dinero para producir espectáculos. El lugar donde el Estado invierte para producir es el SODRE, y Onaindia es un gran programador artístico y creo que va a hacer una gran labor. Sobre todo, creo que nos va a sorprender reviviendo la sala Nelly Goitiño y la sala Vaz Ferreira con proyectos interesantes y dinámicos. Álvaro Ahunchain es un gran gestor, escritor y director de teatro, y tiene un gran amor por el Instituto Nacional de Artes Escénicas. Estamos muy unidos.

El SODRE en este tiempo compitió mucho con las salas privadas. Hubo quejas de que el SODRE les quitaba mercado a las salas de teatro independientes.

No tengo esa queja en mi radar. Sí tengo en mi radar la queja de los fijos de la sala del SODRE para grupos uruguayos que quieren presentarse en sus salas. Es un tema de independencia del SODRE. Martín Inthamoussú es la persona para charlar de esos temas. Lo que veo es que va a haber un gran acercamiento con el sector independiente, o con el sector privado subsidiado, como le digo yo. Porque lamentablemente cada vez es más difícil ser independiente. Y ni que hablar que con la pandemia vamos a ver cosas de mucha solidaridad en los próximos meses, desde el sector público al privado. Mi visión es que nada es gratis. La educación no es gratis, la pagamos todos. Cuanto más podamos racionalizar el gasto y hacerlo más eficiente, mejor para todos, para Juan Pueblo, que es el que pone los impuestos. Si hacemos más y mejor, todos vamos a ganar. No tiene por qué ser un subsidio pobre, puede ser una inversión. Creo que antes que nada la cultura es una inversión. Hay industrias que se mueven en la cultura, como la industria editorial, o el cine uruguayo. Creo que hay mucho para hacer más y mejor en el ICAU. Se acaba de nombrar a Roberto Blatt como director, alguien inteligente con muchos años de experiencia en España, y que sabe muchísimo de cine. Creo que entre todos vamos a poder reflexionar sobre cómo queremos presentar la cultura uruguaya, y crear empleo. Y ni que hablar de la conexión con la televisión pública, también. Contenidos nacionales. Cómo proyectar el país al exterior, y cómo traer trabajo al país.

Es cara la producción nacional.

Depende de lo que ganes. Por eso te digo lo de la inversión. España era un país que casi no tenía producción nacional, donde el discurso era muy parecido al de acá en cuanto a que “lo bueno es lo extranjero”, y ahora resulta que La Casa de Papel es lo más vendido en el mercado internacional. En España hubo un boom de la producción nacional y no hay quien no vea un producto nacional en Televisión Española. Hay que hacer una apuesta, no solamente al mercado interno, sino que se pueda exportar. Creo que tendemos a jugarnos a eso. Por lo que estuve hablando con el sector audiovisual, y por lo que han hablado con el presidente de la República, se ve como un tema importante. Ni que hablar de Pablo da Silveira. Siento que el ministro le está dando una importancia que yo no había visto que se le diera en períodos anteriores.

¿No es aburrido el cine uruguayo?

No.

¿Entendiste El Dirigible?

Lo que pasa es que a mí me gusta hasta lo que no entiendo. Claro que hay que mejorar, pero vuelvo al tema de quién se pone el sombrero de curador de la excelencia.

Te lo pregunto como espectadora.

Eso que acabás de decir, es lo que sucedía en España hace unos años. Si sale una camada de guionistas, como creo que hay, creativos, entretenidos, que saben escribir para determinados formatos y hacerlo bien, porque de eso se trata al final, podemos ganar muchísimo. Podemos ser un país chico que produce mucho y que crea empleo acá, y que exporta productos audiovisuales interesantes, dentro de la ficción, del documental, del mercado publicitario. Creo que tenemos que apostar a eso.

¿Eso no se contradice con los cambios que quieren poner en la ley de medios? Una de las propuestas es quitar la cuota que tienen que tener los canales para producción nacional.

Si bien la ley de medios está en la órbita de Ministerio de Industria, por lo que entiendo, al aumentar la competencia y terminar con el monopolio de la banda ancha y de esa cosa triple entre la computadora y el teléfono, creo que la competencia se va a ver en los contenidos. Creo que todos van a salir a crear contenidos, y en buena parte van a ser nacionales. Fue lo que pasó en España, donde, cuando cambiaron la ley de medios, todos los canales empezaron a crear contenidos. Me da la impresión de que eso puede hacer la diferencia, que en lugar de estar en una cosa estática donde los canales hacen el programa de ganar plata con competencias, o los noticieros, que empiecen a buscar otro tipo de formatos, porque tampoco es lo mismo la televisión que la computadora o el teléfono. Le tengo mucha fe a la sinergia entre el ICAU, TNU y el SODRE, en cuanto a cómo movernos para trabajar juntos y llegar a los objetivos de la mejor manera posible.

¿El FIDAE va a continuar?

Sí. Va a estar en el ámbito del SODRE, que es el lugar de producción, en lugar de estar en el INAE. El SODRE tiene todo para apoyar el FIDAE, tiene su departamento de marketing y comunicación, tiene el fideicomiso atrás. Por supuesto que con todo el apoyo de la Dirección de Cultura. Y vamos a ver qué mundo tenemos para traer eventos internacionales.

Hablaste de turismo cultural. Los museos uruguayos están un poco perimidos.

Sabés que me llevé una sorpresa grata.

Sos muy optimista. Estás pintando todo color de rosa.

Todo no. No es tan color de rosa. La situación es compleja, y administrativa y financieramente está brava.

No te van a dar un mango. Todo lo que te prometen es un verso.

Eso no creo. Lo que siempre dejo en claro, y aparte es así por mi incapacidad, no soy buena vendiendo humo.

Hay otros blancos que se encargan de eso, no te preocupes.

No creo. Sos malo, se te asoma el zapatito. Te hablo por mí: decir que uno va a hacer algo, presupuestarlo y hacerlo. Es tan simple como eso.

¿Cuál fue la grata sorpresa con los museos?

Fui al Museo Histórico Nacional, a la Casa de Rivera, a hablar con el director, Azpiroz, sobre proyectos, para ver cómo la gente participa. Vi que va a hacer actividades que me copan, yo qué sé, sobre gastronomía histórica, por ejemplo. Cosas divertidas, en donde la gente va a participar. Entrá a las páginas web de los museos. Miralas. Entrá a la página del Museo Figari, a la del Museo Histórico Nacional. Ahora estábamos negociando con ANTEL una plataforma para subir contenidos. Esto de Cultura en Casa fue un catalizador a la hora de buscar contenidos a nivel nacional, porque la premisa es que no íbamos a pedirle nada gratis a ningún artista. A los artistas hay que ayudarlos, no pedirles. Empezamos a ver qué había en cada lugar, y por eso te hablo de la grata sorpresa. Yo era muy pesimista. Lo que sí no me sorprendió para bien, y donde creo que hay que hacer mucho, es la falta de comunicación con el interior. Todo está en Montevideo. Hay que buscar la manera de hacer sucursales en el interior, y realmente mover colecciones.

¿No tienen un estilo viejo los museos nuestros?

¿Cómo son los museos nuevos?

Más interactivos. Vos entrás a los museos nuestros y… Andá al Cabildo.

El Cabildo es de la Intendencia. No lo critiques, es de los tuyos (risas).

Uno a cero. Vas al Museo Histórico Nacional y te motiva poquito. 

Volviendo a la pandemia, algo que nos deja es la importancia de la tecnología. Sin la tecnología, en esta pandemia estaríamos todos caminando por las paredes. Hay mucho por hacer en cuanto a tecnología y museos. Me gustaría que en esa sala de abajo de la Dirección de Cultura estuvieran presentes todo el tiempo los diecinueve departamentos, a través de pantallas.

No va nadie a esa sala.

Bueno, yo quisiera utilizarla para este tipo de cosas y convocar.    La creación de audiencias es un tema en general en la cultura. Los museos están teniendo una muy buena respuesta educativa en cuanto a trabajar con las escuelas, por ejemplo. Eso es creación de audiencias. Si esos niños se divierten cuando van al museo, posiblemente cuando sean grandes van a volver.

Se divierten porque salen de la escuela. Hay dos ejemplos que se diferencian un poco, que son el Espacio de Arte Contemporáneo y el Museo de Historia Natural.

Yo fui a los dos, porque están los dos en el mismo panóptico. Ahora se va a habilitar otro rayo del panóptico para traer más cosas para el Museo de Historia Natural. Vas caminando por ese museo y ves un dinosaurio y no sabés si es arte contemporáneo o historia natural. Es genial. Es un proyecto buenísimo que se hizo con el reciclaje de esa cárcel, llevando ese lugar siniestro al mundo del arte. Nuestra idea es continuar construyendo ahí. Cuando se habla de un museo es importante pensar también en el impacto que tiene en el barrio. Volvemos al tema de si la cultura da trabajo. Hay una cadena de valor, se valoriza el barrio, se ilumina, se llena de gente. Es muy bueno lo que se ha hecho ahí en diez años. Y se puede terminar ese panóptico. En la Ley de Urgente Consideración está el planteo de encontrarle un lugar al Instituto de Artes Visuales, y una opción podría ser habilitar otro rayo del panóptico. Es muy motivante un proyecto así, además por el impacto que tiene a su alrededor.

¿Qué pensás hacer con el Museo de Artes Visuales?

Todavía estamos decidiendo quién va a estar al frente, porque Enrique Aguerre va a estar al frente del Instituto Nacional de Artes Visuales. La pandemia nos alteró los ritmos con algunos temas, sobre todo porque los museos están trabajando a puertas cerradas. Pienso que va a ser la primera cosa que va a abrir, porque son lugares donde no hay aglomeraciones.

Salvo con la exposición de Picasso. Fue una experiencia interesante en Uruguay, cobraban entrada y se llenó de gente.

Claro que cuando cobrás hay público. Hay infinitas experiencias.

Los teatreros se quejan de que la gente paga miles de pesos por obras argentinas y no paga trescientos pesos por las obras uruguayas. ¿No será por la calidad de uno y otro?

Estoy totalmente a favor de la calidad de lo uruguayo con respecto a lo que traen acá de Argentina. No me parece que haya comparación. Yo conozco gente que de a poco se va animando a cobrar lo que siente que vale la entrada. Creo que en el teatro uruguayo ha habido un movimiento para bien en ese aspecto, con obras de calidad reconocidas internacionalmente. El teatro es para una minoría, pero como decía Grotovsky, pero esa minoría tiene sus derechos. Posiblemente el país no va a cambiar por la gente que vaya al teatro. Siempre va a ser una elite.

¿Serán cuarenta mil personas?

No tengo los datos. Había un observatorio, no sé si estará al día. No lo he visto. Pero las salas funcionan. En comparación con otras épocas, creo que estamos mejor en muchos sentidos. Igual hay mucho por hacer, en Montevideo y en el interior. También en la circulación nacional; hay gente que ha viajado más al exterior que al interior del país. Esa es también un poco nuestra responsabilidad.

¿Cuál es tu visión de la cultura? ¿Qué incluye? Otros directores de Cultura decían que cultura es todo, desde la cumbia villera hasta Mozart.

Estamos tratando de revivir el DICREA, el Departamento de Industrias Creativas. Se habla de videojuegos y de gastronomía como industrias creativas. Y es cierto. La gastronomía acá ha pegado un salto en los últimos años, y es una industria creativa increíble, importantísima, que transmite identidad. Miremos países como Perú, con la diplomacia cultural que realizan con su gastronomía. Eso es valiosísimo.

Desarrollaron una cultura gastronómica brutal, es una referencia mundial. ¿Nosotros qué vamos a hacer, asado y dulce de leche? ¿El Chajá?

Creo que ahora tenemos un poco más de sofisticación. Me refiero a que acá desde hace unos cuantos años hay escuelas de gastronomía. No creo que la gente vaya a estudiar cómo hacer dulce de leche y postre Chajá. Programas como Master Chef y ese tipo de programas comerciales creo que te muestran que hay un gran interés. Antes de venir, me encontré en las redes con un amigo de años, Mario Marinoni, un pintor que vive en Miami, que se hizo chef. Ahora pinta, pero todo tiene que ver con la gastronomía. Se hizo chef cordon bleu, trabajó ocho años en el Hotel Mandarín de Miami. Empezamos a hacer un proyecto juntos, a distancia, sobre los recuerdos y el encuentro, a través de la comida y la memoria. Es increíble el mundo creativo que tiene la gastronomía, y ni que hablar la estética. El mundo cambió, se globalizó. Las fronteras desaparecieron, se hizo más fácil viajar. Obviamente que estamos más cerca de todos los autores y de todos los gastrónomos. Nosotros somos una parte. No es que tenga una convicción nacionalista de defender lo nuestro porque es nuestro, pero obviamente que los artistas son nacionales, están acá viviendo y hay que crear un ámbito de bienestar y comodidad para crear y salir adelante.

La cultura incluye todo, entonces.

¿Lo decís por lo de la cumbia villera? No sé absolutamente nada de esa música, pero por mi filosofía liberal nunca censuraría a nadie. No me parece correcto, por lo que te decía antes de quién es uno para decir qué es excelente y qué es malo, qué es vulgar y qué es fino. Partiendo de la base histórica, además, de que muchas de las cosas que hoy nos parecen finas antes no lo eran. Antes la gente en la ópera tiraba tomates al escenario. En principio yo no marginaría a nadie ni catalogaría a nadie de bajo o de inculto, o de excelente y cultísimo.

¿Te gusta el carnaval?

Esa pregunta es como decir de qué cuadro sos. Te podría decir que soy de Nacional a muerte pero que nunca fui al Estadio. Con en el carnaval te puedo decir lo mismo.

Que te gusta pero nunca fuiste.

Fui algunas veces, hace muchos años, cuando había un tablado en el Parque Rodó, en el Sporting. La última vez que estuve en carnaval, antes de irme a India, fue en el Teatro de Verano de Treinta y Tres. Ahí me vi como dos días seguidos unas cuantas murgas. ¿Me gusta? Lo valoro. No es lo mío. No me motiva. Me divierte, pero me resulta un poco pesado el mensaje político ético.

Eso sucede en todas las expresiones culturales, incluso en el teatro.

Si es panfletario, tampoco me gusta. Me pasa eso con el carnaval.

El realismo socialista a mí no me gustaba.

Todos los autoritarismos que han tratado de usar el arte como un medio me parecen despreciables. Eso puede ser lo que pasó con el realismo socialista, en mi opinión. En cuanto al carnaval en Uruguay, es cierto que va mucho público y que es muy popular, y por algo será. Ya por eso vale la pena estudiarlo. Y ni que hablar que hay descollos, cuando veo lugares donde se cuida la estética, donde hay armonía en las letras y las canciones. Las voces me impresionan, por ejemplo. Pero lo veo siempre desde un lugar del que me gustaría saber más. Me doy cuenta que hay gente que sabe mucho de carnaval, de la estructura, del cuplé, y veo gente de teatro muy valiosa que trabaja en carnaval. Vestuaristas, directores. Me parece genial. Y es parte de lo que nos representa cuando hablamos de turismo cultural. Es una parte importantísima de nuestra cultura.

¿Qué elementos ves como identitarios de la cultura uruguaya? ¿Qué se te viene a la cabeza?

Torres García, Iturria. Quizás por mi vida, me viene a la cabeza lo que llega a todos lados. En literatura me vienen Onetti, Idea Vilariño. Julio César da Rosa. Acabo de terminar Juan de los desamparados. Es espectacular. Es un genio. Ese lenguaje, ese criollismo. Eso es lo que me fascinaba cuando iba a Treinta y Tres, la manera de hablar de la gente. Que una frase diga tantas cosas y esconda tantos significados, tan claramente.

La literatura criolla, que hoy casi ni se ve: Serafín J. García, Javier de Viana, José Monegal, Pedro Leandro Ipuche.

Es maravillosa. Este año vamos a celebrar los cien años de Benedetti e Idea Vilariño, y yo agregué a Julio César da Rosa, que también cumpliría cien años. Y es redondo, porque todos salen del interior. Es generación del 45 pero criollista.

¿Y música?

En lo personal, Jaime Roos. Vuelvo a la genética. ¿Cuándo descubrí a Jaime Roos? Estaba viviendo en Israel, y a mi esposo le encantaba “Durazno y Convención”. Lo escuchaba cantar eso y me llamaba la atención, porque yo conocía esa esquina. Y cada vez que volvía a Uruguay, Jaime Roos hacía un concierto y yo iba. Para mí era la voz de Montevideo, como Edith Piaf en París. Y también me encanta Zitarrosa, me emociona la voz, las letras.

Lo llegaste a ver cantar a Zitarrosa.

No, nunca lo vi. Quizás cuando él volvió yo me fui.

Era solo la voz. Era flaco, esmirriado, parado ahí, solo.

Esa es la magia del carisma. Cuando vivía en Nueva York, trabajaba en una productora de conciertos que traía a Mercedes Sosa, a Paco de Lucía, a Serrat. Trabajamos con ese tipo de artistas. Todavía me acuerdo lo que era ver a Paco de Lucía sentado en el Lincoln Center, un teatro grande de por lo menos dos mil butacas, sentado solo en el escenario, en una silla. Y la gente aplaudía, entraba en éxtasis. Y era un tipo con una guitarra. Cuando se tiene esa magia, esa comunión con el público, es increíble. Cuando la gente queda en un estado especial. Hay muchos artistas así. Mi esposo, por ejemplo, es muy gardeliano.

¿Te gusta el tango?

Sí, sobre todo por mi esposo. Escucha música desde que se levanta hasta que se acuesta. Canta muy bien. Cualquier cosa le hace acordar a un tango. El tango, la música uruguaya y la música brasilera son parte de su identidad. Y es parte de mi vida. Mi padre también era tanguero. Esa frase de que el tango te sabe esperar es tal cual. Uno va escuchando de a poco la poesía de cada tango.

¿Derecho de autor es salario del creador?

El otro día escuchaba al ministro en una reunión que tuvimos con SUDEI, que no son los autores sino los intérpretes. Él explicaba la nueva comisión de derechos de autor y estaba muy motivado con la gente que integra la comisión, gente que tiene mucho conocimiento del tema, acá y en el extranjero. Creo en el derecho del autor, no estoy en contra de eso. Pero sí soy consciente de la realidad, y ahí está la discusión. De a poco, la gente se dio cuenta que con internet…

Los escritores ganan miserias por derecho de autor.

Las asociaciones de derechos de autor, como AGADU acá o en todos lados, van encontrando caminos y poniéndose al día para ver cómo defender a los autores. En lo personal, como gestora cultural, me interesan muchísimo los derechos de autor. Nada más ni nada menos que del dominio público salen fondos para el fondo de teatro. Son mecanismos. Hace doscientos años nos organizábamos en estados naciones, y a partir de ahí uno va organizando los temas. Obviamente que si viviésemos en la anarquía total todo estaría liberado, pero como no es así.

Hoy la comunicación hace que tengas acceso libre a un montón de cosas. ¿No habría que buscar otros mecanismos?

Supongo que pasan por fictos de las plataformas, que ganan muchísimo dinero, a las asociaciones de autores. Hay que buscar mecanismos, sí. No soy una experta en derecho de autor. Tengo el material de la Organización Mundial de Propiedad Intelectual, que acaba de salir. Acaba de ratificarse el tratado de Beijing, que tiene que ver con el tema. Son temas que están en el candelero. Si siguen en debate es porque no hay una verdad única, y hay que seguir buscándole la vuelta para que nadie pierda y no haya injusticias con el tema. Es todo muy complejo. Acá sí que no soy optimista. Hay que aprender, hacer estudios comparativos, ver qué se hace en otras partes y cuál es la mejor solución para nuestro país.

¿Hay antisemitismo en Uruguay?

Como judía que soy, todo lo que tenga que ver con xenofobia, antisemitismo y derechos humanos me llega mucho. Tengo una hipersensibilidad al respecto. Creo que hay antisemitismo en todo el mundo. Siento que en Uruguay el Estado de Derecho está muy presente y que si una persona es atacada puede sentirse amparada por ese Estado. Haber, hay, y es obvio que ha surgido. Pero hay antisemitismo en la humanidad, a lo largo de la historia, y por diferentes causas. Antes era porque eran los que habían matado a Jesús, después fueron causas económicas en Europa, tuvieron que ver los nacionalismos, también hubo causas políticas, y después se mezcló todo. Es muy difícil definir el antisemitismo. Siempre va a estar eso de echarle la culpa a alguien, por ejemplo, a los judíos.

Han sido un buen chivo expiatorio, en muchas oportunidades.

Totalmente.

¿Lo sentís?

Yo no lo siento, a lo mejor porque soy optimista, como decís. Me siento muy respetada acá. Fui a una escuela judía, mi padre era dirigente de esa colectividad. Nosotros no sabemos lo que es el verdadero antisemitismo, el duro. Antes de empezar la Segunda Guerra Mundial, mi padre hacía una revista acá que se llamaba Tribuna cultural, y era contra el nazismo, unos años antes del Holocausto. Ahí escribían muchos intelectuales uruguayos. Siempre tuvimos la suerte de tener una capa de intelectuales defendiendo los derechos del pueblo judío, antes de la creación del Estado judío, y también contrarios al antisemitismo. A veces se han mezclado las cosas, como en todo el mundo. En general el antisemitismo se mezcla con el populismo. El populismo necesita crear un enemigo, rapidito, para poder transmitir esa sensación de miedo. Muchas veces el judaísmo, que luego se ha transformado en sionismo, por tergiversación de la historia y porque la sociedad cada vez tiene menos tiempo de pensar, cumplió esa función. El antisemitismo ha estado continuamente en la historia de la humanidad, y ha tenido diferentes grados de defensa. Hoy en día las colectividades judías y el Estado de Israel tienen otros mecanismos para intentar paliar la situación.

¿Qué es ser blanca para vos?

¿Por qué me siento cómoda siento del Partido Nacional? Te vuelvo a que uno es de su papá y su mamá. Yo recibí esos valores, posiblemente de mi padre. Y los concebí como valores que tenían que ver con estar en la oposición. Para mí eso era un valor, y lo era para él. El estar del otro lado del poder. El Partido Nacional no gobernó tantas veces.

Se mandaban cada macana que los sacaban enseguida.

En lo personal, las cosas que más me pueden unir con el Partido hoy es mi concepto de liberalismo y la idea de dónde tiene que estar el Estado. Tanto en el Partido Colorado como en el Frente Amplio, al que en muchos sentidos considero un neobatllismo, con un Estado presente, dueño de todo, con monopolios. Me siento alejada de esos principios. Si te quisiera contestar rapidito, te diría: “Defensores de las leyes”. Me encanta el concepto de la libertad. En estos días de pandemia me encanta el discurso de presidente. Me importa muchísimo el concepto de libertad. Cuando empezó esto, desde el ex presidente para abajo todos pedían cuarentena obligatoria. Para mí fue importantísimo que no fuera obligatorio, y lo sentí como un alivio enorme. No porque yo vaya a salir o a ser irresponsable, pero sí por el hecho de saber que lo puedo hacer. Ese concepto de libertad, el concepto de que las leyes, ante todo, el concepto del Estado de Derecho ante todo, y el estar en ese lugar de país que tiene mucho que ver con el territorio más que con el centro de poder, con el campo, cosas con las que no tengo una actividad directa, pero de las que tengo la visión, que a lo mejor es romántica, de que eso es el Uruguay. El 1 de marzo, el que no entendió lo de los caballos escoltando al presidente, no entendió nada. Hay algo ahí que está todavía por entenderse, el verdadero Uruguay, y me da la impresión de que eso viene más por el lado del Partido Nacional, que puede ser moderno y a la vez incluir a otros sectores de la población que no están incluidos, y que indudablemente no han sido incluidos por el gobierno del Frente Amplio.

¿Sos feminista?

Pensé que me había salvado de esa pregunta. Supongo que sí. Quiero pensar que sí. Soy una estudiosa del tema. En la universidad tomé una materia, Agenda de Género. Hablamos de la situación de la mujer en diferentes temas, en la política, en la prostitución, en la historia del feminismo. No me siento para nada identificada con un feminismo que hoy está muy de moda y que tiene que ver con algo como jacobino, algo muy cruel hacia el otro, hacia el que no es mujer, incluso, en algunos niveles, o hacia el que no está de acuerdo. Lo veo también como una movida muy internacional. No quiero ser conspiranoica, pero es muy raro que en todo el mundo el mismo discurso surja al mismo tiempo.

Pero eso se da en todos los ámbitos. Ahora se extienden más rápido, quizás.

Puede ser. Es como el virus.

El mayo francés nació en Francia y se extendió a gran parte del mundo.

Es verdad. Me hace acordar a un libro de Benedict Anderson, Comunidades imaginadas. Habla de eso, de los movimientos sociales y de cómo uno se siente parte de un grupo, cuando en realidad es imaginario. El mayo francés duró un mes, porque en junio se fueron todos de vacaciones, porque eran estudiantes burgueses de la Sorbona y el calor en París era insoportable. Fue en mayo, pero durante ese mayo la conexión fue tan fuerte que hicieron una revolución, o más o menos. Hubo una movida, aunque no sé si llegó a todo el mundo, porque definime mundo…

El mundo occidental.

Hay muchos temas que tienen que ver con ese concepto de comunidades imaginadas. También los partidos políticos, por supuesto. “Soy blanca.” Yo qué sé. ¿Soy blanca? Sí. ¿Soy de mi mamá y mi papá? Sí. Es una genética que se va conformando por diferentes razones. En cuanto al feminismo, soy mujer y tengo un grado de feminismo. A mi alrededor hay tres mujeres trabajando conmigo en la dirección. No las puse como reivindicación de nada, las puse porque busqué gente capaz para los temas que necesita. Son Silvana Bergson, Carla Redaelli  y Patricia Papasso. Son tres mujeres, pero no lo hago como una reivindicación y nunca pensaría en ese sentido. Sí reconozco, igual, mi responsabilidad. Álvaro Ahunchain está en el INAE, Roberto Blatt en el ICAU, Enrique Aguerre en el Instituto Nacional de Artes visuales. Son personas idóneas para esos lugares. Bueno, para música y letras me gustaría encontrar una mujer. Me parece que en el mundo en que vivimos, y si queremos algo moderno y eficiente, tiene que haber un equilibrio. En ese sentido, sí. Pero soy muy contraria a las feminazis, como se les dice, porque obviamente no puedo estar a favor de nada que contenga la palabra nazi.

Aparte de tu optimismo congénito, ¿qué esperás del gobierno blanco de Lacalle Pou?

Bueno, pasaron dos meses.

Pero a futuro.

Me cae muy bien nuestro presidente.

¿Lo conocés?

Muy poco. Lo conocí en Madrid personalmente, y lo vi la otra vez en Tacuarembó en la fiesta gaucha. Lo seguí en programas y entrevistas, y lo estudié, por mi pasión por el tema. No leí tu libro todavía. Confío en que es un hombre honesto, con convicciones y muchas ganas de hacerlo bien. Tiene mucha energía. Cuando empecé a trabajar, el 2 de marzo, lo que sentía era un acelere, una cosa de vamos y vamos y vamos. Pasó esto de la pandemia y lo que vi fueron las libertades arriba. Lo comparo con todos los otros países que veo y realmente me gusta cómo estamos organizándonos. Espero lo mejor, obviamente. Es como cuando dirijo una obra de teatro: espero el estreno y espero haber dado lo máximo y aprovechado cada segundo de cada ensayo, sin haber dejado nada en el cajón y sin haberme quedado con las ganas de probar nada. Esa es la sensación que tengo. Tengo una sensación muy parecida a la adrenalina de dirigir una obra. Cuando sos director de teatro sos un poco el abogado del que no está en los ensayos, que es el público. Me siento muy abogada del ciudadano, que paga sus impuestos. Por ese lado tengo que llegar a determinado nivel de eficiencia y de que las cosas salgan bien, y cuando venga el público la obra luzca.

POR MÁS PERIODISMO, APOYÁ VOCES

Nunca negamos nuestra línea editorial, pero tenemos un dogma: la absoluta amplitud para publicar a todos los que piensan diferente. Mantuvimos la independencia de partidos o gobiernos y nunca respondimos a intereses corporativos de ningún tipo de ideología. Hablemos claro, como siempre: necesitamos ayuda para sobrevivir.

Todas las semanas imprimimos 2500 ejemplares y vamos colgando en nuestra web todas las notas que son de libre acceso sin límite. Decenas de miles, nos leen en forma digital cada semana. No vamos a hacer suscripciones ni restringir nuestros contenidos.

Pensamos que el periodismo igual que la libertad, debe ser libre. Y es por eso que lanzamos una campaña de apoyo financiero y esperamos tu aporte solidario.
Si alguna vez te hicimos pensar con una nota, apoyá a VOCES.
Si muchas veces te enojaste con una opinión, apoyá a VOCES.
Si en alguna ocasión te encantó una entrevista, apoyá a VOCES.
Si encontraste algo novedoso en nuestras páginas, apoyá a VOCES
Si creés que la información confiable y el debate de ideas son fundamentales para tener una democracia plena, contá con VOCES.

Sin ti, no es posible el periodismo independiente; contamos contigo. Conozca aquí las opciones de apoyo.

//pagead2.googlesyndication.com/pagead/js/adsbygoogle.js
Alfredo Garcia Nació en Montevideo el 9 de agosto de 1954. Es Licenciado en Historia por la Universidad de Estocolmo, Suecia; que fue su lugar de residencia entre 1975 y 1983. Hizo un postgrado en Marketing y realizó los cursos del Master de Marketing en la Universidad Católica de Montevideo. Trabajó durante veinte años en la industria farmacéutica en el área privada. Su labor como periodista comenzó en los semanarios Opinar y Opción a principios de los ochenta. Participó en 1984 en el periódico Cinco Días clausurado por la dictadura. Miembro del grupo fundador del diario La Hora, integró luego el staff de los semanarios Las Bases y Mate Amargo. Escribió también en las revistas Mediomundo y Latitud 3035. Es el impulsor y Redactor Responsable del Semanario Voces. Publicó el libro Voces junto con Jorge Lauro en el año 2006 y el libro PEPE Coloquios en el año 2009. En el año 2012 publica con Rodolfo Ungerfeld: Ciencia.uy- Charlas con investigadores. En 2014 publica el libro Charlas con Pedro y en 2019 Once Rounds con Lacalle Pou. Todos editados por Editorial Fin de Siglo.