En la noche del domingo 12 de marzo coincidieron dos eventos de gran llega social: por un lado, la ceremonia de entrega de los Premios Oscar, y por el otro, el final de temporada de la serie The last of us, de HBO. Ambos eventos no parecen tener mucha relación, aunque la mente cinéfila suele divagar y encontrar similitudes dentro de lugares radicalmente distintos. En este caso, la asociación llegó a la hora de encontrarnos con la categoría de Mejor actor y, en particular, la nominación de Paul Mescal por Aftersun.
A priori, no hay dos universos más distintos que los mencionados: en una esquina, el drama televisivo es una serie de supervivencia en donde Pedro Pascal interpreta a Joel, un hombre perseguido por los fantasmas de su pasado que encuentra la redención a la hora de proteger a Ellie, una adolescente que puede resultar la clave para salvar a la civilización dentro de un universo postapocalíptico, mientras que en la otra Mescal interpreta a Calum, un padre cariñoso que lleva a su pequeña hija Sophie a un hotel vacacional para pasar un poco de tiempo juntos. Sin embargo, hay un elemento que une a ambos personajes y es notablemente aprovechado por sus actores para construir la que probablemente sean las mejores interpretaciones del último tiempo en el rubro masculino.
Si uno observa ambos productos, es evidente dentro de los primeros compases que ambos intentan sostener un concepto tradicional de la masculinidad: no solo tienen físicos grandes, sino que también funcionan como una contención y protección de las niñas que tienen a su cuidado; son una roca fuerte que deben cumplir con la misión de proveer y acompañar, y en una primera mirada (perdonando las distancias) lo logran. Lo interesante de los personajes es, de todas formas, cuando se analizan las grietas de esa supuesta fortaleza, y lo que se esconde detrás de la máscara. En el caso de Mescal, la película plantea una distancia al situar el punto de vista en su hija, mayor, revisitando mentalmente el viaje familiar para comprender lo que – se entiende – fue un problema mayor más adelante: un padre con una profunda depresión, angustiado por motivos que uno solo puede suponer, preocupado por ser una figura paterna estable para su hija, pero a su vez mostrando preocupantes señales de que puede intentar, en cualquier momento, un atentado contra su vida. Y en el caso de Pascal, si bien tiene pocas oportunidades de mostrar su personaje en solitario, el contexto da todos los detalles necesarios para entender el dolor que existe detrás de su apariencia de hombre rudo (una hija que muere en sus brazos – la cual luego ve reflejada en esta nueva adolescente -, su deterioro físico, el haber presenciado la caída de la civilización y encontrar en la barbarie la única forma de sobrevivir).
Lo valioso de ambas interpretaciones es cuando dejan caer esas imágenes para dar rienda suelta a las sensibilidades detrás de personajes que, en otras manos, carecerían de esos matices. Mescal se vale de un guion prodigioso, rico en detalles sutiles, para componer un hombre que intenta escapar de sí mismo, de lo que fue en su pasado – en algún momento menciona que “probó de todo”, apuntando a un pasado de excesos que terminó gracias a una inesperada paternidad -, aunque perseguido por las sombras de un dolor que no lo deja seguir adelante, revelado de forma magistral en su mirada distante, melancólica, sus cambios abruptos de energía a lo largo de la cinta y una de la transiciones más dolorosas y magníficas que ha dado el cine reciente: un plano del actor, serio, mirando a su hija junto a un grupo de desconocidos mientras le cantan Feliz cumpleaños, difundiéndose en la imagen solitaria del hombre, llorando desnudo, de espaldas a la cámara. Por su parte, Pascal se entrega a un rol ambiguo, que profundiza gracias al enorme grado de humanidad que emana de su interpretación. El Joel que encarna el actor de origen chileno no es meramente un asesino a sangre fría, como podría leerse, sino que es un hombre roto, viviendo una vida pragmática en donde la violencia es el único modo de sobrevivir, y es a partir de su contacto con la chica y la amenaza real de que puede morir que comienza a entender su propia vulnerabilidad, la cual intenta ocultar de su compañera al principio pero luego explota frente a su hermano, el único que no puede juzgarlo ya que cometió los mismos crímenes que él.
Más allá de dos entornos tan diferentes, solo unidos por la excelente calidad artística, ambos actores encuentran una grieta en la masculinidad clásica que ambos roles deben asumir, y exploran esa oportunidad para sacar a la superficie la sensibilidad interpretativa de ambos, a la vez que dejan expuestos los matices y las complejidades de dos papeles de apariencia sencilla pero con amplia hondura emocional, construyendo en sus rostros un mapa de todos los lugares oscuros que sus personajes habitaron y que el espectador solo puede adivinar.
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