Meditación presidencial
En homenaje a mis impiadosos lectores, el pasado fin de semana me impuse el deber de leer un libro del antropólogo Douchan Gersi: nacido en lo que fue el Congo belga, viajó por décadas por el mundo a la búsqueda de las sabidurías invisibles de los pueblos de tradición, también llamados pueblos arcaicos. Y obtuvo revelaciones.
¿Para qué?, preguntará usted, amigo, quizás.
Es que uno nunca sabe dónde puede aparecer la luz que, tal vez viniendo de unos hábitos muy viejos, ilumine la actualidad. Porque, ¿sabe?, he aprendido que todo, pero todo está relacionado.
Y quiero saber cómo salimos del bolonqui actual.
Por ejemplo, siguiendo a Gerschi, si uno quisiese explicar a un turista por qué nuestro presidente, el cuasi sacralizado pastor masón adorado por las focas aplaudidoras, una especie que lucha contra la extinción como la defensa de Central Español, dice lo que dice a cada rato -“todo viene bien con UPM”, “hay petróleo en el Uruguay”, “estamos cumpliendo el programa político del Frente Amplio”, “la regasificadora es necesaria”, “la inclusión financiera es beneficiosa”, “la ley de riego es modernización”, “la oposición sólo hace pompitas de jabón”, etcétera- debería comentarle que ese hombre vive en estado de meditación.
Como usted sabe, lector, la meditación comienza en los límites de la realidad objetiva, en el punto más alejado que el conocimiento racional y la percepción son capaces de alcanzar (esto lo dice Gersi, ¡no iba a ser creación mía!) y sólo así es capaz de penetrar en las profundidades del misterio de las cosas; y allí hallará –lo dice otro investigador, Albert Hoffman- que “lo que solemos tomar por realidad es algo ambiguo y no hay una sola, sino muchas realidades”.
O sea que tenemos al pastor masón meditando, alejándose de lo que, para nosotros, pobres mortales ignorantes, es LA realidad, esa única, terca y dura, que sentencia que nadie sabe cuál es el programa del Frente, que los finlandeses nos van a meter el dedo en la cavidad anal, que el petróleo te lo debo para el siglo que viene, que vamos a llenar con nuestra guita sudorosa a los bancos gracias a la inclusión financiera, que con la ley de riego nos van a esquilmar como con las rifas del Pato Celeste, que la regasificadora la terminará rematando Bavastro como chatarra y que las pompitas de jabón vienen subiendo.
Pero, bueno, el presidente no sólo medita, a decir verdad. Y aquí sí la hipótesis, un poco aventurada, es mía y podría abrir los ojos a muchos: yo creo que lo hace mientras levita; sí, se eleva en el aire sin ningún sustento físico a la vista. Levita y viaja, viaja… ¿Adónde? Bueno, si fuera acompañado de Salgado, su amigo, en una de esas podríamos adivinarlo jugando al ta-te-ti con las principales líneas de Cutcsa, y yo me jugaría por alguna que vaya al Cerro, porque desde ahí el panorama sería mucho más abarcador.
De todos modos hay algo claro: a un tipo que medita intensamente y anda por los aires se le puede ocurrir cualquier cosa. Es lo que les pasa a mis amigos del boliche “El tío Francisco”, de Colonia y Paraguay: uno dice que habló con extraterrestres y lo invitaron para el verano a recorrer los agujeros negros.
Yo creo que el pastor masón está tratando de mantener contacto con lo divino, pero con lo divino finlandés, quiere oler petróleo hasta asfixiarse, detrás de bambalinas asiente pero le tira los banqueros a Astori, seduce a la Cosse y a la Jara con guiñadas cómplices que las confunden, pobres, por el párpado caído, y le sigue tocando la colita al Cuqui chico. Mis fuentes aseguran que, hasta ahora, por más que sigue la meditación mientras levita, no ha recibido señal milagrosa alguna.
Peor todavía. Su periplo, poco menos que místico, se ha transformado en un fenómeno de posesión. Me soplan al oído que cree, porque entró en trance, que está conversando con entidades divinas a las que debe pleitesía.
Averigüé. Con la única entidad que en realidad ha hablado, y lo sigue haciendo sin tomar conciencia, es con el gaucho payador, el verdadero dueño de la pelota y que es lo más parecido a un chamán de Java, de esos que se pueden convertir en cualquier instante en un animal salvaje, carnicero (¡no, mejor depredador!; carnicero es Zabalza, que en esto no corta ni pincha y rompe las bolas, nomás). O sea que por más meditación y levitación, si el gaucho payador no quiere…
Así los hechos –supuestamente- el país ha caído en una inacción perniciosa.
¿Cómo se sale, lector?
Siguiendo la línea de las reflexiones de hoy, claramente metafísicas, yo diría que vale la pena contratar a un sacerdote houngan haitiano para que haga su típico ritual: enviar las almas del pastor masón y del gaucho payador a aguas purificadoras –no las del río Negro, por las barbas de Mahoma- y dejarlas allí ciento un días lavando sus pecados. El problema es que si después nadie llama a esas almas, las perdemos.
Bueno, tampoco sería el fin del mundo. La Tronca presidiría el país y manejaría a la barra. Total…
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