Mentiroso
-¡Pero ese muchacho es flor de abombado…!
Tal la expresión de mi abuela, hace muchos años ya, mientras, haciéndose la distraída, tejiendo croché, escuchaba la conversación que teníamos cuatro o cinco amigos acerca de la peripecia de un condiscípulo del liceo.
Un insigne pensador como uno, a veces, se ve iluminado por la memoria. Cuando vienen a su auxilio viejos recuerdos, no importa si con una suerte de simbolismo metafórico, le permiten interpretar mejor ciertos hechos actuales.
El abombado –en sabias palabras de mi abuela Honorata, a la que llamaban Juanita, creo que por piedad- tenía un defecto básico. Era mentiroso. Pero hay que decir otra verdad: hasta hoy nadie pudo desentrañar si era mentiroso por abombado o abombado por acumulación de mentiras. Dicho de otro modo, si era abombado en serio o, digamos, pasadito de vivo. O las dos cosas.
A este muchacho lo tuvimos de compañero sólo en segundo año; hubo quien dijo que para pasar desde primero, como cada grado estaba en un salón pegado al siguiente, había hecho un agujero en la pared –era de ticholos de cuarta y se hallaba rajada en reiteración real- y se había sentado con nosotros; ya entonces los profesores reclamaban mejores sueldos, otras condiciones de trabajo, más útiles y demás yerbas, además de hacer paro día por medio, así que cuando advirtieron la situación ya estábamos casi a fin de año.
Bueno, la cosa es que el abombado nunca hizo los deberes. Su cuaderno de notas era una belleza de ceros y cruces y hasta rayas rabiosas de docentes que lo atravesaban de lado a lado. Un día le preguntamos:
-¿Y qué decís en tu casa?
-Que tengo el carné con sobresaliente y hasta me dieron una medalla, pero perdí todo y no me acuerdo dónde.
-¿Y te creyeron?
-Mis viejos me bancan, ni sé por qué, y creen que los demás son tarados. Mi vieja llegó a decirle a papá, para que lo desparramara en el barrio, y sobre todo en el boliche de la gilada, que ella había visto el carné.
-¿Y el viejo?
-Se hizo el oso, como toda la vida. ¡Si no, mamá lo mataba a pedos!
-Pero en el liceo te van a hacer bolsa… ¡Estás mintiendo, loco! Bancátela ahora y listo, en poco tiempo aunque sea el cura de la parroquia te va a perdonar…
-Mamá dice que no, que más que hijo soy un compa y que una mentira repetida cien veces se convierte en una verdad. Creo que lo leyó en un libro que tenía en la mesita de luz. O sea que yo… ¡yo tengo el carné sobresaliente y la medalla y se acabó¡ Y si ustedes me venden cuento todo lo que sé de cada uno y se van a la reputísima madre que los parió!
Usted, lector, a esta altura del relato, estará estupefacto (¿le gustó el vocablo?; es mejor que boca abierta ¿no?). Pero agárrese fuerte, porque la historia del abombado mentiroso no termina ahí. Se ve que el muchacho venía fallado de origen nomás, porque la cagada que hizo después superó todo lo previsto.
Le atacó la compulsión por gastar en cosas que le gustaban. Un día que sus padres no estaban revisó todo y se llevó cuanta guita encontró al paso.
Más tarde se supo: se compró zapatos deportivos modernos, unos jeans todos rajados pero de marca, un reloj Rolex falso a un contrabandista amigo de la familia, agotó los condones de la farmacia del barrio, invitó con piza, fainá y cerveza en una fiesta con nosotros –que entonces éramos inocentes ignorantes- y estuvo yendo una semana al quilombo, pagándole fortunas a la Rosaura, la mina más cara.
La macaneó cuando de abombado mentiroso pasó a fundamentalista: se le acabó la plata y como no le dieron las bolas para afanar a alguien más –aunque corrieron rumores que había achacado a un almacén, nunca confirmados- pidió un préstamo en el Banco República, de donde lo sacaron a patadas en el orto. De lo que finalmente pasó puertas adentro de su casa –eso sí, se oyeron griteríos y golpes por varios días- nunca hubo parte policial alguno. Lo triste que después, cuando se le volvió a ver, ya no le decían abombado mentiroso sino fiambre.
Recapitulando. Esos viejos recuerdos me hicieron mirar circunstancias contemporáneas con otros ojos. Y he debido resistir la tentación de pensar que aquel abombado mentiroso tenía igual apellido a un notorio político vernáculo.
¡Qué tentación, lector! No me diga que usted no ve la relación…
Claro, años ha como ahora, el final de la historia es un borrador.
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