MUSK VS. PUTIN: Ucrania como sala de juegos por Hoenir Sarthou
Elon Musk, el multimillonario “CEO” de la firma Tesla, desafió a Vladimir Putin a “un duelo singular” (en criollo, una pelea mano a mano) en la que “el premio sería Ucrania”.
Sí, leyeron bien. El desafío fue hecho por Musk el pasado 14 de marzo, mediante su cuenta personal de Twitter, en la que etiquetó a Putin y en la que luego siguió jactándose, afirmando a sus interlocutores incrédulos que la propuesta era “absolutamente en serio”.
¿Payasada? Por supuesto, gigantesca payasada. Pero, como es sabido, los payasos suelen revelar en sus payasadas –a menudo deliberadamente- cosas que nadie se atrevería a decir en serio, porque hacerlo traería graves consecuencias.
Hasta donde se sabe, Musk es un miembro relativamente joven (en un ámbito donde ochenta años es la “edad de merecer”) de los estamentos más visibles y probablemente menos encumbrados de cierta élite económica de origen occidental y alcance global.
Como muchos de los miembros jóvenes y ascendentes de esa élite, es creativo, audaz, polifacético, bocón, eficaz y descarado. Entre otras cosas, sus empresas fabrican y venden automóviles eléctricos, lanzan naves espaciales, que él mismo tripula, crean criptomonedas y se dedican a la telecomunicación satelital. Además, personalmente, destina mucho tiempo a hacer declaraciones altisonantes y sorprendentes.
¿Qué mensajes emitió realmente con su desafío a Putin?
Uno puede pensar en exhibicionismo y vanidad personal, o en que esa publicidad casi absurda beneficie a sus empresas, o incluso en la posibilidad de que piense que ese papel protagónico, tipo “Far West”, lo posiciona mejor en el ámbito selecto de los mega ricos. Sin embargo, sea cual sea su intención, el desafío transmite otro mensaje, que podría leerse como: “Miren que nosotros (los que manejamos la economía del mundo) estamos también detrás de esto”.
Si el mundo fuera un “coworking space” de los muy ricos, Ucrania sería su sala de juegos. Desde hace años, ha sido el lugar en que George Soros practicaba su deporte favorito, la especulación financiera, con efectos hacia Rusia (de donde fue expulsado) y hacia el resto de Europa. El lugar en el que los inquietos muchachos de la inteligencia militar de los EEUU, con sus amigos de la industria farmacéutica y armamentista, probablemente más supervisados por el “Tío Bill” que por el “Tio Sam”, jugaban a mezclar virus. Un lugar en el que todos, o muchos, jugaban al ajedrez, con Europa como tablero. Un espacio divertido para que banqueros, mafiosos, espías, especuladores financieros, traficantes de armas y de drogas y diversas bandas paramilitares jugaran, se entretuvieran, ejercieran poder y ganaran dinero a gusto.
A nadie puede sorprender que Volodimir Zelenski, un títere creado y manejado por oscuros intereses financieros, fuera elegido para presidir el reality show de la política ucraniana. Ni que pidiera de inmediato el ingreso a la Unión Europea y a la OTAN. Mojarle la oreja al vecino Oso Ruso es también un juego divertido, aunque no lo sea tanto para los habitantes de Ucrania, ni para los de Europa, ni para los rusos, ni tampoco para los norteamericanos. Porque todos se verán afectados, unos por la guerra, otros por los efectos económicos, y todos por el miedo.
Pero volvamos a Musk. ¿Qué necesidad tenía de hacer tan ostensible su toma de partido? ¿No alcanza con que sus empresas, como todo el sistema financiero, político, empresarial y mediático occidental, incluidos Facebook, Google, Instagram, Youtube, etc., dejen de dar servicios en territorio ruso y bloqueen la información y los capitales y bienes rusos?
La pregunta tal vez pueda contestarse con otras preguntas: ¿Qué necesidad tiene Klaus Schwab de jactarse, dando nombres propios (Merkel, Sarkozy, Blair, Macrón, Gates,Bezos, Chelsea Clinton, etc) , de la cantidad de presidentes, ministros, altos funcionarios políticos y dirigentes empresariales que se han formado en su “Escuela de Jóvenes Líderes Globales” y están ligados al Foro Económico Mundial, que él dirige? ¿Y qué necesidad tiene Bill Gates de anunciar personalmente pandemias o catástrofes y promocionar vacunas y “soluciones” con años de anticipación?
Les voy a dirigir ahora una pregunta directa: Supongamos que cualquier presidente del mundo (Biden, Lacalle, Macrón, Fernández, el que quieran, salvo dos, cuyos nombres me reservo por ahora) saliera a afirmar públicamente algo, y, tras cartón, fuera contradicho por Schwab, Gates o por algún miembro de las familias Rothschild o Rockefeller, ¿a quién le creerían más? ¿A quién tomarían más en serio?
No tengo dudas de la respuesta que se habrán dado. Y eso lo explica casi todo. Llega un punto en que al poder económico le resulta estrecho e incómodo operar por interpósitas personas. Empezaron seduciendo y comprando a los gobernantes. Después pasaron a endeudarlos, amenazarlos, chantajearlos y darles golpes de Estado. Ahora los crían desde pichones en la escuela de Schwab. Pero, ¿es eso suficiente? ¿Realmente necesita el poder económico operar por medio de costosos, torpes o demagógicos gobernantes sujetos a aprobación popular? ¿No será mejor que el mundo se acostumbre a ver y a obedecer a quienes realmente mandan?
El papel político directo adoptado por voceros notorios del poder económico es un fenómeno nuevo. Poderes que antes se ejercían desde las sombras hoy se exhiben pública y mediáticamente, se exponen, se arriesgan y se someten a críticas. Claro, uno puede sospechar que quienes se exponen son socios minoritarios, como Gates, Soros o Musk, gerentes y apoderados de mucha confianza, como Schwab, o empleados meritorios de muchos años, como Anthony Fauci o Tedros Adhanom. Es razonable suponer que, en las escalas más altas del poder económico, haya quienes prefieran la opacidad. Pero una cosa es ejercer poder a través de unos pocos socios y empleados, y otra cosa es tener que lidiar con miles de gobernantes, cientos de miles de integrantes de sus aparatos políticos y millones de votantes.
Dije que hay en el mundo dos gobernantes a los que uno no puede evitar prestarles atención, incluso si lo que dicen contradice a los voceros de los mega ricos. Uno es Xi Jinping, porque China es China. El otro, hasta ahora, es Putin. Porque Rusia es Rusia, y porque Putin es Putin.
Si el poder económico desea asumir poder político, no son tolerables Estados fuertes, mucho menos gobernantes fuertes, y menos que menos gobernantes con pretensiones de liderazgo nacional o regional. Ese mensaje ya le fue dado irreversiblemente a varios gobernantes árabes y africanos, pero también, de otro modo, a Donald Trump, y se les recuerda permanentemente a presidentes como el mexicano López Obrador, o como Bolsonaro, a quien se espera que Lula ponga en su sitio.
Si la guerra de Ucrania es la respuesta de Putin al mensaje que el poder económico le hacía llegar a través de Ucrania, lo de Musk puede ser un alarido destemplado y chapucero, como de aprendiz, que, sin embargo, intenta seguir la melodía y quizá destacar en el coro de voceros de los mega ricos.
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