Home Entrevista Central Natalia Trenchi, psiquiatra infantil: “En un momento creí que íbamos a salir mejores como sociedad”

Natalia Trenchi, psiquiatra infantil: “En un momento creí que íbamos a salir mejores como sociedad”

Natalia Trenchi, psiquiatra infantil: “En un momento creí que íbamos a salir mejores como sociedad”
0

La situación que estamos viviendo nos lleva a preguntarnos cómo nos afecta socialmente y, en especial, a los niños y jóvenes. Buscando respuestas, decidimos hablar con una profesional de la salud mental y Natalia tiene experiencia y credenciales suficientes para ser escuchada.

Por Jorge Lauro y Alfredo García / Fotos: Rodrigo López

 

PERFIL: Nació en Pocitos, hace setenta años. Su padre tuvo una sastrería y fue el sastre de los presidentes. Tiene dos hermanos. Fue al colegio Crandon y luego hizo medicina. Tiene tres hijos varones.

 

¿Cómo surge la vocación por la psiquiatría?

Mi hermano mayor era psiquiatra y creo que me acerqué a la psiquiatría por eso. Hasta que en la carrera llegué a pediatría, que me deslumbró. Ahí me enteré que existía la psiquiatría de niños. Se juntaron las dos cosas y no lo dudé.

¿De qué año estamos hablando?

Empecé el posgrado en 1980.

Plena dictadura. La psiquiatría no era algo bien visto.

No estaba bien vista. Estábamos en un rincón perdido del viejo hospital Pedro Visca, bajo las órdenes de un militar, que no entendía un rábano qué era lo que hacíamos. Hay una anécdota, que no puedo confirmar que sea verdad, pero se contaba, que decía que nos iban a mudar a la zona de traumatología del Pereira Rossell, porque nosotros estudiábamos “los traumas”. No tengo pruebas, pero tampoco dudas. En esa época éramos profesionales universitarios recién recibidos, que entrábamos a un posgrado de psiquiatría. Era un grupo donde era mucha la convivencia, éramos doce o trece. Sin embargo, nadie sabía lo que pensaba el otro. No hablábamos de política. Y cuando fue el plebiscito del 80, al otro día llegamos al hospital y vimos la sonrisa de oreja a oreja de algunos.

Era la contraseña.

Ahí era que empezabas a encontrar hermanos.

¿La psiquiatría infantil te sirvió para educar a tus hijos?

Lo que pasa es que cuando los eduqué no sabía mucho. Hice el posgrado teniéndolos a ellos. Lo que seguramente me sirvió fue el respetar mucho el foco de los niños. Cuando hice el posgrado lo que nos enseñaban era pura cosa teórica, hablar de Freud, de Melanie Klein. Pero que no te servían de nada en la aplicación de todos los días. En el hospital, como estudiantes, presenciábamos entrevistas. Un día, había una mamá con un niñito y me acuerdo de la sensación de que aquella mujer no estaba entendiendo nada de lo que decían y que no le iba a solucionar su problema. Y pensé que yo, cuando trabajara, quería que a mí me entendieran. La teoría analítica imperante en el posgrado no me ofrecía las respuestas que yo quería. Contra la opinión de todos, no me hice psicoanalista, a pesar de haber tenido que dar todos esos exámenes.

¿Qué escuela adoptaste?

La cognitiva, la conductual, en la que nos entramos a formar con un grupito autodidacta, porque en aquel momento no había cursos. De ahí salió la Sociedad Uruguaya de Modificación de la Conducta, que en este momento, y desde hace años, es la que tiene mayor crecimiento en cuanto a número de estudiantes.

¿Por qué le llaman “escuela”, si funciona como secta?

(Risas) No es para nada una secta. Pero hay algunos de esos grupos que sí funcionan como sectas, y es tremendo.

Un psiquiatra dice del otro: “Aquel es de la escuela conductista”.

Te diré que ahora las fronteras son mucho más porosas y flexibles. Aquel momento era de mucha oscuridad también en lo nuestro. Se aplicaba en el psicoanálisis lo que aplicaban los militares en otros ámbitos: “Estás con nosotros o contra nosotros”. Tuve reacciones de mis docentes que marcaron muy bien eso, aunque bienintencionadas. Nadie estaba de acuerdo con que yo estudiara la corriente cognitiva. Les parecía un desperdicio.

¿Cómo se sobrellevó esa lucha? ¿Cuánto se desperdicia de talento?

Mucho. Hoy no es esa la situación. En aquel momento, sí.

Pero no era debido a la dictadura.

No, pero creo que la rigidez mental tenía mucho que ver con la etapa. El conductismo estaba asociado, para alguna gente, con la tortura. Capaz algún conductista aplicó ese conocimiento para torturar, pero no se puede etiquetar. Era bravo. Yo tenía a mi favor el ser muy estudiosa. Me gustaba lo que hacía, y cumplía.                      Un profesor divino de aquella época, cuando me recibí me dijo: “Doctora, yo quiero que usted no se desvincule, nos gusta su manera de trabajar”. Y me dijo que solo me iba a pedir, por favor, que no aplicara violencia.

Hay una historia negra.

Exactamente. Los loqueros. Hay gente que ha querido “corregir” la identidad de género, mostrando fotos de sexo y dando descargas eléctricas. Sí, eso se ha hecho.

La Naranja Mecánica. Mantener dopados a los llamados “locos”.

Pasé un rato por el Vilardebó en aquella época durante el posgrado, creo que tres meses. Se hacían los abscesos de trementina para controlar a los pacientes. Creo que es un desinfectante. Si te lo inyectan, se genera un absceso que duele horrible. Se inmovilizaba a los locos por dolor. Y eso se hacía como práctica clínica. Claro, no existían los fármacos que hay hoy.

Y las lobotomías.

Las lobotomías. No vamos a juzgar con la cabeza de hoy lo que pasó entonces, aunque no estamos hablando de hace trescientos años.

¿Ya en tu formación querías venir a cambiar esa realidad?

¡Ah, sí! Cuando empecé a acercarme a la psiquiatría ya existían los psicofármacos, que cambiaron la historia del mundo. Fíjense que ahora estamos hablando de la desmanicomialización. Impracticable, entre nosotros, pero es algo a lo que tenemos que aspirar. ¿Y eso es gracias a que se ha erradicado la enfermedad mental? No. Es gracias a que hay fármacos que permiten acomodarle las cosas a la gente para que pueda tener una inserción relativamente buena a nivel social, o muy buena, en algunos casos. Cuando yo llegué a la psiquiatría, ya habían empezado esos fármacos, pero en psiquiatría de niños no se usaban. Ahora tenemos que luchar contra el otro oscurantismo.

¿El sobreuso de los fármacos?

El sobreuso y el mito del sobreuso.

¿Hay un mito?

Absolutamente. En la población adulta estamos entre los países donde más se consume benzodiacepinas. diazepam, bromazepam, alprazolam. Eso que toma la gente como si tal cosa. La benzodiacepinas son los tranquilizantes, que la gente usa para dormir, o para estar más tranquila. Van al médico general y lo piden. Y se consume, al perecer en una cantidad impresionante.

Entonces no es un mito.

El consumo de benzodiacepina no es para nada un mito. Lo que es un mito es la sobremedicación de los niños. Ese mito existe.

El tema de la ritalina (metilfenidato).

Por ejemplo, y de tantos otros fármacos. Muchas veces, lamentablemente, uno tiene que usar fármacos para solucionar cosas cuyo origen es otro. Un niño que vive en un cantegril, con una familia desorganizada, en zona de violencia. Vos querés que ese chiquilín vaya a la escuela. Es lo único que podés ofrecerle para ver si lográs romper el círculo. Y en la escuela te dicen que no lo pueden soportar. Cuando yo estaba en el hospital, más de una vez la directora les decía a las madres de los niños, o a quien fuera, que si no se los llevaban medicados ella no los podía aceptar. ¿Estaban bien medicados esos niños? Creo que no, que lo que tenían era una patología social. ¿Lo medico? Si con eso aseguro que vaya a la escuela, sí.

Es un parche.

Es un parche. Casos de esos hay muchos. ¿Qué les vas a decir a esas familias, a cambio, cuando se habla de no medicar? ¿Que vamos a sentarnos con los padres, con los abuelos, con los hermanos, a pensar qué está pasando? Es lo mismo que decirles que se hagan un viajecito a Europa. ¿Qué tenés para ofrecer? Se pueden hacer cosas, y nuestro país, tan empobrecido, es rico en una cantidad de cosas. Es rico en CAIF, en clubes de niños, en muchas de esas cosas que se han generado para ofrecerles algo que no sean fármacos. Después está el mito de que las maestras tienen ritalina y se la dan a todo el que se porta mal. La ritalina es un medicamento que bien indicado puede salvar la vida de un ser humano. Pero para comprarlo es necesaria una receta roja, no verde, que se hace por triplicado y con un recetario que solo nos dan a los psiquiatras, ni siquiera a los pediatras. Es decir, si no lo conseguís legalmente, no sé, tenés que asaltar una farmacia o al Ministerio de Salud Pública. No es de fácil acceso, y las maestras no lo tienen. Pero hay gente que lo cree.

En la prensa se dijo, en un momento.

Absolutamente. Y ahora no se habla desde hace un tiempo porque la pandemia nos ha dado otros temas. Pero, cada tanto, el Piñeyro del Campo, la Colonia Santín Carlos Rossi y la ritalina eran titulares. Y así como fueron titulares se dejaba de hablar y todo seguía igual. Hay una irritante corriente que no entiende el uso de los psicofármacos en la infancia, porque no entiende que la enfermedad mental también existe en la infancia. Es algo que no nos gusta aceptar, porque uno trata de pensar la infancia como una época dorada. Ojalá no existiera. Pero hay niños psicóticos.

¿La enfermedad mental obedece siempre a factores sociales?

No, en muchos casos obedece a factores genéticos. En otros a factores ambientales, pero no tanto de crianza sino, pongamos por caso, de contaminación. Por ejemplo, la contaminación por plomo produce enfermedad mental. Y el uso de alcohol y nicotina durante el embarazo también genera cosas, y eso es algo que se ve en todas las clases sociales. La enfermedad mental existe en la infancia, y asienta en el cerebro. No es algo que esté en el éter y que no podamos definir. Desde que hay instrumentos que permiten estudiar el cerebro, podemos ir acercándonos a detectar que, por ejemplo, en un trastorno obsesivo compulsivo hay alteraciones en los núcleos grises de la base. Algunos se pueden ver, en otros casos son moleculares, y en otros químicos. Pero ahí está el problema, y ahí es a donde tenés que ir a solucionar para poder aliviar a ese tipo al que, si no lo ayudás con un fármaco, puede terminar enchalecado. En otros casos, no. Alguien que está deprimido porque se le murió un ser querido no tiene que tomar medicación.

A veces toman como forma de escape al dolor.

Como una anestesia. O porque culturalmente hay mucha intolerancia al dolor y al sufrimiento.

¿Por qué?

Imaginate simplemente a un niño llorando. “No llores, vamos a hacer algo que te divierta”, le dicen. ¿Por qué? Dejalo llorar. Puede estar triste, puede estar enojado o angustiado. Pero no, se le dice: “No hablemos de esto, que nos pone tristes”. Ese tipo de cosas. Hablamos del tema de la pandemia y de lo que ha pasado con la salud mental en este período. Muchas veces se dice que ha aumentado la depresión, hablando de niños. No, no ha aumentado la depresión. Lo que ha aumentado es la tristeza, porque han perdido una cantidad de cosas. Pero la tristeza no es depresión. Es normal que esté triste un niño que no va a la escuela, que no ve a sus amigos, que está encerrado, que ya no sabe qué más hacer dando vueltas en la casa, y que puede tener una familia que se ocupe bien o que se ocupe mal. Y eso es normal. Lo que me preocuparía es que no se les moviese un pelo.

Que fueran insensibles al cambio.

Claro. Ahora bien, si ya estaba deprimido o tenía una vulnerabilidad a la depresión, eso puede haberse profundizado. Pero la tristeza que mayormente hemos visto en los niños en este tiempo no es depresión, es tristeza, o “languidecimiento”, como le llaman ahora los del norte, a los que les encanta poner nombres a las cosas.

Diferenciaste tristeza de depresión. ¿Cómo se identifica una y otra?

Buena pregunta. La tristeza es una emoción normal, que forma parte del repertorio normal, como el enojo, la vergüenza, la culpa. La depresión es un cuadro clínico que además de tristeza tiene alteraciones de sueño, de alimentación, pérdida de la capacidad de experimentar placer. En la depresión pueden aparecer ideas de muerte. Desesperanza. Una visión negativa de uno mismo, del futuro. Es mucho más que tristeza. Cuando alguien dice que está deprimido porque se peleó con la novia, no, no está deprimido, está triste. Estar deprimido es otra cosa. Es normal estar triste si perdiste algo que querías, o si no podés ir a la escuela, si estás encerrado, si ves que tu madre y tu padre se pelean todo el día. Es normal estar triste, pero eso no impide que, si te juntás con amigos, te recontra diviertas, que te siga gustando dibujar o jugar a algo. Son cosas diferentes. La depresión es un trastorno.

Que incluye tristeza.

Sí, aunque, en los niños, a veces, no incluye tristeza. En los niños, a veces, lo que se ve es irritabilidad, no tristeza. Quejas, rezongos, nada les viene bien. Muchas veces en los niños ese es el equivalente de la tristeza.

¿Es un fenómeno de la mente o es química?

Las dos cosas. Los pensamientos y las emociones son químicos.Una depresión puede venir, por ejemplo, porque en tu plan genético tenías que ibas a tener poca serotonina. Y capaz ahí te deprimís sin que te pase nada. O puede ser que un hecho de la vida te sacuda y te genere el bajón de la serotonina. Hay depresiones que van de adentro para afuera, y otras que vienen de afuera para adentro.

Una vez retomadas las condiciones de poder socializar, ¿esa tristeza va a desaparecer?

Exacto. Nunca había visto niños desesperados por volver a la escuela. A nivel de los niños se ha generado una revalorización de la escuela, de la maestra, del aula. Cuando volvieron, hace poquito, se abrazaban. Una maestra contó que un niño llegó y le dio un beso a la pared. Al volver, recuperan lo que habían perdido.

¿No van a quedar secuelas?

No se puede generalizar. Hay chiquilines a los que esta vivencia puede dejarles secuelas. Algo que sí ha aumentado mucho es el tema de la violencia intrafamiliar, y eso sí va a dejar secuelas. La violencia nunca es gratis. Había funcionamientos familiares que permitían disimular o no visibilizar el problema, y las cosas estaban acomodadas de tal modo que eso no molestara tanto. Pero al estar juntos de forma obligada… O en situaciones de crisis económica, de pérdida de laburo. Hubo gente que no pudo con eso. Y los uruguayos somos muy violentos.

¿Cuánto influye que la gente esté hacinada?

Cambió todo. Hay una frase que empecé a decir, porque la leí en algún lado: todos estamos atravesando la misma tormenta pero en diferentes barcos. No pienso solo en el hábitat sino también en el clima familiar y en cómo te encontró esta situación. Un lugar con hacinamiento, con promiscuidad, con violencia, y sin escuela, es una bomba.

Con computadora con conexión todo el día, para que se entretengan en algo.

Absolutamente. Con conexión todo el día y con antivalores inyectados a través de las pantallitas. Matar, robar, abusar del más débil.

Son los valores de los juegos virtuales.

Juegan a matar, a veces al contrincante, otras veces al que sea distinto. Hay juegos en los que ganás puntos atropellando embarazadas o viejas.

La pandemia afecta a todas las clases sociales, pero de diferentes maneras a unos y a otros.

Claro. Y hay gente que lo pudo sustituir con empleadas que atiendan a los hijos. Otros se quedaron adentro con los hijos y descubrieron maravillas. Conozco familias que me dicen que pasaron notable, que se dieron cuenta que nunca habían compartido el hacer tal cosa o tal otra. Hubo gente que la pasó muy bien, que pudo reencontrarse. Al principio de la pandemia se agotó la levadura en los supermercados. La gente empezó a hacer pan. Me pareció genial, fue una conducta de tribu, el ponerse a amasar.

Volver a las raíces.

Volver a las raíces, con los gurises alrededor. Eso es bárbaro, son experiencias buenas. Pienso en qué va a pasar de aquí a veinte o treinta años, cuando los niños de hoy recuerden esto. A los padres les digo que piensen en cómo quieren que los chiquilines los recuerden cuando sean adultos. Algunos van a poder decir: “¡Qué cracs mis padres, cómo aquella noche que llovía armamos botecitos de papel!”. Mis hijos, hoy hombres grandes, se acuerdan de los apagones que había en aquella época, que se transformaban en días de fiesta. Hacíamos crayola quemada con las velas. Los llamábamos dibujos colectivos. Era una fiesta. Algunas cuarentenas, para estas familias, implicaron experiencias como esa, algo que los niños van a recordar como calor de hogar. Otros lo van a recordar como el momento en que sus familias implosionaron.

Depende de cada realidad, pero también se pueden sacar experiencias positivas.

Sí. Creo que tenemos que convocar a dejar de quejarnos y poder aprovechar cosas para bien. Estaba escuchando un audiolibro sobre la guerra civil española, donde la gente se refugiaba cruzando la frontera con Francia. “La gran siete, y nosotros nos quejamos”, pensé. Tenemos acceso a internet, en este bendito país. Tenemos otro confort que antes no teníamos. No estoy hablando de la cantidad de gente que sé que la pasa horrible. Pero, a nivel global, tenemos más confort del que se tenía. Quejarnos de que estamos aburridos es una frivolidad. Si estás aburrido, buscá qué hacer. Pero no me jorobes. Por estar aburrido no podés correr riesgos, o hacérselos correr a otros.

¿Por qué en la sociedad se siente que hay que desterrar el aburrimiento?

Como si fuera un pecado, como si cuando te aburrís te pudiera pasar algo horrible. El concepto de aburrimiento es relativamente nuevo en la historia. No existía como concepto. Cuando empezó a nombrarse, era como algo sumamente mal visto. Si llegabas a ese estado, era porque eras un inútil, porque no servías para nada. Después el aburrimiento pasó a ser hasta un valor de las damas o los señores que no tenían nada para hacer y se juntaban a jugar a las cartas. Hasta nuestros días, en que parece horrible si no estás haciendo algo todo el tiempo, y que si un niño les dice a sus padres que está aburrido eso los hace sentir los peores padres del mundo, y que rápidamente tienen que hacer algo para solucionar esa situación.

También está el tema de que no se pueden sentir frustrados.

Está muy mal vista. Hay terror a la frustración. Me pasa permanentemente.

¿La frustración no es parte del crecimiento?

Por supuesto. ¿Conocen a algún adulto que no tolere la frustración? Sería un desastre. Y la frustración solo se tolera si hay experiencias precoces, saludables y amorosas que te van permitiendo desarrollar recursos y aprender que la frustración no te mata. Podrás querer mucho tener el mismo celular que tiene tu amigo, y que te morís de ganas y que un día capaz que hasta llorás por eso, pero que al otro día te das cuenta que el mundo siguió y que agarraste una pelota y jugaste al fútbol y fuiste tan feliz como cualquiera. Pero hay miedo a la frustración, sí. Hay miedo a que los niños sufran. Y en eso capaz que la psicología ha tenido su culpa, con el “no lo traumes”, “no lo reprimas”. Esas cosas están bien, pero con sentido común.

Los límites son imprescindibles.

Y poner límites no es reprimir. Vivimos en una sociedad violenta y punitiva, donde cuando tenemos un problema lo queremos solucionar con punición. Si tenemos un problema con los infractores, se dice que hay que aumentar las penas. ¿No será mejor cerrar la fábrica de infractores? La sociedad clama por aumentar las penas. Si un niño se porta mal, se dice que es porque le faltan límites. Y cuando alguien dice que le faltan límites está diciendo que le falta que lo repriman, que le falta castigo, cuando en realidad poner límites es enseñar por dónde van los caminos. Poner límites es enseñar a vivir. Es decir que en casa no gritamos, que en casa nos hablamos bien. Eso es poner límites.

¿No se le echa la culpa a la psicología de no poner límites, de terminar con el cachetazo educador de antes? La psicología desterró la alpargata.

Alpargatas, cinturón. Porque venimos de una sociedad que acepta el castigo como reprimenda, que acepta el castigo físico como medida correctiva. Las cifras de violencia intrafamiliar hacia los niños acá son enormes. Más de la mitad de los niños sufren violencia, y sobre todo violencia psicológica. El: “Te voy a mandar al asilo”, el: “Me voy a ir y no me vas a ver más”, el: “Vas a hacer que nos divorciemos”.  El tema es utilizar el castigo o el miedo para manipular al niño.

¿No es todo premio y castigo en la educación?

No. Son muchas las cosas que están involucradas pero, si tuviera que elegir una, te diría que es la conexión, el mente a mente, el relacionarte, el conectar y convivir. Así es que los chiquilines van aprendiendo las cosas. Aparte, vas a tener que hablar, que explicar, que rezongar, en algún momento, y vas a tener que poner alguna consecuencia lógica, si pediste que no agarraran la tacita y la agarraron, y vas a tener que hacer desaparecer la tacita hasta que el niño aprenda a aguantarse las ganas de agarrar la tacita. Eso también forma parte, pero nada de eso sirve si no hay conexión mente a mente, los lazos invisibles que nos unen. Ahí es donde está el secreto de que las cosas funcionen.

¿Qué le falta a esta sociedad? ¿Escuelas para padres?

Creo que lo que le falta a la sociedad es que los padres entiendan que criar niños es una gran responsabilidad. Cuando nos criaron a nosotros, era una papa. Cuando yo crié a mis hijos, seguía siendo fácil, y hasta que fueron adolescentes no tuve que luchar con el tema de la computadora. Ahora padres de niños muy chiquititos te dicen que tienen que esconder el celular. Niños de dos o tres años. Y, sobre todo, como venimos de una tan mala cultura de crianza, donde abundaba el zapatillazo, el cinturonazo… “¿Lo dejo hacer lo que quiera?”, es lo otro que te preguntan. No, mi querido. No es una cosa o la otra. Es educar sin violencia. Hay que enseñar de esa manera, porque no la aprendimos de nuestros padres ni de nuestros abuelos. Por eso es que funcionaría una escuela de familia, porque creo que también hay que englobar a los abuelos y a todos los adultos que están involucrados. Creo que tendría que haber, con las tasas de divorcio que tenemos en Uruguay, una asesoría para parejas que se separan, para poder tramitar los conflictos sin hacer pelota a los niños.

Muchas veces son rehenes.

Y no depende de lo inteligentes que sean los adultos, ni de lo buenas personas que sean. Es una especie de locura que los invade, y hacen cosas que no podés creer. “Yo sé que no vas a estar de acuerdo, pero le tuve que decir que el padre se fue porque me engañó con fulanita”, me han dicho. Y si pregunto por qué se lo tuvo que decir, me dicen que porque era la verdad. No importa.

¿No hay inteligencia emocional?

En parte. No hay verdadera formación de madurez. Creo que como hemos sido muy criados en el premio-castigo es que no tenemos mecanismos de autorregulación. A alguien que se nos cuela en una fila no sabemos decirle que la cola empieza acá y termina allá, de buena manera. O nos callamos la boca y masticamos la rabia o nos mandamos un exabrupto. No tenemos buena capacidad de autorregulación, como pueblo.

El que se educó en la violencia después tiende a reproducir esa violencia.

Es más probable, pero no es un destino seguro.

¿Y viceversa? Que el que no sufrió violencia pueda ser violento.

Tampoco es seguro. Hay un investigador italiano que se fue a vivir a Estados Unidos, que me gusta mucho, James Garbarino, que hizo una investigación con un grupo grande de bebés, dividiendo a los que estaban sujetos a maltrato precoz y a los que no, con la hipótesis de que a los cinco años los que habían sufrido maltrato iban a ser más agresivos, y que los que no habían sufrido maltrato iban a ser menos agresivos. Confirmó que la mayoría sí, pero que muchos de los que habían sufrido maltrato pasaban al grupo de los que no eran agresivos, y que muchos de los que no habían sufrido maltrato eran agresivos. Ahí se puso a estudiar qué era lo que generaba esos cruzamientos, qué factores de protección podían existir para que niños criados en la violencia no fueran violentos y qué factores de riesgo existían para que, aun en ausencia de violencia, un niño fuera violento. Concluyó que muchas veces la presencia de un solo adulto cálido, contenedor y que se conecte con ese niño lo puede salvar. A veces esa persona es una abuela, una vecina, una maestra. Una sola persona puede cambiar el curso. Y como factores de riesgo que empujan a la violencia identificó la cultura imperante de la violencia. Niños que de repente no habían sufrido violencia directamente en su núcleo familiar pero que son criados en una sociedad violenta. Como esto fue hecho en Estados Unidos le daban mucha bolilla al acceso a armas. Ahora nosotros tenemos también ese problema. El acceso a las armas aumenta mucho el comportamiento violento, y somos una de las sociedades más armadas de los últimos años.

La naturalización de la violencia.

Garbarino se preguntaba cuántos de nuestros niños, hoy, en sus casas, no están siendo sometidos a un plan de desensibilización frente a la violencia. Y eso que en aquel momento los juegos estaban mucho menos extendidos que ahora, y jugaban solo los adolescentes, y eran mucho menos realistas. ¿Todo el que juegue a esos juegos va a ser un asesino? No. Pero los que tengan algún tipo de vulnerabilidad sí la van a estar alimentando. Porque no estamos hablando de la violencia en caliente. “Maté una vieja”, dijo una vez un paciente en el hospital cuando le preguntaron si sabía por qué estaba ahí.

¿No hay ningún movimiento para frenar este tipo de cosas entre los niños?

Hay, desde la academia. Hay toda una corriente en cuanto a parar esto. En la prepandemia hablábamos de cero minuto de pantalla para los niños menores de tres años, y luego no más de media hora, y viendo qué contenidos. Poca bola de los padres. ¿Qué querés que te diga? Yo entiendo que debe ser una tentación muy grande querer leer, cocinar o hablar con tu marido y darle una pantalla al niño que está rompiendo los cocos, para hipnotizarlo al instante, para desactivarlo. Lo entiendo. Pero les hace mal.

Últimamente se dice que la pandemia les resultó peor a los adolescentes que a los niños. ¿Es verdad?

Creo que sí. Los niños todavía tienen mucho para vivir interiormente, en la familia. En la adolescencia la parte más importante del partido se juega con sus pares, fuera de sus casas, saliendo y convalidándose frente a los ojos de sus iguales, generando su subcultura. Y esa se la perdieron.

Bueno, tienen el Zoom.

Sí, pero igual no es lo mismo. Hay posibilidad de tener novio por internet, pero todos sabemos que hay cosas que no se pueden hacer por internet. Se lo han perdido, junto a otra cantidad de cosas. Los adolescentes son los que han estado más encerrados, más tristes. No aumentaron los suicidios, al parecer. Pero hay algo que no es fácil de medir y que son las ideas suicidas. Tengo la sospecha de que eso sí aumentó.

¿Por qué se le da tan poca bola a la salud mental en el país? ¿Funciona eso de mens sana in corpore sano?

No, no funciona.

Hay desatención.

De veinte años a esta parte, estamos infinitamente mejor. Cuando yo empecé no había psiquiatras de niños en las mutualistas. Ni que hablemos en el interior. Ahora hay. En un sistema malo, con quince minutos por paciente, sí. Nosotros no necesitamos aparatos, pero necesitamos tiempo, que el sistema, que es malo, no lo da.

El tratamiento está a disposición de los que pueden pagar.

Todavía en nuestro país, que tiene una buena salud pública, igual la salud sigue siendo una mercancía. El que tiene plata tiene mejor asistencia que el que no tiene. Pero te voy a decir que el que la tiene peor no es el que no tiene plata. Creo que hay un grupo intermedio. A nivel hospitalario las cosas son mucho mejores que en muchas mutualistas. Si estás en un seguro o en el hospital, capaz ahí estás mejor. Hay un terreno intermedio donde se está mal en salud mental, aunque mucho mejor que hace veinte años.

Hoy hay psicólogos en las sociedades médicas. Antes no había.

Y te dan seis meses de terapia. Eso es desde hace seis, ocho años. No existía, y hoy existe, y estamos mucho mejor. Pero igual la salud mental sigue siendo la Cenicienta, aun para el resto de los médicos. Pasa permanentemente con las anoréxicas. Dejan de menstruar y las llevan al ginecólogo, que les dice que no tienen nada, que se queden tranquilos. ¿No tienen nada? No tienen nada en el aparato genital, pero tienen un trastorno en la alimentación. Nadie valora del todo realmente la salud mental.

Está como dividido en chacras.

Tenemos que entender de una vez por todas que la enfermedad mental está en el cerebro, que tiene un asiento biológico. Hasta que no entendemos eso pensamos que lo mental está por un lado y el resto de la salud por otro, y no es así. Todos somos uno.Todo es psicosomático. Una gripe te va a hacer peor si estás deprimido.

Cuando vienen las elecciones, los políticos hablan de planes en salud mental. Nunca se llega a cumplir.

Nunca. Habrán visto pila de campañas contra el dengue. Me parece bárbaro. Quisiera que hubiera una campaña mediática contra la violencia intrafamiliar. Pero resulta más importante el dengue, para las autoridades. Y eso ha pasado con gobiernos de todos los colores.

¿Qué enfermedades mentales tienen mayor casuística en Uruguay?

En la infancia hasta hace un tiempo por lo que más se consultaba era por trastornos de humor y de ansiedad. Miedos y esas cosas. Y trastornos de conductas, con niños que se portan mal, que son inquietos y revoltosos. Y en los últimos años ha habido una revolución del autismo, de los trastornos del espectro autista.

¿Antes no existían o no se detectaban?

Las dos cosas. Por un lado, se pensaba en autismo solamente en cuadros graves. Cuando aparecía uno en el hospital nos llamaban para que lo viéramos, porque era uno en veinte mil. Hoy se considera que cada setenta nacimientos nace un niño con trastorno del espectro autista. Se ha ampliado, y hoy se consideran dentro de ese espectro niños que antes te perecían simplemente raros, o maniáticos. Como en la escuela igual aprenden, no importaba que después se pasara poniendo en fila los autitos, por ejemplo. Muchos no eran diagnosticados. Pero aparte de eso creo que además hay más trastornos del desarrollo por un tema ambiental. Se está estudiando la contaminación, de todo tipo, en los alimentos, en el aire que respiramos. Al parecer el humo de los autos tiene algo que puede ser tóxico en las embarazadas. Y otra cosa de la que no se habla, y que no tengo idea que se esté estudiando, es la contaminación de ondas.

El 5G.

El 5G y el 3G. Vas con el celular y te van apareciendo ciento de miles de redes.

¿El autismo tiene solución?

Hay trastornos del espectro que evolucionan bien. Incorporan fortalezas y marchan muy bien. En otros casos severos, no. Y hay diferentes causas. Hay causas genéticas muy marcadas, como el síndrome X frágil que es generador de autismo y eso no tiene cura. Se los puede rehabilitar, pero…

Pero no existe la pastilla milagrosa.

Ni la pastilla ni el tratamiento, ni el cloro con el que anda un alemán currando gente por el mundo. Tremendo. Y hay miles de investigaciones, se está investigando muchísimo en autismo.

¿El asperger es un trastorno autista?

Sí. No se conocía. Y ahora que lo conocemos, pienso en la cantidad de casos que me comí en mi vida. No solamente de pacientes sino de conocidos.

¿Porque son más inteligentes?

Hay algunos que son muy inteligentes, pero no todos. Lo de Rain Man, con Dustin Hoffman. He tenido pacientes con calendarismo, que de repente no saben sumar, pero les decís: “10 de abril de 1926” y te dicen: “Martes”.

El bullying es un fenómeno más reciente.

Lo que es más reciente es el nombre. Tiendo a pensar que siempre existió, pero que ha ganado en intensidad. Hay algunos tabúes que los niños perdieron y que no estaban del todo mal. Hace un tiempo tomé contacto con una niñita que no tenía papá, y la mamá se había muerto. En ese momento la niña tenía seis años. “Ahora mis compañeros se van a reír más de mí”, me dijo, “Se burlaban porque no tenía papá y ahora se van a burlar porque no tengo ni papá ni mamá”. Si yo me retraigo a mi infancia, cuando era una tarada, pienso que nunca nos hubiéramos burlado de alguien que no tuviera padres, o que tuviera un defecto físico. Mirábamos para otro lado, de repente. No te hacías amigo del que tuviera un defecto físico, de repente, pero había cierto tabú con algunas cosas y que controlaban algunos comportamientos.

¿Y esa pérdida de empatía a qué se la atribuís?

Seguramente a este efecto de la vida moderna y el debilitamiento de los vínculos cercanos de las familias, de eso que solamente se puede transmitir explicándoles a los niños que algunas cosas no le pueden decir al otro.

¿Cómo afectó a la sociedad el ingreso masivo de la mujer al trabajo?

Todavía no lo tenemos solucionado.

La mamá era la que estaba permanentemente transmitiendo los valores.

Claro. Las mujeres nos estábamos sacrificando haciendo eso. Y había una mayor cercanía y preocupación por ese tipo de cosas. La salida de las mujeres de las casas todavía no se ha reemplazado por un buen sistema que permita que la cosa siga bien. En otros países sí las hay, pero en estos países no hay buenas políticas para cubrir a los padres y madres cuando tienen hijos, con horarios acotados, con guarderías en los lugares de trabajo para tener a los niños cerca. No es un tema que esté aún bien solucionado. Todavía sigue cayendo en las espaldas de las madres que trabajamos afuera y tenemos que seguir trabajando adentro. Y no se puede cumplir bien con todos esos roles, es humanamente imposible, especialmente en los primeros años de crianza.

Los primeros años de la infancia son determinantes.

Sí. Eso no quiere decir que las cosas que pasen en esos años no tengan arreglo, porque por suerte el cerebro es plástico y uno puede corregir y sobrellevar cosas, pero mucho mejor es empezar con una buena base.

Si pudieras darles a los padres tres consejos para que sus hijos tengan una buena salud mental, ¿cuáles serían?

A los hombres y mujeres jóvenes les diría que tener hijos no es obligatorio, que los tengan si realmente piensan tomárselo en serio y comprometerse en la tarea, que es sumamente exigente y cansadora, y que requiere mucha responsabilidad. Es lo mejor del mundo, pero durante muchos años no van a dormir en paz, y van a gastar una fortuna en vestir, cuidar y alimentarlos. Y van a tener que renunciar a las siestas, a las salidas con los amigos. Les diría que, si lo van a hacer, lo hagan a sabiendas de que por unos años van a tener que postergar algunas cosas.

Estás promoviendo la implosión demográfica.

Capaz. Pero prefiero que haya menos y mejores. La otra vez le pregunté a una mamá de mucho dinero y con muchos hijos que cómo comía su hijo. Me dijo que ni sabía, que ella odiaba comer con niños y que en su vida había comido con sus hijos. ¿Sabés con cuánta culpa me lo dijo? Con cero culpa. Nunca se enteró de que eso podía ser importante. Les diría eso, que, si lo van a hacer, que lo hagan bien. Y después les diría que lo más importante que tienen que cuidar es el activar el sistema de leer a los hijos, de hacer conexión y de poder entender que cuando a los dos años tenga una rabieta lo que está queriendo decir no es que te quiere joder la vida y amargarte el momento, sino que no está pudiendo con lo que le pasa, y que necesita que alguien haga algo. Y a eso es a donde tendrían que apuntar las escuelas, a aprender a leer a los niños para entenderlos y poder actuar mejor, en consecuencia. Si en la rabieta entendés lo que está pasando, entonces no vas a pegarle cuatro gritos y una patada en el traste, sino que vas a tratar de calmarlo. Entender las cosas te ayuda a reaccionar mejor. Y les diría que otra cosa que los padres tienen que hacer es reconfigurar lo que los padres creen que tienen que ser los roles del padre y de la madre. Nos dijeron que padres y madres tenemos que hacer que los niños sean educados, cuando nuestro rol es otro, es crear seres humanos mentalmente fuertes, proveyéndolos de experiencias de vida que los vayan fortaleciendo, con frustraciones, con expresiones de alegría, de tristeza.

¿Por qué dos hermanos criados en la misma circunstancia, pueden salir opuestos en infinidad de cosas?

Porque la crianza no lo es todo. Ya traemos un bagaje. Y porque además nunca es igual. Aunque sean hermanos mellizos, se habla de un entorno compartido y de otro no compartido. Nunca es igual lo que le das a un hijo y a otro. Podés ser muy justo y no hacer diferencias, pero siempre es distinto. Y aparte está la constitución genética, que marca muchísimo.

¿Qué juicio te merece el INAU en su funcionamiento como institución?

Sobre todo, en los últimos años ha tenido una labor fantástica, invisible para la sociedad, por ejemplo, a través de los CAIF, a través de los clubes de niños. Este es otro tema que cada tanto sale en la prensa, cuando no hay otro. Se habla del INAU cuando hay que hablar de los infractores. Pero el INAU hace muchas otras cosas, muy bien hechas. Creo que de todas maneras hay demasiado trabajo para esa institución, que hace agua por veinte mil lados, y que hay que mejorar ochocientas mil cosas. Es muy grande la tarea. Pero se han hecho cosas muy importantes.  El INAU hace muchas cosas buenas de las que ni nos enteramos, y recoge deshechos de lo que el resto de la sociedad se manda.

¿Cómo salimos de la pandemia como sociedad?

No tengo ni idea. Con más conciencia de la incertidumbre. Siempre tuvimos una vida incierta, pero ahora nos cacheteó. Creo que lamentablemente nos va a encontrar más radicalizados. No me gusta la respuesta social que estamos teniendo de que si decís que hay muchos muertos estás en contra o que si decís que la vacunación va rápido estás a favor. No me gusta eso. Me parece que nos faltó conciencia de manada. Se habla mucho de inmunidad de manada, pero nos está faltando esa otra. Estamos todos en la misma, guardemos las banderitas para después. Lamentablemente me parece que nos va a encontrar más enfrentados. Y ojalá salgamos de esto. Todavía no sé si vamos a salir.

Menos consumistas, capaz.

¿Vos decís?

Muchas cosas que parecían importantes no lo son tanto.

Creo que mucha gente llegó a esa conclusión. Pero conozco gente que ya se está yendo de paseo a Miami, a España. Gente que está en la gatera esperando a poder hacer exactamente lo mismo que hacía antes. Debe haber de todo, pero hay gente que no aprendió nada.

O sea que la nueva normalidad es un mito.

Ah, sí. Digo, no va a ser un mito porque vamos a tener que seguir usando tapabocas, porque vamos a tener que tener mucho cuidado en otras cosas. En un momento creí que íbamos a salir mejores como sociedad. La verdad es que no sé si es que me agarra en una etapa de bajón, pero ya no creo que salgamos mejor de esto. No lo estoy viendo. Capaz ando demasiado en las redes y eso me tiene un poco intoxicada. Pero a veces ves cada cosa… “No entendiste nada”, pensás.

POR MÁS PERIODISMO, APOYÁ VOCES

Nunca negamos nuestra línea editorial, pero tenemos un dogma: la absoluta amplitud para publicar a todos los que piensan diferente. Mantuvimos la independencia de partidos o gobiernos y nunca respondimos a intereses corporativos de ningún tipo de ideología. Hablemos claro, como siempre: necesitamos ayuda para sobrevivir.

Todas las semanas imprimimos 2500 ejemplares y vamos colgando en nuestra web todas las notas que son de libre acceso sin límite. Decenas de miles, nos leen en forma digital cada semana. No vamos a hacer suscripciones ni restringir nuestros contenidos.

Pensamos que el periodismo igual que la libertad, debe ser libre. Y es por eso que lanzamos una campaña de apoyo financiero y esperamos tu aporte solidario.
Si alguna vez te hicimos pensar con una nota, apoyá a VOCES.
Si muchas veces te enojaste con una opinión, apoyá a VOCES.
Si en alguna ocasión te encantó una entrevista, apoyá a VOCES.
Si encontraste algo novedoso en nuestras páginas, apoyá a VOCES
Si creés que la información confiable y el debate de ideas son fundamentales para tener una democracia plena, contá con VOCES.

Sin ti, no es posible el periodismo independiente; contamos contigo. Conozca aquí las opciones de apoyo.

//pagead2.googlesyndication.com/pagead/js/adsbygoogle.js
Semanario Voces Simplemente Voces. Nos interesa el debate de ideas. Ser capaces de generar nuevas líneas de pensamiento para perfeccionar la democracia uruguaya. Somos intransigentes defensores de la libertad de expresión y opinión. No tememos la lucha ideológica, por el contrario nos motiva a aprender más, a estudiar más y a no considerarnos dueños de la verdad.