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Natura por Jorge Alastra

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La naturaleza nos cobija o nos azota. En las últimas décadas es el centro de la preocupación de los gobiernos mundiales; pero más allá de posiciones políticas los activistas ecológicos y las organizaciones pequeñas, las ONG interesadas en preservarla, son los que trabajan de verdad en este tema trascendente para la humanidad.
Yendo estrictamente a la música, la naturaleza ha estado siempre presente en la obra de los compositores sinfónicos y de cámara, y en la música popular. Vamos a referirnos a algunas canciones escritas en Uruguay que la han tomado como tema central, o por lo menos, a un fragmento de ella.
En el disco «Cuerpo y Alma» (1984) de Eduardo Mateo aparece una canción enigmática cerrando el disco y dejando una enorme pregunta, porque en ella no aparece el autor como compositor ni como intérprete. Pippo Spera es quien toca y canta acompañado en voces por Susana Bosch. La canción parte de un poema de Mateo, «El Airero», que Pippo insertó en una música preexistente. Aunque parezca poco creíble la historia es cierta. La música estaba compuesta antes y cuando Mateo le entregó el poema a Pippo, solo tuvo que cantar aquellos versos sobre su propia música. El destinatario del poema de Mateo fue un bosque espiritual y a la vez concreto: el Jardín Botánico del Prado. El texto es maravilloso en toda su dimensión. Hay una (re)creación de un idioma que no es el castellano, como si a Mateo no le alcanzaran las palabras y debiera inventarlas para nombrar lo inefable (“A llegos sosiegos celesteros rezan/ Plegarias y en aras los árboles quietos/ Llegares ya saben de aquí a poco tiempo») En el centro de poema hay amor y “respeto y belleza a un bosque en el tiempo». La música, de una melancólica paz, abraza al poema y lo reafirma.
El compositor y cantante Hugo Rocca (1962) fundador del proyecto de tango contemporáneo «Caníbal Troilo” (PCT), escribió junto al multiinstrumentista Nicolás Mora (1967) una bellísima canción que forma parte de un álbum a dúo «Ángeles paganos» (2024). El tema refiere a unas misteriosas flores crecidas al borde de la vía férrea en un andén abandonado («Las flores exiliadas/ al borde del andén/ inmóviles viajeras/ de cada amanecer «), canta delicadamente la joven intérprete Ana Carina Clavijo. El texto de «Flores Danzantes» -conciso pero hondo- describe un estado de extrañeza y de soledad que la música «valseada» redondea de manera sensible («Se estiran como garzas/ Las flores exiliadas/ Jugando a suicidarse/ En noches estrelladas”) Aquí la naturaleza es la excusa para hablar de la marginalidad que trae consigo un sentimiento de melancolía. Con otra óptica -pero en la misma dimensión que la composición de Rocca y Mora- está el poema de corte nativista de Romildo Risso «Aromo «. Risso (1882-1946) es un notable poeta uruguayo injustamente relegado y que mantuvo una importante amistad con Atahualpa Yupanqui. El maestro argentino musicalizó, entre otras obras, la legendaria “Los ejes de mi carreta”. En el libro «Aromo» (1934) aparece el poema, que es de una sobriedad que asusta y lo dice todo descarnadamente: «Hay un aromo nacido/ En la grieta de una piedra/ Parece que la rompió/ Pa’ salir de adentro de ella». El árbol sobrevive lejos del amparo de la sociedad vegetal y esa resistencia y fortaleza es la envidia de las otras especies, que desconocen el dolor interior de vivir a la intemperie y en soledad (hay una alusión potente al universo del «matrero”; el individuo que decide vivir al margen del Estado sufriendo las consecuencias de su elección vital)
En el disco “El trigo de la luna” (1989), Eduardo Darnauchans le dedica una canción a su hermana que es una de sus mejores creaciones y quizá de las menos conocidas. “1959” es una sencilla y sensible balada (“En el invierno/ Cuando los campos tristecen/ Tramo esta canción/ Pensando en vos”). Las diferentes estaciones y la cita a los distintos cambios en la naturaleza son la escenografía perfecta para hablar desde el afecto (“En primavera/ Cuando haya verde en los tilos/ Diré lo que pienso/ En mi canción”). El poeta describe sutilmente el paso del tiempo y remata con un apunte melancólico (“En el otoño/ Entre las hojas doradas/ La escucharás/ Y quién sabe / (…) / Si podrá gustarte”).
Lucio Muniz (1939- 2017) fue un prolífico poeta olimareño con una importante obra frecuentemente interpretada por grandes nombres de la música uruguaya. Además de poeta fue artista plástico y músico (su guitarra aparece en la mítica grabación original de “Milonga para una niña”) Estuvo en un momento difícil internado en el hospital Maciel. En el establecimiento existe una enorme magnolia. Lucio le dedicó una de sus canciones emblemáticas: “La magnolia del Maciel”. Aparecida en el disco colectivo «Vertientes» (1983), y sobre un ritmo de son, Muniz homenajea poéticamente a la planta centenaria («La magnolia solitaria y centenaria/ como un símbolo de vida retiembla erguida») En el texto, Muniz es el paciente que observa desde un lugar privilegiado aunque involuntario («y anda el pajarerío, vibrante río/ vistiéndola de gala con canto y ala»). El autor describe la paradoja de sentir que la planta, aparentemente inmóvil, derrocha vida en medio del padecimiento de los enfermos: «que por hospitalaria y en sus escalas/ los pájaros le cuelgan canciones y alas»._
Ilustración: Óscar Larroca

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