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No falta mucho para el carnaval por José Rilla

No falta mucho para el carnaval por José Rilla
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Los balances apremiados por el calendario pueden resultar apresurados o quedar truncos. La idea de que la acción gubernamental tiene un impacto inmediato que debe ser evaluado sobre la marcha es una idea válida para la contienda política, pero es un poco arrebatada porque desconoce las características del gobierno en las democracias contemporáneas. Así que, antes que un balance preciso de la coyuntura ofrezco un encuadre posible para hacerlo.

Este gobierno condujo al Uruguay a través de una peripecia inédita, al menos en un siglo de su historia. La pandemia alteró las coordenadas de la convivencia en todos sus planos, de la salud, de la economía, de los vínculos con el mundo. Todavía estamos bajo sus determinaciones. Su avasallante globalidad podría haber exonerado al gobierno nacional de tramitar varias de las calamidades, pero no fue así, el gobierno quiso y pudo filtrar los más negativos impactos de una conmoción generalizada a nivel planetario. La conducción fue firme y acertada, fuertemente política y con calificado sustento técnico; aun así, fue sobria en los afanes controladores a los que sucumbieron con imprudencia tantos gobiernos. La pandemia tuvo también efectos indirectos volcados a la arena política. Elijo dos: el presidente Luis Lacalle Pou mostró un liderazgo que el tiempo permitirá calibrar mejor pero que, por lo pronto, viene marcando un talante diferente adentro y afuera de su partido. No es pura ruptura con el pasado, pero es un cambio relevante, en el que la edad del mandatario no resulta un asunto trivial (y no es un número, es disposición, energía, movilidad, llaneza, paciencia). El segundo porta cierta ambigüedad: la pandemia frenó la acción de gobierno, dilató sus muy recientes propósitos y planes preelectorales, obligó a reorientar energías; pero al mismo tiempo, como emergencia inédita fue una herramienta de alineamiento de la coalición toda vez que la oposición se pasó de la raya con sobreactuaciones memorables.

Un balance razonable debe incluir, desde luego, al gobierno y sus acciones, pero también considerar su larga preparación desde fines de 2018. El perverso sistema de balotaje que nos entuba desde hace más de dos décadas en Uruguay organiza la competencia política en dos bloques que tienden a sumar cero y a enfocarse apenas en la disputa por un electorado relativamente pequeño que define el torneo. Creo que este esquema saca lo peor de nosotros y esconde lo más virtuoso y genuinamente democrático. Ahora bien, si nos resignamos a esa situación debe decirse que la única forma que podía buscar Luis Lacalle Pou de vencer al Frente Amplio es la que encontró, dirigir una coalición tal como está compuesta la multicolor, con sus bordes por derecha e izquierda, sin apremios para los socios, pero concentrada en un programa mínimo largamente trabajado entre ellos. Muchos analistas y muchos dirigentes políticos no daban dos monedas por esta coalición; atrás de sus deseos se equivocaron de punta a punta porque no entendieron de qué estaba hecha, para qué estaba hecha. La evaluación del gobierno debe entonces incluir este aspecto gubernativo que parece hijo de cierta necesidad: exagerando un poco, sólo así se podía vencer al Frente Amplio y solo con la desmesurada LUC, atravesando la pandemia, podía sostener un rumbo de políticas y asegurar a los socios un conjunto de incentivos para permanecer en el barco (Lacalle suele usar la metáfora del portaaviones espacioso). Es cierto que el Presidente anunció la Ley de Urgente Consideración con mucha anticipación, antes de las elecciones de noviembre de 2019; cabe pensar que su cálculo anticipatorio incluía la posible fragilidad de la coalición que dirigía y a la que, con rigor táctico, no quiso dar en momento alguno una forma demasiado articulada.

El parteaguas del período es el referéndum convocado por el PITCNT y el FA contra 135 artículos de la dilatada norma aprobada en el Parlamento. Tuvo un efecto de doble filo, puesto que junto con la pandemia frenó el impulso reformista del gobierno, al mismo tiempo que consolidó a la coalición o prolongó su pertinencia. Hasta que aclare nadie desensilla, diríase en ámbitos tan amigables para los blancos. Para la oposición fue una calistenia exitosa: no solo enlenteció al gobierno, sino que, sobre todo, fortaleció la fibra militante cuando la última imagen del FA había sido la de los puños en el pecho batidos por Daniel Martínez, en la noche de la derrota irreconocida. El corredor gimnástico construido entre los sindicatos y el Frente Amplio es muy confortable, sobre todo para quienes enamorados de la polarización (los hay en todas las tiendas) volvieron a encontrar allí una razón para existir. Acumulemos, acumulemos… que ya vendrá el momento de la victoria, hasta enterrarlos en el mar. Esto quedó expresado en la figura de Fernando Pereira, que casi lleva la impugnación de la LUC a buen puerto. Otra vez el FA casi gana, como con Martínez hoy sepultado en el olvido.

Como en todos los gobiernos, este tiene de cal y de arena. Dejemos de lado el humo espeso que nubla la vista: la derecha en el pináculo, el hambre en las calles, la hora de los ricos contra los pobres y otros tantos macaneos que nos hacen perder el tiempo y son la comidilla de las redes sociales.
No queda mucho antes del carnaval. La agenda, el programa, el compromiso están a medio camino y todavía con posibilidades de concreción. Lejos de las políticas de Estado y las zonceras concordistas (peor que las políticas de Estado son las fundamentaciones retóricas que cada tanto asoman en su defensa), hay que esperar media docena de decisiones que no despertarán unanimidades ni arrojarán resultados de corto plazo y que deberían ser sostenidas con serenidad, buenos argumentos y firmeza, sin esperar el aplauso inmediato.
Pongo cuatro ejemplos. 1. Mantener la disciplina fiscal alcanzada, no tanto por razones de equilibrio en sí sino porque tiene una validez cívica y moral que los gobernantes, en general, se rehúsan a justificar en esos términos. El empleo se ha recuperado mucho más rápido que el salario y esto debe ser explicado con buenas razones a la ciudadanía. (Mientras tanto, muchas vacas siguen atadas: monopolios, cautividades, interferencias que incrementan costos e inequidades). 2. Hacer algo bueno con la educación, aún lo poquito que está sobre la mesa y que tal vez alcance para alejar la más formidable privatización de lo público que representa FENAPES y sus alrededores (en un doble sentido privatizan: porque la han tomado como coto de caza y núcleo de “acumulación” y porque empujan a la gente a abandonar el sistema estatal, por deserción o por huida al sector privado). 3. Dar pasos más firmes para que el empleo genuino saque a la gente de la calle, o ayude a los presos -lo que está antes o después de la situación de calle- a salir de la indignidad en la que viven. Ciertamente le va a costar mucho al Uruguay entender que aún con el estancamiento demográfico que vivimos es muy difícil alcanzar esa mejora del empleo con un crecimiento histórico del 2% anual y con una inversión tan modesta y espasmódica. 4. Aunque fuera el último suspiro de la Coalición Multicolor, dar el impulso final a la reforma de la seguridad social para que los nietos no paguen muy cara nuestra irresponsabilidad y puedan, a su tiempo, enfrentar los problemas por ellos generados.

Se me antoja una tarea número 5, un ejercicio de ciencia ficción. Mirar lo que no está y debería estar, es también una forma de hurgar en un balance. Aunque queda lejos de la perspectiva de los actores políticos, sociales y académicos, el problema se vincula con la forma que nos hemos dado en Uruguay, a tono con la hoy tan desgraciada América Latina, de elegir y armar el gobierno. Hay que enunciarla, aunque parezca utópica o lejana: la división en bloques impenetrables y el balotaje como “solución” mayoritarista es una simplificación empobrecedora de nuestras diferencias. El que espera su turno, más allá de los espasmos acuerdistas, no tiene incentivos para cooperar, para asumir responsabilidades. Este sistema es malo, no podemos enaltecer la política y al mismo tiempo entenderla apenas como mera competencia.

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