Nostalgia por Hoenir Sarthou
Pocas veces una fecha tuvo un nombre más adecuado que la “noche de la nostalgia” de este año.
¿Por qué?
Bueno, porque parece haberse elegido esa noche para materializar todas las incertidumbres, contradicciones y discriminaciones que flotan en el aire desde febrero de este año, cuando aparecieron en el escenario las vacunas.
Supongo que muchos conocerán los protocolos que dispuso el MSP para esa noche, a los que se suman pintorescas variantes departamentales, incluida la de Montevideo.
Para empezar, hay dos categorías de fiestas. Unas son sólo para vacunados. Otras son mixtas. Las exclusivas para vacunados podrán reunir hasta 200 personas si se realizan en espacios cerrados y hasta 300 si se realizan en espacios abiertos. Las fiestas mixtas, en cambio, sólo podrán reunir a la mitad de personas, hasta 100 concurrentes en espacios cerrados y 150 en espacios abiertos.
También estará regulado el baile. Podrá extenderse por cuarenta minutos de cada hora y deberá ser monitoreado con medidores de CO2. Además, sólo se permitirá bailar a los “inmunizados”, según declaraciones del Subsecretario de Salud Pública, José Luis Satdjian. No queda muy claro si eso significa que sólo se podrá bailar en las fiestas para vacunados, o que en las fiestas mixtas sólo podrán bailar los vacunados. Por absurda e incontrolable que parezca la segunda hipótesis, así parecen haberlo interpretado algunos gobiernos departamentales para emitir sus propios protocolos.
Huelga decir que todas y cada una de las reglas del protocolo son inconstitucionales y que, además de vulnerar derechos de las personas, convierten al principio de igualdad en una piltrafa. Basta tener presente que todas esas discriminaciones se basan en la exigencia de unas vacunas que no son legalmente obligatorias y cuyos efectos, tanto inmunizadores como adversos, son desconocidos para el propio Ministerio de Salud Pública.
Uno podrá sentir nostalgia de muchas cosas este 24. Nostalgia de la libertad, nostalgia de la legalidad, nostalgia del baile, nostalgia de la gente que optará por quedarse en su casa si la fiesta se parece más a un cuartel que una fiesta. Pero, además y sobre todo, tendremos que sentir nostalgia de la lógica.
¿Acaso una fiesta con 100 personas en un lugar cerrado y reducido no genera más proximidad e interacciones que una con 300 personas en lugar abierto y amplio? Sin embargo, nada dice el protocolo sobre las dimensiones de los locales, abiertos o cerrados. Me atrevo a decir que las ferias vecinales y los viajes en ómnibus urbanos pueden generar más proximidad e interacción que algunas de esas fiestas.
Por otro lado, si los no vacunados fuéramos peligrosos, ¿tendría sentido que se nos permitiera asistir a fiestas? Si los vacunados estuvieran inmunizados, ¿por qué aislarlos de los no vacunados, y por qué ponerles límites a sus fiestas exclusivas? Por último, si todos podemos contagiarnos y contagiar, ¿por qué hacer diferencias entre unos y otros?
Una vez más, la falta de lógica de los protocolos pandémicos pone algo importante en evidencia: las autoridades, tanto nacionales como departamentales, no creen mucho en el relato pandémico. Es decir, hacen la comedia de restringir y limitar, pero la falta de lógica y de coherencia de sus medidas revela que el verdadero objetivo es otro.
Sin duda, la presión es para que la gente se vacune. Para eso, desde el gobierno se anuncian medidas brutalmente discriminatorias, aunque después no se puedan cumplir. Para eso se extorsiona a los comerciantes, empleadores y organizadores de actividades sociales, culturales y deportivas, ofreciéndoles aumentar los aforos y otras ventajas si aceptan hacer de policías y perseguir o excluir a los no vacunados.
Claro que esas políticas son socialmente graves. Alentados por los mensajes discriminatorios del gobierno, muchas empresas y empleadores privados han dado en perseguir y/o despedir a sus trabajadores no vacunados, o en impedir el ingreso de no vacunados a ciertas actividades. O sea, las políticas pandémicas generan una división patológica entre vacunados y no vacunados. Una división que, por suerte, incluso muchos vacunados advierten y rechazan.
Todo indica que, hoy, todo se centra en una cosa: vacunar. Y comprar más vacunas para seguir vacunando. Aunque la experiencia de otros países con alta vacunación, como Israel, nos indique que vacunarse no es el fin de nada y que ya vendrán nuevas cepas que impedirán nuevamente la vida normal con nuevos encierros y nuevas muertes.
Mientras tanto, el Uruguay vacunado (y supongo que, con más limitaciones, también el Uruguay no vacunado) se apresta a festejar la nostalgia. No sé por qué, mientras escribo, me da vueltas en la cabeza el parafraseo de una vieja cancion infantil: “Juguemos en el bosque, mientras el virus no está…”.
Un año y medio largo de pandemia ha instalado en todas las sociedades del mundo una especie de interruptor, un botón llamado “índice de contagio”, o “nueva cepa”, que en cualquier momento puede ser activado y dejar en suspenso nuestros trabajos, nuestras libertades, nuestros festejos y nuestras vidas.
No me queda muy claro qué se festejará este 24. Quizá a algunos les sirva para olvidar que vivimos en libertad condicional. Cómo y en tanto los protocolos lo permitan.
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