Nuestro momento de poder por Hoenir Sarthou
En poco más de dos semanas elegiremos al próximo presidente y el clima político se tensa tanto o más de lo que se esperaba.
Tirios y troyanos, por no decir lacallistas y martinistas, nos plantean un dilema en apariencia de hierro y sin alternativas: “ellos o nosotros”. Pero, ¿es tan así?
El dilema no consiste sólo en los candidatos, sino en los candidatos y sus circunstancias. Y, en este caso, las circunstancias son muy importantes para cualquiera de las fórmulas presidenciales.
No es lo mismo un gobierno del Frente Amplio con mayorías parlamentarias, como lo han sido los tres últimos, que uno en minoría parlamentaria y con necesidad de negociar, como sería el de Martínez-Villar en caso de resultar triunfadores.
Tampoco es lo mismo un gobierno unipartidista, con el movimiento sindical, la Universidad y la mayoría de las organizaciones sociales afines o bajo su control, como lo han sido los tres últimos, que un gobierno de coalición y con esos otros actores sociales en la oposición, que es lo que probablemente ocurriría en caso de que los triunfantes resultaran ser Lacalle-Argimón.
En suma, todo indica que la sociedad uruguaya se las ha ingeniado para limitar la autonomía de sus próximos gobernantes, sean quienes sean.
¿Eso es buena o mala señal?
Es difícil predecirlo con exactitud. Pero, a juzgar por los resultados de octubre, el excesivo peso del partido de gobierno en el Parlamento y en la sociedad no ha sido una experiencia muy satisfactoria. Si es que existe una difusa sabiduría colectiva, ésta parece haberse manifestado prescribiendo un baño de humildad a sus futuros gobernantes, sean quienes sean.
Los candidatos, y sobre todo sus partidarios, no dan muestras de haber interpretado muy bien ese mensaje colectivo. Por eso la campaña electoral se plantea en términos de ultimátum: “Somos nosotros o la derecha más rancia, que te quitará todos los derechos y mejoras que tengas”; o “Somos nosotros o la continuidad de estos corruptos e ineptos que no pararán hasta que estemos como Venezuela”.
¿Es tan así? ¿Realmente debemos creer que el mundo se derrumbará si ganan unos u otros?
Es muy posible que el tono terminante de las dos campañas (no me refiero al discurso publicitario oficial, sino al tono que usan los militantes de las dos fórmulas en los intercambios virtuales o mano a mano) pretenda ocultar que los ciudadanos tenemos todavía tiempo y posibilidades de exigir mucho más a quienes aspiran a presidir el País.
En lo personal, creo que las campañas de los dos sectores son sendas cortinas coloridas que ocultan un único y enorme agujero negro: el modelo de País que se nos propone.
En ese punto es donde desaparecen las discrepancias y aparece una única e inquietante coincidencia. Las dos fórmulas apuestan a que la inversión externa determine el rumbo que debe tomar el País en todos los terrenos. Por eso ninguna propone un modelo productivo propio. Y, en consecuencia, tampoco un tipo de País diferente.
Vemos a los candidatos discutir sobre la eficacia en la gestión, sobre los errores y macanas de cada partido en el pasado, sobre si les fue económicamente mejor o peor y sobre otros indicadores que en rigor no responden a mérito ni a culpa de los respectivos gobiernos. Pero no sobre modelos productivos ni sobre proyectos reales de País.
Si el horizonte común es UPM2, con su carga de pérdida de soberanía, inconstitucionalidad, endeudamiento, entrega de recursos, sometimiento legislativo, privilegios económicos e influencia educativa y cultural de la empresa, ¿qué es lo que tienen para discutir?
Si consideramos que UPM2 no es algo accidental, sino expresión de un modelo de inversión promovido por el Banco Mundial y otros organismos financieros internacionales, que tiende a multiplicarse en nuevas plantas de celulosa y en empresas de otro tipo, con la misma lógica colonizadora, requiriendo más tierra, más agua, más privilegios, más endeudamiento, más jurisdicciones extra nacionales, más injerencia en las políticas de desarrollo, educativas y laborales, ¿qué es lo que realmente estaremos eligiendo el próximo 24?
Una elección en la que este tipo de futuro no está en discusión no es una verdadera elección. Las dos candidaturas que quedaron en pie contarán con el apoyo de la mayoría de la población, pero eso no las convierte en verdaderas alternativas en lo sustancial.
¿Qué hacer cuando uno siente que las opciones que se le ofrecen no expresan lo que cree necesario hacer?
Sí, claro, queda el recurso de votar en blanco, o de anular el voto, o de pagar la multa y no votar. Al respecto, es importante aclarar (mucha gente cree otra cosa) que todas esas alternativas no suman votos a ninguna de las fórmulas en competencia. De modo que es posible adoptarlas sin beneficiar ni perjudicar a ninguna de las dos.
Pero, tiempo al tiempo. Faltan más de dos semanas para la elección, y uno no tiene por qué descartar por completo que alguna de las fórmulas decida asumir el problema y pronunciarse como corresponde.
Las actitudes electorales que implican disconformidad con las alternativas ofrecidas son votos a conciencia. Indican el reclamo de algo que falta en esas propuestas. Por eso, hay que usarlas como último recurso, después de agotar los esfuerzos para que el sistema político admita y dé cuenta de lo que se le reclama.
Queda poco más de dos semanas. ¿Habrá tiempo para que una o las dos fórmulas definan un proyecto de país que las diferencie realmente de la otra?
El momento para exigirlo es justamente ahora, en el período pre electoral, cuando los ciudadanos tenemos en nuestras manos la mayor cuota de poder a nuestro alcance.
Usarla sólo para convalidar lo existente, para elegir quién pondrá alfombras rojas a inversores piratas y seguirá los consejos del Banco Mundial, resulta un desperdicio del que quizá un día nos arrepintamos, no sólo nosotros, sino también nuestros hijos y nuestros nietos.
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