Nuestro paisaje, la famosa “penillanura levemente ondulada” concepto que fue marca de fábrica para muchas generaciones de uruguayos, es uno de los valores de este país, que quiere apostar al turismo.
Cuando hablamos del tema en mayo es el la certeza de que ya fueron hechos los múltiples recorridos que, por sus rutas interiores o costeras, hacen sus habitantes como turistas, en busca de placer y esparcimiento. Hay muchos uruguayos que no lo vieron nunca. Hay muchos otros que recorren en múltiples idas y vueltas las Rutas 1 e Interbalnearia. Hay muchos que sólo recorren esta última, en busca de la casa de vacaciones, del eventual alquiler de temporada, del hotelito supérsitite, de las magnificencias proclamadas de Punta del Este o del desenganche de las playas rochenses. Y muchos otros se van a Florianópolis y a otras playas brasileras, pero no hacen parte del tema.
Me gustaría hacer una encuesta entre los que retornaron, uruguayos y extranjeros, para evaluar que vieron de nuestros paisajes naturales. Seguro que algunos recuerdan horizontes lejanos de nuestro río como mar, algunos el cruce de arroyos también como mares (Pando, Solises grande y chico). Quizás algún perfil de sierra a lo lejos. Montes criollos, lo dudo. Palmeras, puede ser. Verde y eucaliptos, sin duda.
Es que no es posible ver: para distinguir la continuidad de los escenarios abiertos, debemos ¿sortear, ignorar, imaginarnos? las sucesiones irreverentes de carteles que pautan ambos lados de las carreteras, especialmente en las áreas donde la creciente concentración del tránsito desde y hacia Montevideo, asegura mayor número de personas expuestas a leer sus contenidos.
Hace muchos años, quizá en 1987, cuando se bajaba desde Punta Ballena hacia Punta del Este, no podía ver NADA hacia la mano derecha: la sucesión de carteles parecía la de una gloriosa escena de la película Brasil, en que dos camiones se persiguen por un corredor cerrado de carteles. Éstos, uno pegado al lado de otro, enmarcaban la carretera. Después de largas negociaciones, se los retiró y fue prohibido recolocarlos en ese lugar. Hoy no hay carteles allí. Pero volvieron a otros puntos clave.
Hace menos años que las altas medianeras de edificios en altura contaminaban los paisajes urbanos con reclames. También fueron eliminados, por inteligente decisión municipal.
Hoy vuelve la cartelería vial persiguiendo al consumidor potencial, aún cuando éste pretende vacacionar lejos de las presiones al consumo. Y se dan mamarrachos como donde un aviso no nos deja ver las aguas de un arroyo, cerca de su desembocadura, porque nos tapa un cartel pintarrajeando una playa exótica, con aguas pintadas de celeste rabioso.
La cartelería visible desde las rutas nacionales es autorizada por el MTOP, Dirección Nacional de Planificación y Logística, de acuerdo a lo establecido en el muy antiguo texto del «Reglamento para la colocación de publicidad visible desde Caminos Nacionales» (revisado, sin mejoras, en el 2014). La desvalorización del recurso paisajístico por esa gama de avisos comerciales es afrentosa. También es una vergüenza el compromiso en que se pone a la seguridad de quienes manejan. A menos que el conductor sea muy disciplinado, es difícil sustraerse de mirar que es lo que dicen. Y si los mira, es de cajón que deja de ver las pequeñas y relativamente bajas señales de tránsito que bordean el espacio vial, para no mencionar su atención “sacada” fuera del espacio vial.La Ministra Kechichián ha defendido la calidad del Uruguay (natural) como base del turismo. Éste es el paisaje que se ofrece a TODOS (casi todos, algunos llegan en avión) los visitantes de nuestra extensa línea de balnearios costeros y a quienes se dirigen a visitar los puntos turísticos del interior. Conscientes de la avalancha de publicidad (ya está instalada allí la propaganda electoral) que se vuelca sobre las personas todos los días, por todos los medios, resulta imperioso eliminar esas pantallas interpuestas ante la belleza del país (logrando de paso que el recibir o no la publicidad sea arbitrio de quien así lo decida) y mejorando la seguridad de los que recorren nuestras rutas.
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