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Nueva galería y un aniversario por Nelson Di Maggio

Nueva galería y un aniversario por Nelson Di Maggio
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Las galerías de arte privadas desaparecieron de Montevideo. Emigraron a Punta del Este y más allá. Se recuerdan nombres emblemáticos del medio siglo pasado: Moretti cerró después de 121 años de una trayectoria orientada hacia los clásicos uruguayos y algunos jóvenes con la mirada atenta de la insobornable Julieta Moretti; Galería U (también en Palacio Salvo), con tres sedes alternativas (Montevideo, Buenos Aires, Madrid), dirigida por Enrique Gómez, impulsor de jóvenes generaciones, los maestros de hoy; Amigos del Arte y la exquisita sensibilidad de la directora Susana Soca; Windsor Gallery, a cargo de Jorge Páez, primero en exhibir grabados de Picasso; Salamanca, donde se estrenaron Costigliolo y María Freire; el brío innovador de Karlen Gugelmeier; Losada Artes y Letras, asumida por la profesora Quela Rovira; Vert Galand, orientada por el escultor español Pablo Serrano y los centros culturales extranjeros (francés, estadounidense, inglés, italiano, soviético, brasileño, dos alemanes) entre los más memorables de una época gloriosa. Relictos del pasado. Reinstalada la democracia, surgieron varias galerías con sostenido impulso hasta la lenta extinción o la sobrevivencia anodina.

Por eso, resulta gratificante que aparezca, de repente, Diana Saravia Contemporary Art, en la Ciudad Vieja, un lugar privilegiado, elegido con inteligencia, en el circuito clave de la actividad artística montevideana, rodeado de museos y galerías afines. En realidad, el nuevo local es la extensión del ya existente en la calle Carlos Quijano con el nombre de Galería Diana Saravia & La Marquería, desde 1999. A partir de esa fecha y hasta hoy el proceso es el recorrido empecinado de un encuentro consigo misma.

Diana Saravia nació en 1972 en Cerro de las Cuentas, Cerro Largo, un pueblo de 300 habitantes. De niña demostró su aptitud para el trabajo: ayudaba al padre, empleado municipal («el último farolero del Uruguay»), a encender los faroles para alumbrar la ruta que atraviesa el pueblo; colaboraba en el almacén de su abuela, hoy de 97 años, y ayudaba en el arado de la tierra, como era habitual en el interior rural. «Parezco de la época de los dinosaurios, pero la verdad es esa», confiesa Diana. En su etapa escolar el dibujo la apasionaba; lo practicaba de noche a la luz de una lámpara o farol. Vino la etapa del liceo en Fraile Muerto, hasta cuarto año, y en Melo los dos últimos. A los 18 años decidió venir a Montevideo, para desconsuelo de sus padres. Quería estudiar diseño industrial, pero el examen de ingreso la asustó y no compareció; pasó a la Escuela Nacional de Bellas Artes y aunque la disfrutó no la satisfizo; se inscribió en UTU Figari en dibujo publicitario, practicando diseño de interiores «y tantas otras cosas más que abandonaba rápidamente» (en TaTa envolviendo regalos y en McDonald’s), hasta que un día mientras caminaba rumbo a la casa de una amiga vio un cartel en una cuadrería que solicitaba una vendedora. «Comencé barriendo la vereda y aprendí en diez años mucho del oficio. Una época muy grata en mi vida. Hasta que en 1999 decidí tener mi propio taller», aclara. Las dudas y los miedos acudieron de inmediato ante la perspectiva de asumir esa responsabilidad personal. Aceptó el desafío al abrir un local en la calle Yi, hoy Carlos Quijano. «Comencé con apenas un par de láminas enmarcadas por mí, a las cuales les decoraba el marco con mucho cariño. A los 5 años de estar en ese local ya no entraba nada; estaba lleno de obras en su mayoría de señoras que pintaban en talleres.» Se mudó enfrente con un presupuesto mayor y otro gran desafío. Para su sorpresa, entre los invitados a la inauguración estaba Totó Gurvich, prima del suegro, que fue lapidaria al decirle: «Tenés que cambiar de obras, porque hay mucho mamarracho». Ese comentario la desestabilizó, la hizo reflexionar. Con el tiempo, paciencia, tenacidad y aprendizaje, Diana refinó el gusto, recibió artistas distintos, a quienes, al comienzo de su carrera, les hacía los marcos para las obras. Hasta que en 2010 hace la primera exposición importante de Oliveri, Presto y Villalba. Un éxito enorme, de público y ventas. Fue el punto de partida para definir su actividad. Y el descubrimiento de sí misma en su porfiada vocación de ser marchand.

Diana Saravia, personalidad comunicativa, afectuosa, dialogante, de una vocación asumida con modestia, pero sin descuidar el rigor operativo en el diseño de las exposiciones y catálogos de mano (lo dejó en evidencia en la Feria de Punta del Este), ha tenido un ascenso vertiginoso en años recientes desde sus orígenes en una pequeña comunidad rural hasta dirigir una galería de arte. Un admirable ejercicio de la voluntad de superación para lograr un propósito concreto. Inauguró el viernes pasado con los artistas Fernando Oliveri, Álvaro Amengual, Diego Villalba, Mane Gurméndez, Fernando Foglino, Andrés Santángelo, Elián Stolarsky, Javier Bassi, Carlos Presto, Guillermo García Cruz, Santiago García, Matías Ganduglia, Ignacio Iturria, Gino Bidart y el argentino Juan Solanas, entre otros. Nueva etapa y grandes responsabilidades tiene a partir de ahora. Sabrá cumplir.

Manos del Uruguay cumple medio siglo

Manos del Uruguay cumple medio siglo. Lo celebra desde el segundo piso del MAPI. La mitad del montaje está ocupado por telares, máquinas de tejer, lana en madejas hiladas y teñidas, enmadejadoras, fotografías y audiovisuales de espectacular atractivo visual extendido por paredes y hasta el techo en hermoso contraste con el panorama ciudadano. Logra, así, un efecto alucinante además de dar a conocer el proceso de confección de las prendas. La otra parte, referida a la exhibición de la diversidad de ropa (buzos, ponchos, ruanas colgados en perchas convencionales), está menos lograda. De cualquier manera, es una muestra bienvenida para entrar en contacto con un sector utilitario de amplia repercusión nacional e internacional.

Manos del Uruguay nació en 1968 por el empuje de cinco mujeres (Olga Santayana, Manila Chaneton, Sara Bessio, Dora Muñoz y María del Carmen Bocking) interesadas en mejorar el nivel de vida de mujeres del interior rural. Las sencillas tejedoras manuales adquirieron oficio y se profesionalizaron en el correr de los años. El diseño y la textura al principio carecían de la calidad y el refinamiento que después lograrían. En la actualidad 250 mujeres están nucleadas en 12 cooperativas diseminadas por distintos departamentos del país. De esa manera, Manos del Uruguay conquistó un lugar destacado en la producción nacional y recibió el reconocimiento de firmas prestigiosas del extranjero.

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