¿Nuevo comisario? Por Hoenir Sarthou
Tres mazazos de alcance mundial, en apenas dos años, resultan demasiado.
Primero la pandemia, con su cortejo de encierro y paralización económica. De inmediato, la guerra en Ucrania, con efectos energéticos, económicos, monetarios y alimentarios para Europa, pero también para los EEUU e, indirectamente, para el resto del mundo. Y ahora el confinamiento de la ciudad de Shangai y la paralización de su puerto, por el que circula la mayor cantidad de contenedores del mundo.
Si alguien quisiera bloquear o destruir la economía y la cadena de suministros globales no podría hacerlo mejor. De hecho, hay que ser ingenuo para descartar que los tres fenómenos puedan estar relacionados. Lo cierto es que los tres agitan ante el mundo a unos viejos-nuevos jinetes del Apocalipsis, peste, guerra, hambre y miedo, que a lo largo de la historia han sintetizado los mayores temores de la Humanidad.
Nada más efectivo, si se quiere producir una reorganización económica y política, que generar una situación de real o aparente caos. Porque el caos crea inseguridad e inspira miedo, favoreciendo el sometimiento ante quien ofrezca orden y seguridad, sin importar el precio que haya que pagar por ese orden y esa seguridad.
Los efectos globales de la pandemia son de público conocimiento. Pensemos lo que pensemos sobre el virus y sobre las medidas de aislamiento y vacunación, es indiscutible que han generado crisis económica y social. El bloqueo en Shangai tampoco requiere mucha explicación. Es obvio que, si se bloquea uno de los principales nodos del comercio mundial, eso aparejará encarecimiento y escasez global de muchos productos. Menos evidentes son los efectos económicos y geopolíticos de la guerra de Ucrania.
Para decirlo en versión corta: esa guerra afecta seriamente a tres de las mayores potencias mundiales: Rusia, la Unión Europea y EEUU. Rusia afronta las consecuencias económicas y militares de la guerra. Europa ve seriamente comprometido su suministro de energía y de comestibles, que en buena medida provienen de Rusia y en menor medida de Ucrania. En cuanto a los EEUU, acaba de sufrir uno de los mayores golpes que podía sufrir su moneda. El dólar dejó de ser la única moneda con la que se podía comprar petróleo, desde que Putin decidió cotizar su petróleo y su gas en rublos. Las consecuencias probablemente sean catastróficas, no sólo para el dólar sino para el papel de los EEUU como potencia rectora mundial.
Pero, ¿todo el mundo es afectado por igual por la pandemia, la guerra y los bloqueos?
Ciertamente, no. China es la única economía que creció durante la pandemia. Por otro lado, es alimentariamente autosuficiente y, al no participar directamente en la guerra, sigue comprando energía a Rusia a precios favorables.
Uno podría apostar a que, al término del conflicto OTAN-Rusia, Europa, los EEUU y la propia Rusia saldrán muy golpeados, sobre todo económicamente, lo que favorecerá que China se erija como la nueva gran potencia mundial.
No es una hipótesis demasiado novedosa. La Segunda Guerra Mundial terminó con un proceso similar. Las economías inglesa y alemana se destruyeron con la guerra y el poder económico mundial trasladó su centro a los EEUU, que acaparó todos los mercados perdidos por Europa.
Si eso ocurriera ahora a favor de China, no sería un hecho repentino ni tampoco una mera consecuencia de la pandemia y de la guerra. El poder económico global viene invirtiendo en China desde hace más de cinco décadas. Los Rothschild, los Rokefeller y los nuevos multimillonarios de la telecomunicación, como Bill Gates, viajan a China e invierten allí desde hace mucho tiempo. Nadie conoce con exactitud sus asociaciones con intereses locales y sus acuerdos con las autoridades chinas. Pero sólo un tonto puede creer que simplemente pidieron permiso para instalar bancos, laboratorios, centrales nucleares y locales de Mac Donalds, sin ninguna garantía ni privilegio como contrapartida.
A ello hay que sumarle una serie de “coincidencias” muy llamativas. Por ejemplo, que la pandemia se iniciara en Wujan. O que China fuera la única economía próspera durante la pandemia. Y que ahora contribuya a la crisis económica y de suministros causada por la guerra con un confinamiento irracional que afecta específicamente a la ciudad y al puerto de Shangai.
¿Meras coincidencias?
Puede ser. Los hechos lo dirán. En cualquier caso, cuesta creer que todo terminará con EEUU y el dólar recuperando su papel rector en el mundo y Europa el de anciana dama elegante y sofisticada.
El poder económico (ver literatura del Foro Económico Mundial) se ha propuesto “resetear” al mundo y establecer un nuevo orden económico y político. A través de los fondos de inversión y de las fundaciones, financia y controla a todos los organismos internacionales, a la mayor parte de los gobiernos y a todas las empresas transnacionales dignas de interés. Pero el poder no consiste sólo en dar órdenes. También es necesario hacerlas cumplir. El cerebro necesita brazos y piernas capaces de hundir cabezas y de dar patadas cuando es preciso.
Durante muchos años, ese papel lo cumplió EEUU. Con su sistema de espionaje, su CIA, su Pentágono, su Escuela de las Américas, sus golpes de Estado, sus cañoneras y sus marines, oficiaba como una suerte de comisario mundial, que tanto creaba como derrocaba gobiernos.
Pero nada es eterno. Poco cuesta imaginar que China se encuentre en posición y con ganas de disputar el puesto de comisario mundial, quizá, incluso, como socio de los grandes intereses que hoy cobija. Tiene ventajas importantes para esa disputa. Es en sí una potencia económica saneada. Piensa y planifica a largo plazo. Tiene además un modelo político tentador para los intereses económicos, porque no depende de avatares electorales y ejerce un control irrestricto sobre la población.
Algunos analistas se preguntan si la clase política de los EEUU se ha vuelto estúpida, al permitir y embarcarse en un enfrentamiento con Rusia que sacrifica a sus aliados europeos y debilita dramáticamente al dólar.
No creo que se trate de estupidez. El Estado y el gobierno de los EEUU están absolutamente infiltrados por lo que se conoce como “Estado profundo”, es decir, altos funcionarios gubernamentales que responden en realidad al poder económico, y no a las instituciones para las que trabajan ni a los partidos por los que en teoría fueron designados. Anthony Fauci y el propio Joe Biden son ejemplos claros. Donald Trump, en cambio, no lo es, por lo que, pese a sus contradicciones e incoherencias, no era un presidente confiable para el poder económico. Por eso la desesperación por sacarlo del gobierno.
En síntesis, la hipótesis en análisis es que la élite del poder económico, como parte de su proyecto de reorganización global, haya resuelto asociarse con intereses chinos y darle la estrella de “sheriff” al gobierno chino, en condiciones que todavía desconocemos.
Lo grave no es ese cambio de mando, sino que el mismo vaya acompañado por un programa de crisis generalizada, necesaria para someter y recortar el consumo, el gasto de energía, las libertades, los derechos y las ambiciones de gran parte de los seres humanos.
Asi las cosas, ¿creen ustedes que un préstamo del BID “para limpiar Montevideo”, o un gesto del embajador turco, son los problemas más serios que tenemos por delante los uruguayos?
¿Qué es lo realmente importante para cualquier sociedad?
Alimentarse, gozar de salud, tener libertad y capacidad de decisión, poder trabajar, recibir educación y atención médica y mantener una vida social y afectiva saludable son esenciales para una vida que merezca ser vivida.
Esas necesidades son las que hoy se encuentran en riesgo. No por la higiene de Montevideo, ni por el embajador turco, ni por los dimes y diretes que intercambian los representantes partidarios y encuentran eco en la prensa.
Inflación, encarecimiento y escasez de productos esenciales, muy especialmente de energía y de alimentos, sumados a eventuales nuevas pandemias, con recorte de libertades, son los riesgos de origen global que deberíamos analizar y prevenir a nivel nacional.
Me sorprende cada día verlos ausentes de los discursos partidarios y de los titulares de prensa.
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