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OH, MELANCOLÍA por Jorge Alastra

OH, MELANCOLÍA  por Jorge Alastra
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“¿Cómo es que todos quienes sobresalen en la Filosofía, la Política, la Poesía o el Arte son melancólicos?”
Aristóteles

La Melancolía o “bilis negra” es un estado del espíritu que es inherente al ser humano. Desde la Antigüedad se lo atribuía a un mal corporal que podía incluso contagiarse. Más adelante será un tema del “alma”, un objeto de estudio y de tratamiento terapéutico desde la psiquiatría y la psicología. La denominación “spleen” de los románticos, deriva de un órgano (el bazo) que se suponía afectaba el carácter de la persona. Por lo tanto el estado en que caía el individuo debía tener una posible cura. Pero no la tuvo, aunque sí paliativos que hoy en día pueden reducir sus estragos. Lo curioso es que la música es una de las manifestaciones más potentes que expresan esa condición del carácter. Sobre todo en la gran música instrumental, en ejemplos como el Adagio de “Albinoni” (Remo Giazotto), el de cuerdas de Barber o el Claro de Luna de Debussy. Por el lado de la música popular veremos algunos ejemplos de canciones uruguayas.
“Y hoy te vi” es una de las grandes canciones de Eduardo Mateo, del primer período del autor, lejano a la experimentación y búsqueda posteriores. Basada en la progresión armónica del Aria en sol de Bach, Mateo describe el estado de melancolía por excelencia. “Cuando en las noches largas/ Una esperanza miente/ Cuando la angustia es fuerte/ Sufres, te mueres”. El dolor existencial, desnudado y sin maquillaje, inunda todo el poema (“Cuando caminas lento/ Bajo la lluvia fría/ Cuando las luces pisas/ Sufres, te mueres// Cuando se acaba el sueño/ Que te humedece el día/ Cuando tu cuarto miras/ Sufres, te mueres”). Una canción de Fernando Cabrera muy poco conocida es “Anadamala”, grabada por Rubén Olivera en su primer LP “Pájaros” de 1980. En el despojamiento absoluto está la clave de esta obra, que es de las más desoladoras de Cabrera y donde la melancolía se manifiesta en una nota sola, casi absorta, que pareciera contar el paso del tiempo, aunque se hubiera detenido (“la rambla que se aluna/ la luna que se ablanda/ en tus ojos firmes/ la noche que se acerca/ la luz que se deshace/ en mis ojos tibios”). La melancolía desde lo freudiano, se entiende (más allá de otros conflictos inconscientes internos), como un sentimiento de pérdida, el anhelo de lo que fue o no pudo ser. Y en esta canción se hace explícita: “yo madrugué tu cuerpo/ muy avanzado el día/ yo te grité del muerto/ grito de la afonía”.
El notable autor y compositor uruguayo Manuel Picón, escribió una bella habanera, que fue grabada por grandes artistas, entre ellos Alfredo Zitarrosa, Washington Carrasco y Cristina Fernández. «Por los médanos blancos» es una emotiva carta de infancia («Madre, por los médanos blancos/ viene bajando un carro de mimbre/ Madre, por los médanos blancos/ han remontado tres barriletes»). La pureza del poema y su sencilla música crean un espacio que pareciera flotar, brumoso, donde el autor va al rescate de la niñez perdida («Madre, por los médanos blancos/ viene descalzo ese Dios Verde/ Madre, por los médanos blancos/ sin decir nada, se fue mi padre»). Aquí lo perdido es un sitio distinto, el del vínculo familiar y el desenlace es tan contundente como estremecedor: «Madre, madre, me he vuelto viejo». Y sin buscar un podio ni nada parecido, hay una canción en particular que expresa, como ninguna otra, la sensación de melancolía. El artista es Eduardo Darnauchans y la canción es «Pago». Una de las mejores canciones de nuestra música popular y quizá la mejor escrita alguna vez por el propio Darnauchans. Es una carta-canción dirigida a su padre y donde el autor navega por distintas etapas de su vida. «Yo le debía esta canción doctor/ Yo le debía una canción a usted/ (…)/ Guárdela dentro de su maletín». El pronombre personal pareciera denotar una distancia entre padre e hijo, más allá del respeto. Pero es una forma retórica que utiliza el autor, que de manera sensible va desgranando amor y agradecimiento. «Yo supe que al dejar Testu/ Comías pan francés y arroz con leche/ Y para espantar espantos/ Colgaste un esqueleto en la azotea/ Imagino tu delgadez y tus ojos hundidos/ Que releen releen releen». El texto es extenso y biográfico. «Oh tocador de armónica/ De polcas de Rivera y en un pie/ Sentado en mis seis años/ Parado en la mitad de mi niñez». Estos dos últimos versos son el colmo de la melancolía: la niñez en el campo, la fotografía familiar, la música que significaba un hecho mágico. Todo deriva hacia un final “in crescendo” donde el intérprete deja de ser el artista que canta para pasar a ser “el hijo que canta”. Darnauchans se ahoga en un llanto conmovedor que hasta hoy produce escalofríos. “(…) sinfónica sirena/ Timbales de un corazón/ Y los timbres teléfonos/ Despertadores y timbres teléfonos…”. Estas son algunas de las canciones (para nada las únicas) que entiendo guardan relación con la temática sugerida. Una conjunción de factores que van desde la psicología de cada compositor, su experiencia vital y su sensibilidad. Quizá estas obras, en conjunto, sean una especie de mapa de cierto período histórico. Y aquí entrarían en juego los factores sociales: lo político y lo cultural. Un tema apasionante para tratar en otro capítulo.
Ilustración: Óscar Larroca

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