A fines de la década del 80, en la Central Batlle de UTE todos los jueves había asamblea. Era un espacio de una hora dentro de horario de trabajo, que todavía perdura, conquistado por AUTE para discutir los temas sindicales. Tratándose de un sector básicamente obrero, con alta politización, esas reuniones convocaban normalmente a más de 100 personas y a veces se picaban lindo.
En una oportunidad, uno de los puntos del orden del día era la actitud de un jefe, a quien todos identificaban por su apodo seguido del apellido. Lo llamaremos el Conejo Ferreira porque como en las películas, los nombres serán cambiados para proteger a los inocentes. El Conejo era un buen tipo, un jefe exigente pero respetuoso, incluso afiliado al sindicato y cumplidor de sus decisiones. Normalmente no participaba de las asambleas, porque en aquellos tiempos ser jefe era casi un estigma en ese ámbito, pero en aquella oportunidad, en la que se iba a debatir sobre una decisión suya, apareció a dar la cara.
El asunto era que el Conejo Ferreira había sancionado a un trabajador por una inconducta laboral, y se consideraba que había actuado de forma autoritaria cosa que, insisto, no era su estilo. En un momento del debate, el Conejo pidió la palabra para explicar su actitud. Al principio se lo escuchó con atención, pero a medida que su fundamentación avanzó, comenzó el murmullo y las miradas de desaprobación. Fue en eso que irrumpió el Garrapata, un personaje de esos que no pueden faltar en ninguna asamblea que se precie, dueño de un vozarrón potente y argumentos no demasiado académicos, que levantando su índice y dando un paso adelante, ante la sorpresa del orador, laudó: “Perdonemé Ferreira, con todo respeto, ¡pero usted es un hijo de puta!”
EL RESPETO EN UNA EXTRAÑA VERSIÓN
Al Garrapata me hizo acordar en estos días el presidente de Peñarol, Ignacio Ruglio.
Consumada la clasificación del aurinegro a los cuartos de final de la Copa Sudamericana eliminando a Nacional, Ruglio no tuvo mejor ocurrencia que publicar un estado de whatsapp con el texto: “¡Permiso no, correte!!! Llegó Peñarol y corran perros”. Cuestionado tímidamente por algún periodista deportivo, el número 1 de la directiva carbonera aclaró que éste y otros comentarios que ha hecho en redes sociales y medios son siempre “con respeto”. “Jamás le faltaría el respeto a Nacional”, dijo. No podría haberlo hecho mejor el Garrapata.
¿Dónde está, Ruglio, el respeto en llamar “perros” a los rivales? ¿Habrá querido decir que son los mejores amigos del hombre? El vocablo utilizado, el sentido en que se lo utiliza, el contexto en el que se lo hace, la frase toda que incluye un “correte” en lugar del pusilánime “permiso”, todo es una gigantesca falta de respeto. ¿Cuál sería la forma respetuosa de hacer correr a los rivales -en el sentido de huir- al tiempo que se los llama perros, Ruglio?
No es la primera vez que el titular de Peñarol utiliza la expresión “corran perros” en algún mensaje que, bueno es decirlo, tiene obvia y predecible repercusión. El domingo 25, en el programa Punto Penal, intentó explicar el “respeto” que va implícito en tan primoroso mensaje: la expresión “corran perros” forma parte de la letra de una canción del año 1940, lo cual la legitimaría según su argumento. ¿Y? ¿Cuál es la próxima? ¿Escribir que sometieron sexualmente al rival porque está en una canción que canta la hinchada de Peñarol (también la de Nacional)? ¿Celebrar la muerte de “una gallina”, como dice la letra de otra canción de la hinchada? ¿Advertir que les van a quemar la sede?
LAS PALABRAS Y SU CONTEXTO
Para el clásico del jueves 22, en el Campeón del Siglo, el Ministerio del Interior desplegó 646 policías para controlar la seguridad del espectáculo y prevenir disturbios. El clásico, al igual que el anterior que mereció similar despliegue, se jugó sin público. Algo que seguramente Ruglio no ignora es que ese operativo obedece a que hay gente dentro de las hinchadas de ambos grandes que está dispuesta a agredir a los rivales e incluso, como ha sucedido en más de una desgraciada oportunidad, matarlos. No les importa el partido, que de hecho no ven, sino la pelea con el eterno enemigo.
El presidente de Peñarol es la expresión “cheta” de esa concepción: el fútbol como escenario de una lucha tribal. Hay mucha gente en Uruguay -parece que Ruglio entre ellos- que entiende el fútbol como la batalla por un territorio entre Peñarol y Nacional. Esto contribuye a rebajar el nivel porque lo que más importa -para muchos lo único- es ganarle al otro. Y así la competencia internacional queda cada vez más lejos, con hacer que el otro “corra” y ocupar territorio, alcanza. Pero mucho más grave es la perversión de esta forma de entender el juego, que está a la vista de todo el mundo: sus consecuencias acaparan cada tanto titulares, provoca daños y en ocasiones ha cobrado vidas.
Todos pudimos ver las imágenes previas al partido del Campeón del Siglo, difundidas ampliamente por los noticieros: centenares de personas agolpadas tanto en los alrededores del estadio como en la salida de los equipos de sus lugares de concentración. ¿Qué hubiera pasado si la policía no estaba ahí, por ejemplo, y los dos ómnibus de Nacional pasaban en medio de los hinchas de Peñarol? ¿No tiene idea Ruglio? ¿Es difícil imaginarlo?
Aunque la pandemia y la consecuente ausencia de espectadores en las canchas minimizó los conflictos tribales en torno al fútbol, la violencia está más que instalada en algunos sectores que integran las hinchadas y se mantiene latente. Por algo hay que poner más de 600 policías en un partido sin público. Pero el presidente de Peñarol parece razonar como si sus mensajes se trataran de chicanas de boliche entre amigos hinchas de los equipos rivales. O realmente no tiene idea de dónde vive o simplemente no le preocupa.
¿Cómo cree Ruglio que impacta en una cabecita que va a un partido de fútbol dispuesta a agredir al otro -y deseando hacerlo, además- un mensaje como el suyo? ¿Es ese el rol de un dirigente de fútbol? Las acciones nunca deberían explicarse fuera de su contexto. No se trata de una broma entre amigos en la oficina, no es la baboseada que siempre conocimos. Es el presidente de Peñarol tratando a los de Nacional de perros y diciéndoles que corran, en un medio en el que por cosas parecidas hay gente que salió con un arma a disparar.
Cuando Ruglio cree que sus “gracias” son del paladar de “los hinchas”, así genéricamente, debe saber que hay muchos, en mi caso de Peñarol desde mi concepción, que no nos sentimos representados.
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