A mis 9 años quería ser actor. Mi preocupación era buscar el “sote” de la maestra, lograr el doble salto en el recreo, llegar a tiempo para ver la comedia de la tarde y merendar con mis hermanas. Ser niño fue un constante loop de crear, imaginar, soñar y jugar.
Pero existen otros 9 años. Existen unos 9 años donde no te cuentan que soñaban con ser actor o actriz, tampoco cantante ni chef. Existen niñeces que no buscaron el doble salto en el recreo, ni conocieron las comedias. Y ahí, cuando te chocas con cachetadas frías de realidades invisibilizadas pero latentes, en donde a los 9 años la preocupación era ir a la escuela y contar los minutos del reloj hasta que se hiciera la hora de volver a casa y poder encerrarse en el baño a consumir pasta base, te pasan varias cosas. Miras para atrás y empezas a ver todo eso que estuvo y no te diste cuenta: oportunidades, contexto, instituciones, contención, políticas.
Lejos de pretender romantizar, nos guste o no, queramos verlo o no, esto también está significando ser niño y niña en Uruguay. Los proyectos de vida no alcanzan con tener las ganas o capacidad de creer, soñar o imaginar. Requieren de políticas. Y ahí, la tardanza, ausencia y/o ineficiencia de las instituciones, calan hondo y recortan patas.
El sociólogo Becker (2009), hablaba sobre las reglas sociales construidas y legitimadas por todos los grupos existentes en la sociedad. Infringir estas reglas significa, según el sociólogo, una “desviación” en el comportamiento esperado por toda una comunidad; construyendo así la imagen de un marginal. Un outsider.
¿Qué tienen en común, entonces, quienes llevan estas etiquetas? ¿Cuál es el peso de las reglas, y sobre quiénes cae? ¿Qué precio estamos dispuestos y dispuestas a pagar, por construir “más seguridad”?
La intención de construir outsiders, es clara e histórica. Cada ciertos años va cambiando su eslogan y estrategia, pero su esencia es la misma. Pareciera que la única opción para ofrecer seguridad, es transitar el camino del punitivismo. Sin medir precios ni consecuencias, la inmediatez y el simplismo -articulada con la cantidad de discursos cargados de irresponsabilidad, odio e indiferencia- siguen legitimando realidades crudas y duras.
Si no lo vemos, no existe. O eso creemos y/o queremos. Pero, seguir jugando con la cárcel a la papa caliente, termina quemando y dejando cicatrices. Porque crear y sostener una bomba es saber que, tarde o temprano, va a explotar.
La lógica del encierro viene siendo, hace tiempo, una prioridad en la gestión del delito.
Año tras año, el sistema carcelario uruguayo se llena de varones, jóvenes, pobres, sometidos a condiciones infrahumanas y en constante récords de hacinamiento. En estas realidades, las adolescencias juegan un rol fundamental y se posicionan en el centro de un campo de batalla, con debates -urgentes- que siguen pendientes: la criminalización de la pobreza, las garantías en los sistemas de privación y qué esperamos a cambio de ofrecer el encierro como la única opción.
Las reglas de las que hablaba Becker, existen para todos, pero caen sobre los mismos de siempre. Ser joven no es delito, hasta que sí. Hasta que nuestra manera de ser joven o adolescente, no condice con lo esperado, con lo legítimamente construido por un mundo adulto caprichoso y dueño de la verdad. Ahí, entre lo rígido del “deber ser” y un conjunto de reglas sociales ya creadas, está la indignación. Selectiva, claro.
El punitivismo no es ajeno a la cotidianeidad, y tiene sus raíces en discursos históricos que fueron reproduciendo, legitimando y construyendo realidades, junto a los mecanismos y abordajes para enfrentarlas. La indignación selectiva – el alimento por excelencia, para el punitivismo- ha permeado todo el tejido social y se ha posicionado como una óptica peligrosa y estratégica, para instalar terror y peligrosidad hacia algunos, mientras que otorga complicidad e impunidad a otros. Este juego reduce y simplifica los conceptos y las realidades.
Quizá, uno de los logros más significantes del enfoque punitivo, fue consolidar la idea de que inseguridad es solo hablar de delitos, de comportamientos ilícitos que requieren de una gestión urgente y efectiva para erradicarlos. Mientras tanto, existen quienes conocen – y sufren- la cara más dura y cruda de la inseguridad: la desigualdad.
La diferencia es que, mientras exigimos que las energías se focalicen -de inmediato- para solucionar lo más simple y peligroso para nuestro “yo” de la inseguridad, elegimos invisibilizar y abandonar la profundidad del “otro”. El resultado es la actualidad: lo que invisibilizamos, lo criminalizamos. Lo que abandonamos, lo potenciamos.
Hacia la desconstrucción del outsider.
Mientras las cárceles siguen en condiciones deteriorantes e infrahumanas, el sistema político elige crear nuevos delitos, aún si las condiciones luego no ofrecen garantías en lo absoluto. Este panorama sigue fortaleciendo y primando lo punitivo sobre lo socioeducativo, donde nuevamente el peso recae sobre las adolescencias y juventudes. Entonces, ¿cómo es el día después del delito?
Urge colgar la bandera y armadura partidaria, para problematizar y construir, con responsabilidad, un sistema político a la altura.
Los outsiders son disfuncionales a los proyectos de vida que legitima una sociedad. Becker (2009) decía: “Que un acto sea desviado o no, depende entonces de la forma en que los otros reaccionen ante él. (…) La respuesta de los otros, debe ser considerada como parte del problema.” (p.31). Quizá, el primer paso sea enfrentar nuestra individualidad, ampliar nuestro horizonte y entendernos como parte del problema. La desconstrucción del outsider implica posicionar el foco en la responsabilidad del Estado, y en esto también, nuestro rol en la construcción, reproducción y legitimación de discursos.
Si nuestros niños, niñas y adolescentes son nuestro futuro, y no hay futuro sin garantías en el presente, ¿qué clase de futuro esperamos recibir?
Hace un tiempo, alguien que aprecio y admiro mucho, me dijo:
“Como generación, tenemos espalda para hacer las cosas diferentes. Ojalá nos salga.”
Hoy elijo creer que cada vez que le hacemos frente al odio y a la indiferencia, que luchamos por reivindicar voces y realidades invisibilizadas, nos acercamos a construir algo distinto y mejor, nos acercamos a que ese “ojalá” sea algún día un: sí, nos salió.
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