Home Entrevista Central Pablo Casacuberta, escritor, artista visual y cineasta: Somos un país mucho más rápido en cambios culturales que los países europeos

Pablo Casacuberta, escritor, artista visual y cineasta: Somos un país mucho más rápido en cambios culturales que los países europeos

Pablo Casacuberta,  escritor, artista visual y cineasta:  Somos un país mucho más rápido en cambios culturales que los países europeos
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Comprobamos una vez más nuestra ignorancia cuando nos sugirieron entrevistar a este personaje al cual no teníamos en nuestro radar. Descubrimos un ser humano fantástico que habla de ciencia, arte, tecnología o música con una pasión y un conocimiento de causa que asombra. Charlas de este tipo nos llenan de esperanza del futuro uruguayo.

Por Jorge Lauro y Alfredo García / Fotos: Rodrigo López

 

PERFIL

Nació en 1969 y vivió en Carrasco sus primeros cinco años. Luego sus padres se exilian en México, donde hizo la escuela y el liceo. Volvió al Uruguay con 15 años. Sus padres eran científicos. Tiene dos hermanos. Ha publicado muchos libros, y dirigido las películas Clemente y Soñar robots. Hace varios años, fundó con su esposa, Andrea Arobba, Espacio Gen, un centro de artes y ciencias. Tiene tres hijos, de 31, 22 y 9 años.

 

¿Te marcó mucho México?

Sí. Recuerdo especialmente la diversidad sensorial. México es un país increíblemente colorido, que tiene más de trescientas lenguas y una infinidad de platos típicos. La sensación que uno tiene viviendo en México es que se trata de un continente inagotable. El retorno a Uruguay supuso reajustar las expectativas y entender qué era lo interesante de este país, que no era estrictamente lo que se me había vendido en mi infancia. Me parece uno de los países más interesantes que hay.

¿Qué te habían vendido y qué encontraste?

En general las diásporas generan una mítica sobre el país de origen, que es inevitable. Luego descubrí que estaba poblado por uruguayos, entre los cuales había científicos, artistas y pensadores. Pero tardé un tiempo en tomarle el gusto y entender que era bastante afortunado de vivir acá.

¿Y qué fue lo que te hace decir que este es un país muy particular?

Este es un país que tiene una demografía de gente pensante mucho más alta que la que los propios uruguayos le atribuyen. Tiene una altísima densidad de creadores y de orejanos, de todo tipo.

Pese a las dificultades para cualquiera de esas actividades.

Las dificultades son parte de la actividad. Desde nuestra posición de país latinoamericano y postcolonial, uno tiende a sobrevalorar las posibilidades que tiene una persona creadora en el resto del mundo. En cualquier país es un camino arduo. En Uruguay una conversación con un extraño tiende a derivar hacia el sentido de la vida en los primeros veinte minutos de charla. Tomarse un taxi y tener con el taxista una conversación que uno después recuerda durante años es mucho más factible en Uruguay que en Inglaterra. Uruguay está estructurado en capas aditivas que se evidencian como excluyentes pero que son capas sedimentarias que se sostienen mutuamente. Tenés un país primigenio de inmigrantes, indígenas y esclavos, muy pobremente integrado, al cual llegan oleadas de inmigrantes por persecuciones políticas, lo que genera una altísima concentración de personas con espíritu independiente. Después tenés formas que parecerían mutuamente excluyentes para concebir la libertad o un camino independiente, y que son complementarias. El mejor binomio en ese sentido son Batlle y Ordóñez y Saravia. Hay una búsqueda de progreso, de industrialización, de participación en la comunidad internacional, y al mismo tiempo un énfasis en la libertad, en no sacrificar determinados valores, en no importar modelos al margen de la historia local.

¿Y por qué somos tan pesimistas los uruguayos?

Pienso que hay dos dimensiones, una histórica y una cognitiva. La histórica es que somos un pueblo muy sustancialmente conformado por personas que abandonaron su lugar de origen, ya sea traídos a la fuerza o emigrando con una mano atrás y otra adelante, y que miran su lugar de origen con una profunda sensación de pérdida. Otra explicación es puramente cognitiva: tomamos nota de aquello que defrauda nuestras expectativas. Muy rara vez una persona en la fila del supermercado se asombra de que su fila va más rápido que la otra. En general tomamos nota de que la cola vecina va más rápido que la nuestra. En Uruguay no es popular decir que algo está saliendo bien. Es difícil llegar a un asado y escuchar que la campaña de vacunación va marchando bárbaro. Es más fácil escuchar que te acaban de robar el auto, y que eso tenga una reacción mucho mayor entre los concurrentes. No es un problema uruguayo, es un problema de la raza humana. Eso se encarna en un pueblo que tiene una larguísima tradición de nostalgia, a lo cual se suma que tuvimos un historial de cierta prosperidad, a lo que siguió una dictadura que nos hizo perder una cantidad de construcciones institucionales. Dedicamos décadas a mirar hacia atrás y tratar de recuperar lo que teníamos, lo que retarda la comprensión de que en realidad la construcción social se ocupa del futuro. Es un pesimismo que se nutre de muchas fuentes distintas. Al mismo tiempo se trata de un pueblo dicharachero, dispuesto reír con bastante facilidad. También hay una mirada un poco sombría sobre nuestra identidad, que no se corresponde con el estado de ánimo realmente imperante.

Viajás a Brasil y el contraste te desmoraliza al ver la alegría de vivir.

He pasado períodos largos en Brasil y puedo dar fe que un asado con chascarrillos ingeniosos de uruguayos me haría sentir una alegría más profunda. En el uruguayo hay una ironía que es incomparable con cualquier país de Latinoamérica. Una capacidad para ejercer el sarcasmo, sin incurrir en el cinismo.

Hay dos cosas, el culto a la ironía y la nostalgia como religión.

Exactamente. Y al mismo tiempo hay una cierta impopularidad por manifestarse satisfecho. Resulta sospechoso, por lo menos. Un individuo que celebra el Uruguay es visto como un sujeto complaciente. El espíritu crítico que uno le demanda a las personas para que tengan un cuadro lo más completo posible de la realidad tiene dos vertientes muy marcadas. Una es establecer qué es lo que está mal, para desarrollar estrategias para subsanarlo, y otra, tan importante como la primera pero mucho menos ejercida, es la evaluación de lo que está bien para poder ensancharlo. Esa segunda vertiente del pensamiento crítico está mucho menos explorada por el uruguayo nostálgico, sumido en el pesimismo.

Elevamos la noche de la nostalgia a una fiesta nacional. El tango. Maracaná. Todo está centrado en el pasado, sin la alegría de decir que estamos construyendo el futuro.

Si uno va al Museo Nacional de Artes Visuales y ve la colección permanente de pintura, se da cuenta que la modernidad y la mirada hacia el futuro es impresionante en el arte uruguayo. También si uno ve la capacidad de innovar en el ámbito literario. Hay una capacidad innovadora que se ve en cien manifestaciones culturales distintas. La danza contemporánea es absolutamente vigorosa en Uruguay.                                                                                             Sin embargo, cuando la gente hace un mapa de la cultura tiende a pensar en algo anquilosado. No se corresponde en absoluto con los índices palpables de la cultura. Hay una cantidad impresionante de libros publicados. Cuando se hace cualquier concurso literario de poca monta se presentan trescientas novelas. Y seguimos pensando que en Uruguay no pasa mucha cosa. Entre los muchos ejercicios que me obligó a hacer mi padre estaba el leer las quejas de Roberto de las Carreras cuando denunciaba “la toldería de Tontovideo”. En esa toldería estaban Delmira Agustini, María Eugenia Vaz Ferreira, Carlos Reyles, Acevedo Díaz y sesenta uruguayos de escala internacional haciendo cosas absolutamente increíbles. Mirá que no me quejo, y me parece bien que una persona le reclame a su contemporaneidad el estar en el primer nivel internacional y alzar la vara. Pero Uruguay no era una toldería en ese momento ni lo es ahora.

¿Por qué se van tantos jóvenes?

Primero porque el país tiene un déficit en la cantidad de oportunidades que ofrece. Pero tiene un déficit que es proporcional a las aspiraciones de los uruguayos, que son muy superiores a las que tienen un joven mexicano nacido en Michoacán. Y eso a veces se olvida. Uruguay es un país de inmigrantes que desde siempre mira hacia afuera. Y es un país de emigrantes donde no todos se van para no volver. Una porción enorme de uruguayos ha tenido un ciclo en el que viven unos años en el extranjero y luego vuelven, trayendo sensibilidades y saberes internacionales que pasan a estar en la mesa de lo que se discute. Por supuesto que soy crítico del volumen de oportunidades que el país ofrece. No tengo una mirada complaciente. Pero tampoco veo la diáspora solamente desde una perspectiva dramática, entre otras cosas porque tengo que basarme en mi propia experiencia. Tengo la capacidad de sopesar ambas situaciones y darme cuenta que, si bien ese déficit existe, no todo en ese fenómeno es deficitario.

¿Quiénes son los orejanos que mencionaste?

Todos los raros. En principio, de las personas que hacen cultura en Uruguay ninguna se va a enriquecer. Son personas que tienen un sentido más abstracto y más profundo que lo que vendría a ser el éxito para un europeo o un norteamericano. Los hacedores de cultura uruguayos son personas que en general siguen una clase de apostolado personal y de una construcción de sentido profunda. Porque si estás haciendo arte en Uruguay por cualquier otro motivo, la verdad es que no te va a ir bien. Por una parte, siento que la cultura uruguaya es muy vigorosa, y por otra, siento que el panorama político uruguayo es muy diverso. Este es el único país en donde podría haberse generado la frase “El gobierno se nos ha sublevado”. Necesitás un nivel increíble de orejanía para poder decir eso. Arrastramos esa herencia de independencia en el período gaucheso, y eso se ha ido mezclando con muchos emergentes que se desmarcaron e inventaron otro aspecto de país, como Clemente Estable al decir: “Acá falta un sistema científico, lo voy a hacer”, o Acevedo Díaz al decir: “Este país no tiene novela histórica, la voy a hacer”. Hay algo allí que es digno de celebración y orgullo. Y rara vez se vive con orgullo. Un poco me sorprende, porque siempre he visto al Uruguay desde una óptica extranjera. Llegué a los quince años y a los veintipico me fui a vivir a Inglaterra, donde estudié cine. Al retorno me encontré con un país que cambiaba más rápido que Inglaterra, “literalmente”. Volví de Inglaterra en el año 2000.

Este es un país mucho más rápido en términos de cambios culturales con respecto a un país europeo. La celeridad con que Uruguay adoptó una legislación de vanguardia y la agenda de derechos que hubiera sido muy objetada por poblaciones europeas es sorprendente.

Tiene que ver también con la historia. Históricamente hubo legislación de avanzada para la época.

Exactamente. Pero es justamente ese historial de capas de integración de pensamiento uruguayo que no es vivido como uno de los capitales del Uruguay. Tenés legislación de vanguardia no solamente durante el gobierno de Batlle y Ordóñez sino también durante el de Latorre. Y después tenés una serie de incursiones que llegan hasta la actualidad. Esa dimensión en la cual Uruguay es un experimento no es revindicada por el sistema de educación formal. Cursás la escuela sin que nadie te diga dos cosas: una es que este país, en muchas dimensiones, es un experimento, y otra es que este experimento no está terminado y que les corresponde a los niños continuarlo. Es cierto que esa condición experimental no se hizo en el éter. Este es un país que no se hizo en el papel solamente. Es un país que se hizo en base a un sustrato histórico. Pero dentro de esas condiciones compartidas con muchísimos países de Latinoamérica, África y Asia el Uruguay encontró una manera de generar integración social y experimentación legislativa. Ya las Instrucciones del Año XIII son modernas. Varela es extremadamente moderno. Después tenés la separación de la Iglesia y el Estado. Y tenés todas las leyes sociales vinculadas al voto femenino, al divorcio por la sola voluntad de la mujer. Cada una de esas conquistas genera nuevas conquistas ulteriores. En general se tiende a celebrar una foto de ese momento histórico.

Pero ahora se intenta un retroceso en esos avances sociales y derechos.

Una de las cosas que más me sorprende de Uruguay, sobre todo en la comparación con Argentina, que es nuestro hermano chueco, es la continuidad que hay en Uruguay. Los derechos, las construcciones institucionales y las grandes políticas de Estado se mantienen incluso cuando hay cambios de signo ideológico muy marcados. En México o en Argentina sube un nuevo gobierno y lo primero que hace es proceder a desarticular absolutamente todo lo que se había institucionalizado antes. Y acá no. Por supuesto que hay pujas ideológicas, pero en general hay un respeto a aquellas cosas que se construyeron y se revelaron como funcionales. Me parece que Uruguay es un país que tiene una mayor tendencia a la continuidad antes que ningún otro en el continente.

En Estados Unidos ahora surgió un senador que quiere prohibir el matrimonio interracial. Se revisa el aborto. Aunque visto de lejos hay una estabilidad institucional.

No es el mejor ejemplo. Estados Unidos está atravesando el período de mayor inestabilidad institucional, y hay un socavamiento de avances sociales, a veces retrocediendo cincuenta años, como en el caso del aborto. Estados Unidos es un ejemplo de por qué es importante el trabajo cultural y la construcción colectiva de sentido y la incorporación del otro. Estados Unidos hizo dos cosas, una fue devaluar su cultura muy sustancialmente, y al mismo tiempo alienar al otro de las decisiones políticas. Lo que generó es un mundo donde la fantasía es echar a la mitad del país al mar. Una de las cosas que me resultan un requisito de madurez esencial en la convivencia es que aquel que piensa distinto a vos va a vivir en este país. Y que si tenés una mirada llamémosle ecuménica, vas a querer que viva feliz en este país. La tendencia norteamericana a la polarización lo que ha generado es más empobrecimiento que el que ya había generado la pauperización de los medios y de la cultura. Es el campo de cultivo ideal para alienar al otro y suprimir toda posibilidad de diálogo. De hecho, el discurso norteamericano de las personas consideradas liberales es increíblemente antiguo. No hay nadie en el espectro político norteamericano que suene como suena un uruguayo razonable. Son todos episodios de demonización absurda del otro, en los cuales los que se presumen como más avanzados no defienden los intereses de nadie estrictamente, sino que defienden un cuadro puramente identitario donde no hay clase obrera, no hay un sistema financiero objetable. Nadie parece tener ese discurso. El 95% de la discusión política es en torno a pseudo derechos, como ir al supermercado y comprar un rifle de asalto, cosa que no constituye un derecho en ningún otro país del mundo.

¿Somos inmunes a ese tipo de situaciones?

No, y por eso soy tan ardoroso defensor de esa construcción sedimentaria. Porque en el momento en que pensás que estás construyendo tu ideario político en el éter y prescindiendo de la historia que dio origen a tu país, ese es el momento en que empezás a excluir al otro porque no comparte tu sistema axiomático de supuestos. Una vez que generaste dos lógicas distintas, el diálogo se hace irrespirable.

¿No estamos corriendo riesgo con eso? Con la corrección política, por ejemplo. El tema de la famosa cancelación.

Me parece que todavía no es un problema en Uruguay. Sí es un problema el hecho de que hay una fragmentación de la política en microdiscursos que representan mucho más circunstancialmente una franja angostísima de la población antes que a sectores más grandes.

El círculo rojo.

Me parece que esa fragmentación ha comenzado en el Uruguay, aunque no tengo una mirada apocalíptica sobre su desarrollo futuro, porque Uruguay y el mundo están enfrentando una serie de retos que obligan a desarrollar una capacidad de construir consensos y tomar decisiones de una forma más rápida. Me parece que Uruguay ha hecho las cosas mejor que casi todo el mundo. Hizo una reconversión de su matriz energética que es mucho más extensa que la de Alemania. Antes no había plazos para cambiar los sistemas de producción de alimentos y generación de deshechos, había aspiraciones de corte moral. Ahora tenés plazos y tenés una Europa surcada por olas de calor desconocidas. Se están generando necesidades de construir agendas con el otro que en determinado momento van a necesitar respuestas rápidas y prácticas, y que van a hacer del encono ideológico una tara que la propia población va a reclamar abandonar cuanto antes.

¿Esa necesidad puede vencer los intereses económicos?

Lo que pasa es que si tú querés tener un banco capaz de robarle el dinero a todo un continente, ese continente primero debe existir. Cuando hablamos de intereses económicos siempre pensamos en entidades ideales, como si los bancos fueran existencias platónicas y no tramas hechas por personas que tienen hijos y nietos, y que llegado el punto van a estar tan sumergidos en el agua como vos. Todos esos intereses económicos no son simplemente agentes del mal, son personas. Si arde Nueva York, la bolsa de valores va a arder tanto como la quinta de tomates de Nueva Jersey.

Hicieron arder Europa en la Segunda Guerra Mundial.

Es un excelente ejemplo, porque hubo un reordenamiento enorme de la economía mundial después de la Segunda Guerra, y algunos de los aspectos más crudos del colonialismo empezaron a desmontarse a raíz de esa guerra. En 1949 se independizan la India y Pakistán. Porciones de tierra que antes eran consideradas propiedad de un imperio colonial empiezan a encontrar caminos hacia la independencia. Ojo con pensar que el mundo siempre avanza hacia un despeñadero. En realidad, hay muchos movimientos pendulares, y la historia pega muchas vueltas.

La vuelta al carbón o a la energía nuclear hacen ver que la determinación no es tan clara.

En términos generales, el mundo se está desprendiendo del carbón, lo está soltando como la peste. Puede haber casos individuales e impactos de disruptores como la guerra entre Rusia y Ucrania, pero no se discute que los combustibles fósiles están de salida. Lo que se discute es el cronograma de salida del escenario internacional. Las empresas que se dedican a la extracción de combustibles fósiles están dejando de recibir seguros de las aseguradoras.       En general, no vas a ver nuevas corporaciones de energía estructuradas en torno a los combustibles fósiles sino en torno a fuentes renovables. Esto no quiere decir que es un mundo rosa, sino que el vector va en esa dirección.

Y que ningún imperio se entrega mansamente.

Bueno, me preguntaría si es tan así. Hay imperios que han implosionado. Diría que la historia humana es muy diversa en términos de cómo se pasa de un statu quo al otro. Pero está lleno de procesos de los que es muy difícil establecer cuándo empezaron y de qué manera arribaron al lugar al que llegaron. Y está lleno de sociedades que hicieron construcciones muy particulares, sin necesidad de generar una sangría tan violenta.

Tú dijiste que hubo un mundial de robótica en Uruguay y la clase política ni se percató.

No solo la clase política. Cuando estaba preparando la película Soñar robots me costó darme cuenta que por primera vez se hizo en Latinoamérica el mundial de robótica, al que vinieron miles de chiquilines de todo el mundo y en el que Uruguay salió tercero. Cada una de estas tres noticias hubiera sido de primera plana en un país razonable, lo que no pasó en Uruguay, en días en que la primera plana, seguramente, fue que tal senador hizo tal comentario sobre lo que tal otro senador comentó sobre el comentario de un senador previo. Uno de los problemas que tiene el discurso uruguayo, y lo digo siendo un enamorado de la democracia representativa, es que hay una hipertrofia del discurso partidario por encima de la política cotidiana. Cuando decís que Uruguay es en el mundo uno de los países que tiene una de las mejores adopciones tempranas de tecnología en la infancia, eso es un hecho político, y que tiene un historial cuya semilla se puede rastrear al surgimiento del Plan Ceibal o más hacia atrás, hasta llegar a Varela o a Artigas. Ninguno de estos hechos se generó en el vacío. Una de las cosas que más me emociona cuando muestro Soñar robots en el extranjero es que lo primero que te dicen es: “¡Qué país!”, y que cómo hay un país donde un conjunto de chiquilines de pueblos rurales, algunos de los cuales no tienen más de quinientos habitantes, tienen un cuadro tan universal acerca de qué se trata construir sentido o encontrar un lugar significativo para ellos mismos en el mundo. Uruguay tiene grandes posibilidades, que muy rara vez afloran en la charla cotidiana.

¿Por ejemplo?

Uruguay es el tercer exportador de software per cápita en el mundo. Esto tendría que saberlo un chiquilín que tiene ocho años. Tendría que saber que hay veinte mil chiquilines que hacen robótica. Y que casi siempre que Uruguay participa de un certamen internacional de robótica para adolescentes, sale premiado en algún lugar del escalafón. Y tendría que ser posible, no solo para la clase política sino también para los adultos, los docentes y los padres del Uruguay, poder rastrear ese hecho y vincularlo a la aventura uruguaya en general. Preguntarse cómo se generó eso, cómo un chiquilín de Achar, un pueblo de ochocientos habitantes, puede decirte que ya tiene incorporada una mirada del mundo en la cual el manejo del medio ambiente es esencial, donde la resolución de problemas forma parte de la matriz con la que aborda el mundo. Una de las cosas que más pasa cuando la gente ve la película es que se siente en falta por no haber sabido eso.

Nos pasó.

Traté que no fuera una película de carácter propagandístico, pero al final te doy unos datos porque, si no, sería injusto. Hay cien mil uruguayos que reciben pensamiento computacional como materia extracurricular en las escuelas. Ese dato tenés que adaptarlo a tu matriz de lo que se supone que Uruguay es. De otro modo parece que hubiera venido una nave espacial y hubiera generado un injerto inexplicable. Si empezás a pensar en posibilidades y de qué se podría hacer en Uruguay en términos de sistema, ves que Uruguay tiene la matriz energética más renovable de Latinoamérica y una de las más renovables en el mundo, que de hecho disputa con Dinamarca en energía eólica. Tenés un sistema de captación de talentos tecnológicos muy temprano, tenés una plana de investigadores científicos que figuran en publicaciones internacionales, entre los más significativos del mundo. Si cada una de esas floraciones se mirara como parte de una realidad, de un mosaico que tiene sentido, se consideraría un sistema en lugar de considerarse la suma de emergentes. A eso es a lo que me refiero con orejanos. Nadie recuerda cómo fue el sistema de consensos para lograr la matriz energética más verde de Latinoamérica. No hubo grandes luchas, cuando en Europa hay derechos ganados que requirieron la manifestación de medio millón de personas. En la avanzada Francia hubo medio millón de personas manifestando contra el matrimonio gay. En Uruguay no, no hubo ni un puñado de gente con unas cartulinas. Y no solemos ver como un capital esa capacidad para generar consensos. Respondiendo la pregunta sobre si veo que Uruguay está al borde de una polarización patológica al estilo argentino, te digo que no, pero no solamente depende de la capacidad de ver al otro sino de compartir los logros y decir que esto que tenemos no lo hizo uno, sino que es una sumatoria de esfuerzos.

Tenés los logros del fútbol uruguayo, con una estructura masiva de baby fútbol. Se le da mucha más relevancia que a los veinte mil gurises que hacen robótica. ¿Qué es lo que está fallando?

Hay unos que están muy desfavorecidos, y de ninguna manera habría que denostar al sistema de captación de talentos del fútbol uruguayo, que es una verdadera criba de detección de talentos tempranos, y por eso Uruguay es uno de los exportadores de jugadores más grande per cápita del mundo. El asunto es que habría que tener esa misma capacidad para detectar todos los otros talentos, que son muy sorprendentes. En Soñar robots yo muestro el mundial de robótica, pero en este país hay una olimpíada de matemáticas, hay cientos de retos intelectuales que se les ofrecen a niños a los cuales les va bien. Lo que no hay establecido es simplemente un sistema de captación de esos talentos en el cual se les den a esos chiquilines retos que tengan que ver con la realidad, que no constituyen ejercicios, sino que son formas de elaborar sentido en conjunto, de elaborar posibilidades del país. Si eso se hiciera de una forma más activa, entonces se lograrían muchos más resultados tangibles y se lograría incorporar a porciones más grandes de la población en una mirada menos pesimista.

En el fondo pesa lo económico. No hay un incentivo económico como en el fútbol, y por lo tanto se le da menos bola.

Es una manifestación de ignorancia, porque en realidad es en la innovación científico-tecnológica donde están las posibilidades de agregar valor a través del conocimiento. Ningún país se desarrolló en base a fútbol. Hay países que desarrollaron su fútbol, pero no forma parte de ningún país una narrativa en la cual el país estuviera sumergido y el fútbol lo haya levantado. El problema es justamente entender cómo funcionan los incentivos económicos. Uno de los problemas que estamos atravesando es la inmediatez y la aspiración de que las cosas brinden resultados inmediatos, lo que también, lamentablemente, ha pauperizado la política, que se convirtió en una política de gestos destinada, a generar reacciones inmediatas en las redes sociales y a tener efecto en actos eleccionarios en dos años, y no en planes que tengan veinte años de desarrollo. Si vas a cambiar la matriz de cómo se producen alimentos, necesitás pensar a veinte, treinta años. Alimentos vamos a consumir, minga que esta es la sociedad de la información. Esta sigue siendo una sociedad poblada por humanos, que tienen que meter algo en un plato para poder sobrevivir un día más. No estamos abordando esas grandes preguntas porque estamos enredados en pequeñas rencillas inútiles, entre personas que todas tienen algo que aportar. Hay un discurso muy denostador de la clase política, pero yo insisto, y les insisto a mis hijos, con que nadie que llegó al parlamento es un imbécil.

Lo podemos discutir.

Hay personas cuyo margen de ideas compartibles es mucho más angosto que el de otras, pero no hay nadie que no tenga absolutamente nada que incorporar a una posible construcción colectiva de soluciones. La pérdida paulatina de estima pública de la clase política es siempre uno de los antecedentes de los totalitarismos. La idea de que la clase política es corrupta, que todos son iguales, que nos han fallado, que la institucionalidad está desbalanceada hacia los poderosos. Todos eso es antecedente de los fascismos y los totalitarismos, entonces soy muy cuidadoso a la hora de denostar la clase política. Aunque nunca se menciona, es una actividad profesional. No he tenido la menor intención de ejercerla y la he colocado en manos de personas que tienen la estructura mental y la disposición afectiva de abordarla, entonces tengo que incorporar, dentro de una perspectiva tolerante, esa distancia que hay entre el ejercicio participativo mío, relativamente reducido, y la actividad full time de estas personas. Y es peligroso empezar por decir que el sistema representativo no es el mejor de los sistemas. Suscribo la idea de Churchill de que la democracia es el peor sistema político con la única excepción de todos los demás sistemas políticos.

Se puede perfeccionar.

Lo perfectible es necesario, pero la perfección es perversa como concepto. Me interesa mucho más establecer en qué dirección estás yendo antes que generar una especie de arcadia utópica. Prefiero comparar los índices de hoy con los del martes pasado, y con ese termómetro irla piloteando, antes que decir: “así es la sociedad ideal”. Por lo menos en la historia personal, fuimos expuestos a muchas ideas de lo que sería la sociedad ideal, y en general todas esas sociedades ideales están pobladas de seres platónicos. Cuando tenés una sociedad poblada de personas te encontrás con el hecho inescapable de que esas personas son…

Contradictorias.

Que en buena medida son simios que en el neolítico adquirieron las capacidades cognitivas con las que hoy administran bolsas de valores, legislación de comercio exterior y problemas increíblemente complejos, y que lo hacen con inescapable torpeza. Y que ese hecho debería ser aceptado y celebrado, porque ese es el animal que somos.

¿El animal no depende en nada de sus circunstancias?

Por supuesto que sí.

Una sociedad mejor, ¿no genera mejores personas?

La prueba de que eso es cierto es que hace dos veces y media la vida de mi abuela, que vivió ciento tres años, ocurrió la revolución francesa y el 97% de los franceses eran siervos o esclavos. ¿Mejoraron las condiciones de vida? Sí. Vivías en una sociedad sometida a la viruela, a la disentería, al sarampión y la tuberculosis, y además sometido a relaciones de servidumbre que harían palidecer a la más aguda de las explotaciones que se vivan en el Uruguay el día de hoy. Una de las razones por las cuales vale la pena luchar por un futuro mejor es que ese futuro es posible.

¿Y cómo sabés que es posible?

Porque el presente actual es el futuro mejor de ese pasado. Esa dimensión muy rara vez se incorpora al discurso. El progreso se ha convertido en una figura dudosa en términos de para qué molino lleva agua. ¿Qué quiere decir que hay progreso? ¿Qué una sociedad injusta puede producir progreso? Claro que puede, y por eso no estamos en el medioevo. Porque una sucesión de sociedades estructuralmente injustas puede ir cambiando porciones de sus normativas, de sus relaciones laborales. ¿En esos cambios se producen nuevos males? Ciertamente. Hay un filósofo que se llama David Deutsch que tiene tres leyes que me parecen muy buenas. La primera es que habrá problemas. Somos un conjunto de simios haciendo lo que mejor pueden con un conjunto de herramientas del neolítico, saliendo más o menos a flote. La segunda es que, poniendo mucho empeño y logrando muchos consensos, algunos de esos problemas eventualmente se solucionan. Y la tercera ley, mi favorita, es que la solución de los problemas genera nuevos problemas. Si entendés que estas tres cosas no son una disfunción de la existencia sino que son simplemente la consecuencia natural de tener un sistema complejo en funcionamiento, no tenés que verte movido a la complacencia pero sí podés entender que ese desbalance y esa incapacidad de establecer un equilibrio duradero es la naturaleza humana y no un problema.

¿Qué capa nos corresponde generacionalmente aportar al Uruguay?

Primero ser capaces de tener un arqueo más justo y profundo sobre qué tenemos. Cuando vas a inventar algo tenés que empezar por un arqueo de lo que hay. Una investigación científica se empieza por establecer lo que se llama el state of the arts, el entender qué es todo lo que se publicó hasta ahora, para luego elaborar. Siento que hay un problema en la elaboración política uruguaya, y eso es una incapacidad para establecer ese state of the arts. Decir qué logramos hasta ahora, cuáles son las posibilidades, qué nos falta, cuáles son los acuerdos necesarios. Lo primero es eso, entender qué es lo que tenemos. Lo segundo es entender cuál es el lugar que ocupa la cultura en los cambios sociales. Seguimos pensando que los cambios sociales se hacen por pura ingeniería, en lugar de pensar que los cambios sociales son el resultado de la visibilización y la naturalización de procesos que en determinado momento se consideran ubicuos, cuando originalmente se consideraban raros.

¿Cómo cuales?

A nadie le resulta sorprendente que alguien se divorcie en el Uruguay, a pesar de que hace ciento cincuenta años era un escándalo. Primero que nada, hay que pensar que, cuando estás hablando de cambios, una porción sustancial de esos cambios es cultural, para lo cual tenés que desmontar la idea de que hay un conjunto de “malos”, ocultos planeando la marcha del sistema a distancia, para empezar a pensar en términos de participación cotidiana en los paradigmas que nos alientan y nos encierran. Somos capaces de establecer lo que Real de Azúa llamaba “el impulso y su freno”. Estamos continuamente generando floraciones que involuntariamente y por razones de negación ideológica podamos por temor a dónde podría llegar esto. Si somos capaces de hacer ese arqueo y de entender que lo que se discute es la forma en que la población entiende qué es ser uruguayo, qué es tener una vida bien vivida y cómo se puede construir sentido, para lo cual tenés que generar un cambio cultural profundo de apreciación, las posibilidades futuras me parecen mucho más vigorosas que si simplemente seguimos en esta pequeña rutina de picotazos y rencillas menores.

Cada vez más gente cree que somos manejados por poderes fácticos de elite.

Sí. Me impresiona como muy inocente, o “esperanzada”, porque es gente que considera, entonces, que el mal es una porción discreta de sociedad que no tiene que ver con el proceder cotidiano de tu propia persona. Son personas que se excluyen de su propia realidad. Por supuesto que hay dimensiones de lo que te pasa que tienen que ver con cómo funciona el sistema financiero internacional, pero esas decisiones son increíblemente difusas en su naturaleza, con una porción que es llevada adelante por algoritmos, sin participación humana de ningún tipo. Son sistemas llenos de ruido y de enormes disrupciones. La guerra de Ucrania es una disrupción, como lo es la simple visita de Pelosi a Taiwán. Pequeños elementos de disrupción tienen efectos financieros imprevisibles, y no hay una cúpula de villanos diseñando esas posibles consecuencias.

Hay muchísimos que creen que la pandemia fue diseñada como un plan de reseteo universal.

También hay un conjunto de personas que piensan que la Tierra es plana. Es necesario, primero, retornar a una lectura de la realidad basada en la evidencia, en la cual la lectura de índices y números se interprete de una manera que supere la mera disposición a generar narrativas.

Pero las narrativas cada vez cobran más fuerza. Estamos en la época de la posverdad.

Siempre me coloco en una posición escéptica ante las miradas apocalípticas. Tengo cincuenta y tres años, y durante mi vida me tocó asistir al presunto fin de la historia, al fin de la televisión, al fin del cine, de la prensa escrita. He asistido a presuntos fines, como para ser muy escéptico con la idea de que estamos en el ocaso apocalíptico de una cosa que duró milenios. No creo que estamos en la posverdad, estamos en una situación en la que hay plataformas para amplificar bolazos, que tienen cámaras de eco mucho más sofisticadas que en tiempos pretéritos. Igual, si ves todo lo que se imprimía en 1740 en Europa, ves que la inmensa mayoría eran bolazos. Y se presentaban como factuales.

¿Cuánto tiempo se demoró en saber que eran bolazos?

Había una porción de personas que consideraba que eso que se presentaba no gozaba de la suficiente evidencia. Se ha acelerado muchísimo el ritmo de producción de pseudohechos, y también la capacidad crítica de juzgarlos. No es que no haya sitos en internet que te permitan entender, desde un lugar crítico, qué información es confiable y cuál no. No estamos ciegos en un laberinto oscuro. Hay una proliferación enorme de información falsa, pero nunca en la historia de la humanidad se publicaron tantos libros como ahora.

Pero se publica cualquier cosa.

Sí, pero lo que la gente tiende a olvidar es que el volumen absoluto de libros buenos es muy superior al de ningún año anterior de la historia. Se dice que el cine norteamericano hace mil películas de las cuales solo cien son buenas, pero cien es una cantidad increíble de cine que te tomaría todo un año ver. Se dice que Uruguay hace dieciocho películas por año y que andá a saber cuántas son buenas. ¿Dieciocho por año en un país de tres millones de habitantes? Salí a la rambla a tirar cañitas voladoras. Esa incapacidad para entender que la proporción de productos culturales valiosos siempre fue minoritaria, y que sin embargo la cantidad absoluta de productos valiosos es superior a la de ninguna época es un déficit en la capacidad de filtrar que como sociedad estamos teniendo y en la capacidad de elaborar un discurso sobre la contemporaneidad que se ajuste a los números.

Decís que el cambio cultural es la clave. ¿Quién lo genera?

Las personas, primero. Los ciudadanos tienen que hacer un proceso de reconsideración de cuál es su lugar en el mundo. No es una desgracia haber nacido acá. Hay una escena en Soñar robots en la que un chiquilín te dice que vive a dieciséis kilómetros de Migues, en el medio del campo, y que ha llegado a la conclusión de que nació en el lugar ideal, porque para él el lugar ideal es aquel en el que haya un profesor dispuesto a darle todo. Una de las cosas que hay que hacer es reconsiderar la posibilidad de incidir en tu propia realidad y la de tu comunidad, y hablo de comunidad en sentido concéntrico, empezando por la propia familia, por la comunidad de intereses, por tu ciudad, tu país, y por entender tu lugar en el mundo. Siento que se ha generado una alienación muy grande en cuanto a la posibilidad de Uruguay de generar un discurso internacional. En general cuando ves cosas en las que Uruguay es primero no hay en la población, por miedo a pizarrerar, una actitud de decir que la realidad es compleja y llena de manchas oscuras, pero que ese aspecto es muy luminoso. La forma en que surgió y operó el GACH durante la pandemia fue de las más virtuosas en el mundo, en cuanto a convocar a la academia de una manera transpartidaria, fecunda, multidisciplinaria. Es necesario, sin perder el espíritu crítico, celebrar esas cosas. De otro modo lo que estás generando es un mapa incompleto, lleno de agujeros insalvables. Una de las cosas que hay que hacer es un arqueo más profundo y más lleno de cariño.

Pero te da un quebranto infernal cuando bajás del puesto veinte al treinta y ocho en futuro verde.

Ahí hay que remar. También Uruguay subió en muy pocos años al lugar en que estaba. Y al mismo tiempo coexisten muchas realidades. Uruguay todavía tiene una política bastante respetuosa de las áreas verdes y del ecosistema. Y al mismo tiempo coexisten zonas oscuras con esas realidades luminosas.

Extractivismo

Siempre que alguien utiliza una palabra de esas yo pregunto en comparación con quién.

Consigo mismo.

Eso es muy bueno, pero tenés que empezar por saber dónde estás parado con respecto al extractivismo de México, por ejemplo. Siempre insisto en que para poder hacer un arqueo tiene que haber una construcción ideal, pero al mismo tiempo un sentido histórico, regional. Primero, me parece que hay que rehusarse a aceptar como un hecho consumado cada pérdida de un índice que era valioso. Simplemente estoy tratando de entender cómo se logró ese índice que había antes y qué se puede hacer para recuperarlo. Y al mismo tiempo tener un cuadro con luces y sombras, donde entiendas que hay una fluctuación. No es un Uruguay que fundamentalmente empeora. Esa no es una lectura fidedigna desde mi perspectiva. Es un país que fluctúa de acuerdo a la atención que recibe en distintos temas, en una trama política que es muy diversa, muy tendiente a ocuparse de plazos brevísimos, y que necesita participación de ciudadanos informados. No ciudadanos escandalizados, sino informados. Y si estando informados, además están escandalizados, bienvenidos.

¿Tenemos ciudadanos informados?

El Instituto Nacional de Estadística está lleno de datos.

Nadie entra.

Uno de los problemas que tiene la comunicación social de políticas públicas es que está estructurada en torno a lo que las instituciones quieren decir y no a lo que quieren que pase. Se expone como si se tratara de un PowerPoint donde se presenta una gráfica y un conjunto de datos un poco como ocurriría yendo al INE, cuando en realidad lo que estás buscando es visibilizar caminos. Que al asomarse a esa exposición de hechos culturales la persona diga: “Yo quiero eso para mi país, para mis hijos”. En Soñar robots no se menciona la palabra educación ni una vez. Cada vez que alguien la mencionó, la saqué de la película porque me parecía que mencionar esa palabra te colocaba en una posición de evaluador de posibles políticas educativas, y yo no quería eso. Yo quería que vieras esa película y desarrollaras un profundo cariño por esas personas, y que sintieras que querés un poco más de eso, preguntándote cómo se hace. Siento que uno de los problemas que hay es que la clase política no se está preguntando ni le está preguntando a la población qué queremos que pase, cómo sería una vida que nos gustaría.

Nadie lo hace.

Se considera una pregunta excesivamente trivial, cuando tenemos que resolver grandes temas, pero en realidad todos esos otros grandes temas son el cuello de botella que nos ponemos para resolver ese tema tan simple, que es cómo te gustaría que fuera tu vida, la de tus seres queridos, tu comunidad y tu país. Uno de los problemas que hay en la valorización institucional de la cultura es que tiende a haber un discurso economicista de corto plazo acerca del valor de la cultura. A veces te encontrás con un funcionario culto que te dice que la cultura es muy importante y que es responsable del 1.3% del Producto Bruto, como si la cultura no construyera sentido o no tuviera impacto en la capacidad de las personas de ir a trabajar o de sentirse pertenecientes a un país. Me gusta poner como ejemplo qué pasa si una persona te pregunta cuál es el impacto en el PBI de la escuela primaria. ¿Te ponés a calcular el sueldo de las maestras, el sueldo de las personas que llevan a los chiquilines en las camionetas? Sería absurdo hacer esa clase de cálculo. La escuela primaria tiene relación con todo el PBI, porque si suprimís la escuela primaria, no hay PBI.  Lo mismo ocurre con la cultura.

¿En qué sentido?

Cuando considerás que la cultura es la cereza de la torta, ¿cuál es entonces la torta, desprovista de eso? Uno de los problemas que hay es que en general se considera a la cultura de dos maneras parciales: una es solo como un constructor de bienes tangibles que se monetarizan, y otra como un constructor de una industria. Esas dos dimensiones son ciertas y deben ser estimuladas, pero la cultura es mucho más que eso, es la razón por la cual las personas están contentas cuando viene Suárez. Son motivos estrictamente culturales. Hay personas que ese día fueron a trabajar más contentas porque vino Suárez, y no son un conjunto de ilusos sino que colectivamente comparte una serie de aspiraciones de pertenencia con una porción sustantiva de la comunidad. Ese modelo de objetivos compartidos podría aplicarse a dimensiones más significativas que el retorno de un jugador de fútbol, como por ejemplo cómo Uruguay produce energía y alimentos, o cómo utiliza determinado historial de construcción de derechos en su participación en la elaboración de políticas internacionales. ¿Por qué no? Cuando estás afuera ves que Uruguay es muy apreciado en el mundo. Mucho más de lo que lo es adentro del propio país.

Ahora en muchos países se habla del buen vivir. En política no se habla de felicidad o de amor.

Cuando en realidad la única razón por la que existe una economía es para financiar procesos de convivencia, o amorosos, o de construcción de sentidos. La gente no trabaja solamente para sobrevivir, trabaja para hacer algo que tiene sentido, porque le gusta sentir que pertenece a determinado país o comunidad. Esa dimensión comportamental está absolutamente al margen de los parámetros con que se evalúa la percepción social de políticas públicas. Me sorprende con qué infrecuencia las dimensiones motivacionales que tienen que ver con el cariño por las cosas, el tiempo pasado con amigos y el amor forman parte del discurso cotidiano de los políticos. Como en este momento, en que desde el punto de vista identitario abrazamos toda la diversidad posible de géneros y tratamos de alojar una variedad increíble de definiciones identitarias, en un paso que ciertamente es muy positivo, sin embargo, no destinamos el mismo tiempo a entender las enormes preocupaciones que pasan los padres vinculadas a la felicidad de sus hijos. Un tema que ocupa horas en la cabeza de los padres y que sin embargo no participa del discurso público con la misma asiduidad que otros temas que podrían considerarse mucho más candentes, pero que están en la misma órbita, la órbita de la construcción de sentido.

Petro termina ganando con el “vivir sabroso” como lema.

Si le tuvieras que explicar a un marciano qué se inventó en la Tierra, es la variedad de repertorios. La Luna tiene un solo repertorio, se guía estrictamente por las leyes de la gravedad y la inercia. Una mosca puede elegir ir hacia arriba o hacia abajo, hacia la izquierda o la derecha. Tiene un nivel de albedrío que ningún planeta inerte tiene. Eso, llevado a los humanos, alcanza un grado de sofisticación increíble. La diversificación de repertorios hace que vos tengas una experiencia distinta a la mía, y que vale la pena que yo incorpore, y viceversa. Esa variedad de repertorios es la sal de la vida, el ser capaz de incorporar la experiencia ajena como propia. Construir una mirada pública donde ese acopio e intercambio de experiencias se considera el bien social más preciado genera otro modelo de país. Y a veces tratamos de generar otro modelo de país solamente con operaciones materiales, muchas de las cuales son necesarias e incluso urgentes, pero postergamos esa otra, que es esencial.

¿No se mide la realidad con ojos de rana?

Te referís a la serie No es el fin del mundo. Una de las razones por las que hice ese capítulo fue para sugerirte que la elección de qué es lo que decidís ver es un ejercicio de albedrío, no siempre consciente, pero no completamente aleatorio. Depende de dónde decidís posar los ojos, bajo la premisa de que eso que has decidido aprender es valioso. Y allí hay una dimensión política profunda de ejercicio del albedrío y de capacidad de elaborar. Por eso soy tan reacio a incorporar el discurso de que “la realidad es horrible”. La realidad es muy variopinta. Debe tener porciones horribles, a menudo las tiene, y soy tan capaz de verlas como cualquier hijo de vecino, pero he desarrollado una disciplina de acopio de información valiosa con la que se puede hacer algo. No es cualquier información. Es información que tiene alguna clase de vector, de indicio acerca de qué hacer. He tratado de privilegiar eso, y considero que es una actitud política muy comprometida, a pesar de que no sea una actitud mayormente partidaria. Te lo digo como un sujeto que aprecia el sistema de partidos, al que le gustaría que todos los partidos fueran muy vigorosos. Pero hay una dimensión política acerca de en qué temas y aspectos de la realidad vas a poner el énfasis y cuáles son los que te parece que tienen una base sobre la que se puede construir.

¿Qué hacemos con las tribus de los simios?

Lo que ha pasado a lo largo de toda la historia. Las tribus se dispersan. Es así. Nadie extraña a los etruscos. La historia de la humanidad es la historia de la dispersión cultural, de la interpenetración entre culturas. No me produce angustia el hecho de que se produzca un cierto nivel de disolución de dimensiones tribales.

Se potencia la formación de tribus en el conjunto de la sociedad, lo que muchas veces genera conflictos complicados.

Es cierto, pero es la naturaleza de las interacciones. ¿Cuáles son las manifestaciones actuales de la visión filosófica o política de Piria o de Mauá? Bueno, está muy desdibujado. Ha pasado mucha agua bajo el puente. Hay una frase de Goethe que me gusta mucho y que dice que aquel cuya mirada no abarque cinco mil años es ciego. No le exijo siempre al interlocutor abarcar cinco mil años, pero cincuenta o quinientos es un muy interesante punto de comparación para entender qué pasajeras son algunas ideas que uno pensaría que están labradas en mármol.

Todo lo sólido se desvanece en el aire…

Decía Marx. Dijo muchas cosas.

¿Sos muy hincha de Harari?

Es importante que haya personas que intenten generar miradas abarcadoras, por una parte. Al mismo tiempo es inevitable que cuando se estructura una narrativa que abarca literalmente centenares de miles de años haya algunas reducciones. Me parece que en algunos aspectos su lectura es iluminadora pero también ocasionalmente incurre en reducciones levemente imperdonables. Pero es una lectura grata. Si vamos a estar en una playa es mejor leer a Harari que a Ludovica Squirru.

Aunque la mayoría lee a Ludovica Squirru, sobre todo en enero.

Si una porción importante pasara de Ludovica a Harari, ya ganamos unos cuantos puntos.

¿Hiciste algún seguimiento de los gurises de la película?

Sí, claro. Antes de estrenar la película recorrimos todos los pueblos y se la mostramos a los gurises, sus padres y sus docentes. Luego los he visto en eventos del Ceibal, y he tenido entrevistas junto a ellos, participando en mesas redondas. Si ya eran un taponazo a esa edad, dos años más tarde son sujetos con un nivel de estructuración que nos pasa el trapo a cualquiera de nosotros en cualquier tema relacionado con la contemporaneidad.

No llegaron a viajar nunca, ¿no?

Algunos de ellos son reincidentes y han hecho otros viajes. Pero ese viaje en concreto está pendiente.

El avance científico descontrolado sin el avance espiritual, o no sé si llamarlo moral…

Ético.

No van necesariamente de la mano. ¿Qué futuro se puede esperar? ¿Surge lo ético como una defensa tardía?

A pesar de que la historia de las ideas parecería ser la historia de cómo primero se generaron construcciones éticas y después las sistemáticas a partir de esas ideas éticas, en realidad muchas de las resoluciones a nivel ético ocurrieron después.

La esclavitud se condena a partir de que existe.

Exactamente. Y los semáforos surgen mucho tiempo después del automovilismo. Es difícil, cuando se produce un cambio tan abismal, volver a meter al genio en la botella. Por otra parte, la inteligencia artificial y su desarrollo es inevitable. Y la marcha hacia una inteligencia artificial general es inexorable y lenta.

Y no tenemos a Schwarzenegger para salvarnos.

Lo que ha pasado es que en general el ámbito de los algoritmos destinados a resolver una tarea discreta, como agendar boletos de avión, se ha desarrollado mucho más que la capacidad de entender las interacciones que hay entre la heurística de distintos problemas. Es decir, la capacidad de sacar conclusiones que establezcan un sentido común para familias enteras de problemas. No obstante lo cual, en los últimos cinco años y particularmente en el último ha habido un desarrollo muy grande de la “capacidad” de comprender. Y digo esto porque la mayoría de las manifestaciones de “comprensión”, son modelos lingüísticos como Lamda o GPT3, que son modelos que tienen que ver con construcciones lingüísticas sobre la realidad, algunas de las cuales a primera vista sugerirían una comprensión profunda sobre los fenómenos que esa entidad describe por vías lingüísticas. El avance de estos algoritmos ha sido enorme en los últimos dos años.

Y con la computación cuántica o el 5G…

La computación cuántica recién está saliendo de los vestuarios y está entrando a la cancha.

Pero a la velocidad en que vamos…

Nadie lo niega. Por eso comencé por decirte que el proceso es inexorable.

Ojo, está saliendo a la cancha en lo conocido. Porque no sabés qué pasa en la Inteligencia de los Estados.

Los algoritmos salieron a la cancha hace décadas. Hace por lo menos doce años que más del 80% de las operaciones bursátiles del mundo son llevadas a cabo por algoritmos sin participación de un humano. No es que los algoritmos están saliendo a la cancha. Lo que está empezando a haber son sistemas adversariales, que ponen en duda o en entredicho sus propios logros, los cuales filtran, critican e instan a la parte proposicional del mismo algoritmo a generar un nuevo modelo, al que la parte adversarial le dice: “No es lo suficientemente refinado, vamos a seguir mejorándolo”. Eso generó un modelo de refinamiento increíble que, por ejemplo, permite decirle verbalmente a un algoritmo qué es lo que desearías ver, para que el algoritmo genere una imagen fotorrealista de eso. Soy cauteloso a la hora de asumir que detrás de eso hay una auténtica conciencia de sí. Primero, los algoritmos no están construidos para eso sino para generar modelos lingüísticos de la realidad.

¿Pero no se está hablando ya de emociones? Hubo una noticia estos días.

Hubo una noticia sobre que un algoritmo Lamda empezó a narrar algunas de sus angustias, por ejemplo, la angustia clásica de las películas sobre inteligencia artificial, que es el miedo a ser apagado. Soy muy cuidadoso a la hora de establecer una línea directa entre la manifestación de estados y esos estados. En innumerables ocasiones has dicho: “Siento mucho haber llegado tarde” sin que sea cierto, porque a veces expresamos auténticos estados y a veces expresamos lo que se espera que digamos. Y estas son máquinas entrenadas para decir lo que se espera que digan. Hay que ser cauteloso a la hora de asignarle a su capacidad de decir lo que se espera de ellas la condición de consciente. No obstante lo cual, ese avance es inexorable. Pero la inteligencia artificial general, que es el santo grial de la inteligencia, va a tardar bastante más, según mi pequeña forma de ver el proceso. Va a tardar bastante más porque lo que hace que esta persona sea María y esta otra sea Pedro son innumerables capas neurobioquímicas, fisiológicas, contradictorias, de la manifestación de sus aspiraciones, miedos, deseos y de los incentivos para operar. Estamos lejos de que eso pase, y en cambio estamos bastante cerca de simular eso con eficiencia, de hacer creer a un interlocutor que existe todo ese mar de fondo, en un lugar donde lo que hay es software. Digo esto sin ánimo de desvirtuar el proceso, que está siendo riquísimo y al mismo tiempo inquietante y alentador.

Te va a matar como director de cine, si ya el algoritmo solo con la voz humana puede hacer el fotomontaje. Cambia todo el paradigma.

Ya asistí a suficientes muertes de cosas. “Los muertos que vos matáis gozan de buena salud”.

Pero va a ser otro cine.

Soy contemporáneo a cambios en el cine que permiten que un sujeto edite una película en su cama, o que filme con una cámara doméstica una película con una resolución equiparable a la que se filmó Star Wars hace veinte años. Ninguna de esas cosas mató al cine.

 

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