Home Entrevista Central Pablo Hein, sociólogo: Es más fácil reparar una vida rota que una muerte.

Pablo Hein, sociólogo: Es más fácil reparar una vida rota que una muerte.

Pablo Hein, sociólogo: Es más fácil reparar una vida rota que una muerte.
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El tema del suicidio aflora una vez al año y el resto del tiempo es mayormente ignorado y un tema tabú. Acudimos a un profesional que se ha dedicado durante muchos años a estudiar este problema en nuestro país y el mundo y ver que caminos se pueden transitar para combatir esta tragedia.

Por Jorge Lauro y Alfredo García / Fotos Rodrigo López

PERFIL

Nació hace cincuenta y dos años en Montevideo. Vivió en el Buceo hasta que se mudó a una cooperativa de ayuda mutua, COVICOES, por Zum Felde y Pitágoras. Su padre era bancario, y la mamá ama de casa. Fue a la escuela Morosoli y después al Dámaso y al 10.En su familia eran católicos. La madre era de la UP, de Erro, y el padre militante de AEBU. Tiene dos hijos. Es Magíster en Sociología y trabaja en la Universidad de la República.

¿De dónde viene la sociología?

No sé. Hice primer año en Ciencias de la Educación, en Humanidades. Era un ambiente medio adulto, y yo venía del liceo, entonces no me gustó. Después me decanté por la sociología. Hoy hay más o menos unos setecientos sociólogos. No es una profesión, pero ese es otro tema.

¿No es una profesión?

No, claro que no. No está reconocida, no tiene un código deontológico. Tú te decís sociólogo y no pasa nada. Hay muchos que fueron decanos, que se dicen sociólogos y no tienen el título. Por eso no estoy afiliado al Colegio. Es una profesión que no tiene barreras de entrada, como decía César Aguiar. Aguiar y Errandonea, mirá qué dos, pidieron el reconocimiento del título a la Asociación de Sociólogos, que en aquella época no era colegio. Ellos, con su impronta, en el año 88, cuando se creó la Asociación, pidieron ser reconocidos de derecho.

Ahora acá hay una carrera de sociología.

Eso no significa que haya una profesión. Hablo desde el punto de vista sociológico de las profesiones. Las profesiones tienen un componente de corporación. Si someto a la sociología a lo que tiene que tener una profesión para ser llamada tal, la sociología no lo tiene por más que haya un título habilitante. Otra cosa es la profesión, y otra es la gente que se dice y no lo es, sin siquiera tener un título habilitante. Es complejo el tema.

¿Qué aporta la sociología?

Muchas cosas, entre ellas la comprensión de los problemas, de lo que fuimos y lo que somos. Lo más importante de entender es que la sociología tiene diferentes lentes. Según el lente que agarre es cómo voy a interpretar los valores y los problemas. Pongamos por caso el suicido. Lo puedo estudiar desde la vulnerabilidad y la precariedad, que no es necesariamente económica. Lo puedo estudiar a partir de la salud mental y la perspectiva antropológica. Lo puedo estudiar a partir de la perspectiva de la industria de la felicidad. Lo puedo estudiar a partir de Durkheim. Dependiendo del lente, voy a ver determinada realidad, porque la realidad social no existe, se construye. Pero eso el sociólogo no lo explica, entonces la gente no entiende. Pero es importante entender que el sociólogo construye la realidad. La realidad es social, y se transforma en sociológica a partir de dos o tres elementos, que son discutibles. La teoría y la metodología, te lo resumo con eso. El mismo fenómeno la sociología lo da vuelta. Eso es lo que los sociólogos expresan mal. Hablan de la violencia, de la pobreza, de la desigualdad. Pero son todas construcciones. La desigualdad puede ser el índice Gini o el de Peter Pan, que es otro que se utiliza mucho a nivel mundial, y acá no. Hay un excelente libro de Wilkinson y Pickett, donde trabajan la idea de desigualdad a través del índice de Peter Pan, analizando todos los problemas sociales. Son un economista y una antropóloga. Analizan incluso el suicidio a partir de la desigualdad.

Explicá qué es el índice Peter Pan.

Es lo que le tengo que sacar a los ricos y darles a los pobres para que los pobres sean menos pobres. Cuánto le tengo que sacar al 10% más rico para imputárselo a los pobres. Cuanto mayor es esa quita, mayor es la desigualdad. La sociología son lentes.

Son construcciones de relatos.

No sé si de relatos, pero los sociólogos sí son constructores de una realidad. Lo mismo que la prevención y la comprensión. O lo mismo que los juicios de valores. ¿Quién te dijo que la libertad es buena? Es un juicio de valor. Como sociólogo, cuando asumo la libertad, la asumo en relación a un valor. Pasó con este grupo. Entramos al Grupo de Prevención de la conducta suicida y empezamos a preguntar quiénes somos nosotros para prevenir. El prevenir el suicidio es un juicio de valor. Te aseguro que hay entre un 10 y 15% de suicidios en nuestro país en los que cualquiera de nosotros nos ahorcaríamos si estuviéramos en esa situación. La prevención es un juicio de valor. Comprender no, es una relación con el suicidio. Capaz que como padre de familia claro que quiero prevenirlo, pero no como científico. Al político le tengo que decir lo que tiene que hacer, pero es el político el que lo tiene que hacer. A veces la sociología confunde esos planos. Se ve cuando hablamos de seguridad. Se ve con este video de Lopecito, que no quise ver.

¿Por qué?

Hay una cosa previa que ningún periodista discute y es que encapsulamos el tema del suicidio a un día o una semana. Por más bueno o malo que esté, después ese video se oculta. Y te puedo nombrar ejemplos del país que quieras. El proyecto 84 de Londres, por ejemplo. Ochenta y cuatro hombres por semana se quitan la vida en Londres. Fue un proyecto que se desarrolló a partir de crear efigies de hombres en tamaño real, que ponían en los edificios públicos. Era impactante de ver. Como si salieras a 18 de Julio y arriba de la Intendencia vieras ochenta y cuatro efigies humanas. Pero el tema no queda ahí. Se lo decís a un periodista y te dice: “¡Ay, qué lindo, qué impactante!”. El tema es que hacían esas figuras a partir de un familiar del suicida. Supongamos que mi hermano se suicidó. Me sacaban un molde a mí y lo vestían. Pero lo importante no es el muñeco, sino que yo, mientras tanto, iba relatando y contando qué era mi hermano, qué relación teníamos y cómo lo sentía, y cómo vi la muerte de mi hermano. Eso es lo importante. Esa es la posvención.

¿Qué es la posvencion?

En País Vasco no trabajan solo por los familiares, sino porque cuando los familiares se posicionan entonces los demás, que pensamos que esto solo se da en familias de locos, nos empezamos a cuidar. Si ves que el suicidio se dio en una familia donde son todos normalitos, empezás a pensar si no te puede pasar a vos. No es solo por la familia. El Uruguay trabaja con las familias por muertes. Papá y mamá fallecieron en un accidente de tránsito, y me llamó un abogado por el Seguro Obligatorio de Accidentes, sin que yo hubiera hecho ningún movimiento. ¿Sabías que podés reclamar? Es un derecho que tenés. Es una plata que te viene. Tenés que llenar un formulario. Cualquiera la puede reclamar, pero nadie la reclama. Pongamos también el caso de los homicidios. Imaginemos que mataron a mi padre. Cada vez que me llama el comisario para decirme que tienen un sospechoso, son tres mil quinientos pesos para la comisaría. Es una meta asistencial del Ministerio del Interior. Y el comisario se lo puede guardar o lo puede distribuir.

¿Falso positivo, como en Colombia?

No, está bien que el Estado pague eso. Está bien que la víctima, el sobreviviente de un homicidio o un accidente de tránsito tenga una reparación económica, cultural y social. Está perfecto. ¿Por qué no hacemos lo mismo con el suicida? ¿Por qué a setecientas familias no les mandamos un psicólogo social? Trabajé en Salud Mental tres años y medio y, como me decía Porciúncula, “tiene prioridad en el sistema sanitario”. Imaginate.

¿Qué significa eso?

Llegás a tu casa, tenés una muerte que no esperabas, una situación violenta, a la policía científica, ¿y encima vas a ir a la mutualista a decir que querés un psiquiatra? Es más fácil, y si querés más económico, reparar una vida rota que una muerte. Ante una muerte hay una vida rota. Una cosa que la ciencia social tampoco dijo en la pandemia es que no aprovechamos el evento epidemiológico para trabajar un poco el tema de la muerte. Por eso hoy en día en Uruguay el suicidio no duele, sino que genera bronca. El tema ya pasó de oscuro. ¿Qué pasa con los suicidios y las muertes en la pandemia? Toda muerte tiene un dolor, y el duelo expresa ese dolor que tenemos ante la muerte. Expresa cómo nos movemos culturalmente con la muerte. Si entendemos ese parámetro de base, es decir, que el duelo también es cultural. Frente a un evento de muerte lo primero que hacés es tratar de entender esa muerte a través del dolor. Y si ese dolor lo podés transitar mejor en sociedad. Que puedas decir que te acompañaron en el trabajo, en la cooperativa. Es un duelo que se transita culturalmente. En el suicidio, en cambio, no pasa eso. No podés decir: “Mi hijo se suicidó”.

¿Por qué no?

Porque está mal visto, porque no lo viste. Porque no viste “las señales”, otro gran disparate.

Siempre se habla de eso.

Sí, igual que se dice que hay más suicidios en invierno, cuando en Uruguay se mata más gente en diciembre. Es estacional, pero si hay un mes en el que hay un poco más, es en diciembre.

Se atribuye a la nostalgia de las fiestas.

A eso, a la evaluación de la vida. Hay gente que está sola, gente que tuvo pérdidas. Una familia te da reconocimiento y protección en términos sociales y culturales. Un trabajo no solo te da dinero, te da protección y reconocimiento. Al perder un trabajo no solo perdés el dinero, que es lo más importante, sino que también tenés un déficit de protección y reconocimiento. Y hoy en día, con el proceso de individualización, se dice que si perdés el trabajo, tenés que ser resiliente, que vamo’ arriba, que es una oportunidad para mejorar. Es la individualización, la psiquiatrización y la psicologización de los problemas colectivos, al transformarlos en individuales. Y eso también pasa con el suicidio en Uruguay.

¿Por qué decís que las señales no existen?

En los intentos de suicidios, ocho son mujeres y dos son hombres. Si lo intentos fuesen un buen predictor, ¿por qué no se suicidan más mujeres?

Son intentos por avisar algo.

Entonces el intento no es un predictor. Si fuese una señal, se tendrían que matar más las mujeres. Al hablar de señales se busca individualizar el fenómeno. Pero lo más grave, a mi juicio, es seguir culpabilizando a la familia y a los allegados.

Que no fueron capaces de visualizar, se dice.

Exactamente. Se coloca la culpa no en el sistema ni en el desempleo sino en el entorno más inmediato. Se habla mucho de estos temas, y la psicología y la psiquiatría pecan al extrapolar a lo colectivo a partir de casos individuales. Y ahí está el error, pasarlo de un nivel al otro. Si también es un problema social, entonces dejemos a las disciplinas sociales hablar del tema, y no me refiero solo a la sociología, sino también a la filosofía, a la antropología, a las ciencias de la comunicación. Durante cuarenta años tuvimos una Comisión Honoraria de Prevención del Suicidio, y nunca hubo ahí ningún licenciado en Comunicación para que piense una campaña de verdad.

En el imaginario siempre está el tema de la salud mental.

La patologización, la idea de que el dolor es malo. “Curate”, “curate a vos mismo”. Claro que eso está. En el imaginario uruguayo, eh, tenemos esta cultura de encapsular el tema y trabajarlo exclusivamente desde el punto de vista sanitario. En otras latitudes, una cosa es prevención y otra es intervención, y otra es posvención.

Acá hasta hace poco tiempo no se hablaba del suicidio porque se creía que fomentaba el suicidio.

Tabaré Vázquez era partidario de esa biblioteca. Se encapsuló el tema en el día 17 de julio, el Día Nacional de Prevención del Suicidio. Hablás con colegas extranjeros y no se pueden explicar por qué lo hacemos otro día que no sea el 10 de setiembre, cuando se hace a nivel mundial.

Tenemos un día propio.

Que lo fijó Tabaré Vázquez por decreto presidencial en 2017. En todo el mundo es en setiembre. Trabajo en un posgrado en País Vasco ya hace cuatro años. Estoy en el comité académico de la Facultad de Ciencias Sociales y Comunicación de País Vasco, donde el departamento de Sociología creó un título propio con un posgrado. Ahora somos diecinueve profesores, y entre ellos hay solo dos sociólogos, yo y otra más. Después hay psiquiatras, psicólogos, bomberos. El mejor profesor de los últimos dos años fue un bombero de Madrid. Allá son los bomberos los que primero intervienen en el suicidio.

¿Por qué?

Acá es la policía, allá son los bomberos. Allá hay más variedad, hay salto al vacío. Allá el bombero está capacitado para atender a la familia en la primera contención emocional. Allá el bombero no solo está con su fortaleza para poder llegar a esa situación, que la tiene por su profesión, sino que también se siente útil en colaborar con la cuestión social, en contener a la familia. Acá se habla del suicidio en el sindicato de policías. Pobres tipos, que van ahí sin ninguna formación.

¿Cómo llegamos al País Vasco?

Trabajo ahí desde hace cuatro años. Es ejemplo de muchas cosas. País Vasco, Cataluña, Murcia, Galicia, Francia, Bélgica, Finlandia, Chile, Argentina.

¿Han avanzado?

Mucho. Hay una publicación de agosto de 2020, donde la OMS y la OPS dicen que todas las cifras de los últimos veinte años hay que tirarlas. A nivel mundial el suicidio bajó y se detuvo, salvo en las Américas. Acá la gente no lo cree, te dicen que es mentira. De Canadá a Chile. Y en ese aumento del 17%, Canadá, Estados Unidos y Uruguay son los que más contribuyeron.

¿Son fiables los números del resto?

Chile y Argentina sí son fiables. Ecuador y Paraguay, no. Por eso la comparación con América Latina es muy mentirosa. Paraguay tiene un subregistro médico del 44% en mortalidad. Uruguay tiene un buen registro de mortalidad, a pesar de que en suicidio hay un subregistro más o menos del 4%.

No es tanto.

Sí, hasta el 2017 era un 9%. Lo dijimos en el Ministerio de Salud Pública en 2016 y nos sacaron el saludo. Hay un subregistro del suicidio. Le ponen “causa externa” y no tipifican. En la partida de defunción el médico forense tipifica “causa externa”, y adentro tiene que poner “homicidio”, “suicidio” o “accidente de tránsito”. Pero no marcan ninguna opción. La estadística del Ministerio de Salud Pública se nutre de las partidas de defunción. No sirven de mucho. ¿Sabés a cuántas personas que se suicidan se les saca sangre en Uruguay? No llega al 7%. No interesa. ¿Te suicidaste? Enterralo rapidito.

¿En qué afecta sacarle sangre o no?

Para saber si estaba drogado, por ejemplo. En Europa importan los niveles de droga o alcohol. Hay un alcoholismo social y otro grave que puede llevar al suicidio. “Los drogadictos son todos suicidas”, decimos acá. ¿Cómo lo sabés, si no les sacamos sangre?

¿Por qué la cifra baja en el mundo?

Hay zonas en el mundo donde baja un 39%. Porque hay políticas. Creo que Uruguay nunca va a tener una tasa de 10%, pero tampoco puede tener una tasa de 20%. Estamos hablando de que Argentina es de 9%. Chile llegó a 11% y se pusieron como locos, y ahora la tienen en 9%. En Estados Unidos es de 14%, en Cuba también. Y acá en 21.3%.

¿Alguien nos gana?

Japón, Croacia. Hay otros veinte por arriba de nosotros.

Suecia.

Es otra mentira. En Suecia la cifra es de 15%. Finlandia bajó a partir 1990, con una política agresiva. Estaban en 32% y ahora están en menos de 15%. Castillos es otro mito.

El lugar de Uruguay con más suicidios.

Es mentira. Con los números en Uruguay se puede jugar. Son muy pocos casos por año. Setecientos cincuenta y ocho en el último año. Este año van a ser setecientos ochenta. Y en 2023 vamos a llegar a ochocientos. Porque los suicidios del año que viene ya están pautados. Vamos a seguir aumentando. Como te decía, si juntamos los suicidios del 2007 al 2017, en todos los pueblos, y tiramos la cifra total de todos esos pueblitos contra los datos censales del 2011, Castillos no quedó en el primer lugar de Rocha sino en el cuarto lugar. No importa quiénes son los primeros. Ya tendríamos que haber ido ahí el año pasado, a trabajar con esas familias y con esa localidad. Y no hicimos nada. Que hoy digamos: “Treinta y tres aumentó” es una vergüenza como país. Sí tenemos que preguntarnos qué hicimos en esas zonas en los últimos veinte años, en la zona este del país, donde la tasa es un poquito más elevada que en el resto. Tenemos que preguntarnos qué pasó ahí. Y ahí cambió la matriz productiva, la cultural, la social. Antes ahí había ganadería, agricultura. Hoy hay forestación y arroz, y nada más. Y todo es extensivo.

En los países en donde hay políticas y se ha estudiado a fondo el tema, ¿qué causas sobresalen?

Son variadas. No son las climáticas. No son los domingos, son los martes. Todos los años en octubre voy a País Vasco. El año pasado me llevaron a ver las intervenciones, con un proyecto de localización del suicidio. Me rio de lo ignorantes y brutos que somos los uruguayos. Jon García Ormaza, que trabaja con nosotros en el diploma, es el único europeo formado para hacer autopsias psicológicas. Hizo seis y no hizo más, dijo que no quería. Todos los suicidios son emociones mal resueltas. Dijo que hay que trabajar las emociones desde chico, y ya está, que si se hace eso entonces el tema se va a arreglar en veinte años. Y aparte está el curro de la plata. Este posgrado del que participo es 100% presencial. Los profesores están ahí, y es una condición. Hay mucho currete con esto. Hay mucha angustia, mucho dolor, y mucho posgrado online donde los profesores no están. Los suicidios en País Vasco igual son muy pocos en el contexto español. Donde la cifra es más alta es en Galicia y en Jaén, en el frío y en el calor.

¿La política de País Vasco tuvo como resultado una baja en las cifras?

La están conteniendo. No es si sube o si baja, de lo que se trata es de contener. Son políticas a largo plazo. La estrategia vasca, o la de Cataluña, Murcia o Galicia, incluso la argentina, tiene metas verificables. Detener el suicidio uno o cinco puntos dentro de los próximos diez años, la cifra no importa. Acá, lamentablemente, la estrategia es una copia acrítica de las cosas internacionales. Y mal copiada, porque se podría copiar bien. Entre las recomendaciones de la OMS están los medios de comunicación, y las emociones con los niños y los jóvenes. Uruguay se jacta de no nombrar esas cosas. Una de las seis medidas que plantea el Ministerio de Salud Pública es detener el acceso a los medios. Es lo que sucede en Pakistán, China o Bangladesh con los plaguicidas, que son causa de muchos suicidios. En Estados Unidos o incuso en País Vasco cubren los puentes con algunos metales, en Finlandia, donde es obligación que haya varillas en las ventanas a partir del tercer piso, para los impulsivos. Eso está bien para esos países, pero en Uruguay el 80% de las personas que se suicida lo hace ahorcándose. Y te podés ahorcar con el cordón de los zapatos, con el cinturón. El uruguayo se mata en el pestillo de la puerta. Hay que ser directo, hay que verbalizar bien. “Muerte por suicidio”. No, se matan. Es diferente. Si las relaciones sociales establecen un riesgo, tiene que haber una malla de protección social para eso. Así como hoy hablábamos de la cultura de la muerte. No solo trabajar por el familiar, sino que el familiar, por todos nosotros, se pueda revitalizar. Y que nos demos cuenta que la locura no es una causa fundamental del suicidio. Y que no hay señales. Decir que hay señales es seguir culpabilizando a los más allegados.

Es una forma de que la sociedad se saque la culpa de encima.

Exactamente.

¿Por qué es tan alto el índice de suicidios en la policía?

No sé si es tan alto. En primer lugar, hay que tener en cuenta que tienen acceso a los medios letales. En segundo lugar, está la función de la policía, y en tercero, la propia preparación que tiene para enfrentar su trabajo diario. Lidiar con la muerte, con la violencia. Con esas angustias que hay. No hay una capacitación en términos de emoción, como la de los bomberos en España. No hay una policía encargada de intervenir en suicidios u homicidios. Mandamos a cualquiera. Y eso está complicado para el policía. Tenemos una chica que ahora está en Lyon trabajando con un programa de intervención de la policía de allá, donde es obligatorio que el policía vaya a la psiquiatra y al psicólogo. Y hay terapias grupales. Imaginate estar todo el día lidiando con eso.

Con lo más horrible.

No están preparados. Si me decís un médico, bueno…

Prevención, intervención y posvención. Explicale a la gente.

Diferenciar las etapas es fundamental para hacer políticas específicas, y sobre todo en Uruguay, para liberar, si querés, algunas profesiones. En la intervención es cuando la situación está más compleja. Creemos que ahí la intervención la deben hacer los especialistas, que sí son la psiquiatría y la psicología.

¿Quién detecta cuándo hay que intervenir?

Cuando hay una situación grave, un evento anómalo. Cuando hay algunas evidencias. Que realmente tenga ayuda al otro día cuando la pide.

Te dan para dentro de cuatro meses.

Claro. Y te dicen que no pasa nada con el sistema sanitario. Sí, pasa. La automedicación. Y hay gente que no sabe. Trasladamos todo al individuo, lo colectivo ya no existe más. La intervención es ahí. Es cuando sucede una muerte en un colegio. Acá muere un chico y se hace un silencio sepulcral. A veces vas a los talleres de profesores y no dicen en qué liceo hubo un suicidio, “porque la muerte es del colegio”, como nos dijeron una vez en Punta del Este. Mentira. La muerte es de la comunidad, del barrio, del departamento. Pero no para decir que Carlitos se tomó quince pastillas. No, no es eso. Pero la muerte es colectiva. Para llorar, para recordar. En lo bueno y en lo malo. Con la pandemia acá, y vamos a la posvención, nos perdimos esa oportunidad.

¿En qué sentido?

De juntar a los gurises en el liceo y decir: “¿Murió tu abuelo?”. Recordar la muerte no por la muerte sino para celebrar la vida. Racionalizar la muerte de otra manera, porque todos vamos a morir. Nacimos y morimos. Si bien hay avances importantes a nivel de la oncología, básicamente… Claro que la medicina y la ciencia avanzaron para bien. También avanzaron para mal. El DSM-5, que es el libro de diagnósticos de la psiquiatría, tiene un montón de diagnósticos. En veinte años se pasaron de ciento diez a doscientas treinta y ocho patologías. Y a cada patología le corresponde una pastilla. ¿Sabés que ese libro fue durante dos años el más vendido en Amazon?

La gente buscaba sus patologías.

Más que Harry Potter, más que las sombras de Grey. Las farmacéuticas compraban el DSM-5 y lo regalaban a los psiquiatras para que empezaran a medicar. Sobre la serotonina primero se descubrió para qué servía y después tuvo el diagnóstico de depresión. Después vinieron los neurotransmisores frontales para utilizar la serotonina. 1975. Todas esas cosas también hay que decirlas. Hoy todo tiene una patología. ¿Y la patología qué es? Es una resonancia del yo. Te encierran, estás deprimido. Y nunca llegás a las causas de esa depresión.

Te medican.

La depresión es un sentimiento, el sufrimiento es un sentimiento social. Tiene su matriz social. ¿Por qué hay gente que se divorcia y gente que no?

Eso se contradice con la industria de la felicidad.

No, porque estos libros están en contra de todos los coachs y de todas estas cosas que te dicen que tenés que ser feliz. Porque a partir de 1995, a partir del congreso en Estados Unidos, la psicología empezó a trabajar la felicidad. Y empezó a ver que el dolor es malo, y que es una patología. Entonces tenemos que ser felices. Sonríe o muere es otro libro interesante. Hay varios libros interesantes. No voy al extremo de nombrarte a James Davis, un antropólogo y sociólogo británico que dice que la salud mental es el nuevo opio de los pueblos. Y en el capítulo uno analiza la salud mental y La Sagrada Familia, de Carlos Marx y Engels, y hace un paralelismo en cómo la religión justificó el trabajo para ser explotados. Y a partir de esas decisiones tomadas en París entre Marx y Engels es que él llega a Thatcher, en 1980, y habla de que la salud mental es el nuevo opio de los pueblos, para no ver lo social y lo colectivo. Y es un inglés, y no es comunista.

Te falta hablar de la prevención.

La prevención está antes de la intervención. Si entendemos que la prevención es un problema social, cultural y colectivo, entonces intervenimos muchos más. Interviene el profesor de educación física. Si al profesor de educación física le decís que haga un taller de obesidad o de violencia, lo hace en dos minutos, pero si le decís que lo haga sobre el suicidio, te dice que de ese tema no sabe, que hables con los expertos. Y ahí vienen los expertos a tirarte los datos y las verdades reveladas.

¿Los expertos son psicólogos y psiquiatras?

Los llamo expertos, ponele el título que quieras. La prevención, entonces, es un campo más amplio. Así lo hizo Cuba con los médicos de familia, que van, entran, ven cómo están, qué le pasa a Carlitos y qué no le pasa. Si están comiendo bien, si se quedaron sin laburo, si no tienen plata, si están angustiados y por eso no les baja la comida, no porque sea una patología. Así lo hizo Finlandia.

Con las treinta y dos medidas.

También. Eso es prevención, desagotar un poco a la psicología y la psiquiatría de todas las tareas. En eso también juega la inmediatez. Te quedaste sin novia y te mandan al psicólogo. Y así es que el psicólogo está recargado. Lo mismo que si nos golpeamos en un partido de fútbol y vamos a la emergencia, y taponeamos el sistema. Llega un gurí con un intento, y claro, ¿qué lo va a ver el psicólogo, que está podrido, las veinticuatro horas, con Pablo, un pelotudo que se golpeó en un partido de fútbol? ¡No seas malo, aguantá si te duele el dedo! ¡Yo qué sé! Hay muchas cosas. El concepto de prevención se amplía a la comunidad, a los sindicatos, a la religión, a los partidos políticos.

Los medios de comunicación.

También, que no solo tiene que difundir sino ir a dar un taller en una escuela, en un liceo, en un sindicato, pero no sobre el suicidio, sino sobre la vida. La vida es más fracaso que éxito. Y esa es otra cosa de la individualidad: contamos los éxitos, pero no los fracasos. “A los muchachos del fútbol hay que decirles que no van a llegar”, dicen. Ellos ya lo saben, son más inteligentes que todos nosotros en la quinta de Danubio. El tema es decirles que hay otras cosas, otras felicidades, y que hay derrotas, y que a veces es bueno no levantarse enseguida. ¿Por qué el dolor es malo? Porque te lo dice la psicología. El dolor puede ser bueno. ¿Y dónde se aloja la depresión? De estos doscientos treinta y pico de diagnósticos de patologías psiquiátricas, el 84% no tiene un comprobante biológico o físico. Mirá lo que te estoy diciendo. En la medicina. Porque si tenés cáncer te hacen un estudio patológico. ¿Y la depresión dónde te la miran? Anulan completamente todo lo biológico. Avanzó la psicología en aquello que la medicina no puede controlar y lo pusieron para la psicología. Y está bien, no digo que en la psiquiatría esté todo mal. Pero no depositemos todo ahí. El otro día los psiquiatras decían que lo social es importante. Bueno, callate la boca y dejá hablar a lo social. Llamá a un comunicador para la comisión honoraria. A un antropólogo, a un filósofo, para que te hablen de la muerte. Tenemos que hablar de la muerte.

Hay una cultura de que de la muerte no se habla.

Y de que le vamos a ganar.

México, por ejemplo, tiene otra visión de la muerte.

Te fuiste al extremo, pero sí. Hay dos certezas ontológicas: nacés y morís. El tema se te puede ir por cualquier lado. Es lo mismo que las cifras. Eso es la prevención. Sobre la posvención ya hablamos un poco. Es el trabajo con el superviviente. La probabilidad de tener un suicidio es mayor que la de tener un homicidio, en términos estadísticos. Históricamente los suicidios fueron el triple que los accidentes de tránsito y el doble que los homicidios, salvo en el 2012, cuando se juntaron accidentes y suicidios por las motos. La gente tenía un poquito más de plata, se compró una moto y pumba. Ahí se tocaron, pero después se separaron otra vez. La posvención es eso. Es la familia por todo el resto. Posicionar a la familia en ese dolor, en ese duelo. Y ahí nos vamos a empezar a proteger. En España, en 2014, había una sola asociación de familiares, en Madrid. Hoy en día hay más de veintiséis, y en Madrid hay cuatro.

Y los resultados lo demuestran.

Lo dice la OPS. En algunos lados las cifran han descendido, en otros se han detenido. Hay que decirlo claramente.

¿Qué rol juegan las crisis sociales y económicas?

Ese imaginario que tenemos de la crisis económica… Lo más llamativo en Uruguay es que después eso continúa. Hay una crisis económica y sube, pero después no baja. En 2011 hubo una bonanza, y no bajó. ¿Es la crisis económica?

Te educan con la expectativa de progreso.

Y de ser feliz, de tener éxitos, que se miran individualmente, cuando también los éxitos pueden ser colectivos. Y deben ser colectivos. Estás hablando con un sociólogo. ¿Qué es el progreso?

El progreso individual es comprarte tu autito, tu casita.

Claro. Esa es la idea que tenemos de felicidad, de no dolor. Estamos educados en esa cultura desde que somos niños. Pero el Uruguay se priva de mirar la cuestión diferenciadamente, y de prevenir diferenciadamente. Una cosa son los masculinos y otra es la tercera edad. Y otra es la juventud.

¿Son más hombres que mujeres?

Claro. Ocho con uno u ocho con dos de diez son masculinos. Eso es en el mundo en general. En el mundo es siete, en Uruguay ya pasó los ocho. Los hombres tenemos un problema grande. Entre los treinta y cinco y los cincuenta y cinco años de edad.

¿Cuál es?

Son varios aspectos. Cómo fuimos criados, cómo nos juzgamos entre nosotros mismos. Cómo nos soportamos.

Nos educamos para ser jóvenes.

También. Para ser jóvenes, para ser fuertes, para ganarle a la vida, para entrenar el cuerpo. Hay un libro que se llama Causas naturales, sobre cómo morimos para vivir más, o cómo perdemos los años para vivir más. Tenemos esa visión de ser joven, de ser viril, de proveer económicamente al hogar. No se soporta que la mujer de uno gane más. No se soporta no poder comportarse como a los veinte o treinta años en términos sexuales. Medimos diferente al que se divorcia. ¿Será un cornudo? El tema de la homosexualidad está cambiando un poco, pero también cuesta. Capaz en la edad de mis hijos, que tienen veinte, es más natural. Hay temas que por suerte se están naturalizando más. En mi época, si a los veinte años en el club teníamos un compañero homosexual, lo echábamos. Juntábamos firmas para que no entrara al vestuario. Hoy eso cambió.

Los jóvenes lo han naturalizado.

El tema en Uruguay es más masculino, y lo dicen las estadísticas. En la tercera edad la tasa es de cuarenta cada cien mil. La tasa general es de veinte y en la tercera edad es de cuarenta. En la juventud no llega a diez. Estadísticamente tenemos un problema con la tercera edad. Un catalán me dijo que tenemos un problema de “edanismo”. Le dije que no sabía de qué me estaba hablando. Me explicó que es la tercera causa de segregación en el mundo. La discriminación al viejo. El problema es que se empieza a generar entre los tres y cuatro años de vida. Los niños ya empiezan a segregar a la tercera edad, empiezan con esa cultura de que ser viejo o mayor de edad es ser improductivo, de que no importás, de que no molestes. Todo eso está alimentado por el mundo adulto. El “edanismo” es difícil de manejar, porque es un cambio complicado, cultural. En la tercera edad también se conjugan las enfermedades neurodegenerativas.

¿Se da diferencia entre hombres y mujeres?

Un poquito menos pero sí, se mantiene la diferencia. Pasa también que los hombres no llegamos a tan viejos, entonces los suicidios en personas de noventa años son más de mujeres, porque no hay tanto hombre.

¿Cuál es el problema de los jóvenes?

El mundo adulto. Te lo dice Danilo Martuccelli en un estudio de UNICEF en la Argentina, del año 2019, sobre el suicidio adolescente en ese país. También te lo dice Boris Cyrulnik en un libro que se llama Cuando un niño se da muerte. En el desarrollo de su adolescencia los jóvenes se enfrentan a dos pruebas, que son la de la sexualidad y la incorporación al mundo adulto a través del estudio y el trabajo. Esas metas las pone el mundo adulto. No es el único problema. El problema son los soportes que maneja la juventud, y los soportes no son solo materiales, porque acá hablamos de vulnerabilidad y precariedad y siempre pensamos en la plata, cuando hay una vulnerabilidad que es ontológica, también. Danilo Martuccelli dice que los soportes que utilizan los jóvenes son diferenciales, y no necesariamente por clase o grupo social, sino que también son diferenciales en sus emociones. Mis hijos, por ejemplo, con la misma casa, la misma educación, el mismo guiso de lentejas, el mismo club deportivo y todo lo mismo, tienen sin embargo soportes emocionales muy diferentes. Y ante una prueba, como pasar a la universidad, descubrir su sexualidad o sentirse bien con su barra de amigos, se manejan diferente.

Tienen armas diferentes.

Pero los adultos los ponemos como iguales, cuando en realidad tenemos que tener un parate. Y no necesariamente los soportes son económicos, aunque también lo son. Y acá tenemos un tema muy delicado, con el que a veces me peleo un poco. Universidad, universidad, universidad. Está bien la universidad para todos los jóvenes. Pero preguntémosles si quieren. ¿No hay jóvenes que querrán ser plomeros, carpinteros, policías o bomberos? Lo que tenemos que preguntarnos es por qué un universitario y un bombero ganan lo que ganan. Esa es la pregunta que tenemos que hacer. Por qué no le damos estatus al bombero, al mecánico, al soldador, al profesor que está con mi hijo en la secundaria durante cuatro o cinco horas, más que yo. Por qué no le damos el estatus social, cultural y económico. Y que los jóvenes puedan optar. Pero les ponemos esa prueba de la cuestión universitaria, como elemento de igualdad.

¿Cuántos entran y cuántos salen?

Lo digo para interrogar, no digo que esté de acuerdo con eso. Lo digo simplemente para pensarnos como sociedad, y por qué son importantes los discursos que emitimos. El otro día una gurisa de cuarto año me dijo que se había dado cuenta que la sociología no era su profesión. ¿Sos feliz? Sí. Vamo’ arriba. Todo el apoyo del mundo. Si sos feliz, si nadie te obliga. También nos tenemos que preguntar esas cosas sobre los jóvenes. En 2020 fueron cuarenta y dos suicidios y en 2019 eran veintinueve. Aumentó un 45%. ¿Cuántos jóvenes entre quince y diecinueve años se suicidaron en 2016? Cuarenta y siete. Y en 2007, cuarenta y dos. Y en 2011 fueron cuarenta y uno. ¿Importan más estos últimos? Entonces no miremos año a año, como hace el periodismo, que dice: “subió con respecto al año pasado”. No, esto tenemos que mirarlo a diez, quince años. No quiero decir que no valen. Lo que quiero decir es que valen todos por igual, sea uno o sean cuarenta y dos. Hay muchísimo más dolor que con un adulto mayor. No hay una muerte que importe más que la otra, claro. Pero el problema del suicidio juvenil es un problema del mundo adulto, de la cultura del mundo adulto para con los jóvenes. Si se corta, ya salimos diciendo que es un intento. Bueno, veamos qué pasa en otros países con eso. En España se corta el 42% de los jóvenes, y no están alarmados. Es una señal de sufrimiento, y lo canalizan por ahí. Esto también es ciencia, aunque sea antropología. No solo el Covid es ciencia. Hablamos de todas las consecuencias del Covid, ¿y todas las consecuencias sociales y culturales que tuvimos? Y las que vamos a tener. Los suicidios del año que viene ya están. Tenemos que trabajar tranquilos y constantes. Y no trabajar suicidio, suicidio, suicidio. No se trata de prender la radio y escuchar que hay veinticuatro grados y se suicidaron cuatro. No. Trabajemos en un programa integral, con los profesores de secundaria, con magisterio.

¿Hay estadísticas históricas?

Sí, ya en 1932 teníamos una tasa de trece. Un pedazo de la explicación también es histórica. Creo que la secularización del Estado ayudó a eso.

¿A subir?

A que históricamente tengamos una tasa elevada.

¿La gente religiosa se suicida menos?

Claro. La gente religiosa y con cohesión. Pertenecer a un sindicato, por ejemplo.

A un grupo social, en definitiva. 

La religión es una cohesión. Ya lo dijo Durkheim. Otra política que hay en País Vasco es que en Bilbao vas caminando y cada una cuadra o dos ves un cartel del Club de Abuelos. Por todas partes se alquilan piezas, garajes, donde se junta la tercera edad. Para charlar, para tomar un vino, para lo que sea. Y al que no fue, lo llaman. Y si no fue porque dice que le duele una pierna, lo van a ver al otro día. Hacen esa socialización que es necesaria, y se siguen sintiendo importantes. Hablábamos de la tasa de suicidios en la Policía uruguaya. También la hay en los médicos. El médico conoce los medios letales. En la década de los noventa tuvieron muchos problemas al jubilarse, y el sindicato tuvo una política un poco más contemplativa, con talleres de formación. El tema de Uruguay es complejo, porque no se agarra ninguna asta de ese toro, que tiene miles.

¿Por qué?¿Qué es lo que está fallando?

Que no nos damos el margen de investigar el tema. Acá se formó una comisión honoraria el año pasado, y se disolvió de hecho, porque no se convocó más. Se trabajó hasta el 15 de diciembre, se hicieron dos trabajos muy lindos, con una parte epidemiológica, con gente del INJU, de estadísticas del INE, con demografía. Propusimos un plan de trabajo para este año, de febrero a julio, y nos dijeron que esta comisión la tenía que renovar el ministro Salinas, porque fue por decreto. De la noche a la mañana, no se citó más esa comisión. Y no se sabe qué está pasando. Nuestro grupo tenía muchos convenios con el Poder Judicial.Teníamos acuerdos con el Ministerio de Salud Pública, con ASSE, con el MIDES. Y, de la noche a la mañana, nos cancelaron todos los convenios. No sé qué se está haciendo ahora con eso. Porque en el Ministerio del Interior el suicidio no es causal de investigación, si bien hay una investigación primaria. Se determina el suicidio…

Y chau, se archiva.

Por eso interviene la policía científica, del cuerpo para afuera. Y la medicina forense de cuerpo para adentro. La policía científica dice si es suicidio o no. Si es homicidio, va a investigación. Si es suicidio…

Cerrá y vamos.

Medicina forense se lleva el cuerpo, y hace la autopsia, teóricamente. Hace las estadísticas y las eleva al Ministerio de Salud Pública, a estadísticas vitales. Entre lo que dicen los Ministerios del Interior y de Salud Pública, hasta el año 2014 había una diferencia de 9,7%. Después bajó a un 4.7%. En los últimos dos años no sé cuánto es. Hay un subregistro médico. El médico forense tipificaba la causa externa, pero no tipificaba adentro.

¿Frente a este panorama, se puede ser optimista acerca de que como país se puedan implementar políticas para combatir el suicidio?

En cuanto a instrumentar políticas, creo que no. Es dolorosa la respuesta, pero creo que no.

Todos hablan de salud mental.

Más allá de eso, cuando hablan de lo social lo hacen desde la salud mental. Para ser más optimista se tendrían que empezar a estudiar algunas acciones que no son políticas. Sería lo deseable. Más que política sería estrategia. Porque en la estrategia tengo metas. En una estrategia de verdad, no como la que tuvo Uruguay ahora y en los años anteriores. Hay un tema que nos duele, y es que esto pasó por varios gobiernos. Guste o no guste. Y es bueno decirlo.

Pasó por varios gobiernos y no varió.

No varió, aumentó, y se hizo poco. Tal vez el primer gobierno de Tabaré o el de Mujica le dio una priorización a la red de salud mental, y una jerarquización del psicólogo en estos cuarenta y siete grupos de salud mental. Este gobierno volvió a tomar distancia del psiquiatra, entonces en este tema no hay tanta diferencia entre psiquiatría y psicología. Lo que más asusta o da bronca es que este tema comparte terreno con otros temas. Claro que va de la mano con el tema de la violencia. También con el tema del femicidio y con muchos otros. Me preguntabas si habrá políticas. Creo que no, porque las políticas son a largo plazo y en Uruguay tenemos la cuestión de la inmediatez. Y esto tiene que ser un tema de Estado, no de gobierno. Ayer se suicidaron dos uruguayos, y hoy dos, y mañana otros dos.

¿Hay resistencia corporativa por el lado de los psiquiatras o los psicólogos? Con respecto a encararlo desde otro ángulo. En definitiva, les están sacando parte de su negocio.

No es sacar, es revalorizar y reposicionar. A mí me llama la atención la poca reflexión que tiene la Sociedad de Psiquiatría sobre esto. Porque una parte pequeña de esto también tiene que ver con la atención. Claro que sí. Y no se puede decir que es un problema social. Hay que hacerse cargo. Como sociedad también debemos apoyar una revalorización del trabajo del psicólogo y del psiquiatra, que deben reflexionar con la sociedad. Por eso una cosa es la prevención y otra la intervención. Le reclamamos mucho a la psiquiatría, también. Si yo fuese psiquiatra no lo vería como un negocio sino como un dolor, el que sucedan estos temas y que el deber deontológico de la profesión se vea opacado. Una de las cuestiones de la sociología es evidenciar y llamar a la reflexión, aunque algunos amigos se enojen. También la sociología hace macanas, como en todas las profesiones. Este tema sale siempre del Ministerio de Salud, donde hay solo médicos. Vas a otros países y ves que hay antropólogos, psicólogos sociales. En Colombia, donde la psicología social es más social que psicología, se está empujando mucho esta temática y revalorizando mucho. Ahí es que te das cuenta que hay países que tienen otra idiosincrasia o un pensamiento diferencial en estos temas, que surgen de otras raíces. Uruguay se da el lujo de desprestigiar. Nos damos ese lujo. Es un tema delicado, que va a pasar. La semana que viene va a bajar la ola.

Y se va a olvidar hasta el año que viene.

Exactamente. O hasta que mate alguien importante.

No pasó nada con el Morro. Con Ballena Azul o con Trece razones tampoco pasó nada. Con la pandemia tampoco, lo dicen las cifras. De marzo a mayo bajaron las cifras. No supimos sostener ese envión. Si ya se veía venir que eso iba a bajar, las autoridades de la salud lo sabían. Bajó en todo el mundo. Se llama “efecto guerra”. Pasa con inundaciones, con crisis. El suicidio se repliega. Está estudiado por la psicología social, por Carmona. En Colombia, en Croacia. Con la guerra en Yugoslavia se estudió mucho ese fenómeno, y en Asia también, en Japón, con los tsunamis. Acá en Uruguay se nota la baja, comparando marzo, abril y mayo de 2020 con los mismos meses del 2017, el 2018 y 2019.

¿Cómo va a jugar el aislamiento a que lleva esta revolución tecnológica?

No sé cómo va a jugar. El tema es que no se están procesando esos cambios, como sociedad. Eso es lo más delicado. Nadie está pensando en qué decirles a los jóvenes. Los cambios tecnológicos se están dando en todo el mundo. En España, Francia, Bélgica y Alemania estudiaron cuántas horas pasaban los chiquilines de hasta catorce años frente a un aparato tecnológico. Dio cifras alarmantes de 12 horas y media por día. ¿Te imaginás lo que es eso? Es el aislamiento, la superación del yo contra la máquina. Hay muchas cosas ahí que pueden repercutir. Si a un joven le das muchos espacios de socialización e integración, también le estás dando oportunidades de golpearse y superarse, de tener frustraciones en diferentes ámbitos. Y los podés controlar mejor. Estas cosas que hacen guetos son un peligro porque no tienen contención emocional desde diferentes perspectivas. Que un chico vaya al fútbol, al inglés a un instituto, a hacer deporte en un club, de alguna manera le da herramientas diferentes en diferentes contextos, para evaluar sus emociones, que son suyas y únicas. Pero en diferentes contextos. Va al baby fútbol, por decir algo, y ve que hay niños que la pasan bien o mal. Lo mismo cuando va al club o al liceo.

Genera tolerancia a la frustración.

Exactamente. A veces los aislamientos también son colectivos. Hay que tener cuidado con cómo manejar eso. Esto capaz es un juicio de valor, pero veo compañeros que a veces mandan a los niños a un colegio donde hacen todo, deporte, inglés, cerámica, ocho o nueve horas ahí adentro. No estoy negándome a eso, pero estoy reflexionando.

Es una burbuja.

Ya lo dijo Simmel en 1875: “La mirada es social”. ¿Por qué bajás la vista cuando tenés vergüenza? Porque no querés conectar con el otro. La mirada también tiene un componente social, no es solo biológico. La cara, el lenguaje corporal, todo. También lo que le pedimos al proletariado es diferente. Le estamos diciendo que tiene que tener esto y lo otro, con los mismos mecanismos que tenemos vos y yo, que tenemos trabajo. Hay una doble moralidad hacia el pobre. ¿Te imaginás querer una casa y una televisión, con los mecanismos que socialmente admitimos? Esa doble moralidad no se la exigimos al burgués, en términos marxistas. Al que roba un banco no le pasa nada. Ya lo dijo Simmel en 1875, en los círculos sociales hay un camino de precarización que es ontológico, que se da en la vida. El no sentirse. El caer en un derrotero de la vida.

Hablabas de que va más allá del dinero. El trabajo a distancia te aísla, te quita, te debilita.

Te encierra, te encapsula. Claro que sí. Los nuevos coachs que se suben al escenario y hablan de la felicidad y de la resiliencia. Al trabajar en tu casa se pierde todo lo que es la cohesión, el compañerismo. Para bien y para mal. Eso es lo que hay que entender, porque el compañerismo que te hace mal también te hace bien. Digo que el suicidio es difícil de entender porque hay una sociedad que te obliga a eso y también hay una sociedad que te saca de eso. Es un doble juego. Y cuando hablamos de sociedades diferentes no estamos hablando de socialistas ni de cristianos. Tenemos que ver a qué sociedad vamos y tenemos que ser conscientes de eso. No lloremos los suicidios, entonces. Durkheim no estudió el suicidio por el suicidio mismo sino porque había un cambio de un tipo de solidaridad a otra, y quería ver las consecuencias. La división social del trabajo también fue por eso. El suicida te habla de qué sociedad somos. Me lo dijo un profesor de Madrid, y en parte tiene razón. Es una sociedad que expulsa a través del matarse, a dos individuos por día. Es un dato que tenemos que tener los uruguayos. Hay otro fenómeno del que tampoco hablamos, que es el exilio. Cuando hagamos el censo el año que viene vas a ver que somos menos. Esa gente se va, y nadie habla de eso.

Cuatro de diez, si consiguen trabajo, se van. Salió una encuesta el otro día.

Algo que hacemos en los talleres es dar diez segundos para anotar el nombre de un conocido o familiar que haya muerto en un accidente de tránsito, y otros para pensar en un homicidio, y otros para el suicidio, y para el exilio. Las últimas dos categorías siempre tenían más nombres que las dos primeras. Está muy marcado por el contexto social, claro. Pero en general son temas de los que no hablamos, el exilio y el suicidio. Lo negamos. Y expulsamos, por cuestiones económicas, ideológicas, de felicidad, de lo que sea. De que no les damos lugar a los jóvenes. Y ni siquiera lo hablamos. Hay un chico que se llama Manuel Soriano, que escribe en una revista en México que se llama Gatopardo. Buscá su artículo de marzo. Es un argentino que hace diez años está viviendo acá y escribió sobre el suicidio. Es lo mejor que he leído. Me contó que hace tiempo está tomando medicamentos psiquiátricos, y que le había contado a su psiquiatra argentino que en Uruguay renueva la medicina por WhatsApp y no lo podía creer. Hace dos años que en Uruguay le están renovando la medicación sin verlo, en una mutualista privada. Una medicación importante.

Acá el tema de la medicación ansiolítica y depresiva es brutal.

Hablá con Ariel Montalbán. Ahora que se jubiló, te puede decir la verdad. Es un país altamente empastillado. Todo tiene una pastilla. Y hay gente que se prende en eso.

Los campesinos de la India se suicidan porque pierden las tierras. Acá pareciera ser más multicausal.

Creo que sí. Acá no hay un solo factor. Hace poco terminé de leer un libro que se llama Los suicidas del fin del mundo, de una escritora argentina sobre un pueblo en la Patagonia donde cerró una empresa y se suicidaron todos. Pero leés el libro y ves que no es solo eso, que son diferentes causas. Es una novela basada en hechos verídicos. Está muy buena. Ahí te das cuenta que no fue como en Francia con Renault en el 78. Si fuese por eso, acá hace seis meses cerró una metalúrgica importante y nadie dice nada. No hay intervenciones, al menos no que uno sepa. No está el Estado ahí, que somos todos nosotros, porque a veces ponemos la palabra Estado sin ser conscientes de que el Estado somos todos y que tenemos que apostar, invertir. No es el tema suicidio exclusivamente, son otros temas también, para sostener estas cuestiones. Porque así vamos, y así vamos a ir.

Falta que aparezca el reverendo Jim Jones de la Guyana.

Creo que no es necesario. Ya estamos en la Guyana. ¿Te das cuenta que cada doce horas un uruguayo o una uruguaya se va? En España la tasa es 8, 7 y pico. Tres mil quinientos casos. Son cincuenta y cinco millones. España es muy heterogénea, una cosa es Jaén o Galicia, y hay distancias muy importantes. País Vasco está en 7 y están como locos. Pasaron de 6.5 a 7.2 y están preocupadísimos. Y ellos son dos millones, son menos que nosotros. Y por todos lados ves cosas. También tienen sus debates, también ahí la psiquiatría ocupa un lugar importante. Pero por lo menos hay más pelea, e intentan hacer cosas. Tienen estrategias con las que piensan a dos, tres años, con documentos de cien páginas que tienen miradas del problema, diagnósticos, políticas a evaluar. Acá el documento tiene treinta páginas, y sacando todo lo aleatorio te quedan doce carillas. Es muy fuerte. Ahora también salió una cosa del Ministerio sobre prevención temprana del suicidio. Son seis hojitas tímidas donde otra vez volvemos a focalizar en las señales que da el suicidio. Y repetimos acríticamente. Llega un momento en que te da bronca. Hoy leí un artículo que salió en la diaria y es más de lo mismo. Se focaliza en Treinta y Tres, en Castillos. Y no nos preguntamos qué pasó, qué hicimos o qué no hicimos ahí. Reflexionar con la sociedad sobre qué llevó a eso. “No, fue Carlitos que perdió la novia”. Es complicado el tema en nuestro país, y ya no es dolor, es bronca. Llega un momento en que tiene razón Gabriela Novoa.

¿Por qué?

Ella tiene un ejemplo hermoso. Gabriela trabajó en la Dirección de Salud Mental durante el gobierno del Frente Amplio, en los tres gobiernos. Ahora volvió a su puesto de psicóloga en el Maciel. Hace una semana se jubiló. Le llegó una madre de una chica que se había ahorcado en un parque público. Algo muy raro, un ahorcamiento de una nena en un espacio público. La madre no podía procesar ese dolor, porque estaba trancada en que la habían matado. Y Gabriela, en sesiones en el Maciel no podía destrancarla. Se le ocurrió llamar a la comisaría de donde ocurrió el evento y pedir una entrevista con el comisario. Y allá fue, habló con el comisario, le explicó el caso. Le dijo que fuera con la madre, que le iban a explicar todo. Y fue con la madre a la comisaría. Le mostraron las evidencias científicas, y ahí la madre pudo entrar a procesar eso. ¿Cuántas madres, padres y hermanos habrá que no puedan hacer eso? Con casos como el de esa madre decís que en Uruguay puede haber esperanzas. Si Gabriela hizo eso a pulmón, de corazón, ¿qué nos cuesta a todos los uruguayos? ¿Cuántas madres habrá que necesitan eso? ¿Cien, ciento cincuenta, veinte? No importa. Antes de la pandemia, una vez entré a este ascensor y una profesional del séptimo piso me dijo: “Gracias, Pablo”. Me dijo que me habían visto en la televisión un domingo, con los hermanos. Su padre había muerto de suicidio y en la casa nunca habían hablado del tema, en veinticinco años. Cuando me escucharon, me dijo, empezaron a charlarlo y ahora estaban manejando el tema. “Nos ayudaste a destrancar el tema”, me dijo. Vos entrás a la casa de un suicida y no hay recuerdos. No se recuerda. Es complicado.

 

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