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Pandemia: ¿habrá mayo si no cerramos el país en abril?

Pandemia: ¿habrá mayo si no cerramos el país en abril?
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La ola de Covid se disparó en nuestro país, con miles de contagiados y centenares de muertos en los últimos días, con el inminente riesgo de la saturación del sistema sanitario. Las recientes medidas no han aplacado el crecimiento exponencial de las cifras que noche a noche nos cachetean la cara. Aunque el plan de vacunación avanza rápidamente y se puede llegar a visualizar la luz en el futuro mediato en la lucha contra el virus, vemos que todos los países de los que tenemos noticias han debido recurrir a recortes más o menos pronunciados de la movilidad, y también a ayudas económicas que dejan como diminutas las que se han otorgado en nuestra tierra. ¿Cómo blindamos lo inmediato? ¿Es hora de limitar la movilidad mucho más? ¿Cuántos contagios y desenlaces fatales son admisibles como contrapartida a no aumentar el déficit fiscal? ¿Las condiciones de Uruguay son como para que encabecemos la tabla de contagios mundial y estemos en el podio de fallecidos por cantidad de habitantes? ¿No debería el gobierno abrir la llave de apoyo económico para posibilitar la menor movilidad? ¿No se va a auxiliar a los sectores más golpeados con subsidios sustanciales? ¿Podemos permitirnos como país que haya compatriotas con hambre? ¿Mantener el equilibrio fiscal en la emergencia es un designio signado por la ideología? ¿No estamos generando con el amarretismo gubernamental un costo social futuro enorme? ¿Hay un gobierno ausente?

 

“Blindar abril” dicen los que saben, por Sebastián Bruzzoni

El profesor Rafael Radi, coordinador del Grupo Asesor Científico Honorario (GACH), expresó en una entrevista una frase crucial para el futuro del Uruguay con respecto a la pandemia. Finales de marzo y principios de abril ha sido el lapso con más crecimiento exponencial de casos, con registro promedio de 34 fallecidos por covid-19 por día desde el 31 del pasado mes.

La conferencia de prensa brindada el pasado miércoles 7 de abril no fue más que una actualización del panorama y de las medidas tomadas antes de turismo y se llevó a cabo más que nada por la presión que sentía el gobierno por parte de la opinión pública y la oposición que lo etiquetan de un “gobierno ausente” por no dar señales en el peor momento sanitario.

La movilidad ya se redujo, se suspendió la presencialidad en la enseñanza hasta el lunes 3 de mayo, se exhorto al teletrabajo en el sector público, salvo servicios imprescindibles, suspensión de espectáculos públicos, etc. Sin embargo, por más que se reduzca la movilidad, hay ciudadanos que, si tienen que salir porque viven al día, se tendría, por ejemplo, que aumentar la frecuencia del trasporte urbano, porque con esta frecuencia la gente se aglomera de todas formas. Para ello, se necesita un apoyo económico mayor por parte del Gobierno. O en Cambio, así como se le está pidiendo a quienes tienen sueldos altos en la función pública que aporten al fondo coronavirus, perfectamente se le podría pedir a uruguayos que tienen muchísimo capital en el exterior, pero viven en Uruguay, paguen un impuesto y contribuyan a este momento.

Volviendo al gobierno, un Estado como el uruguayo con el acceso a créditos baratos, préstamos y cuotas, lo tendría que estimular, promover y hacer trasferencias monetarias directas. No lo digo yo, lo dice el mundo para así evitar un problema futuro, porque la crisis sanitaria nos está acercando a una crisis económica que va a derivar una crisis social. Entonces, actuar en economía ahora es resolver el porvenir. Si no queremos movilidad hay que compensar y poner plata. Reducción de movilidad viene de la mano con estrategia económica.

Gobierno ausente, no, amarretismo gubernamental, sí. Mirada economía ortodoxa. El índice de pobreza rompe los ojos y, ya no es una teoría, es una realidad.

El plan de vacunación es la esperanza, pero una esperanza lejana. El concepto de “libertad responsable” ya es un estandarte viejo. Por lo tanto, debe ser acotado al bien común y su esencia. La libertad implica responsabilidad de todos y no de algunos.

 

Lo que no se considera en el debate, por Oscar Licandro

La pandemia se desmadró. Durante ocho meses, más o menos, los uruguayos (el gobierno, los sanitarios, los científicos, los ciudadanos) logramos mantenerla a raya. Pero, en los últimos dos o tres meses pasamos del cielo al infierno. Casi 4000 casos nuevos y más de 40 muertos cada día es un drama humano de grandes proporciones. Voces nos convoca a opinar sobre el tema que está en estos momentos en el centro del debate público: ¿debería el gobierno tomar más medidas para reducir la movilidad y, en simultáneo, destinar recursos a subsidiar a los sectores que verán afectados sus ingresos? Todos sabemos que el éxito en la lucha por contener la pandemia depende de la estrategia que adopte el gobierno, pero también del comportamiento de los ciudadanos. No obstante, ello, el debate al que estamos asistiendo, y en el que están participando públicamente diversos actores (gobernantes, opositores, científicos, médicos, dirigentes sindicales, dirigentes de las gremiales médicas, comunicadores, etc.) está centrado exclusivamente en la parte que le cabe al Estado. En este debate las aguas están divididas en dos posturas claramente contrapuestas y se ha argumentado de todas las maneras posibles sobre las ventajas y desventajas de cada una de ellas.

A lo largo de un año de pandemia los gobiernos de los países democráticos (no considero a los gobiernos no democráticos porque pueden hacer lo que se les antoje) han adoptado diferentes actitudes y estrategias, desde la negación de la pandemia hasta duras medidas de encierro, cuarentena obligatoria o toque de queda. Algunos, como el nuestro, optaron por caminos intermedios, que combinaron restricción de la movilidad y medidas económicas para compensar a las personas cuyos ingresos fueron afectados por esas medidas. En casi todos los casos, en algún momento la situación se descontroló y el virus comenzó a golear. En nuestro país la goleada llegó casi “en la hora”, cuando la solución definitiva de las vacunas está a la vuelta de la esquina. Del análisis de todo lo que se ha hecho hay una conclusión contundente: cuando el virus adquirió circulación comunitaria y explotó el número de casos la reducción de los contagios se logró exclusivamente mediante fuertes medidas de restricción a la movilidad. Y, en todos los casos, una vez que esas medidas fueron levantadas (porque solamente se pueden aplicar durante períodos cortos), el virus volvió a tomar el control. Este es un elemento que tenemos que considerar en nuestra actual discusión: sólo se reducen drásticamente los contagios cuando se aplican medidas extremas. Nadie parece estar pidiendo medidas de este tipo en Uruguay.

Ahora bien, ese éxito transitorio se obtuvo con costos sociales muy altos, que fueron pagados por una parte de la población, dentro de la cual no se encuentran los políticos, los dirigentes sindicales, los jubilados, los funcionarios públicos, los grandes empresarios y los empleados de las compañías que no fueron afectadas por la reducción de la movilidad. Todos ellos tienen asegurados sus ingresos. Si en Uruguay se toman medidas duras ese costo lo pagarán (algunos ya lo están pagando) feriantes, conductores de taxis, Uber y buses escolares, pisteros, mozos, peluqueros, cocineros, cuida-coches, dueños y empleados de pequeñas empresas, etc. ¿Alguien les pidió su opinión sobre el asunto? Quienes proponen medidas más duras sostienen que el Estado debe y puede compensar a esos sectores. Pero, ¿puede? Es claro que el Estado puede aplicar subsidios y hasta un salario mínimo durante un período corto de tiempo a costa de aumentar en forma significativa el endeudamiento del país. Pero ningún estado puede (porque ni los europeos han podido hacerlo) compensar la totalidad (ni siquiera una parte significativa) de los ingresos que esas personas dejarán de percibir. Esto también es una realidad incuestionable sobre la que nadie se ha pronunciado con claridad.

El gobierno ha apostado a lo que el Presidente denominó “libertad responsable” para reducir la movilidad. Esto funcionó hasta octubre, pero luego, a medida que aumentó el cansancio y/o la pérdida de miedo al virus, una parte creciente de los uruguayos siguieron con la libertad, pero abandonaron la responsabilidad. Las consecuencias están a la vista. Se responsabiliza a los participantes en marchas, tamborileadas, fiestas clandestinas y aglomeraciones de jóvenes. Pero una encuesta reciente del GACH reveló una realidad más compleja: el 60% de los uruguayos se resiste a quedarse en su burbuja. Si bien una parte de los contagios actuales no son responsabilidad de quienes se enferman (por ejemplo, las personas que son contagiadas por un integrante de su burbuja), otra parte responde claramente a la falta de cuidados, relajación, imprudencia o decisión propia de incumplir. Seamos sinceros y que “tire la primera piedra” quién nunca se reunió con un familiar ajeno a su burbuja y se cuidó siempre a muerte en el trabajo, las actividades que realiza, en la calle o en el ómnibus. Basta ver en los informativos cómo se conducen en público algunos actores (políticos, dirigentes sindicales, comunicadores, etc.), la forma como los noteros se pegan a los entrevistados y hasta la distancia entre los propios informativistas. Basta mirar programas televisivos de entretenimiento donde no se respeta la distancia física, no se usa tapabocas, el conductor habla mientras camina junto a las mesas donde están los invitados y hasta cinco personas cantan juntas compartiendo todo lo que sale de sus pulmones. ¡Pensar que muchos de ellos están entre quienes exigen medidas más duras!

La solución del problema es muy compleja e involucra fuertes dilemas morales. ¿Es moralmente correcto que quienes no serán afectados en sus ingresos ni perderán su empleo propongan o exijan soluciones que tendrán el efecto colateral de dejar sin empleo a otros compatriotas o reducirán drásticamente sus ingresos? ¿Es moralmente correcto que quienes no se han cuidado exijan esas medidas? ¿Es moralmente correcto perjudicar económicamente a miles de uruguayos porque el 60% de la población no está dispuesta a quedarse en su burbuja? ¿Es moralmente correcto exigir a los gobernantes que se hagan cargo de las macanas de los ciudadanos?

 

Después de estos abriles, habrá mayos. Por David Rabinovich

La ola de Covid nos tapó. En nuestro país, como también ha sucedido en otros, más allá de algunos aciertos y muchos errores por parte de las autoridades, de la oposición y de nosotros, los simples mortales que habitamos este mundo enfrentaremos las incertidumbres de “el día después”; que llegará, sin dudas. Más temprano que tarde transitaremos por algo que llamaremos ‘normalidad’ y seguramente será tan inclemente como la que dejaremos atrás.

Mientras, en un mundo que no termina de aceptar que sólo han tenido algún éxito las medidas colectivas y solidarias, se cumplen los peores augurios. Una vez más se demuestra que “no hay salvación si no es con todos”.

Quiero recordar que se llega, rápidamente, a elaborar varias vacunas en base a investigación científica básica existente, realizada en universidades públicas, pagada con dinero público. En segundo lugar, se pagó a laboratorios privados sumas astronómicas del erario público para que aceleraran el proceso sin temor a perder plata. Todo ese esfuerzo, público, puso en manos de la industria una capacidad de lucro inmensa, lo que está acompañado de la inmoral voluntad de chantajear a los gobiernos para maximizar las ganancias. Contratos abusivos requieren de estricta confidencialidad. Como se sabe, también la muerte es una oportunidad de negocios…

A la luz de las experiencias conocidas, la vacunación avanza lentamente en muchos países. La posibilidad de producir vacunas suficientes y accesibles depende -en gran medida- de suspender las patentes que protegen los intereses de las farmacéuticas. Eso no va a suceder.

La altísima circulación del virus a nivel mundial nos pone frente al riesgo inminente de que aparezcan mutaciones “resistentes”, con mayor poder de contagio; más letales… También se puede pensar, por algunos resultados obtenidos, que cuando se llegue a un nivel de vacunación general alto, la circulación será más lenta y el daño a la salud, aunque haya contagios, baja.

No tengo dudas que ‘las condiciones de Uruguay NO son como para que encabecemos la tabla de contagios mundial y estemos en el podio de fallecidos por cantidad de habitantes’. Durante un año fueron, precisamente, esas ‘condiciones’ las que permitieron cierto ‘éxito´ en el frenado de la pandemia. Pero el gobierno, que prometió tener vacunas en tiempo y forma, que anunció “ni las más baratas, ni las primeras” que se consigan, tendríamos “las mejores”… Lo proclamaron pero no supieron/quisieron cumplir. El empezar tarde con la vacunación se paga caro en vidas y sufrimientos. El hecho que el sistema (¿otra fortaleza heredada?) funciona muy bien desde hace años y podemos vacunar rápido, no alcanza a disimular la impericia (¿desidia y poco apego?) de las autoridades responsables del proceso. 

La sociedad debería asumir la situación e instrumentar medidas tendientes a disminuir dramáticamente los contagios. Eso significa establecer reglas claras. Se sabe que las reglas no se pueden hacer cumplir por todos y siempre. La primera sanción, a quienes no participen ni colaboren con el esfuerzo colectivo, debe ser moral.

Quienes organizan una fiesta con 300 participantes deben ser señalados con nombre, apellido y dirección. Si corresponde una sanción económica no debe ser liviana. Quienes vivían de organizar fiestas y hoy no pueden hacerlo deben ser compensados de forma justa y prudente. Los recursos están en los sectores cuyas actividades no han sido afectadas y continúan disfrutando de altas rentas. No sólo los sueldos altos y públicos deben ‘hacerse cargo’ y la sociedad no debe, no puede, admitir la existencia de privilegiados malla oro a los que ninguna responsabilidad solidaria les es exigida.

De lo que no tengo dudas es que luego de este abril vendrá un mayo. En cada país ese mayo será diferente. Cada uno ha recurrido a recortes más o menos grandes de la movilidad, con resultados diferentes según el apoyo y la participación de sus poblaciones para las medidas tomadas. También es cierto que las ayudas económicas son condición necesaria, indispensable, para que la gente pueda moverse menos sin morirse de hambre. Los mensajes en algunos países han sido claros, en otros contradictorios y confusos. Eso también incide para conformar percepciones, estados de ánimo que importan y aportan… O todo lo contrario.

 

 Estamos solos, por Mauro Mego

Estamos solos. Un poco presos de nuestro mito de “país excepcional”, de “isla” en medio de América y un poco presos de nuestro gobierno que ha confundido libertad con abandono. ¿De dónde sacamos que podíamos ganarle a un virus de manera tan rápida como excepción ante el mundo? ¿Estaban tan equivocados los científicos del planeta que instaban a países del más diverso signo ideológico a tomar medidas para frenar el contagio? Los virus que han circulado a lo largo de la historia humana no han sabido de fronteras ni banderas. Sin embargo, el gobierno usó los viejos eslóganes del país y generó una sensación de victoria cuyos efectos son visibles. Y es verdad que los ciudadanos tomamos malas decisiones cuándo decidimos no cuidarnos, o transgredir las normas, cuándo decidimos juntarnos, no usar tapabocas u otras actitudes. ¿Alguien sigue pensando que todas las sociedades del mundo-incluidas muchas de avanzada-han renunciado a la libertad por tomar medidas para salvar vidas y sistemas sanitarios? Sólo este gobierno fanático ha podido plantear semejantes cosas. Pero de no ser por la llamativa pasividad mediática, la mayoría de las acciones u omisiones de este gobierno serían un escándalo, desde el Presidente haciendo surf y descansando hasta los últimos sucesos de Fray Bentos. Pero justamente, si las usinas de construcción de subjetividades no operan en un sentido cuestionador, la hegemonía del mensaje del gobierno se fortalece.  Mensajes como “no vamos a llevar presos a quiénes salgan a ganarse el mango” o “el país tiene que funcionar, la gente tiene que comer”, trasladan a quiénes exigimos un rol conductor del Estado una intención maliciosa. Logran enfrentarnos porque, con justa razón, el que “pelea la diaria” bien puede compartir ese mensaje del gobierno. Pero en realidad, este gobierno no ha detenido su plan ni un segundo.  ¡Ha mantenido un ajuste fiscal en medio de una pandemia! Paradójicamente es la pandemia misma la que le da salud al gobierno, y se permite prescindir del Frente Amplio o de cualquier acuerdo nacional, mirando al país desde un balcón de cristal mientras los casos y el hambre aumentan. ¿Cómo se va a poder “blindar abril” si no hay medidas fuertes-propuestas varias veces por los científicos-que vayan en sentido de disminuir los contagios? Medidas que permitan a trabajadores, pequeños empresarios, comerciantes, disminuir su movimiento sin que esto le signifique perderlo todo. Se puede, no hacerlo es sólo una decisión política de un gobierno que, aunque no le guste, sobrevive aún sobre las fortalezas que le dejó el Frente Amplio.

 

No alcanza con un abrazo apretado, por Celsa Puente

Con eslóganes, -fórmulas breves utilizadas como mecanismos de publicidad-, el gobierno uruguayo ha ido manejando su llegada al ejercicio del poder y el abordaje de la aparición demoledora de vidas provocada por el virus Sars-Covidv-2.

En contraste con lo ocurrido hace un año y con un número actual altísimo de varias decenas de fallecidos por día y de muchos miles de contagiados, cuya exactitud desconocemos porque quienes tienen a cargo la tarea de informar, suman unos casos y restan otros, -recordemos que el último viernes aparecieron treinta fallecidos más que se habían “¡perdido!” en el camino-, el Presidente solo brinda un “abrazo apretado” para aquellos familiares que han perdido a sus amores. Así se dirige a nosotros para hablar de la muerte evitable de cientos de uruguayos/as. Quizás sea esa la reacción más esperable por parte de un gobierno que lamenta más la pérdida económica que la pérdida de las vidas, aunque esta confirmación no deja de partirnos el alma.

La tónica de estos tiempos, está signada por el dolor y el insomnio que nos devora, el desasosiego que merodea obstinadamente, el sufrimiento psíquico, la soledad y el desamparo. El Presidente que manda el abrazo, es el mismo que se golpeaba el pecho vigorosamente repitiendo una y otra vez, “yo me hago cargo” en plena campaña electoral. El mismo que hizo una gestión pésima y lenta para proveernos de las vacunas en tiempos donde todavía hubieran podido ser más efectivas que hoy. Es el mismo que pretende bajo el eslogan de la “libertad responsable” hacernos creer que el virus avanza porque no hacemos lo que tenemos que hacer, vale decir, no nos quedamos en casa, no cumplimos con las orientaciones de los científicos, salimos y nos subimos a ómnibus repletos y muchos hacen cola en las ollas populares como si esta opción fuera evitable para quienes perdieron la chance de poner algo dentro de su propia olla. 

 El detalle es que la libertad para ser tal, entendida como el derecho de toda persona a organizar, con arreglo a la ley, su vida individual y social conforme a sus propias opciones y convicciones, requiere condiciones, supone justamente tener opciones, oportunidades variadas para proceder al acto de elección ofrecidas por un Estado garante, porque de lo contrario, ¿de qué libertad estaríamos hablando?, ¿hay libertad sin opciones? Entonces, me pregunto ¿existe alguna chance de hablar de “libertad responsable”? Y si existiera esa supuesta libertad… ¿quién o quiénes son los responsables?, ¿los ciudadanos o el gobierno?

No es un mero juego de palabras, lo que quiero plantear es que el cuidado de la salud, la disminución de la movilidad y de los vínculos con otras personas solo puede ser ejercido con libertad por quien puede permanecer en su hogar sabiendo que tendrá sustento seguro, que cuenta con un espacio para no quedar a la intemperie –la real y la social-, que puede cubrir sus necesidades de vida, las propias y las de la familia. Porque, ¿puede ejercer la “libertad responsable” una madre o un padre que vive de lo que consigue en la changa del día a día o que directamente ni eso tiene y debe salir a buscar “algo” para llevarse a la boca y sobrevivir? En tal caso, para ejercer la libertad responsable y quedar a resguardo del virus, el Estado, VERDADERO RESPONSABLE, debería proveer de condiciones habilitantes y no recurrir al discurso dolorosamente inhumano de inculpar a aquellos que salen porque no tienen alternativas, porque justamente están inhibidos de ejercer la libertad de elegir a favor de su salud.

 Despositar la responsabilidad de superación de la pandemia en la gente es inhumano sobre todo porque funciona como eslogan hueco e inaceptable planteado por parte de quien se golpeaba el pecho con fragor durante la campaña electoral gritando a viva voz otro eslogan: “yo me hago cargo”, “yo me comprometo”. Hágase cargo, entonces, de una buena vez… el virus arrecia, la exhortación a “ahorrar oxígeno” es inadmisible y las familias que pierden a sus miembros cada día, no podrán superar ese dolor irreparable con un abrazo apretado de quien descolla por su insensibilidad e incumple su deber de protección al pueblo.

 

LA RAZÓN DEL PIZZERO, por Gerardo Tagliaferro

Fundamentando su decisión de no profundizar las medidas tomadas el 23 de marzo, a pesar de los estragos que el Covid está haciendo en Uruguay, el presidente dijo el miércoles 7: «Cerrar bares y restaurantes significaría que mucha gente que vive de la propina o el jornal se quede sin parar la olla. ¿Cuánto cambia que diga van a cerrar los bares y los restaurantes?». Y más adelante añadió: “El planchero de un lugar donde venden chivitos de algo tiene que vivir, el pizzero también tiene que vivir, el mozo de restaurante tiene que vivir» (entrevista con el diario argentino La Nación).

La propuesta de cerrar al público bares y restaurantes y trabajar solo con pedidos a domicilio fue elevada al gobierno por el GACH, vale recordar, a principios de febrero como una de las medidas para controlar una probable -en ese momento- escalada en la evolución de la pandemia en Uruguay.

La estrategia del presidente -apoyada hasta ahora sin fisuras por su partido y con algunos matices por sus socios de la coalición- es según él mismo ha proclamado, apelar a la “libertad responsable” de la ciudadanía. Se pide a la población que evite los contactos fuera de su “burbuja” familiar o laboral, y si la gente no cumple con ese pedido, es porque es irresponsable, no entiende la gravedad del problema o no le interesa.

Lo que no explicó Lacalle al diario argentino -ni tampoco le preguntó ningún periodista en alguna de sus conferencias de prensa- es lo siguiente: si mantener el boliche abierto es la única forma de subsistencia para el planchero o el pizzero, ¿cómo subsistirían si la gente sí hiciera caso al pedido del gobierno y, por lo tanto, no fuera al bar o restaurante?

Para mayor claridad: el presidente no quiere que el pizzero y el planchero se queden sin “la diaria”, por eso no decreta el cierre al público de los negocios donde trabajan, pero a la vez le pide a sus clientes que no vayan a esos negocios, que se queden en la burbuja donde transcurre el día a día de una persona: su hogar y su trabajo (si lo tiene). (Antes la burbuja podía incluir el lugar de estudio, pero a partir del 23 de marzo éste sí fue cerrado por el gobierno, a diferencia de bares y restaurantes).

Esta contradicción solo se explica aceptando que una de las dos premisas es falsa: es falso que el presidente se niega a cerrar temporalmente bares y restaurantes para evitar que planchero y pizzero se queden sin su sustento diario, o es falso que no quiere que la gente no se mueva más de lo imprescindible (hogar-trabajo; trabajo-hogar). Porque es imposible que ambas cosas se den al mismo tiempo.

A diferencia de otros gobiernos de variado signo ideológico, el presidente Lacalle Pou y su elenco más cercano se niegan tozudamente a tomar medidas que se ha demostrado, en el mundo entero, que son las únicas que pueden contener una disparada descontrolada de casos de Covid: cerrar lo más posible, bajar la actividad y por lo tanto, la circulación del virus, a su mínima expresión.

¿Por qué se niega a hacerlo?

Muchos gobiernos conservadores, liberales, derechistas del mundo no han tenido más remedio que destinar mucho dinero a afrontar las consecuencias de medidas de ese estilo, y eso -a falta de alguna explicación creíble que apunte a otro lado- es lo que no quiere hacer el presidente y quienes lo secundan.

Es obvio a esta altura que Lacalle y su elenco saben que la gente no acata su arenga de la burbuja, por la razón del pizzero: si le digo a la gente que el pizzero y el planchero estarán esperándolo en el boliche, es para que vaya.

Lo que no quiere Lacalle y compañía es comprometer una economía ya comprometida -hablando de déficit fiscal, grado inversor y esas cosas- para apuntalar durante el tiempo necesario a quienes deberían -ya hace rato- bajar temporalmente la cortina para contener los contagios y su secuela de descalabro sanitario y muerte.

No quieren, porque sería comprometer su plan de gobierno y, en un futuro electoral al que siempre están atentos los políticos, sus chances de mantener el poder.

En vísperas del triunfo de 2004, el luego ministro de Economía del FA Danilo Astori decía, palabras más o menos: “Si ganamos el gobierno y nos quedamos solo un período, será un fracaso. La izquierda debe gobernar bien y permanecer en el poder durante más de un ciclo de gobierno”.

No hay que ser demasiado mal pensado para concluir que la coalición que hoy gobierna, o al menos su líder indiscutido, razonan de una forma similar. Y creen, en la actual situación, que un 2021 con un alto número de muertos, será en 2024 un precio menor a pagar que una economía deteriorada y endeudada.

Lacalle llegó al gobierno con una economía en funcionamiento y con capacidad de endeudamiento, con un déficit fiscal alto pero manejable. Sabiendo eso, se frotó las manos pensando en un escenario favorable y se vio en 2025 entregando la banda presidencial a su sucesor luego de haber dado a cada uruguayo “los mejores cinco años de tu vida”.

La realidad le arrojó a la cara una situación sanitaria que nadie podía prever en 2019. Aunque sea en alguna pesadilla, Jorge Batlle, la aftosa, la crisis bancaria, los Peirano, se le deben haber instalado en el subconsciente como en una película de terror.

Prisionero -y a la vez aprovechándose- de su matriz ideológica, en algún momento habrá tomado entonces la decisión que hoy defiende a capa y espada, aunque se cuida muy bien de explicitar: a largo plazo, mejor algunos muertos que muchos desconformes.

Si no soy tan mal pensado y algo de razón existe en este análisis, Lacalle tiene una salida que, aunque más no sea desde el punto de vista político, lo podría blindar: compartir los costos de decisiones que comprometerían la economía en los próximos años. Puede convocar a un gran acuerdo que involucre a todo el espectro político y fuerzas sociales para salir juntos de este embrollo, sin cuentas a cobrar por unos y otros. (No quiero llegar al colmo de pensar que no lo hace porque ya lo propusieron otros).

Pero… para unir y zurcir en situaciones complicadas se requiere, entre otras cosas, tener condiciones de verdadero liderazgo. Y para eso no alcanza con salir bien en televisión, tener siempre listo el comentario ocurrente y repartir guiñadas cancheras para las cámaras, mientras todo se prende fuego.

La siesta de la liebre, por Leo Pintos

No es necesario que recuerde la trama de la fábula a la que alude el título de esta columna para entender a donde quiero llegar. La epidemia de covid-19 en Uruguay está fuera de control, y aunque no se puede responsabilizar únicamente al gobierno, está claro que fue -fuimos-  víctimas del éxito aparente en los primeros meses de esta crisis sanitaria. Uruguay tuvo la enorme ventaja de balconear lo que sucedía fuera de fronteras y prepararse para enfrentar lo que hoy estamos padeciendo. A ciencia cierta no hay una única explicación para entender qué fue lo que hizo que nos mantuviéramos relativamente indemnes mientras en el resto del mundo se sucedían las olas de contagios; densidad demográfica, ciudades pequeñas, sistema sanitario robusto, decisiones correctas tomadas en el momento correcto, etc. -incluso hasta suerte-.

Sin embargo, lejos de planificar y prepararse para lo que parecía inevitable, el gobierno se dedicó a propagandear sus supuestos logros en Argentina para importar ricos desde allá, y ante el estupor de quienes creíamos que tarde o temprano la epidemia en toda su magnitud nos golpearía, vimos cómo se discutía dónde emplazar el memorial a las víctimas de la pandemia, se pensaba en habilitar partidos de fútbol con público, y hasta días previos a semana de turismo el Ministerio del

ramo nos invitaba a vacacionar. Y fue ese triunfalismo el que indujo al gobierno a cometer el peor error, cuyas consecuencias explican gran parte de lo que hoy sucede: haber renunciado a la vacuna de Pfizer en noviembre. Algo que quedó perdido en el fárrago de acontecimientos desencadenados a partir del crecimiento y posterior descontrol de los contagios.

Porque a ese error pueden atribuirse al menos dos consecuencias importantes: el no contar con la vacuna más efectiva para prevenir contagios, y el atraso en el inicio de la campaña de vacunación. A diferencia de la enorme mayoría de países, Uruguay tuvo la «suerte» de sufrir el peor momento sanitario con vacunas disponibles y eso debería permitir al gobierno encarar la situación con un horizonte a la vista. Pero el gobierno solo repitió el error de paralizar la enseñanza. Y eso es otra tragedia, no solo porque se termina de hipotecar el futuro de una generación de niños y adolescentes, sino porque se comprueba una vez más que al mundo adulto poco y nada le importa la niñez.

En la comparecencia del 23 de marzo el Presidente dijo: «Nosotros no somos partidarios del confinamiento total o la cuarentena obligatoria. Hemos recibido estímulos suficientes para aplicarla, nos hemos negado y seguimos en eso porque ya es una cuestión mucho más de principios que de práctica». En esa declaración el gobierno se amputó a sí mismo la capacidad de maniobrar, de corregir e innovar. Redujo una situación que requiere un abordaje científico a una cuestión personal, dejando de rehén al sistema sanitario y comprometiendo lo colectivo. El Presidente reiteró la apuesta hecha al principio de la crisis, confiado de que volverá a tener suerte, aunque en su suerte vayan también la de cientos o miles de vidas.  Se jugó un pleno a que las vacunas empezarán a surtir efecto en un corto plazo, con la idea tal vez de que -en caso de superarse esta difícil situación- emerja como el líder que solucionó el problema y los miles de muertos serán solo un amargo recuerdo para las familias.

Sin embargo, la vacuna a la que Uruguay pudo acceder tras haber renunciado a la más efectiva no es la mejor para prevenir los contagios, por lo que el problema podría no tener solución en lo inmediato. El sistema sanitario está próximo a colapsar en el sector de la atención intensiva, las intervenciones quirúrgicas se postergan y se acumulan, los estudios y los diagnósticos están técnicamente suspendidos. A esto hay que sumarle el deterioro del tejido social y la destrucción de la economía de pequeña escala que es la principal generadora de fuentes de trabajo.

El panorama es incierto, y seguro el impacto lo sintamos en su real dimensión dentro de algunos años. La decisión de no ir a un confinamiento es entendible, pues provocaría más desempleo y más pobreza.  Sin embargo, el gobierno se perdió la oportunidad de dar señales a sectores que hoy están al borde del knock-out y a sectores de la población que están en el desamparo. Está a tiempo de tomar decisiones que no necesariamente pasan por un confinamiento general y que no detallaré por una cuestión de espacio. Está a tiempo de despertar de la siesta, aunque uno sospecha que en realidad se está haciendo el dormido.

 

DEFENDER LA VIDA, ANTE TODO, por Pablo Anzalone

La pandemia en Uruguay presentó varias etapas muy marcadas. En una primera etapa se tomaron medidas para la prevención de contagios con un alto acompañamiento de la población. La conformación del Grupo Asesor Consultivo Honorario fue una buena decisión del gobierno que otorgó  un  asesoramiento científico sólido en cada etapa de la pandemia. La curva de contagios se aplastó en esos primeros meses y se logró un seguimiento epidemiológico de los distintos brotes, en un escenario lleno de incertidumbres y riesgos. Las medidas de apoyo económico a las poblaciones afectadas fueron completamente insuficientes. La pobreza, el desempleo y la crisis alimentaria aumentaron sustancialmente. El gobierno nacional siguió priorizando la reducción del déficit fiscal.  Las fortalezas acumuladas con el SNIS y la matriz de protección social son razones que explican la evolución favorable de la pandemia. Hubo aciertos y errores, pero el panorama estuvo controlado. Entre los errores que fueron señalados por los movimientos sociales estuvo el cierre de policlínicas y la retracción del sistema de salud para esperar la pandemia en los CTI.

En una segunda etapa se produjo el retorno a las actividades educativas y laborales presenciales. Se creó la imagen de que el país iba a poder sortear la pandemia sin dificultades. Una gran soberbia desde los estamentos de gobierno no les permitió ver la fragilidad de la situación en un contexto mundial en crisis.

A partir del mes de noviembre 2020 la situación comenzó a agravarse en materia de contagios, internaciones y muertes. Se perdió el hilo epidemiológico y la pandemia creció rápidamente.  La ausencia de medidas por parte del gobierno nacional inició un proceso que no ha parado de agudizarse. El discurso oficial no reconoce la gravedad de la situación y persiste en responsabilizar a la población de los contagios. El GACH desde el 7 de febrero y luego en múltiples pronunciamientos la comunidad científica, la Udelar, el SMU, y una amplísima conjunción de organizaciones de la salud denunciaron la situación, alertaron frente al peligro y reclamaron, sin éxito, medidas para disminuir los contagios, así como apoyos económicos a las poblaciones vulnerables. En lugar de escucharlos se los atacó duramente. Como resultado Uruguay pasó de ser un ejemplo en el manejo de la pandemia a estar entre los primeros lugares del mundo en materia de fallecimientos y nuevos contagios por millón de habitantes. ¿Era inevitable?  Una cantidad de muertes evitables y de sufrimiento social se impusieron a la población, y constituyen una situación dolorosa que continua todos los días.

La solidaridad fue una respuesta fuerte de la sociedad uruguaya desde el comienzo. Un año después las Ollas Populares continúan enfrentando la crisis alimentaria y el hambre ante la omisión del Estado. A lo largo de todo el año las organizaciones sociales hicieron oír su voz ante los desafíos de la pandemia. Cuestionaron errores, elaboraron propuestas, promovieron acciones, dieron sus análisis y opiniones. También el Frente Amplio presentó un Plan Estratégico para abordar la Covid, medidas económicas de apoyo a la población afectada, acciones integrales frente a la situación sanitaria incluyendo la afectación en materia de salud mental y salud vincular, abordajes locales con participación de la comunidad, propuestas para adquirir antes las vacunas. En la coyuntura más crítica respaldó los planteos de la comunidad científica y la academia, que exigen medidas drásticas para reducir los contagios.

Sin chiquitismos ni soberbias, sensibles ante el dolor de la gente. Defender la vida debe ser la primera prioridad para el gobierno y la oposición, para los movimientos sociales y la academia, para todos los seres humanos.

Es la ideología, estúpido, por Sol Inés Zunin

Después de años de escuchar que la política no debe… ideologizarse (cuidado, no intenten semejante oxímoron en sus casas, podrían dañarse) … en nuestro país la ideología ha asumido de lleno la gestión de la pandemia y muestra su ferocidad.

Es que, así como ésta semana Uruguay alcanzó el podio del país de América Latina con más fallecimientos en relación a su población -una realidad tan espantosa como insoslayable-, había alcanzado hace meses el podio de país que menos había invertido, en plena pandemia mundial, en ayuda social para paliar sus efectos.

Los mismos que gustan de desideologizar lo indesideologizable sostienen, sin inmutarse, que la economía no debe detenerse y que deben morir los que…deban morir. Pavada de ideología.

Por eso, “Quedarse en casa”, la aparentemente bien intencionada premisa, fundamental en el combate a la pandemia se torna, en manos del neoliberalismo, en una peligrosa arma de destrucción masiva.

¿Cómo quedarse en casa sin medios para solventarlo? La meritocracia neoliberal impone que aquellos que no fueron lo suficientemente “precavidos” para guardar una buena suma o, mejor, nacer ricos herederos, deberán encontrar solos la forma de sobrevivir.

Del otro lado del río respiran aliviados: si el coronavirus hubiera llegado durante el gobierno de derecha neoliberal de Mauricio Macri, probablemente estarían probando el amargo sabor de enfrentar la mayor crisis mundial del siglo sin sistema de salud ni subsidios. Upsss.

Suena familiar, aunque no alcanza para describir lo que Uruguay está viviendo: suba de tarifas, recortes presupuestales y rebajas de salarios reales -suba del dólar, masivos envíos a seguro de paro, descuentos a sueldos estatales- apenas enmascarado por un sistema de salud sólido -heredado- y un cerco mediático tan grande que casi es posible ver desde la luna.

Así, mientras en las barriadas las colas de compatriotas esperando por un plato de comida en una olla popular se hacen cada vez más largas, y empiezan a multiplicarse los casos de niños que se desmayan de hambre, en las televisiones uruguayas se escucha el sonsonete de la libertad responsable, que al Covid le ganamos entre todos y que ésta crisis nos afecta a todos por igual,.

Mantras falsos y perversos, que esconden que cuando todo esto termine, y podamos hacer algo más que contar muertos cada día, descubriremos que el Uruguay que cambió es un poco más injusto y que su riqueza está bastante más concentrada de lo que estaba al inicio de la pandemia (¿o del nuevo gobierno?).

Durante el año 2020 Uruguay se consolidó como el mayor exportador de carne bovina del mundo, es segundo en el resto de carnes y sus cosechas de trigo cerraron con rindes record. Probablemente en los rubros médicos y farmaceúticos podamos encontrar resultados similares, así como en el rubro importación y logística. Sin embargo fueron los sueldos estatales los que sufrieron descuentos y nuevos impuestos.

Como señala Naomí Klein en su libro “La doctrina de shock”, los teóricos neoliberales estimulanla utilización de las épocas de crisis para imponer políticas e ideologías impopulares mientras la gente está distraída.

Si la nueva apuesta neoliberal sale bien, con el excelente viento de cola viral y el perfectamente calibrado guión mediático, el Uruguay en pandemia será solo un desastre natural del que saldremos más desiguales y con más teletones. Y estaremos, definitivamente, saludando a la ideología Batllista, que se va.

 

El difícil equilibrio, por Rodrigo da Oliveira

Esta columna se adelanta, falta aún una quincena larga para completar aquellos sesenta días sobre los que escribía aquí mismo y próximo al primero de marzo. Fijaba allí las razones por las cuales evaluaba que ese iba a ser el plazo en el cual íbamos a ver los resultados de todo esto que estamos viviendo, entre escalada de casos, aumento de fallecidos y cifras de vacunación. 

Pero ya que se interpela nuevamente sobre este punto es inevitable caer en esa falsa dicotomía planteada entre salud y economía. Salud de muchos, economía de algunos. Estos últimos, aquellos que no pueden modificar la forma de desarrollar sus actividades, que la han visto mermada durante todo un año y del que vintenea día tras día o no come, él ni su familia.

Así de simple, así de duro. A estos últimos la pandemia les queda lejos desde lo sanitario, la sienten llegar cuando hay menos movilidad, más restricciones, menos changas, menos venta callejera. Porque viven de lo que producen, venden o hacen, jornal mediante. La sienten en cuando a lo que les impide, cuando tienen que dejar a sus hijos en casa en lugar de la escuela o liceo, ámbitos de contención en más de un aspecto, también el alimenticio. Sí, hay gurises que comen en el liceo y no solo desde ahora por la pandemia. Se les hacía mediodía y no habían metido nada a sus estómagos aún; ¿así queríamos que aprendieran algo? Algunos venían de sus casas, otros de los engrosados cantegriles que buenamente acabamos de descubrir, parece. En buena hora.

Que los números no dan no es algo que acabemos de saber; que la capacidad de endeudarnos está al límite debería estar en el entendimiento de todos también. Queda la opción de asumir deuda que pagarán los mismos que hoy se pretende ayudar, inflación mediante; sabemos de sobra que cuando llega quienes la pagan son la que menos tienen. Si a la ralentizada marcha de la economía le agregamos inflación tendremos ese monstruito que vemos en la cercana Argentina y que hasta nombre le inventaron: estanflación, estancamiento con inflación agregada. 

¿Eso hace que debamos dejar gente atrás? Jamás. El acelerar el proceso de cuidado sanitario mediante vacunación y el agregado de las imprescindibles camas de CTI, están en marcha desde hace tiempo. Todo ha generado críticas, el adelantarse a desarrollar la logística necesaria para que pudiera llevarse a cabo de manera casi impecable también. Fallas hubo, sí, claro. Pero algo acá también debe ser rescatado una vez más: gobernar es elegir una forma de hacerlo. Este gobierno explicitó cuáles iban a ser sus formas y las llevó adelante, sin dejar ciudadanos por el camino.

Claro que hay más pobres, muchísimos de aquellos de desempeñan una actividad privada han visto mermados sus ingresos. Muchos de ellos llegaron al fondo y han perdido sus bienes y hogares. Es tarea del gobierno que esa caída sea la menor posible, de que estén en pié para caminar solos lo antes posible. 

No teníamos números de Estados europeos, ni los ingresos de sus habitantes. 

Se piden cierres y cuarentenas, no se aporta las formas para hacerlo ni el compromiso político de llevarlos adelante. Una vez más, se pretende ser hijos del caudillo, el dictador o del padre Estado que haga, provea y decida. 

La coyuntura determinó otra cosa, que fuera mediante la responsabilidad individual y el esfuerzo conjunto que se siguiera avanzando.

Eso decidimos, eso se aplica. La llegada es más allá, nos veremos en ella. 

 

   TINA (there is no alternative) y PANDEMIA, por Eduardo Vaz

Así justificaba Margaret Tatcher sus políticas contra el estado de bienestar británico, privatizando, liberalizando, desregulando.

En síntesis, gobernó para los “golden mesh” británicos – ¿dirán así malla oro? -. Cerró su ciclo con los ricos mucho más ricos y resto más pobre. Logró lo que quería.

El gobierno de Lacalle Pou nos ha dicho lo mismo en español: a los malla oro no se les cobra impuesto ni se los presiona pero a los funcionarios públicos que ganan más de 80 mil pesos sí. Cierra la escuela, pero no el shopping. A la población ya se le dijo qué hacer, si no cumple, no es asunto de gobierno. Lo llaman, libertad responsable. Suena lindo, pero esconde tantas necesidades insatisfechas, tantos contagios y muertes, que en realidad se vive como prescindencia gubernativa.

Legislar sobre la salud pública es responsabilidad intransferible del gobierno de turno, no de la población –que sí tiene el deber de cuidarse-  según dice la Constitución en su artículo 44. Si Ud. no se vacuna ni se cuida, es un irresponsable que pone en riesgo la salud del resto y, si se enferma, necesitará de la sociedad para curarse. No parece justo ni solidario, ¿no? Así que la libertad individual y los derechos personales están sometidos al interés general que el estado se obliga a cuidar. Como en todo régimen democrático.

La mejor iniciativa del gobierno ha sido el GACH. Y se está transformando en su peor enemigo. Cada día es más evidente que las decisiones políticas se pusieron por encima –algunas en contra- de las sanitarias, especialmente, desde el 7/2/21. Tuvimos las primicias ANTES y no se actuó. ¿Por maldad? No, por ideología e intereses económicos de los malla oro.
¿Cómo caracterizar, entonces, esa decisión gubernamental a la luz de los resultados?

Pasados más de dos meses, se suman muertes y contagios y todas las voces científicas junto a la experiencia internacional muestran caminos para actuar. Sin embargo, se reiteran medidas como el malísimo -por injusto, discriminatorio y poco recaudador- impuesto a los públicos. Tan lejos de lo necesario que han surgido críticos inesperados. R. Peirano reclama esfuerzos grandes y denuncia que del declarado apoyo a las ollas populares no se ha visto un peso, ¿será frenteamplista? De Posadas, pidiendo perdón por contrariar su ideológia, reclama un “plan Marshall” para salir adelante ¿palos en la rueda del gobierno? Todos los socios de la coalición piden más medidas.

Hay que hacerse cargo gusta (¿o gustaba?) decir el presidente. Es su oportunidad, siga las recomendaciones del GACH aunque haya perdido tanto tiempo. El FA está dispuesto desde el arranque de la pandemia a apoyarlo en las medidas necesarias. Hemos votado cosas que no nos gustaban para dejarle las manos libres en esta materia. Son demasiadas muertes y una presión insostenible sobre el personal de la salud y los CTI que debe frenarse con medidas radicales. Y vacunar al grueso cuanto antes (vamos bien y puede mejorar). No importa, Sr. Presidente, si sabe qué es el FA o quiénes somos –aunque uno pensaba que sí sabía-. No influyen en la pandemia esas cuestiones. Ud. haga lo suyo, no ahorre en salud pública y cuidados, que del FA se encarga la gente.

 

SE  PERDIÓ  LA  BRÚJULA, por Esteban Pérez

Florencio Sánchez, dramaturgo, periodista y rebelde compatriota escribió una genial obra de teatro en 1905 titulada “Barranca Abajo”, drama que narra el espiral decadente de una familia adinerada con un desenlace fatal.

Hoy la sociedad uruguaya asiste, entre sorprendida y asustada, a un manejo cada vez más incontrolable de la covi-pandemia, con un gobierno empecinado en favorecer a los ricos descargando sobre el empobrecido pueblo los costos y la responsabilidad del desbarrancamiento del sistema de salud junto a la pérdida, cercana ya a un centenar de vidas diarias.

Con bombos y platillos el Ministro de Defensa anunciaba el año pasado el costoso despliegue militar a lo largo de la frontera, como jugando a los soldaditos, mientras irresponsablemente frontera y free-shops continuaron abiertos como así también los aeropuertos para el ingreso de aeronaves particulares.

Se le pide al pueblo que se encierre, como si no tuviera que salir a buscar la diaria, pero no se dan los recursos para que se quede en su casa.

Sólo el movimiento popular organizado encaró desde abajo sin más recursos que apelar a la solidaridad de los trabajadores, la creación de ollas populares que ya comienzan a sentir los efectos de sus menguadas fuerzas.

No han faltado tampoco los ambiciosos oportunistas de “izquierda” pretendiendo marcar perfil personal con declaraciones insensatas y con cierto viso facistoide, esperanzados como caranchos en rescatar votitos para las elecciones nacionales.

Han perdido el norte; llamar a toque de queda es más palo para el pueblo y acorrala aún más a los que buscan en la calle rescatar algún mango para parar la olla o algo sólido para la boca.

Las posibles soluciones están a la mano, lo que falta es voluntad política, lo que sobra es demagogia en la derecha gobernante y desconcierto más algunas voces oportunistas en la oposición.

El movimiento popular despegándose de la burocracia política debe, a nuestro entender, proponer y exigir una plataforma básica que incluya:

-renta básica decorosa.

-regular los precios de una canasta básica de alimentos y artículos de primera necesidad.

-exoneración del pago de alquiler, luz, agua e internet a quienes lo ameriten.

Financiar éstas y otras medidas que puedan considerarse necesarias con:

– impuestos a las grandes empresas nacionales o extranjeras, ya sean industriales, financieras o de agro-negocios.

– impuestos a los depósitos en el extranjero.

– detener el pago de la deuda externa, como forma de achicar el déficit fiscal, declarando al Uruguay en ESTADO DE EMERGENCIA.

– NO al TOQUE DE QUEDA. ¡MIRAR AL URUGUAY CON LOS OJOS DE LOS DE ABAJO!

 

Costo político y uso político de la Pandemia, por Cristina De Armas

La campaña política rumbo a 2024 comenzó hace un buen tiempo, suelen comenzar a los 100 días de un nuevo gobierno, tiempo suficiente para el reparto de cargos en época normal, en este tiempo todo se ha distendido, muchos cargos han cambiado de manos, quedado para volver a repartir y la política siempre está a la pesca, es lo importante. Pero ha terminado el reparto en términos generales y se podía comenzar el nuevo ciclo electoral preparando todo para la primera elección, la juvenil. Y en eso estaban ante una pandemia que en Uruguay parecía no entrar, Uruguay era un ejemplo, nuestro presidente admirado dentro y fuera de fronteras, la oposición con poco que decir, los miembros de la coalición sin poder desprenderse y con poca presencia, pero cada reclamo debía ser discreto porque todo estaba bien. Luego del primer susto por lo que llegaba de otras tierras y las medidas justas, necesarias y a tiempo del gobierno, la pandemia controlada, las vacunas contratadas y la economía reactivada.

Pero como toda Luna Nueva, a la larga trae lluvia y nos pasó, y la libertad responsable no solucionó porque todas aquellas medidas de un principio tan bien aceptadas por todos, el quedarse en casa, el cerrar empresas ya no es bien recibido, no importa cuántas las muertes porque hace más de un año de pandemia, y hay agotamiento y hay pobreza. Se repiten una y otra vez en la pantalla de tv grupos sociales que manifiestan cada uno ser el más afectado. Inevitablemente el gobierno debe medir el costo político de cada decisión, aunque le lleve a discrepar con los científicos, con el sindicato de la salud que, de una u otra manera, hacen también su juego político, como el resto de los partidos quienes cuidando también su propio costo y ante una aún favorable visión de la opinión pública sobre el mandatario y el gobierno son muy cuidadosos. La primera oportunidad de la oposición fue la no llegada de las vacunas, pero el gobierno las esperaba para fines de febrero, y efectivamente llegó Sinovac y luego Pfizer que no llegaba y el alto costo. Y el gobierno dijo en la semana del 8 (marzo) y en la semana del 8 llegó y se pagó y se está vacunando y el sistema es prolijo y funciona. Mientras tanto los miembros de la coalición piden tímidamente mesas de diálogo y el presidente les pregunta públicamente: ¿Para qué? Porque diálogo ya tiene y la oposición a su vez pide una comisión parlamentaria sobre la pandemia y es Gandini quién pregunta públicamente: ¿Para qué?, si para cada tema específico, economía, constitución, etc. ya hay una comisión.

El gobierno no parece ausente, ni perder el control de lo que sucede. Cuando desde la oposición o algún miembro de la coalición se insiste en endurecer las medidas hacia la ciudadanía es el presidente mismo quien reitera que no lo hará, limitó el derecho de reunión y lo sigue extendiendo y todos lo votan. Esta situación me recuerda cuando ganó el Frente Amplio y la derecha decía: ya van a reprimir. Nunca lo hicieron. Se les armó situaciones y nunca lo hicieron, se les pidió que lo hicieran y nunca lo hicieron. Hoy le piden a un presidente herrerista medidas prontas de seguridad y el responde: ¡Este gobierno nunca lo hará!

No es fácil hacer política en este tiempo y no quedar en falsa escuadra, desde Michelini tirando un titular de prensa, haciendo alarde del oficio político a quienes utilizan el mal momento económico de muchos con tristes actos de pretendida benevolencia. Se ve y se verá de todo. El costo y el uso. Al final, usted lector, es quien decide.

 

La verdad… por Martin Forischi

“La verdad de otro lado” fue el jingle de campaña del Gobierno, y elegí esta canción para edificar esta columna.

Nos hemos convertido en un país que acepta vivir en la miseria económica y social, que se conforma con los mensajes por tweeter de sus gobernantes de turno, si es que hay algún mensaje, y frente a una pandemia en situación de descontrol, los lideres blancos toman como norma el conformismo de las medidas adoptadas: que a nivel tributario te cobren lo que no te dan, habiendo recortes sociales por todos lados… en este contexto vivimos.

Pero “La verdad…” es que, este Gobierno está hablando de la compleja operatoria para el MEC respecto al costo de otorgar un mejor subsidio social para que la gente se quede en casa, y por eso este Gobierno no se quiere endeudar… una vergüenza; y con el paso del tiempo va a ser mas difícil que adopte medidas que den un alivio a tantas necesidades sociales y económicas producto de esta crisis alimentaria agravada por la pandemia, porque no crean que la crisis es solo por la pandemia, tiene mucho de incapacidad de la administración.

¿Por qué el mundo entero esta frenado y nosotros estamos a la deriva? ¿No ameritaría al menos medidas económicas más fuertes para los que menos tienen? No digo que el Gobierno de turno derroche dinero, pero estamos en las antípodas del mundo; el mundo está cerrado con medidas sociales protectoras para que la gente no pase necesidades y nosotros estamos en una crisis de Gobierno.

Yo coincido con los blancos en un punto, en el tema libertades, pero es mucho, y la gente no lo controla porque si no salen a trabajar “se los comen los piojos…”. Yo no estoy diciendo que cerremos todas las actividades, pero sí digo que solamente estén permitidas las actividades esenciales, y a las no fundamentales que sean subsidiadas de forma adecuada, digna, para que la crisis alimentaria no se agrave aún más.

 Lo vemos todos los días, yo entiendo que hay ciertas reuniones tolerables, pero ¿para qué queremos ver 30 pibes amontonados en un bar, acaso cada burbuja no puede comer en su casa? Lamentablemente cada vez son más los libertinos, y estamos perdiendo el control. Cómo en muchas cosas la gente en general no tiene prudencia, me parece que la prudencia debe de llegar de otro lado… nada más que eso.

En realidad quedó demostrado que no pueden, y esto va de la mano con el paso del tiempo, así como Lacalle Pou perdió muchas elecciones anteriormente, aunque haya ganado esta última elección  por un 1,5 % de los votos  igualmente perdió. Parafraseando al futbolero, el nunca fue un MVP Most Valuable Player, sino un político más que ganó por descarte; porque él y su equipo demostraron que no estaban preparados para gobernar.

Los uruguayos necesitamos que el Gobierno de turno adopte medidas serias, frenando las actividades innecesarias, que los que tienen menos sean los primeros en recibir subsidios dignos para poder sobrellevar la emergencia económica y social, porque no es de buen oriental preferir no incrementar el déficit fiscal sabiendo que la gente se muere de hambre; cómo dice su jingle del 2019 “¡Es ahora!”. Y cómo decía un comercial de una red de cobranzas, “Carlitos girala…” 

 

Pronóstico de reservado a malo, el gobierno groggy, por Camilo Márquez

En lo que va de abril se han registrado 555 muertes por coronavirus. Cuando esta nota vea la luz habrá rebasado los 700. El virus ha superado cómodamente a las enfermedades cardiovasculares como principal causa de muerte en nuestro país. Para finales de mes se anuncia que tendremos unas 1500 víctimas, de ahí para adelante ya no se sabe. A lo que asistimos es al completo fracaso de la denominada “nueva normalidad”, un desenlace que no es nacional sino internacional. Lacalle esta jugado a fondo al resultado que pueda dar una vacunación rápida de una mayoría de la población, algo relativamente alcanzable en un país con los habitantes de Uruguay, aunque ya le sopla en la nuca la saturación de los CTI que es registrado hasta por los medios de comunicación más incondicionales. Otro punto crítico de esta estrategia es, si se quiere, técnico, la vacuna necesita unos quince días luego de la segunda dosis para hacer efecto. Si bien la vacunación marcha a buen ritmo, los contagios, casos graves y muertes no hacen sino subir. En la misma columna hay que apuntar la incertidumbre sobre las vacunas en sí. Ya se comienza a hablar de que las variantes del virus podrían dejar obsoleta a una parte de ellas. Los números que se manejaban cuando fueron lanzadas al mercado de un 85, 90 y 95 % de eficacia han descendido a 70, 60 e incluso menos. Para hacer frente a esta degradación cobra cada vez más fuerza la idea de suministrar una tercera dosis, lo que extendería en el tiempo la etapa de inoculación. Dicho de otro modo, la vacunación está en crisis. Un porcentaje gigantesco de la población mundial no va recibir la vacuna, independientemente de su eficacia presente o futura. En Uruguay la escalada pandémica fue advertida por el mundo científico, pero además era perfectamente predecible para cualquiera que siguiera mas o menos de cerca la sección internacional de los informativos. Lacalle Pou hizo una conferencia de prensa el miércoles 7 cuando los reportes le lanzaban a la cara 45 decesos diarios, ignorando olímpicamente el punto un periodista de su propio palo retrató el hecho como el de “un elefante en la Torre Ejecutiva” y denuncia “cada día que pasa es como si un ómnibus repleto de uruguayos chocara de frente y no hubiera sobrevivientes, no dijo nada.” (Leonardo Haberkorn, el Observador). Este desprecio por la vida es altamente significativo. Con todo, lo más importante para actuar es saber en que punto de la crisis estamos. La tesis de la nueva normalidad se fue al tacho, otro tanto podemos decir de la denominada libertad responsable, que no era más que una trampa con la suficiente ambigüedad como para poder descargar sobre la población la responsabilidad en caso de un desmadre de la pandemia, como de hecho está ocurriendo. El principal error que se puede cometer es defender la idea de que de esto se sale vacunando una determinada cantidad de personas aislado de medidas de fondo. Quienes sostienen que esta sería una salida ponen como ejemplo a Gran Bretaña o Israel. Aun considerándola admisible lo que no toma en cuenta la comparación es que ni Israel y aun menos Gran Bretaña, que además es una isla, tienen como vecino al Brasil, el cual la gestión Bolsonaro ha transformado en un enorme cementerio a cielo abierto. El des-manejo de la pandemia en Brasil llevó a los expertos a señalar a ese país como reservorio e incubadora mundial de las nuevas variantes y de mutaciones presumiblemente más letales del virus. El planeta no atraviesa una crisis sanitaria, o si se quiere virológica, es el resultado de la explosión de las contradicciones de un sistema que ha entrado en conflicto con su entorno para defender a rajatabla el beneficio privado capitalista. El fetiche de la vacuna es la línea de todo un abanico de la burguesía, que dice “ahora que te vacunaste, a laburar”. Pero además es falso, a Chile le salen las vacunas con las orejas, y también le sale el virus por el mismo lugar. La descomposición del capitalismo no tiene un antídoto que venga en jeringa. El gobierno que encabeza Lacalle esta golpeado. Suspender indefinidamente las clases presenciales es un recule antes que nada por su simbolismo. Las burguesías en otros países han presionando de forma encarnizada por mantener abiertas las escuelas, el sentido es que si los cursos se mantienen la producción debe seguir por los andariveles normales. La crisis ha tomado contornos más agudos, la miseria social es galopante, los CTIs están a horas de saturarse, y los trabajadores de la salud, la llamada “primera línea” está agotada, los testimonios en redes son numerosísimos y elocuentes. Ya hay llamados de gremiales medicas a los profesionales para hacer un “uso racional” del oxígeno: un Brasil en pañales. Los grandes ausentes son los sindicatos que la burocracia ha transformado en estructuras fantasmas, sin asambleas, plenarios ni elecciones. No hablemos de movilizarse. Al mismo tiempo hay indicios de una tendencia a romper esa inercia, por ahora exclusivamente en sindicatos dirigidos por sectores independientes o donde la burocracia perdió pie (la pesca, la carne, bancarios). La combinación explosiva de contradicciones tiene que ser enfrentada con un programa, en el que la vacuna es una pieza. Este programa debe contemplar la suspensión de todo trabajo presencial no esencial, y el sostenimiento de los sueldos a cargo de las empresas para los trabajadores que deban permanecer en sus casas, así como un subsidio no menor a $20mil pesos para los desocupados y sub-ocupados, para esto que se suspenda el pago de la deuda pública y se utilicen las reservas del banco central, junto al establecimiento de un impuesto progresivo sobre las grandes fortunas. Un sistema que no puede estar un mes sin explotar a la clase trabajadora no tiene más nada que ofrecer, está denunciando lo que se ha tardado en superarlo. Cualquier otra cosa son análisis circunstanciales. Este programa requiere una movilización intensa y los medios para imponerlo, que no es otro que la huelga general y el gobierno de los trabajadores.

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