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Por la positiva

Por la positiva
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Subí a una escalera chica, en la terraza lavadero, para colgar ropa. Cuando iba bajando me caí y me golpeé la cabeza. Bien de tercera edad pelotuda, aunque, a decir verdad, no hacen falta más golpes para que a la caramelera le cueste arrancar. Y eso que el Negro Fontanarrosa me dijo una vez: “Si llegás a viejo volvete”.

Sin embargo el accidente doméstico, apenas repuesto pero todavía en el suelo, produjo una sucesión de pensamientos que he decidido comunicar con la finalidad de consensuar con mis miles de lectores -¿cientos, decenas, EL lector, Alfredo García?- algo así como una reflexión coherente, final.

Primero vi –confieso que algo borroso- a un obeso barbado, todo vestido de blanco, hasta las botas, encima de un caballo también blanco a punto de convertirse en camello por el peso que soportaba, cabalgando transpirado detrás de una sombra que se alejaba, se alejaba… y de la que sólo se veía con claridad un abrigo beige largo y una botella de etiqueta negra en uno de los bolsillos. El obeso era como una publicidad de jabón para lavarropas, tanto que me recordó la frase aquella del inefable y nunca bien recordado Jorge Batlle sobre la muerte de Saravia: “Y… ¡cualquiera que le apuntara no tenía forma de errarle!”.

Menos mal que al obeso no le apuntó nadie. O, mejor dicho, pasó algo paradójico –o sea distinto aunque parecido-  como si se hubiera dado un tiro en una pata. Perdón, pie.

En un momento el caballo relinchó y se detuvo: parecía más inteligente que el jinete, quien descendió a desgano, se quitó al sombrero y miró, resignado, como la sombra se le perdía en el horizonte.

¡Ahí reconocí todo! Era el Guapo Larrañaga persiguiendo sin éxito a Luis Alberto Lacalle de Herrera, alias El Cuqui.

El Guapo, haciendo honor a su apodo, alcanzó a gritar: “¡Pa’ la próxima te voy a agarrar aunque tenga que largar al jamelgo éste y seguir subiendo las escaleras de mierda, ésas del Directorio! Será la última vez, hijo de…”.

Enseguida, otro pensamiento. El obeso barbado, ya sin sobrero y ahora sobre un poderoso alazán, rebenque en mano y a los gritos –“!Vos sí que no te me vas, guacho atrevido¡”- a la caza de otra sombra que parecía más cercana: un hombre joven, de despeinado pelo al viento, sonriente, que le saludaba, ¿cariñosamente?, mientras le mostraba una pancarta: “Por la positiva”.

Y hacia él fue el émulo de Saravia, ya con el culo ardiendo por la dureza de la montura, el tiempo transcurrido y la frustración.

Pero la segunda sombra apuró el paso, grácilmente, y se escabulló en lontananza. Era Luis Lacalle Pou, alias El Cuquito.

A los pocos minutos El Guapo volvió a echar pie a tierra, puteó en alrededor de quince idiomas a los intendentes y parlamentarios que le respondían, se acordó de Verónica Alonso como si lo invadiera la imagen de Silvia Süller, abrió su alforja y, en un santiamén, escribió una docena de cartas: de renuncia, de dudas de renuncia, de dudas de seguir, de planes de renovación –de vivienda o para los jubilados no se le ocurrió nada- y de interrogantes.

Se sentó en un tronquito que vio y, de pronto, lo sacudió una sucesión de imágenes: El Cuquito lo saludaba a lo lejos, agitando la pancarta “Por la positiva”, de la cima de un cerro cercano venía bajando la Alonso, de blusa blanca, pantalones ajustados blancos y ella toda morocha, apretujada por una masa de votantes hombres –bueno, no es para menos- en actitud desafiante. Y para colmo de los colmos, de atrás de un ombú aparecieron el gaucho payador y la Tronca gritando: “-¡Mirá, cabezón, que no hay más blancos que nosotros¡”.

Y aunque la Tronca tropezó y se dio de trompa contra los terrones, al Guapo le pareció demasiado. Insoportable, en realidad.

-¡Sólo me falta que aparezca el pelado de los cajones de verduras o Amadito en el tren fantasma! Por la patria, mi último acto de coherencia: ¡Váyanse todos a cagar que yo me voy a la mismísima mierda!

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Antonio Pippo Tiene 58 años de trabajo en el periodismo. Ha trabajado en todos los canales de TV del país, abiertos y por cable, menos VTV; ha trabajado en casi todos los diarios, semanarios y revistas (los que se han editado y los que aún se editan en el país); ha trabajado como columnista en varias radios. Ha sido docente de comunicación en la Universidad  ORT. Ha publicado seis libros. Ha dictado charlas y conferencias en la capital y diversas ciudades del interior sobre temas de periodismo. Fue productor general y co protagonista de un espectáculo de tango que se presentó en el país durante diez años, cerrando ese extenso ciclo el año pasado.