El sexo es la fiesta del cuerpo. ¿Quién puede dictar cátedra sobre su versatilidad o enseñar moral sobre los hábitos y costumbres sexuales? ¿Quién puede adjudicarse el poder de discernir, de aceptar, de censurar, de juzgar o perdonar? ¿Quién se atreve a limitar el sexo sólo cuando hay amor (tan importante, por cierto) o sólo para la reproducción (tan fundamental, por supuesto)?
Está claro que, al menos como yo lo veo, en las cuestiones del placer sexual y de las prácticas sexuales adultas debe haber una infinita garantía de libertad, manteniendo, claro está, algunas condiciones:
**que jamás se infrinja sufrimiento,
**que jamás se obligue a nadie,
**que todo se consensúe.
Si usted se excita y se satisface chupando un clavo herrumbrado, ¡qué me importa! Nada ni nadie debe inmiscuirse en ese mundo privado, personal y reservado.
¿Los niños? Ellos están absolutamente fuera de esto, al igual que toda persona que por una razón u otra no tenga autonomía de juicio garantido.
Una vez un padre le dijo a su hijo de 12 años que iba a entrar al liceo, “es necesario que ambos hablemos de sexo” y el niño le respondió “está bien, papá ¿qué querés saber?”
Los niños y las niñas en su mundo irán descubriendo su cuerpo y la fiesta del cuerpo. Nosotros, en todo caso, tendremos que tener la suficiente madurez, capacidad, valentía, talante y talento como para hablar mucho con ellos, como verdaderos pedagogos, despertando en ellos la curiosidad, las preguntas, las dudas y, sobre todo, la buena comunicación con la familia. El sistema educativo también debe hacer lo suyo. Algo sé que se está haciendo y lo apoyo.
El asunto está en el mundo adulto. Somos nosotros que tenemos que educarnos, que madurar, que crecer, que asimilar en nuestro fuero íntimo que las inclinaciones sexuales de las personas son de ellas y que “los de afuera son de palo”. Esos aspectos no pueden estar regidos por moralinas sociales ni religiosas ni de ninguna otra índole, que no sea la de cada uno de nosotros en el infinito mundo de la fiesta sexual y el respeto. Todo lo demás es una intromisión cargada de hipocresía.
La vida sexual y su tratamiento en la educación, debe estar asida a la naturalidad, al respeto por la intimidad del otro y otra, siguiendo, claro está esas tres condiciones que señalamos más arriba y que son imprescindibles. Si alguien las transgrede, ahí sí debemos ser implacables.
¿La familia está llamada a hacer algo? Por supuesto. La familia real, la de los afectos. No la que dice “es mi hijo y hago lo que quiero”. La familia que reconocer con humildad que no por ser familia tiene todas las condiciones para tratar estos temas con capacidad y acierto. Por eso la educación sexual también debe incorporar a la familia.
Nuestro cuerpo es nuestro amigo, no un enemigo y por eso, tanto la consideración de los temas sexuales como la práctica sexual, debe ser una fiesta, no un suplicio.
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