Un reciente anuncio
informa de nuevos radares
para el control de la velocidad
en rutas.
La mayoría de los radares se ubican en la Interbalnearia, reafirmando un proceso que ya tiene algunos años. Mis comentarios se focalizan en esta ruta, sea por ser usuario frecuente de la misma, así como por entender que es donde se presentan los mayores problemas. De todas maneras, aplican a las rutas nacionales en general.
1) Comencemos por el límite de velocidad.
Salvo señalizaciones específicas, sabido es que para automotores livianos es de 90 Km. por hora . Su objetivo general es la seguridad para el vehículo en ruta y sus ocupantes, así como para potenciales (y peligrosos) efectos colaterales.
Este límite entró en vigencia por decreto el 13 de marzo de 1984, es decir, hace 39 años. ¿No será momento para reevaluarlo?
Parece indudable que en materia de seguridad y control, el avance tecnológico de los vehículos ha sido importante. Por otro lado, el pavimento de las rutas es mejor, sus límites están bien pintados y su anchura aumentó. En forma complementaria, muchas constan de cuatro carriles, aumentando notoriamente la seguridad.
En conclusión, estos elementos llevan a pensar que un aumento en el límite general de velocidad (no más de un 10%) estaría plenamente justificado.
2) Radares y Semáforos.
Su objetivo es otorgar seguridad pero, a diferencia del punto anterior, en zonas específicas. Por caso: tráfico local; peatones y ciclistas; centros de estudio y así sucesivamente.
Es en este punto donde aparecen dos elementos claves aunque ignorados:
Uno: En el tránsito carretero hay dos lógicas: una para los traslados a corta distancia, y otra para los de larga distancia.
Dos: Y no se deben superponer.
Son los primeros los que generan las demandas por mayor seguridad para quienes los realizan. Por uno u otro motivo, sus necesarios cruces de la ruta; su traslado peatonal o ciclista por el costado; individuos y niños carentes de agilidad o madurez, agravados en ocasiones por eventuales lluvias, etc. Sus reclamos son lógicos. Las autoridades las satisfacen hoy implementando semáforos, mañana radares para el control de la velocidad .
Tales medidas aisladas, tienen toda la apariencia de sencillez, y de cumplirles a esos ciudadanos.
Pero el problema surge de inmediato: ¿qué ocurre entonces con los traslados a larga distancia?
Pocas dudas caben que se ve obstaculizado. No puede más que respetar semáforos y radares. Pensemos en vehículos familiares o colectivos que deben viajar por ejemplo 100 o 300 kilómetros pero deben aminorar la marcha o detenerse debido a una camioneta de reparto de pan en el barrio o incluso la entrada de un garaje familiar o un comercio que se conecta directamente a una ruta que tiene cuatro (4) carriles . Los ejemplos son decenas.
Pero el resultado es uno solo: no se justifica.
En este sentido, analicemos una situación real, ya evidente y que prefigura una imagen a futuro: poco a poco, la ruta Interbalnearia se está convirtiendo en una nueva Avda. Giannatassio.
Si miramos hacia el futuro, cuando la necesidad de una vía ágil hacia el este se vuelva imperiosa: ¿construiremos otra ruta? ¿Cuáles serán sus costos?
Para concluir, estas consideraciones plantean un tema central: la imprescindible necesidad de una planificación que contemple e integre los aspectos relevantes, y señale con claridad la articulación de las medidas a adoptar en el presente con la perspectiva de futuro.
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