“Don Figari compañero de la vida/ Hay que ver con qué dulzura pintó usted la raza mía” (“Candombe para Figari”, Rubén Rada)
Nuestro país tiene un tema pendiente con la negritud, aunque se haya avanzado en algunos temas importantes. El racismo existe y sobrevive en las sombras. Nos cuesta afirmar que somos racistas. Nuestra sociedad no ha eliminado este flagelo que toma forma y es visible en ámbitos como el deporte, por ejemplo, donde es imposible solaparlo. Sucede aun -aunque cueste creerlo- en el mundo. Pero esta columna es la antítesis. Referiremos algunas canciones uruguayas de la música popular que han homenajeado a nuestros compatriotas de la comunidad negra, a autores y compositores “blancos” que escribieron sobre “negros”. El epígrafe no está equivocado: la cita al candombe-canción de Rada tiene que ver con el tema a tratar. Esta vez es un negro –nada menos que alguien tan potente para nuestra cultura como Rubén Rada- que homenajea al artista blanco que con tanta pasión y belleza pintó “con dulzura” a su gente. A mediados de los años 40, el compositor y violinista Romeo Gavioli (1913-1957) compuso una milonga candombeada titulada “Baile de los Morenos”, con texto de Gerónimo Yorio y Carmelo Imperio. La versión que se haría más conocida, y que está en el imaginario colectivo, no es la de su autor, sino la del “cantor de los 100 barrios porteños” Alberto Castillo. El argentino tuvo un enorme éxito con esta canción a inicios de los años 50. El estilo de “voceador de feria” de Castillo sonaba extravagante, pero su vez fue lo que le imprimió estilo y la volvió popular. “Baile de los morenos/ Que siempre vivirá/ Mientras los tamboriles/ Impriman su chas-chás/ Nubes hay en el cielo/ Que van cubriendo el sol/ Porque viene San Pedro/ A escuchar el tambor”, dice en un tramo del texto, describiendo a modo de semblanza el paso de los tambores y la danza, con un espíritu no exento de ingenuidad. La letra original dice “ya los negros se alborozan”, pero en la versión argentina dice “alborotan”, cambiando sustancialmente el significado. En 1972 aparece «Romance para un negro milonguero” en el LP “Alfredo Zitarrosa”, editado en Argentina por Microfon. Con texto y música de Alfredo la canción navega entre la milonga, el candombe y el son: “Negro milonguero, qué bien/ buen tamborilero también/ baila milonga para su mercé/ como milonga y como candomblé”. El autor va desmadejando una especie de hilo histórico situando al negro dentro de las luchas de nuestra independencia. El descendiente de negros esclavos es en estos términos el hijo de un negro asimilado y nieto de soldados que pelearon codo a codo con Artigas: “Negro hijo de negro Oriental/ tuvo abuelo negro bozal/ que se alzó en armas junto al general/ y un cañón lo partió en Marmarajá”. El hijo del negro Oriental ya no es aquel guerrero “sombra de jabalí, pie de león”. La sociedad montevideana lo condenó a la subordinación de un empleo municipal (“Negro del lanzazo mortal/ sombra en la sombra tensa del bar/ frente a su gran vaso municipal/ cierra un ojo y se bebe la mitad”). Es una enorme obra que hace justicia con aquellos compatriotas que poco se mencionan o se lo hace peyorativamente. En el cuarto álbum de José Carbajal, “Abre tu puerta vecino y saca al camino tu vino y tu pan” (1972), aparece un candombe que retrata como ninguno el folclore afro-montevideano, el entorno y su población. Supuestamente, el autor había estado alojado un tiempo en el barrio Sur y en pocas semanas de estadía pudo olfatear y desentrañar lo que la vecindad le iba contando. Con la inmensa sensibilidad de su poética costumbrista pudo escribir los versos que pintan certeramente la respiración del barrio (“Callecitas de adoquines/ te harán vibrar con su canto/ los negros de roncas voces/ los negros de duras manos/ Tan duras como la vida/ de ese Sur montevideano/ con sus rotos conventillos/ piezas de cuatro por cuatro/ donde se amontonan hijos/ y sueños casi castrados”) Es bueno recordar que “El Sabalero” conocía muy poco de la cultura del barrio y solo es posible un texto de esta profundidad reconociéndolo como a un escritor de canciones con una gran capacidad de observación y de intuición. El texto cuenta bellamente: “(…) la danza de Rosa Luna/ sobre el antiguo empedrado/ tiritar de escobilleros/ las lonjas vienen llamando/ y el enjambre de negritos/ que son gorrioncitos pardos”. El poeta visitante es un cronista que repasa algo de la historia cultural local: “De las vías de Palermo/ saltan recuerdos de antaño/ cuando la diosa Gularte/ plumereaba su reinado/ En los calientes febreros/ con tamboriles quemados/ a noche de Yacumensa/ de vino se está pintando/ y en el Convento del Medio/ serpentean los volados”. En el recitado, Carbajal coloca su mirada en lo político, dejando de lado la semblanza y la postal para condenar la segregación: “Revolotear de abanicos/ en las abuelas de barro/ quebrando los almidones/ el parche de tantos años/ Cuando levanta el repique/ se eriza el inquilinato/ y es el grito de esta raza/ que se trepa a los tejados/ para cantar sus cantares/ tan libres como los pájaros”.
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